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La
historiadora del equipo nos presenta un pantallazo
de los doscientos años desde el primer
gobierno patrio hasta la actualidad
1810-2010 Bicentenario y
constantes
“Argentina, una Nación
Joven”, parece una consigna publicitaria,
pero la venimos escuchando desde siempre,
tal vez como excusa frente a errores cometidos
queriendo comparar el país con quien
fuera un niño o adolescente, o tal
vez por no llegar a haber cumplido ciertos
ideales que nos habrían acercado más
a nuestro “ídolo” europeo.
Más allá de
cual sea la razón, este año
estamos festejando 200 años, pero ¿de
qué? ¿Qué es lo que estamos
festejando? Sin dudas, no estamos celebrando
200 años de Argentina, ni de nuestra
libertad. Para eso, nos faltan por lo menos
unos seis años más.
En 1810, no existía la
Argentina como la conocemos hoy, ni siquiera
como país. La revolución del
25 de Mayo no fue un grito independentista,
por el contrario se inició una serie
de batallas en defensa del rey Fernando VII
de España.
Así y todo, se le da mayor importancia
a 1810 que a 1816 o 1880, y por eso, hoy,
en 2010, repetimos los festejos de 1910.
Lo que sí existía
en 1810 era Buenos Aires, punto neurálgico
y de poder de toda la región. Entonces,
nos preguntamos, cómo era ese Buenos
Aires, o mejor dicho, qué se entendía
por Buenos Aires en aquel Mayo de 1810.
A los pocos meses de la
revolución, la Junta de Gobierno, inauguró,
bajo la idea de Manuel Belgrano, lo que llamó
la Escuela de Matemática que luego
será conocida como el Colegio Militar.
A esta escuela asistían quienes seguían
la carrera de armas, y tenía un doble
propósito, por un lado defender
con CONOCIMIENTO el país que estaba
amenazado por sus enemigos, y por el otro,
hostilizar y ofender a éstos de cuantos
modos fuera posible, sin apartarse jamás
de las leyes de la guerra que estaban generalmente
admitidas entre las naciones civilizadas (Fermín
Luque, Como era Buenos Aires, p.159).
Ideales de conocimiento,
respeto y nobleza acompañaron los primeros
tiempos, ideales que no podemos identificar
fácilmente en la actualidad. Ya no
se busca la defensa por parte del conocimiento
o del saber, sino que pareciera haber una
persecución sobre la formación
y la información.
En algún momento,
de estos 200 años de historia, la clase
política pensó que no era apropiado
que el pueblo estuviera formado, que pudiera
pensar ni generar ideas propias, lentamente
perdió el nivel que tenía frente
a los otros países de la región.
Se decidió que un selecto grupo, y
pequeño, debía ser el “iluminado
iluminador”.
A pesar del fácil acceso
a la educación y a la cultura de que
gozamos hoy en día, estamos retrocediendo
a tiempos inmemoriales en los que unos pocos
tenían el derecho a leer y escribir.
Y esto nos lleva al actual
debate que se encuentra sobre el tapete, la
polémica “Ley de Medios”,
y por ende, la libertad de expresión.
Hace 200 años, se
creaba el primer instrumento, propio del territorio
de Buenos Aires, de comunicación. Siguiendo
las ideas de Mariano Moreno, la Junta fundó
el periódico La Gazeta de Buenos
Aires. Lógicamente, reproducía
lo que el grupo de poder del momento quería
transmitir, pero a su vez, inauguraba una
época de supuesta libertad de prensa
en Latinoamérica. Fue el punto de partida
del periodismo argentino. Era un órgano
del gobierno, pero con la responsabilidad
de ser la voz del pueblo ante él mismo
(Fermín Luque, Op. Cit. p.102).
Recordemos que la población
letrada era una escasa minoría, formada
en su mayoría en el Viejo Continente.
Sesenta años después, hizo su
aparición en las calles porteñas,
el diario La Nación, con su
prédica de ser “una tribuna de
doctrina”. Prédica bastante alejada
del ideal de La Gazeta.
Al caso, quisiera dejar en estas
páginas un pensamiento de Mariano Moreno,
que considero que nos vendría bastante
bien para estos tiempos que corren: La
libertad de los pueblos no consiste en palabras,
ni debe existir en los papeles solamente.
Pasamos los días escuchando discursos
que repiten ideales del pasado que no nos
dejan avanzar, pero si simplemente, se recordara
esta línea de Moreno, tal vez podríamos
llegar más rápido y fácil
a un nuevo presente. Un presente que se pide
a gritos desde todos los pasados.
En aquellos tiempos postvirreinales
habitaban la “ciudad” casi cincuenta
mil personas. Y si se tomaban, al azar, diez
transeúntes, seis de ellos eran inmigrantes,
tanto latinos como europeos. Buenos Aires,
era una tierra de oportunidades, y hoy lo
sigue siendo, como lo demuestra el caudal
de inmigrantes que continuamos recibiendo.
La gran mayoría de los
trabajadores era artesanos y obreros calificados,
luego venían los comerciantes junto
a los clérigos, militares y profesionales,
y por último, aquellos que se dedicaban
al campo y al ámbito rural. Luego de
200 años, la escala parece que se dio
vuelta, dejando a los profesionales en primer
lugar, y a los artesanos y gente de oficio
muchos escalones más abajo.
La población creció
en millones, hoy son más de tres millones
de habitantes en la ciudad [en el Área
Metropolitana de Buenos Aires, MBA -Conurbano
más Capital- somos más de 14
millones]. Si hoy se despertara un porteño
de 1810 se vería abrumado por las torres,
las altas construcciones, por los vehículos
con ruedas de caucho que funcionan a fuerza
de petróleo, por las grandes avenidas
y autopistas, y sobre todo por el escaso tiempo
que nos insume llegar de una punta a la otra
en una ciudad enorme en comparación
con la suya.
Enorme porque dentro de los barrios
porteños, tenemos dos antiguos pueblos
a los que se iba a veranear y a los que se
llegaba luego de largas horas de carreta,
que son Flores y Belgrano. Enorme, porque
hoy nuestra ciudad no se limita al pueblo,
la plaza y la aduana. Enorme, porque los medios
de comunicación nos permiten “estar”
al instante donde queramos.
Buenos Aires ha sido una
de las ciudades más coquetas de la
región. Pasó de su colonialismo
al barroco, luego al monumentalismo, al art
decó, a ser ecléctica y siempre
moderna.
Todavía podemos encontrar
algún vestigio de la Buenos Aires de
1810, son escasos y nos tenemos que apurar
a verlos, ya que están en peligro de
extinción. Lo cual, parece ser una
constante en nuestra historia. Hacer desaparecer
el pasado en pos de ser una ciudad moderna.
Sin darnos cuenta, lo que construimos hoy,
lo desaparecemos mañana.
Libertad, educación y crecimiento,
deberían ser las tres constantes que
motiven el brindis de este festejo con miras
a otros doscientos años de nuestro
país.
Finalmente, en 1810 nacía
Juan Bautista Alberdi, quien diera letra y
forma a nuestra Constitución Nacional.
¿Nacerá este año alguien
que nos redacte un documento que nos dé
un nuevo punto de partida para nuestra Nación?
Catalina Cabana
[email protected]
Revista El Abasto, n°
120, mayo 2010.
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