“Poner
las manos en el fuego”
“Aquel
a quien la llama no queme
debe ser creído”,
se lee en el antiguo código
hindú. Durante muchos
siglos y en las culturas
más diversas fue
común recurrir a
la prueba del fuego para
averiguar si el acusado
de un delito grave como
la hechicería en
la Edad Media- era o no
culpable. Las leyes anglosajonas,
por ejemplo, establecían
cuantos pasos debía
caminar el incriminado sosteniendo
en las manos un hierro ardiente
de un peso determinado.
Si lograba llegar al final
sin soltarlo, era proclamado
inocente; de lo contrario,
puesto que el juicio de
Dios le había resultado
adverso, se lo condenaba
a muerte. La frase se emplea
hoy para responder de la
veracidad o de la conducta
de una persona que se considera
digna de absoluta confianza.
Firmar un aval, salir en
defensa de alguien que está
más allá de
toda sospecha, recomendarlo
sin cortapisa, son modos
atenuados de poner las manos
en el fuego, en tiempos
en que ya no rigen aquellos
bárbaros procedimientos
judiciales. De no ser así,
¿cuántos se
animarían a arrimar
un solo dedo, aunque apenas
se tratara de la llama de
un fósforo a punto
de apagarse?
Héctor
Zimmerman
Tres mil historias de
frases y palabras que decimos
a cada rato, Editorial
Aguilar, Buenos Aires, 1999.