El tránsito porteño
II
Tránsito y autismo
El estilo del tránsito porteño
oscila entre comportamientos tradicionales
u oligárquicos y típicos adolescentes.
El primero se advierte,
procurando sostener el estilo nobiliario
pese a la modernización galopante.
Lo vemos en el modo de recoger pasaje del
taxista.
Con el tachero, que para en cualquier lado,
pero siempre lo más al lado del pasajero
inminente, violando cualquier reglamentación
o circula-ción establecida, y con
el pasajero, que consideraría inaudito
que un taxi que él chistó
en medio de una avenida, se detuviera quince
metros adelante para no obstaculizar cebras
peatonales, cruces transversales y achicar
al mínimo los problemas de circulación
provocados por una detención en segunda
fila.
El segundo se ve
por cómo los conductores, la mayoría,
se preparan para doblar. Mejor dicho, como
NO se preparan.
En cualquier ciudad
con tránsito ensamblado, un conductor
generalmente programa su giro con cien o
doscientos metros de antelación,
de modo tal que cuando está en la
cuadra final, está también
en la senda que efectivamente habilita su
giro. En Buenos Aires, no. El conductor
viene por la senda qué mejor le ha
servido y cuando falta a veces veinte, a
veces quince, o diez metros, procede a “acomodarse”.
Ese acomodo es casi inevitablemente el desacomodo
de los automovilistas circundantes. Cosa
de ellos, dice quien ahora necesita, imperiosamente
doblar.
Es frecuente el
caso de dos automovilistas pareados ante
una roja. Ambas sendas son para seguir derecho
y además la que está sobre
la acera habilita el giro. Y el de segunda
fila, con un guiño o señal
de entendimiento le pide al que está
en la senda propia del giro, pero que piensa
seguir derecho, que le dé paso. Lo
hacen no sólo domingueros sino hasta
taxistas. “Necesitan”. Si eso
no es un pensamiento narcisista, que venga
Napoleón y nos lo explique.
En ciudades con
tránsito ensamblado también
existen automovilistas que “ven”
su necesidad de giro tarde. Porque somos
humanos, y como tales limitados. Pero, ¿qué
pasa en tal caso? Se joden, siguen derecho,
porque todos no están a su servicio
y no puede uno descuajeringar el ritmo general.
Eso expresa el peso de lo colectivo, que
en el caso del tránsito debería
ser absolutamente prioritario.
En la carretera, se observan comportamientos
que también revelan si uno conduce
en un ensamble o lo hace por las suyas,
para sí mismo, ignorando al resto
que no se ven como prójimos.
Una regla de oro
es que no se puede sobrepasar al que está
sobrepasando. Pues es lo que hace una cantidad
patológicamente grande de conductores,
encimando el coche a los dos que están
en la maniobra, amagando o sobrepasando
directamente por derecha. A menudo el que
va a ser sobrepasado no puede reparar en
el segundo coche “sobrepasador”
porque puede estar tapado por el primero
y esa falta de datos puede resultar fatal.
El estilo de satisfacer
las necesidades propias por encima de las
del resto, volviendo al tránsito
estrictamente urbano, en muchas ciudades
significaría una cascada de colisiones.
En Buenos Aires, el índice de choques
es manifiestamente bajo en función
de lo mal que se coordina; muchos coches
de chapa cascada te pesetean -¿qué
le hace una mancha más al tigre?-,
quienes conducen vehículos grandes
demasiado a menudo pesetean a los de los
vehículos menores siguiendo las máximas
del más estricto fascismo (el culto
a la fuerza, no a la razón), pero
hay un rasgo que a mi modo de ver permite
mantener bastante bajo el índice
de choques cotidianos: no es tanto evitar
hacer infracciones para achicar los márgenes
de choque, no (faltaba más): es sencilla
y brutalmente una simplificación
mental por la cual “el que choca pierde”
(aunque llegue a tener razón, leyes
de tránsito mediante).
El que choca le
otorga en primer lugar a sí mismo
y en segundo a algún otro, una peripecia
insufrible con testigos, policías
y compañías aseguradoras que
aseguran todo salvo exactamente lo que el
asegurado necesita. Una peripecia tal que
todo el mundo quiere evitar. Por eso todos
procuran evitar ser el chocador, el que
para el tránsito. Y para ello, uno
salva el error de otro (otros salvan los
errores de uno), uno hace cualquier cosa,
casi.
Y eso es bueno,
para que las calles de Buenos Aires, sigan
siendo, todavía vía de circulación
lenta, problemática, pero circulación
al fin.
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
Revista El Abasto, n° 116, diciembre,
2009.