A
la bartola
Es
curioso que un hombre que
emana solemnidad como lo
es Bartolomé, que
en arameo quiere decir “el
que abre los surcos”,
haya dado lugar a uno de
los sinónimos más
despectivos de holgazán,
vago, muy torpe. Cuando
Bartolomé dejó
paso al sobrenombre Bartolo,
este apelativo a semejanza
de otros como Paco, Pancho
o Sancho- se convirtió
en una forma genérica
de nombrar a un personaje
popular cualquiera, portador
de los defectos al pueblo
se le ocurriese endilgarle.
Bartolo, figura habitual
en coplas y refranes (“Bartolo
tenía una flauta…”,
etc.), tomó la imagen
de vago e inepto, lento
y remiso para actuar y trabajar.
De allí a adjudicarle
la pereza que suele atribuirse
a los muy gordos no hubo
más que un paso,
que dio origen a bartola,
panza en lenguaje coloquial.
Ese es también el
origen del verbo bartolear,
pasarse el día panza
arriba, según la
acepción hispana.
Los rioplatenses, en cambio,
asociaron bartola con dejadez,
inepcia, descuido y acuñaron
bartolero y bartolear para
aludir a quien se preocupa
muy poco por hacer las cosas
bien y confía más
en la casualidad que en
su propia capacidad. La
frase “a la bartola”
se emplea con idéntico
sentido tanto en la Península
como en nuestro país
como expresión del
principio de inercia aplicado
a la voluntad y la conducta.
En la torpe negligencia
al manejar un asunto, por
ejemplo, o en el remate
de un jugador de fútbol
que en lugar de apuntar
al arco no hace más
que patear la pelota a la
tribuna.
Héctor
Zimmerman
de Tres mil historias
de frases y palabras que
decimos a cada rato,
Editorial Aguilar, Buenos
Aires, 1999.
Revista El
Abasto, n° 107, marzo,
2009.