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Secuelas
del discurso de Evo Morales
en Cochabamba
Las “ayudas”
y “correcciones” de los que “saben”
El discurso de Evo Morales
ante el encuentro en Cochabamba -una suerte
de contracumbre respecto de la habida hace
pocos meses en Copenhague instrumentada por
las “autoridades investidas” del
planeta- ha disparado una serie de reacciones
que consideramos aleccionadoras. No por su
valor, precisamente.
Una vez más se pudo comprobar
las coincidencias de cosmovisión y
valores políticos y sociales que trasuntan
lo que mediáticamente se suele calificar
de progresismo, de izquierda o derecha. Tomamos
estas calificaciones, ciertamente de modo
genérico, es decir hay excepciones,
pero lo que importa es lo que ha salido con
más fuerza a la luz.
“En medio de la risa de
los asistentes”, así se burlan
los noteros de agencias tipo AFP y ANSA* anotando
la reacción, que indudablemente existió,
cuando Morales expuso sus diatribas a los
pollos con hormonas, a los transgénicos,
a los descartables.
Por supuesto estos mismos medios
informativos confunden todo al “informar”
que Morales dijo que “la comida transgénica
es la responsable de las 'desviaciones' de
los hombres hacia la homosexualidad”.
Esta cita es sencillamente falsa y lo que
verdaderamente dijo, referido a los pollos
fue: “el pollo que comemos está
cargado de hormonas femeninas, por eso los
hombres cuando comen este pollo tienen desviaciones
en su ser como hombre”.
En la nota ya citada sobrevienen
las desprolijidades, para no mencionar la
mala fe, estampando: “Coca-Cola a la
que descalificó por considerarla un
emblema del capitalismo”. Más
allá de la exactitud semántica
de esa afirmación, lo que realmente
dijo Morales fue: “cuando se tapa la
taza del baño, ¿qué es
lo que hacemos?, llamar al plomero, […
que] nos dice, dame 5 bolivianos, 8 bolivianos,
¿para qué?, para comprar Coca-Cola;
compra la Coca-Cola y la echa a la taza del
baño, pasan minutos y ya está
destapada”.
En esa nota se critica ácidamente
la difusión de “mitos urbanos”,
y su presuntuoso autor no tiene la menor idea
de que él, precisamente, difunde mitos
urbanos, hondamente implantados, como la presunta
calidad de saludable de la Coca-Cola o de
los pollos industrializados.
Con el pensamiento de derecha
no deberíamos sorprendernos de tanto
fideísmo, de tanta confianza ciega
en “el progreso”, porque, lógicamente
es lo que les permite seguir la simbiosis
con el mundo empresario, la ganancia a toda
costa y otras bellezas que han hecho al mundo
como es. Como bien nos explicara el inolvidable
Leszek Kolakovski: “La derecha no necesita
una utopía […] pues una característica
suya es que afirma el presente […] la
derecha aspira a conservar el presente y no
a cambiarlo. No necesita una utopía
sino un engaño”.
Por una vez, las aclaraciones de un vocero
presidencial, han sido pertinentes: reconociendo
tácitamente algunas “desprolijidades”
o “desviaciones”, el de Bolivia
resumió que los medios masivos han
destacado “lo superficial” y no
“lo importante”.
Con la llamada izquierda,
el análisis y el diagnóstico
tiene que vérselas con algunas utopías.
De tanto progre con “vergüenza
ajena” por las aseveraciones del presidente
boliviano.
Examinemos el análisis
y la “defensa” que un intelectual
probado de la izquierda planetaria, Heinz
Dieterich, hace del discurso de Morales. Su
caso es doblemente interesante porque se considera
un autor antiimperialista (seguramente lo
es, con grandes vínculos con la izquierda
tercermundiana) y por lo tanto para nada eurocentrado.
Pero la ideología
encarnada es más que lo que se formula
en frases. Dieterich empieza su nota** sosteniendo
que la remanida frase de Evo Morales sobre
pollos, hormonas y desviaciones no revela
nada homofóbico.
Tal vez no asumido conscientemente,
pero es indudable que el adjetivo “desviación”
tiene una carga valorativa… crítica.
Al menos inconscientemente Morales no es equidistante
entre lo hétero y lo homo. La defensa
de Dieterich me hace acordar mucho a cierta
casuística jesuítica por lo
cual los “especialistas” de la
palabra le hacían decir a una frase
casi su opuesto. Empezamos mal.
Pero seguimos peor. Porque Dieterich
cuestiona las relaciones entre hormonas y
características sexuales, diciendo
con supina ignorancia que “no existe
evidencia [sic, quiso decir pruebas] científica
suficiente”.
Es indudable que Evo Morales
ha transitado por importantísimas cuestiones
con cierta torpeza no sabemos si producto
de libreto, de conocimiento digerido con cierta
premura o qué. Pero esta afirmación
de Morales está claramente refrendada
por estudios de biólogos, como Theo
Colborn, John Myers y Dianne Dumanoski, de
EE.UU., que a lo largo de la década
de los '90 realizaron un amplísimo
y escalofriante estudio de alteraciones sexuales
y de comportamiento animal a todo lo ancho
de EE.UU.*** causados por la enorme difusión
de agrotóxicos con composición
química asimilable a estrógenos
(los cuerpos de vertebrados, por lo menos,
los confunden). Registran diversos fenómenos
sumamente preocupantes: gaviotas de una región
que han estudiado, totalmente contaminadas
en su hábitat por agrotóxicos
que actúan como disruptores endócrinos,
se comportan como nunca antes. Por ejemplo,
nidifican y hacen pareja, que siempre fue
heterosexual, dos hembras, y una adopta el
comportamiento masculino y la otra mantiene
el femenino; cocodrilos de la península
de Florida que presentan en sus cuerpos similar
contaminación han disminuido muchísimo
su fecundidad, en realidad están extinguiéndose,
presentándose un número creciente
de machos con penes tan empequeñecidos
que ni siquiera pueden llevar a cabo la cópula.
El trabajo de Colborn, Myers
y Dumanoski mantiene en vilo a quien lo lea,
desde la primera hasta la última de
sus más de 500 páginas, con
ejemplos atroces. Pero no sólo de animales.
Revelan, por ejemplo, como las mamaderas de
policarbonato, que han sustituido por entero
a las clásicas e inertes de vidrio,
producen migraciones de sus componentes, ¿y
adónde? al vital líquido con
el que progenitores alimentan a sus bebes
(sobre todo, si no hay leche materna). Reseñan
estudios a lo largo de toda la segunda mitad
del siglo XX en EE.UU., década a década,
sobre esperma humano e indican que las cinco
mediciones han revelado una constante disminución
de espermatozoides. No cabe refugiarnos en
“variaciones estadísticas”
porque se trata de una línea continua…
descendente.
¿Quién es
entonces el imbécil? ¿Morales,
que en todo caso, entreveró o confundió
hormonas con transgénicos, pero que
planteó problemas bien reales o estos
sabihondos que creen que la contaminación
generalizada es una leyenda urbana?
Que esta problemática
no haya alcanzado al circuito mediático
principal no se debe a su irrealidad sino
a una política.
Dieterich remata su “defensa”
realzando los valores de la Europa colonizadora,
modernizadora y científica, disculpando
a Morales: “Si el actual presidente
boliviano cometió un error de conocimiento
es porque esas derechas europeas y sus apéndices
criollos han excluido a la población
indígena y afroamericana durante medio
milenio de la educación formal y de
la calidad de vida que ellos disfrutan.”
La última frasecita sería lo
único correcto de su parrafada: los
europeos han conservado celosamente para sí
la “calidad de vida”. Pero el
proyecto educacionista de dar a indígenas
“educación formal”, aparte
de su propia inanidad, revela la contumaz
confianza en la ciencia, el conocimiento y
la educación “universal”
eurocentrada, y toma así como solución
algo que es precisamente parte del problema.
Con lo dicho, no abrazamos el
discurso de Morales como el “librito
rojo” de no sé qué mensaje
salvador. Nos parece incluso que Morales está
atrapado en un proceso de fusión, no
precisamente musical, entre “la Naturaleza”
(¿mitificada?) y la modernización,
entre los explotados de siempre y la inversión
extranjera. Pero ésa es otra historia.
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
* La Nación, Buenos Aires,
22 abril 2010, sin firmas
** “Evo y las ‘desviaciones’
del hombre, COMCOSUR, Montevideo, no 1176,
24 abril 2010.
*** Our Stolen Future. Hay traducción
al castellano, Nuestro futuro robado,
Ecoespaña Editorial, Madrid, 2001.
Revista El Abasto, n°
120, mayo 2010.
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