Juan Carlos Puppo:
Un laburante del escenario,
actor desde siempre
Juan Carlos
Puppo es uno de esos tipos que son toda
una marca referencial para el mundo del
teatro vernáculo. No es para menos,
si le dedicó toda su vida a su profesión…
Ahora después
de acompañar a Nacha Guevara en Eva,
el musical pasó por nuestro barrio
mutando en una nueva experiencia a su unipersonal
Cuento puro o puro cuento haciendo
teatro a oscuras en el Teatro Ciego.
Primeros vestigios
Desde siempre quise ser actor. Mi destino
ya estaba marcado. Mi papá era ferroviario
y vivíamos en Atucha, un pueblito
de campo. Sólo estaba la estación
de trenes, la comisaría, la escuela,
y no mucho más. Venía una
maestra de Zárate todos los días,
viajando, para darnos clase. Y ella era
quien me ponía en todos los actos
para participar. Yo siempre quería
actuar en los actos, a diferencia de mis
compañeros. Una vez me vieron en
un acto, y un señor le dijo a mi
papá: “este chico va a ser
actor”. Cuando después nos
mudamos, con mi familia, a Pergamino, en
la Escuela N° 4, de allá; en
quinto grado me toca una maestra, Sara Reza,
que fue mi madre espiritual. Fue ella quien
comprendió tan cabalmente que mi
vocación era el teatro. Y habló
con mis padres. Ella fue quien me alentó,
desde siempre, la que confiaba en mí….
Un ángel. Me acuerdo que una vez,
fue a actuar al Cine Teatro Monumental,
de Pergamino, Nélida Quiroga, a hacer
Filomena Marturano… Yo no pude ver
la función porque era menor. Pero
me le aparecí a ella, temprano, en
el camarín y le dije que quería
ser actor, que me trajera…. Ella,
divina, me dijo que no podía, que
yo era muy chico, todavía, que esperara,
que estudiara mientras tanto. Pero date
cuenta mi vocación. Cuando iban los
circos yo los ayudaba a armar para que me
dejaran ver las obras. Me las veía
a todos. Loco me ponía.
Por
correspondencia
Me entero a través
de una revista que acá había
un lugar que se llamaba PAADI, estaba en
Callao y Corrientes. Este instituto era
de Luis Rubinstein, y ahí se estudiaba
arte escénico, como se llamaba en
esa época. Y leo en la revista que
se estudiaba ¡¡por cor-res-pon-den-cia!!...
(Risas) Bailaba de contento. Bueno, les
escribo, sin que supiera nadie en mi casa.
Cuando me llega la carta de respuesta, la
recibe mi mamá y hablan con mi viejo
y comienzan a tomar conciencia de que mi
berretín con todo este asunto era
muy serio. Porque para que yo, un simple
pibe de barrio, de Pergamino, me tomara
este trabajo de escribirles… Mi papá
estaba como loco, me decía: ¿¡Cómo
van a estudiar arte escénico por
correspondencia!? ¿¡Dónde
te entra en la cabeza?! (Risas) El curso
consistía en lo siguiente, te mandaban
una escena, un poema y algo sobre historia
del teatro. Después venías
a acá y rendías examen, con
Vicente de la Vega, me acuerdo. Pero si
uno quería podía tomar las
clases en forma personal con este profesor.
Cuando vine a rendir, mi viejo, pobre, me
acompañó.
Buenos Aires
Los miedos que tenía mi pobre viejo
para largarme. Yo era un pendejo y venir
a acá, a Buenos Aires. Pero me dejó
porque se había dado cuenta de mi
vocación… Llegué de
a poquito a esta ciudad. Al principio, mi
viejo habló con una tía mía,
que vivía en Santa Fe y Suipacha,
para que me cuidara. Y también habló
con Vicente de la Vega, el profesor. Las
clases personales eran los lunes, miércoles
y viernes, en PAADI. Y así empecé.
Yo salía a las cuatro de la mañana
en el tren, llegaba diez y media, once,
a Retiro; almorzaba en lo de mi tía
y a las tres de la tarde me iba a estudiar.
Pero mi viejo me marcaba el paso. Al rato
de llegar a la casa de mi tía, mi
viejo llamaba. Claro, después lo
entendí, era el terror que tenía.
Las clases terminaban a las cinco de la
tarde y a las cinco y veinticinco me volvía,
me tomaba el diesel. ¡Pero no sabes
lo que significaban estos viajes para mí!
Porque, además, cerquita de lo mi
tía, tenía otro tío,
que tenía peluquería para
mujeres, hermano de mi mamá. Era
cultísimo, socialista. De avanzada.
El me empezó a pasar libros para
leer, me inició en la lectura. Yo
me sentaba en Pergamino, cuando comenzaba
el viaje, con un libro y cuando levantaba
la vista ya estábamos en Retiro.
Mi tío, además, era peluquero
de mujeres pero a la tarde cerraba la peluquería
y atendía a actores. Iban a allí
Narciso Ibáñez Menta, Eduardo
Rudi, Juan José Míguez, Amadeo
Novoa… Entonces, mi tío, me
decía: hoy viene Narciso a las siete.
Y ahí iba yo. Mi tío me presentaba,
como estudiante de teatro, además.
Así fue como debuté en Buenos
Aires como espectador con La muerte de un
viajante, con Narciso Ibáñez
Menta, Milagros de la Vega, Jorge de la
Riestra, Ricardo Passano, Marcos Zucker,
Dorita Moreno, Inés Moreno, Laura
Hidalgo, en el Nacional. Yo vi todo el teatro
y a todos los actores que quieras imaginar.
Yo a los jóvenes siempre les digo:
tuve la suerte de haber visto a los grandes
actores argentinos y lo nuevo, también…
Así que tengo esas dos cosas en mí.
A estudiar
Pero al año de estar estudiando así,
mi papá dice: esto no puede ser.
Es mucho sacrificio. Entonces, pide un traslado
a Otamendi, que es una estación antes
de Campana. Porque desde allí hasta
aquí había solo dos horas
de viaje, a diferencia de las cuatro horas
y media que tenía que hacer de Pergamino
hasta acá. Se mudan por mí.
Cuando terminé de estudiar con Vicente
de la Vega, me fui a continuar mis estudios
con Maruja Gil Quesada. Esta mujer fue quien
me preparó durante todo un año
para que pudiera entrar al Seminario Dramático
del Teatro Cervantes. Lo rendí. Y
entré. Y era dificilísimo
entrar. Tres años estuve estudiando
en este Seminario del Teatro Cervantes.
Igual que Sarita Reza,
mi maestra, Maruja Gil Quesada, fue otro
ángel en mi vida. Maruja vivía
enfrente del Obelisco, y me decía:
“tú llegas en tren y te vienes
aquí, no vas a dar vueltas en la
calle ni un minuto. Esta es tu casa, esté
yo o no. Aquí hay una señora
que te abrirá, tienes una biblioteca,
tienes para comer y espera lo que tengas
que esperar para ir al curso”. Por
todo este amor que me dieron, yo no puedo
dejar de agradecer a la vida y de ser generoso
con todos y de ayudar a todos los jóvenes
que pueda. Porque yo recibí eso.
Entre tablas y tijeras
Después del Seminario comencé
a actuar, en varias obras. Hice Romeo y
Julieta... hice Bodas de sangre, con un
conjunto que era medio vocacional, en distintas
salas. Mucho teatro vocacional hice, durante
años. Para ganarme la vida, hice
de todo: vendí diarios, fui sereno
de hotel, limpié oficinas en el Banco
Industrial… Hasta que mi tío
peluquero me hizo hacer un curso de peluquería…
Y comencé a trabajar de eso, pero
no con mi tío. Muy buen peluquero
soy. Me sirvió mucho para ganarme
la vida. Cuando entré, por ejemplo,
a Nuevo Teatro, donde estuve tres años,
con la Boero, otro ángel de mi vida;
hacía clientes a domicilio para poder
manejar mis horarios, porque el teatro independiente
me exigía estar a las ocho, en punto,
en Nuevo Teatro todos los días. Y
yo los sábados, por ejemplo, comenzaba
con una clienta de Palermo a las siete de
la mañana, visitaba a otras vecinas
y terminaba a las tres de la tarde, llevándome
el toco de guita para vivir durante la semana.
A
calzón quitado
Siempre estudiaba teatro, y después
trabajaba… Y paraba otra vez y volvía
a estudiar y así siempre. Siempre
sentía que a mi me faltaba algo,
entonces hacía un curso. El último
curso que hice fue en la Universidad de
Buenos Aires, con Oscar Fessler… Después
de todo este periplo de estudio y de laburo,
hago Hablemos a calzón quitado, con
Guillermo Gentile y Serrano… Tres
años estuvimos con esta obra, trabajando
a teatro lleno. Nos fuimos a Brasil con
este espectáculo, siendo desconocidos,
y gano el premio al Mejor Actor, en un Festival,
y la obra como Mejor Espectáculo.
Cuando volvemos se entera Francisco Gallo,
productor de teatro, y nos hace un contrato
por tres años. Durante los tres años,
todas las funciones vendidas, de martes
a domingo. Guillermo Gentile con los derechos
de autor se compró como doce departamentos…
A partir de ahí, mi carrera tuvo
un vuelco importante, me vio gente importante,
y no paré más de trabajar.
Casi
todo
Yo tuve la suerte de hacer de todo…
Menos circo, lamentable-mente. Porque yo
necesito desafíos permanentemente.
Y muchos musicales, además, hice:
Irma, la dulce; Aplausos, Mollie Brown;
La Nona; Cabaret; El caballero de la armadura
oxidada… muchísimos. Lo que
pasa, es que yo me preparé para hacerlos.
Es otro género. Yo cuando estaba
en Nuevo Teatro estudié, mucho, canto
con Lilí Schomberg; después
con María Voros, una húngara;
después con Marta Villar…
Yo siempre me preparo. Fíjate que
tengo setenta y cuatro pirulos y mi voz
no es la voz de una persona de mi edad.
Actualmente, sigo igual preparándome.
Con Marta Villar, en el San Martín,
los martes a la mañana. Trabajé
mucho en su casa, como alumno, además.
Yo tenía varios problemas con la
voz. Entrenar y estudiar permanentemente
me cambiaron la voz.
La tele
A mí la televisión me enloquece.
Lo que pasa es que yo cuando hago teatro
no hago televisión… Lo hice
con Mía, sólo mía,
con Andrea del Boca y estaba, al mismo tiempo,
en el San Martín haciendo una obra
de Goldoni, y era una locura. A las siete
de la mañana iba al canal; a las
seis salía para estar en el teatro
a las siete y media, ocho; y me acostaba
a las dos de la mañana y a las siete
tenía que estar, otra vez, grabando.
No, no, no. Si no me morí ahí,
no sé cuando. Es una experiencia
que muchísimos actores hacen, guarda…
Pero no es mi elección. Si estoy
en el teatro, y gano un sueldo, entonces,
¿para qué joderme?
El
cine
Hice algunas películas. Pero no…
El cine a mí, todavía, me
debe un personaje. Lo último que
hice fue junto a Manuel Callau, Terapia
alternativa. Me gustaría un buen
personaje, de persona mayor, que sea querible.
Sueño con poder hacer una película
así. Lo que pasa es que no soy un
actor de hacer mucho cine. Y lo directores
de cine trabajan con actores que están
vinculados a ese medio…
Cuento puro o puro
cuento
Este espectáculo nació por
mi hermano desaparecido. El dolor era tan
grande, el no saber donde estaba, no poder
verlo nunca más… Terrible.
Estaba en mi casa con mucho dolor hasta
que, en un momento dado, me dije: basta.
Y me pregunté qué le gustaría
a mi hermano. Con él siempre hablábamos
de que la juventud no lee. Entonces, me
dije que a mi hermano le gustaría
que hiciera un espectáculo sobre
cuentos de autores argentinos: Borges, Arlt,
Cortázar… Y demostrarles a
los jóvenes que son autores accesibles.
Empecé a sacar todos los libros de
cuentos que tenía. Elegí los
que más me gustaban. Hice una buena
selección, había para todos
los gustos. Saqué todo lo que había
en el comedor, lo pasé para mi pieza,
dejé el comedor vacío, y comencé
a invitar a los comerciantes gratis…
Bueno, fueron, y se fue corriendo la bola.
Iba mucha gente, a mi casa, a verme. Un
día, fue Héctor Calori, un
viejo amigo, y me da la idea de pasar la
gorra y de que mi vieja hiciera empanadas
para el público. Y no sabés
como funcionó. Hace años ya
que vengo haciendo Cuento puro o puro cuento.
Por todas partes donde pude llevé
el espectáculo, incluso, lo hice
en pueblitos muy chiquitos, para gente de
campo, cerca de Pergamino.
Esta obra la estuvo
haciendo, como dijimos al principio, hasta
hace muy poco en el Teatro Ciego de Jean
Jaurès y Zelaya, según él
“es un espectáculo
que da la posibilidad de trabajar mucho
con los olores, los sentidos, aparte de
la vista… Es muy rico, de verdad”.
En este momento
Puppo está actuando en tres espectáculos:
La bella y la bestia, adaptada
y dirigida por Diego Veronesi en The Cavern
Club; La cocina, de Arnold Wesker,
dirigida por Alicia Zanca en el Teatro Regio
y La gaviota de Chejov, dirigida
por Alicia Zanca en el Regina-Tsu. Además
dirige la obra de Ana María Palumbo,
Que son 3, que son 4, en el Teatro
Empire.
Marcelo Saltal
El Abasto n°113, septiembre
de 2009