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Contaminación, mal olor y clausuras

Falsas soluciones a problemas verdaderos

A principios de este mismo mes se desató una trifulca en Luján.
   Escuetamente: vecinos organizados en redes sociales se han quejado reiteradamente por la contaminación producida por una curtiembre en Jáuregui, una localidad aledaña a pocos km del centro de la “cabecera de partido”, Luján.
Ante informes demoledores sobre el daño producido al entorno con metales tóxicos de los que suelen emplearse en esa industria; cadmio, bencenos, ésteres de ftalatos, fenoles, un organismo provincial decreta el cierre de la planta industrial.
   ¿Qué podría haber hecho el sindicato?, nos preguntamos. Podría haber exigido en primerísimo lugar que los obreros de dicha planta no perdieran un centavo de sus salarios, puesto que ellos están a disposición de la empresa y las autoridades públicas entendieron que la empresa, en cambio, no está a disposición de la sociedad de la que vive y extrae sus dividendos.
   Pero por la modalidad dominante en el gremialismo cegetista el sindicato tomó otras medidas: juntó al gremio, o mejor dicho a gente adicta del gremio, incluyendo asalariados de otras curtiembres (o del sindicato) e hicieron una manifestación ante la intendencia de Luján para reclamar “enérgicamente” contra el cierre de la planta.
   Pero no sólo eso: los vecinos organizados denuncian que “el sindicato” -y no estamos hablando del de Al Capone - envió grupos de “sindicalistas” a hacer “aprietes […] a los vecinos de Jáuregui”. Es decir, persuadir a los vecinos que no escorchen con el veneno.
   No sabemos cómo pero la visita sindicalera significó un rudo enfrentamiento con la policía. Los mismos vecinos ya mencionados, de la ASAMBLEA DE VECINOS Y ORGANIZACIONES POR EL MEDIO DE AMBIENTE DEL PARTIDO DE LUJAN repudiaron “la represión policial”, por lo cual deducimos que la policía no actuó solamente contra “la pesada sindical” denunciada por los mismos vecinos sino también, para variar, contra los vecinos protestatarios.
   Esta asamblea repudia la violencia como forma de resolución de conflicto y reivindica el derecho de los trabajadores que señaláramos al principio a percibir salarios plenos hasta tanto no se resuelva el conflicto.
   Aclaremos que los vecinos de Jáuregui la han emprendido con esta curtiembre desde hace por lo menos diez años, porque la cantidad de efluentes tóxicos, que se traducen en “olores nauseabundos”, ha sido permanente desde entonces, pese a diversas observaciones ante las “autoridades” que jamás resolvieron el problema.

Hay otra reivindicación de los vecinos de Jáuregui que requiere una reflexión más detenida. Es perfectamente admisible el reclamo de que no funcione una curtiembre en plena zona habitacional. En ese sentido, la Argentina mantiene una “disposición” salvaje por la cual las viviendas y las más diversas industrias coexisten “a la bartola” en cualquier barrio de una ciudad, en cualquier pueblo de su extendida superficie. Así mirado, el reclamo de relocalización es inobjetable.
Incluso se podría entender que la paciencia se les haya agotado vista la impunidad de la empresa, al menos hasta febrero de 2010, y reclamen una relocalización cualquiera, con tal de no tenerla “cerca”.
   Pero la sola relocalización no soluciona nada si sólo traslada la planta. Porque podríamos caer en la posición bautizada NIMBY en el hemisferio de los países enriquecidos, que es una sigla en inglés (Not in my Back Yard) que significa: no hagan “la basura”, el estropicio, en el fondo de mi casa. Que se haga, sí, pero en otro lado.
   Porque de lo que se trata es de evitar la contaminación, en Jáuregui y en cualquier otro sitio. Y para eso, en este caso la curtiembre, y en otros, los respectivos procesos industriales, y ahora cada vez más también los agropecuarios, lo que tienen que hacer es limitar el envenenamiento disperso, difuso y generalizado, que es el que menos se percibe.
  Las curtiembres no pueden procesar sus cueros desprendiéndose de los líquidos procesados como si fuera agua de la canilla, pluvial o cloacal.
   Se trata de una industria que tiene que procesar sus efluentes de las dos maneras que se conocen: 1) mediante circuitos cerrados de uso de agua; 2) mediante filtros de todo tipo, intensidad y tamaño, como para desprenderse de agua y otros líquidos de manera procesada, inocua, aceptable.
   Eso significa, además, recuperación de metales y sustancias útiles.
   El comportamiento empresario tan común en nuestro país, de deshacerse de lo que no le sirve, de los residuos, sacándoselos de encima y tirándolos “como mierda al río” habla de un par de rasgos preocupantes: uno la creencia, obsoleta, vetusta, de que los residuos se reabsorberán en la naturaleza. Algo que pasa con la mierda, precisamente (tarda 72 horas en biodegradarse) pero no pasa en absoluto con la selva química hoy en uso en campos y fábricas. El otro, es la total irresponsabilidad por la sociedad a la que sin embargo dicen pertenecer: porque la dispersión de tóxicos debería ser un delito muy grave, en términos estrictamente médicos, puesto que ocasiona muerte.
   Pero vivimos en un limbo de impunidad. Y en eso coinciden una masa de industriales, sojeros y autoridades municipales, provinciales o nacionales.
   El comportamiento sindical es otra perla de este rosario de calamidades en que estamos trenzados: en lugar de luchar para limpiar los lugares de trabajo de sus afiliados, una demasiada grande cantidad de sindicatos hacen causa común con los empresarios y piden únicamente “que se les reabra la fuente de trabajo”. Y en eso sí parecen ponerse a la vanguardia, con vehemencia o con patoterismo.
Con razón topamos tan a menudo con sindicalismo empresario. Y no nos referimos a las cámaras patronales sino a los sindicatos “obreros”…

¿Y qué decir de tantas “autoridades públicas” que presionados por el malestar vecinal, totalmente comprensible, sólo atinan a cerrar un establecimiento (cuando la paciencia ya parece agotarse) en lugar de colaborar en un verdadero encare del problema, no su momentánea “solución” porque ahora no huele?

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Revista El Abasto, n° 119, abril 2010.



 

 

 

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