Tan solo un año
mas
El 28 de septiembre
de 1839, don Julián de Almagro, un
distinguido comerciante, compró una
serie de lotes en el mismo lugar donde hoy
y desde 1884 se emplaza la confitería
Las Violetas. Algunos años mas tarde,
en 1857 el viejo Ferrocarril del Oeste bautizó
una de sus paradas con el nombre de Almagro,
en agradecimiento a don Julián que
había cedido parte de sus tierras
para la construcción de la estación.
El transcurso de los años
convirtió a Almagro en uno de los
barrios más distintivos de Buenos
Aires. Figuras monolíticas recorrieron
sus calles. Y hoy todo sigue adelante y
los hombres del futuro (si todo va bien
y el estado de guerra permanente en el cual
vive el mundo no lo destruye todo) recordarán
las leyendas del año 2000.
Así es que decidí
realizar mi propia conmemoración
de un nuevo aniversario del barrio saliendo
a caminar sus calles, observando en silencio
como un antropólogo urbano o quizás
tan solo, como un turista algo torpe que
busca llevarse algo para contar. O escribir.
Inicié mi itinerario
tomando San Luis desde Billinghurst. Esquivando
las esquirlas de vidrios rotos producto
de los constantes robos de estéreos
que hay por la zona. Una mañana de
domingo llegué a contar seis autos
con sus ventanas rotas todos estacionados
en la misma cuadra. Algunas cosas nunca
cambian.
Bien, doblé en
Gallo sentido a Corrientes y claro, divisé
el imponente edificio del ex Mercado del
Abasto donde los tomates podridos por el
sol que Luca describió ya no estaban.
Justamente, me detuve en el edificio de
Gallo 492 donde una placa en la pared nos
recuerda que ahí vivió Prodan,
ese fuelle tano que respirando pampas se
aporteñó. Hice una reverencia
y seguí.
Crucé Corrientes,
seguí hasta Sarmiento y doblé
con dirección a Plaza Almagro. Dos
cuadras mas adelante dos señoritas
me preguntan cómo llegar hasta el
shopping. Les indico el camino, me cuentan
que son turistas rusas y que se llaman Victorya
e Inessa. Las rusas arman terrible alboroto
entre los automovilistas que a puro bocinazo
manifiestan su enamoramiento repentino.
Algunos metros más
allá, caminan dos vendedores senegaleses
con sus portafolios y su exhibidores rojos
con forma de paraguas. Criollos, turistas
e inmigrantes de todas partes del mundo
con sus sueños, creencias y costumbres
a cuestas viven en este barrio que es como
una Babel del siglo XXI.
Llego a la remodelada
Plaza Almagro y me siento frente a su mítica
calesita. El mundo sigue girando y los niños
aún no lo saben. Ya habrá
tiempo para enterarse. Ahora a divertirse.
En las mesas, dos hombres mayores juegan
al ajedrez. Hacía mucho que no veía
esa imagen clásica. O la gente ya
no juega al ajedrez o ya no lo hace en lugares
públicos. El tiempo se detiene. Pero
debo seguir. Así que doy la vuelta
alrededor de la única plaza del barrio
y me encamino hacia Medrano.
Mi próxima parada
es Las Violetas. Me acomodo en una de sus
mesas y por supuesto mis ojos inmediatamente
son dirigidos hacia los vitrales y sus imágenes.
El piso blanco y negro llama mi atención
también. La confitería arde
y si sos de Almagro es una referencia obligada.
Termino mi café y salgo. Paro un
taxi sobre Rivadavia que dobla en Gascón.
Me dirijo a donde partí y mientras
tanto voy pensando en los miles de lugares
que tendría que visitar y en todos
los que debería mencionar para dar
una idea completa y compleja de la identidad
particular del barrio. El chofer toma Billinghurst
y allí está el Banderín,
propiedad de don Mario Riesco, hijo de don
Justo, quien en 1929 inauguró no
solo una bar sino toda una tradición
y una liturgia para muchos que gustan de
sentarse en sus mesas a tomar un café
o una cerveza acompañado de un sándwich
de crudo preparado como debe prepararse.
Llego a mi esquina, otra
vez. Feliz cumpleaños, barrio querido.
Damián Marsicano
[email protected]
Revista El Abasto n°125,
octubre 2010.