Reflexiones sobre la moda
del café “take away”
El
colonialismo mental a través de los
cafés
La cadena de cafeterías Starbucks
ha desembarcado en Buenos Aires hace ya
unos años, pero hace pocos meses
encaró una campaña para incrementar
sus adeptos.
Haciendo uso de una vieja
técnica; un periódico brinda
sus hojas para un “artículo
periodístico” que presente
una información plural que no se
parezca demasiado a propaganda.*
Y qué mejor que
invocar la objetividad periodística
por la cual se presenta en la misma nota,
no sólo a Starbucks que se lleva
apenas un 50% del espacio, sino también
a otras cadenas cafeteras como Burger King
(sic), Havanna, Martínez…
La prueba de que no se trata de propaganda
la da el nombre de la autora de la nota
de investigación, Gabriela Silvestre,
¿o no?
Esta investigadora nos
revela que se ha iniciado toda una moda
en Buenos Aires, la del take away; tomar
un café alejándose del mostrador
y toda mesa, en la calle.
Usted, de pronto, ni se
ha enterado, como yo, de semejante moda.
Tal vez ni siquiera sabe de qué se
trata denominada así, tan en criollo…
Pero no se vaya a creer que semejante denominación
responde a alguna tilinguería o colonialismo
mental que se nos introyecta delicadamente,
como con tanto off, sale, shopping center,
happy hours con que procuran persuadirnos
de alguna novedad “irresistible”.
El take away viene ligeramente
trasnochado en el tiempo, por cuanto era
el recurso por excelencia para tomar café
en tiempos de privatizaciones y precarizaciones.
Cuando uno, si quería tomarse un
cafecito pero tenía la suerte de
tener un trabajo, más le valía
no perder ni un minuto, pedirlo en el mostrador,
recibirlo en un envase plástico -que
con suerte podía tener alguna migración
o desprendimiento hacia el café-
y salir con él y seguir caminando
con él y tomárselo bajando
las escaleras del subte o en alguna otra
situación de comodidad extrema…
El café take away
constituye la mejor expresión de
esclavitud y dependencia: uno no puede siquiera
tomarse un cafecito en paz. Ni siquiera
con una minipausa. Tiene que hacerlo caminando…
El abordaje de Gabriela
Silvestre es así particularmente
esforzado, casi heroico: tiene que crear,
propiamente una costumbre, que prácticamente
no existe en la ciudad; la de comprarse
un café e irse tomándoselo,
y se vale para ello de registrar todos los
datos de esa misma realidad que no existe
pero que procura preformar…
Esfuerzo mayúsculo,
entonces. El título de su nota es,
precisamente: “La moda de tomar el
café en la calle”. ¿Usted,
lector, la conoce? Le ruego nos escriba
si ha logrado captarla.
Starbucks, nos entera
Silvestre, “es una marca pionera en
instalar la tendencia de consumir el café
en un vaso plástico”. ¡Otra
maravilla! Con suerte, hasta podemos incorporar
algunos ftalatos u otras moléculas
plásticas a nuestro brebaje si la
extrusión no es del todo perfecta.
No tanto como para cambiar sus características
organolépticas, porque se trata -siempre
que existan-, de micromagnitudes. (Pero
ningún vaso plástico tiene
la calidad para albergar un líquido
caliente que tiene la porcelana, la loza
o el vidrio.)
Pero el vaso plástico
no sólo puede llegar a brindarnos
sustancias inesperadas, algo incierto, sino
que hace una aporte cierto y seguro a la
montaña de desechos que -american
way of life mediante- “producimos”
con nuestros “residuos sólidos
urbanos”, día a día.
Pero, claro, con vasitos plásticos,
eliminamos el desagradable trabajo de fajina
que significa que todos los que atienden
el expendio de cafés en plástico
pueden desentenderse de la limpieza arrojando
en enormes bolsas plásticas todos
los desechos cotidianos que hará
una “hermosa” montaña
de residuos en Wilde o González Catán,
más bien lejos de casi todos nuestros
hogares, para que su lixiviado -los desechos
líquidos que cualquier juntadero
de residuos va formando lentamente, sumamente
tóxico y a menudo corrosivo- vaya
penetrando de a poco en las napas, en las
cuales poco tiempo después, vamos
a “descubrir” una serie de elementos
inaceptables para nuestra salud; plomo,
cadmio, manganeso, cromo y un largo y terrible
etcétera.
Pero no echemos más mala onda: Starbucks
y las cadenas cafeteras que nos invitan
a tomar un café apurado y caminando
hacen su agosto en los lugares más
“pintones” de la ciudad: en
Paseo Alcorta, en el Faena Art, en el Molinos
Building and a lot of… ah perdón,
y en un montón de lugares superdistinguidos.
A ver si aprendemos a
saborear en inglés, y a pensar en
inglés y a anhelar estar en un país
que valga la pena, que sea english...
Nuestra introductora es
elocuente: “El servicio de 'take away'
para que el cliente pueda tomar un café
en la calle, en el colectivo, en la oficina
o donde se le ocurra, es una novedad de
la que nadie quiere quedar afuera y no deja
de sorprender a los porteños.”
El precio también
debe sorprender a muchos porteños,
puesto que los cafés, si son grandes,
pueden llegar a los 20 pesos. Pero te quedás
con el vasito de plástico para siempre,
¿qué te parece?
Yo ya me apunté,
para tomarlo en el colectivo; cuando frena
suele ser emocionante llegar a manchar hasta
a tres acompañantes…
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
* Por ejemplo, La Razón,
17 / 9 / 2010.
Revista El Abasto, n° 127 , diciembre
2010.