Visitamos el Museo del Agua
y de la Historia Sanitaria de Balvanera
Un viaje barrial por el
río de la historia
De Córdoba y Ayacucho a Viamonte
y Riobamba. Estas esquinas de Balvanera
que ya respiran el aire agitado del centro
encierran uno de los grandes y majestuosos
misterios del barrio. En medio del deambular
de vecinos y peatones, la imagen del imponente
Palacio de las Aguas Corrientes, donde funciona
el Museo del Agua y la Historia Sanitaria,
le gana protagonismo a la rutina y el apuro.
Puertas para adentro, aguarda la historia
de la Buenos Aires cotidiana de antaño.
Sobre Riobamba está
la entrada del Palacio. Los bocinazos de
la calle se pierden al entrar. La planta
baja está poblada de oficinas administrativas,
arriba en el primer piso espera nuestro
paseo. Allí nos encontramos con el
arquitecto jorge Tartarini, director del
Museo del Agua y de la Historia Sanitaria,
quién hará de capitán
para navegar las ríos de la historia.
Al igual que un vaso de agua, un recorrido
por este museo no se le niega a nadie, así
que a paso firme zarpamos.
“El programa
cultural de la empresa estatal AySA tiene
tres patas: la Biblioteca Agustín
González, el Museo y los Archivos
de Planos Históricos y Domiciliarios,
con los diagramas de las redes de la ciudad”,
nos introduce Tartarini en su oficina. “En
Buenos Aires está presente desde
sus comienzos: su fundación se realizó
frente al Río de la Plata, allí
hay una simbiosis entre ambiente, territorio,
cultura y población que nunca se
quebró. A pesar del puerto, siempre
estuvo el dialogo entre el río y
la Pampa”, rememora el arquitecto.
El Palacio no sólo
se roba la mirada de los vecinos y curiosos,
sino que también ha despertado varios
mitos urbanos. “Se decía que
iban a poner la casa de Gobierno, hay- varias
narraciones que se generan por la fuerte
presencia que tiene en el barrio, no las
queremos desalentar por la mística
que implican, pero también buscamos
develar las historias que hay detrás
de estos muros revestidos por piezas multicolores”,
sostiene Tartarini entre sonrisas.
Como para no generar
historias anónimas frente a tan imponente
lugar: “Mucha gente dice que el edifico
es desarmable, en realidad los barcos trajeron
las piezas desde Inglaterra y acá
se ensamblaron como un modelo para armar.
La estructura de hierro fue traída
de Bélgica. Es único en el
mundo. Además de ser Monumento Histórico
Nacional, la estructura de hierro es considerada
la máxima creación en fundición
de hierro del siglo XIX fuera de Europa”.
Acto seguido, el
camino por los pasillos del imponente museo
comienza. Casi como un viaje en el tiempo,
nos cruzamos con una sala llena de piezas
antiguas, caños y sanitarios de la
época. “En San Telmo todavía
hay varios de éstos”, señala
el arquitecto.
Una vez que ingresamos
en los pasillos donde asoman los tanques
de agua el panorama es casi antagónico.
La sutileza de las cerámicas y los
muebles de época cambiaron a una
escenografía metálica e imponente.
Caños enormes que van del techo al
suelo y parecen recorrer la manzana entera
dominan la escena. “Toda la manzana
era el tanque de agua”, sintetiza
Tartarini con la mirada puesta en el gigante
de acero con la familiaridad de quien conoce
cada uno de sus engranajes.
Es allí donde
se “guardan los planos históricos
de las casas de la ciudad”. “Para
que alguien tuviera su instalación
sanitaria tenía que presentarlos”,
sostiene el arquitecto. “Es material
de estudio muy importante. Cualquier vecino
puede venir a pedir su plano”, añade.
Sobre uno de los
pasillos hay un sector dedicado al bicentenario.
“En general se hacen muestras y presentaciones
de libros, para el aniversario patrio decidimos
hacer una ambientación de la Buenos
Aires del 1800 para explicar la precariedad
de esa época”, comenta mientras
se para en una esquina porteña de
la Revolución de Mayo.
En esta marcha hacia los
comienzos de la patria, Tartarini comenta
cómo era la vida cotidiana de aquellos
días. Por un lado estaban las pulperías,
siempre ubicadas en los cruces de las polvorientas
calles, que, al no tener vidrieras, abrían
sus puertas de par en par. En las casas
de familia se obtenía agua a través
del aguatero o de los aljibes; aunque lo
último era lo menos común,
ya que había muy pocos en la Buenos
Aires colonial.
“Los aguateros cargaban
en el río, entraban con la carreta
hasta que el agua llegaba a la panza de
los bueyes. Era un gremio complicado, se
quedaban charlando con las lavanderas en
la orilla y no iban muy al fondo. El problema
estaba en que no era lo más saludable
beber el agua de la orilla, por lo que las
señoras tenían que decantar
el líquido en los patios de sus casas”,
destacó.
En cuanto a estos protagonistas
orilleros, las lavanderas se ganaron su
público con los años: “Las
familias a la tarde cargaban el mate e iban
a ver cómo lavaban la ropa, entre
ellas cantaban y hacían bromas”.
Como no podía ser de otra forma,
muchas veces este “chamuyo”,
con los aguateros con el Río de la
Plata de fondo, “terminaba en casamiento”.
Tal como estas perlitas
de la Revolución de Mayo, el recorrido
entero de este espacio es una puerta abierta
a nuestras raíces. “Lo que
enseñamos, con la excusa de la historia
del agua, es que éste es un recurso
vulnerable y escaso. El patrimonio también
es un recurso no renovable, sí perdemos
este edificio, se pierde un eslabón
de la memoria. Si uno quiere reconstruir
el ayer y le falta este lugar, quedan lagunas
sobre el pasado, lo que genera conclusiones
erróneas sobre nuestra historia”,
reflexionó.
Juan Manuel Castro
[email protected]
Un
poco de historia
Este edificio fue proyectado 1872. Había
una planta de purificación en Recoleta,
el hoy Museo de Bellas Artes. El agua se sacaba
del río, se purificaba y se enviaba
a este tanque. De acá se distribuía
a toda la ciudad al ser una de las zonas más
altas de Buenos Aires. Se construyó
en siete años: entre 1887 y 1894. Se
proyectó cuando el Gobierno se lo encargó
a proyectistas ingleses, quienes hicieron
todo el plan sanitario de la ciudad. Les pidieron
un monumento a la importancia a la higiene
pública, por lo que decidieron revestirlo
con 300 mil piezas cerámicas para resguardar
el gran tanque de agua. Costó el 60
por ciento del presupuesto de las obras sanitarias.
Este edificio se proyectó cuando la
ciudad tenía casas de planta baja y
un solo piso. La Planta potabilizadora General
San Martín reemplazó su función
al inaugurarse en el año 1913. En la
década del ´20 comienza la primera
generación de rascacielos, como el
Palacio Barolo. Hace cuarenta años
que los tanques están reestruc-turados
para archivar planos de redes. Hoy la actividad
cultural impera en el Palacio de Aguas Corrientes.
Para solicitar una
visita al Museo se puede escribir
a [email protected] o llamar al
6319-1104. Para recorrer la Biblioteca hay
que enviar un correo a [email protected]
o llamar al 6319-1882. Los Archivos se pueden
consultar a través de [email protected]
o el 6319-1025. Los recorridos son gratuitos
y están abiertos al público;
también se pueden programar visitas
grupales.
Revista El Abasto, n° 124 , septiembre
2010.