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Editorial

La concentración de poder crea exclusión

Mientras se está por cumplir un nuevo aniversario del golpe militar del ´76 seguimos con la misma ley de radiodifusión obsoleta que instaló el gobierno de facto pocos años después de tomar formalmente el mando. Mientras se discute por una nueva ley que descomprima el monopolio informativo, hoy en manos de unos pocos capitalistas, los medios nos atacan con anécdotas de terror y violencia. Por otro lado existen informes de la ONU que indican todo lo contrario, donde Argentina sería un país bastante seguro, y -si le vamos a creer a estas estadísticas- muchísimo más seguro que otros países de la región, como Colombia, México o Brasil. El índice de asesinatos es apenas más bajo que en los EE. UU. y tiene poco que envidiarle a países “de primera” como Dinamarca o Finlandia. Sin embargo, ante la caja boba nos convencemos que la calle es la Franja de Gaza y el microcentro Beirut. Pero es innegable que cuando un acto delictivo nos toca duele, y mucho.
     Pero instalan que cada hecho ilícito pareciera protagonizado por jóvenes morochos provenientes de las villas, aunque muy pronto, y en muchos casos, deschaven que hay fuerzas de seguridad, o hasta policías, en juego. Pero, muy a pesar de todo eso los medios instalan el pánico y olvidamos que es mucho más grave que una persona armada legalmente cometa un ilícito que uno que tiene prohibido el acceso a las armas. Más grave porque es más impune. Más grave porque le depositamos nuestra confianza para que nos cuide. En cambio los jovencitos de las villas -que no son los rugbiers rubios que atacan en patota- cargan con el estigma que les da, por ejemplo, la gran diva argentina. La misma a la cual, como a tantos otros adinerados en importantes cargos, le han encontrado que ha cometido más de un delito. Sin embargo, hay crímenes y crímenes. Y las cárceles son para los pobres.
     El discurso único olvida de tanto en tanto que a ese jovencito de la villa le han quitado las posibilidades de imaginar siquiera un futuro, le han quitado la posibilidad de vivienda y de comida. Y eso es lo que nos están haciendo a todos, en mayor o menor medida. Y se refleja en el tejido social. No es casualidad, por ejemplo, que las grandes afecciones psicológicas de nuestro tiempo sean el estrés, el pánico y los déficits de atención (TGDs, etcétera). Hoy una familia compuesta por padre, madre e hijos, para sobrevivir, necesita de ambos adultos produciendo dinero, trabajando. Y no estamos hablando de grandes lujos, simplemente para llegar a los alquileres que están elevadísimos, comprar alimentos cuyos precios están por las nubes (salvo para el INDEC de Moreno) y todos los otros gastos básicos que implica la supervivencia. Ni hablar del sueño obsoleto de la casa propia y la mar en coche. Estamos estropeados, amargados y estresados porque unos pocos vivos concentran todo el poder y casi todo el espectro comunicacional logrando que sintamos lo que ellos quieren que sintamos. Para que sigamos laburando, leudando su fortuna, sin permitirnos un minuto de reflexión para ver cómo y dónde afanan. Pero por suerte aún podemos pensar. Y, lo mejor, somos muchos. Pero necesitamos ser muchos más para revertir esta inmundicia inhumana en la que estamos sumergidos. ¿Te sumás o preferís la Matrix de Susanita?

Rafael Sabini
[email protected]

Revista El Abasto, n° 107, marzo, 2009.




 
 


 

 

 

 

 

 

     

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