Lo
verde es oro; ¿el
oro es verde?
Si algo hemos
aprendido los humanos a
lo largo del siglo XX es
que muchos de los sueños
del “paraíso
socialista” resultaron
pesadillescos. Una burocracia
que ahogaba iniciativas,
un control de la vida cotidiana
que la convertía
en un martirio, una sarta
de verdades oficiales que
los seres comunes y corrientes
fueron reconociendo cada
vez más como mentiras.
Pero si la URSS
ha pasado como un mal sueño
para demasiados seres humanos,
eso no quiere decir que
el mundo burgués
o capitalista u occidental
y moderno sea fuente de
libertad y justicia “para
el mayor número”
como dicen sus sostenedores
y entusiastas.
El
mundo que conocemos, y que
marca nuestros pasos cotidianos
se rige por la ganancia,
la rentabilidad. Como si
el dinero fuera lo principal
para nosotros los humanos.
Que intuimos cada vez más
claramente que así
como “no sólo
de pan vive el hombre”,
menos todavía “sólo
de dinero”.
Estar
dominados por la creencia
del rey Midas, aquel rey
a quien se le satisfizo
su mayor deseo de convertir
en oro todo lo que tocaba,
no está resultando
lo mejor, ni para la sociedad,
ni para los súbditos
del rey y ni siquiera para
el mismo rey que no podía
probar bocado, al convertir
en oro una banana o una
pata de jamón que
se quería llevar
a la boca…
En
nuestro mundo son las transnacionales
no sólo las que están
marcando cada día
más nuestra economía
y vida cotidiana sino las
que están configurando
cada vez más la circulación
de nuestros bienes y, como
dijo alguna vez un filósofo
estadounidense, Richard
Buckminster Fuller, han
ido “evolucionando
hacia un sistema de ficciones
legales, basado en el comercio
de tecnología y administra[ba]n
los recursos del planeta
con fines puramente egoístas”
(cit. p. Pablo Capanna,
“Invención
y utopía”,
Página 12,
Futuro, 6/9/2008).
La referencia
a los “fines egoístas”,
es decir a colocar la búsqueda
de ganancia como máxima
del comportamiento empresarial
(transnacional o no) viene
a cuento, cuando uno lee
algunos “pensamientos
ecologistas” provenientes
del mundo empresario, precisamente.
Desde
que el desbarajuste ambiental
planetario se ha hecho inocultable
ha surgido toda una tendencia
a parecer ecologista o responsable
ambiental, porque por un
lado, resulta suicida descuidar
este aspecto de nuestra
realidad, y por otro, porque
es una nueva forma de ganar
dinero eso de atender al
medio ambiente (aunque resulte
atender apenas al quinto
o al décimo de ambiente…).
Es lo que algunos ecologistas
han llamado “lavado
de cara” o “maquillaje
verde”.
El
suplemento Rural,
de Clarín,
nos brinda un magnífico
ejemplo de esa política
rey Midas de convertir en
oro todo lo que puede (29/8/2008).
El
autor de la nota “La
protección del ambiente
también vale”,
Santiago Lorenzatti, entrevista
a Ernesto Viglizzo, que
pertenece a aquellos empresarios
que se han dado cuenta de
la rentabilidad ahora visible
en la defensa del ambiente,
el mismo ambiente que hasta
ayer nomás era devastado
inmisericordemente.
Lo
hacen mediante conceptos
“nuevos”, que
algunos despistados puedan
confundir con originalidad,
y por eso nuestro especialista
se refiere a “servicios
ecológicos”.
Y en lugar
de plantearse ‘qué
bestias, antes ignorábamos
los destrozos ambientales,
pero nos estamos dando cuenta,
vamos a acercarnos cada
vez más a un comportamiento
sustentable’ (que
es la palabreja de moda
para esa idea de no dilapidar
los bienes planetarios),
el aggionadísimo
Viglizzo nos dice: “si
la ruptura de un servicio
ecológico esencial
impone un costo ambiental
que debería tener
alguna penalización,
su preservación debería
tener un premio.”
¿Eureka!
Estamos llevando al planeta,
a las sociedades humanas
y a la vida al borde de
su agotamiento, pero si
nos portamos algo mejor,
¡merecemos un premio!
El mundo
empresario es uno de los
principales agentes responsables,
culpables, del deterioro
ambiental que más
y más gente atenta
teme que ya se esté
convirtiendo en un colapso
(por ejemplo, las decenas,
seguramente miles, de especies
extinguidas por la acción
humana son irrecuperables).
Un saldo devastador comparable
al provocado por el expansionismo
político occidental,
responsable del exterminio
de etnias y naciones, con
sus idiomas y sentimientos,
sabiduría y conocimientos.
Representantes
de ese mundo empresario
piden premios “si
se portan bien”.
Pero
eso, con ser mucho, con
ser grave, no es nada.
Porque
piden premios mediante amenaza.
Porque
el señor Viglizzo
fundamenta su pedido de
reconocimiento, de premios
así: “Si
esta diferenciación
no se materializa en una
sociedad organizada «no
habrá incentivos
para preservar servicios
ecológicos que benefician
a la sociedad en su conjunto»,
concluyó”.
A buen entendedor…
no es que a las empresas
dedicadas a saquear o no
el planeta, asunto secundario,
porque en rigor están
dedicadas a ser rentables,
no es que tales unidades
económicas entiendan
la importancia de preservar
lo que es de todos, como
la tierra, el agua, el aire.
Es sencillamente una nueva
fuente de recursos…
para la empresa. Premios
por portarse como habría
que portarse. Porque si
no… no nos hacemos
responsables… por
la mortandad de peces, de
insectos, de bebes, por
la expansión cada
vez más incontrolable
de alergias, malformaciones
congénitas, enfermedades
autoinmunes, cánceres…
Si se trata de agentes difusos
o de acción crónica,
nadie es responsable…
“el negocio”
puede seguir…
¿Y
estos son nuestros protectores?
Como rezaba un viejo proverbio,
‘dios nos salve de
los salvadores porque aquí
los salvados son los únicos
crucificados y los salvadores
los únicos que se
salvan’.
Luis
E. Sabini Fernández
Buenos
Aires, 9 de septiembre de
2008