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Reflexión sobre como el ser humano pretende medir todo con dinero

La metástasis monetaria

1. Una anécdota de la vida cotidiana
El sistema de vida que algunos califican de burgués, otros de civilización, otros capitalista, tiene una tendencia intrusiva formidable y seguramente sin par en la historia de los humanos.
   El dinero va cubriendo sucesivamente más y más áreas de nuestras vidas cotidianas. Actividades otrora impensables profesionalmente, a hacer por dinero, como el cuidado de los niños, los vínculos y la atención de los ancianos, están ahora “en el mercado” y ya casi empieza a resultar anormal, por no decir patológico, que los niños sean cuidados por quienes los quieren o los viejos vivan con seres queridos de generaciones más jóvenes…

Uno de mis empleadores me ha abierto una cuenta bancaria, “Sueldos”, por la cual me he convertido en cliente de banco. Algo que desde el 2001 rehuía sistemáticamente.
   Junto con estados de cuenta trimestrales (y tan atrasados que no tienen casi función práctica para realmente conocer y controlar los movimientos de mi cuenta) llega folletería anunciando un sinnúmero de regalos, obsequios, gangas, oportunidades, ofertas que sistemáticamente he desperdiciado. Los mismos instantes de felicidad perdida me han llegado desde cintas grabadas telefónicas (no sólo del banco al cual estoy “asociado”).
   Pero el comercialismo no se rinde. Me alcanza mediante una llamada telefónica: una voz femenina y metálica, pero humana al fin de “mi” banco me dice que se me acaba de asignar un formidable seguro contra accidentes, muy pero muy ventajoso. Cubrirá, por ejemplo, fracturas… la interrumpo y le digo que no me interesa. Y entonces, poniendo voz de desagrado ante mi descortesía me aclara con mal disimulado desdén: -Pero señor Fernández, lo hemos llamado por consideración a su edad…

Debí haberme emocionado y hecho pis de agradecimiento, pero, soy irremediable: corté. Sin llegar a explicar mi rechazo por la política de hechos consumados; “se me acaba de asignar… sin ni siquiera preguntar, porque la democracia no corre cuando se trata de clientes…

Sin llegar tampoco a explicarle que esos seguros que otorga el mercado están armados no por consideración a la edad de nadie, sino a la rentabilidad de quien “asegura”. Y que lo que podría ser un fin, respetar el avance de la edad, es apenas un instrumento: otra forma de ganar dinero.
   Estos seguros para vejestorios funcionan en la medida que la mayoría de los suscritos no se fracturen nunca o mejor dicho, se mueran antes de fracturarse, y rinda así el negocio, pero como eso no es seguro, y con el avance de la edad, sobrevienen también más fracturas, el recurso es la seducción del candidato o candidata y luego, la “letra chica” se encarga de preservar la rentabilidad mediante frases “reguladoras”, excepciones, limitaciones. Por ejemplo, si me fracturo el fémur izquierdo la cobertura señalará que ampara el derecho y si me fracturo los dos fémures, la cobertura será amplia y sin restricciones en tórax y brazos. También podrá pasar que si me fracturo en un ascensor público, no me alcanzará la cobertura y tampoco si lo hago fuera de fronteras o dentro del baño que no sea el habitual, etcétera, etcétera.

El cuentista oriental José Monegal nos mostraba el triste oficio de los enviados de las funerarias a los hospitales con la tarea de ir ubicando a los moribundos, para ofrecer cuanto antes “los servicios” a sus deudos; los “lechuza”.
   El banco “mío” no envía todavía a sus lechuzas, pero en la etapa estadísticamente previa envía a promotores que vayan valiéndose de achaques (reales o presuntos) para ir ampliando el giro de sus actividades.
Por eso pienso que el capital encarna una onda expansiva que todo lo invade. Time is money es una refrán acuñado en algún momento de esta vorágine progresiva. El tiempo es oro. La enfermedad es oro, el cuerpo es oro, la naturaleza es oro, la vida es oro, la muerte es oro…

El oro no descansa.

2. Un ejemplo de la economía mundial e institucional
Así como en el ejemplo que acabamos de relatar, vemos al dinero como motor del mundo empresario, con un caso típico de capital, ya que hablamos de bancos, el dinero es asimismo el motor que impulsa las supuestamente sacralizadas instituciones internacionales “sin fines de lucro” como la ONU.
   Cuando en 1997, una conferencia “mundial” sobre calentamiento planetario global llega a la conclusión que el aire tiene cada vez más dióxido de carbono y que semejante cambio en la atmósfera era todo menos tranquilizador. Hubo algunas propuestas de reducir las emisiones de gases del llamado “efecto invernadero”. Como los señorones de la ONU tienen que conciliar su “compromiso ambiental” con lo que rige el mundo, es decir, el dinero, se propuso un muy tímido 5% de reducción tomando como base las emisiones de 1990 para alcanzar entre 2008 y 2012. Es lo que pasó a llamarse el Protocolo de Kyoto (por la ciudad japonesa donde se hizo el encuentro).
   La delegación de EE.UU. se negó rotundamente a firmar hasta ese mini-compromiso arguyendo que iba a alterar su “estilo de vida”, que era precisamente lo que, entre algodones, se procuraba encarar.
   Pero a principios del siglo XXI, en un encuentro posterior de la misma comisión de la ONU, IPCC (Comisión Internacional por el Cambio Climático), la representación de EE.UU. trajo “la solución”: la bolsa de comercio de aire… caliente. Que consiste en comercializar cupos de contaminación, que los venda quien contamine menos de lo que “tiene derecho a contaminar” y que los compre quien “necesita” contaminar un poco más…

Acatando en apariencia el Protocolo de Kyoto, muchos gobiernos establecieron “topes” a la emisión de gases de efecto invernadero, pero las industrias dispuestas a evadir estos límites, en vez de reducir responsablemente sus emisiones pueden ahora, gracias al invento madeinUSA eludir su compromiso ambiental comprando “créditos de carbono” a otras industrias de distintas partes del mundo, es decir, adquiriendo unos bonos comercializados por el mal llamado Banco Mundial (puesto que es un banco totalmente integrado a la estructura del gobierno estadounidense). El programa de inversión en bonos o “créditos” conocido como los bonos CDM (por su sigla en inglés, Clean Development Mechanism, Mecanismo para el Desarrollo Limpio) sirve para poder contaminar “legalmente”.
   Pero la pregunta previa a semejante comercialización es: ¿de dónde proviene el derecho a contaminar, quién o qué tiene derecho a una contaminación primordial, inicial, legítima?
   Se le otorga a las empresas un derecho a algo que no debería tratarse jamás como derecho. Es como si a cada vecino se le diera el derecho a matar a otro, o a golpearlo pero con límites: no a más de, digamos, dos vecinos.
   Y la vuelta de tuerca es que ese “derecho” (a contaminar) se lo calcula en dinero. Se hacen bonos para cuantificar el daño permisible. La ONU administra “eso”.
   Así lo define una investigadora, Mary Tharin: “Es un sistema inadecuado que representa un peligro acuciante para el medio ambiente y el bienestar de las   poblaciones más vulnerables del mundo” (de “Proyecto Censurado: Fiasco del Banco Mundial con la venta de bonos de carbono”, Ecoportal).

3. Don Dinero
Observe el paciente lector que ha llegado hasta aquí en qué órdenes tan diversos de la vida, el dinero, el capital, sigue, siendo “poderoso caballero”, como lo bautizara Quevedo, hace cuatro siglos.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Revista El Abasto, n°122, julio 2010.



 

 

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