Violencia doméstica:
síntoma de la cosificación
del sujeto
Los casos de violencia
están cargados de agresividad instintiva,
innato en el ser humano, y muchas veces
en el no poder llegar a una instancia
de diálogo porque se han agotado
justamente los recursos para ello. Muchas
veces por falta de instrucción,
de saberes. En muchos casos podrá
incluso implicar elementos de perversión
o sadismo. Cabe agregar que sin ninguna
duda las reacciones violentas se incentivan
desde la información unilateral
que baja por la caja boba -donde se mostrará
que la violencia es algo común,
matar algo cotidiano y donde héroes
en la ficción, hoy por hoy, hasta
torturan- así como desde videojuegos,
que proponen la violencia como camino
lúdico de goce, al menos en el
plano virtual. Sin embargo, pensamos (no
sé si todos), y por ende sabemos
diferenciar la realidad, tantas veces
de mierda, por esa ficción tantas
veces importada.
En el caso de
la violencia doméstica hay otro
ingrediente que entra en juego, el sentirse
“más que el otro”,
o mejor dicho “dueño del
otro”. Hablar de feminicidio y violencia
de género nos lleva indudablemente
a la visión de la mujer como objeto,
del cual el asesino y/o abusador se siente
propietario. Sin embargo, limitarnos a
ver solamente al género femenino
como presa de la cosificación del
ser humano es un tratamiento reducido
de la realidad en la que estamos inmersos.
Sin duda ellas caerán más
en el triste rol de víctimas que
los hombres por la sencilla razón
de que el hombre, por lo general, es más
grande y posee más fuerza muscular.
Pero hay casos -menos por cierto- donde
la situación se da a la inversa:
mujer golpeadora, hombre golpeado. Y ya
que estamos con la violencia doméstica
vale no olvidar un resabio vergonzoso
de antiguas formas de “educación”:
violencia contra los niños.
¿Cómo
es que una persona se puede llegar a sentir
dueña de otra? Nuestra fuerza de
voluntad y nuestro individualismo, sumado
a nuestro sentido de comodidad nos ha
llevado históricamente a utilizar
a otros en nuestro beneficio. “El
hombre lobo del hombre” etcétera.
El sistema operante actual no es una excepción.
Y la realidad actual es que todos los
sujetos estamos un poco aprisionados por
este sistema que nos cosifica continuamente.
Un claro ejemplo de la cosificación
del sujeto ha sido señalado por
pensadores, como George Lukacs, que desglosaron
los modos de producción dominantes
que proponen una mirada donde un trabajador
constituye un eslabón en la cadena
de producción y por ende es totalmente
prescindible a la hora de que, por algún
motivo, no sea más funcional. El
que pone así su cuerpo para poder
llevarse un sueldo a fin de mes pone únicamente
lo que dicha cadena productiva le exige.
Nada más. Él está
presa de la comodidad y esa falsa seguridad
que ese puesto de trabajo implica. Otro,
por lo general con capital de inversión,
arriesgará y si las cosas andan,
ganará provecho de aquella actitud,
materializada en la famosa plusvalía
marxista. El empleado a la larga se sentirá
vacío, distante del producto final
y distante de la empresa. Y lo que es
peor, se sentirá alienado en su
propia existencia. Se lo demanda como
objeto, se “vende” como objeto,
termina sintiendo que lleva una vida de
algo que no es, pues nació como
persona, como sujeto. Desde luego habrá
comercios o empresas, así como
actitudes de empleados, que no necesariamente
siguen este triste manual (para unos,
lucrativo). Pero de este modo están
echadas las cartas hoy en día.
El estado, más
allá de que mantenga sus empleados
del mismo modo, encasilla a los ciudadanos
en objetivas planillas donde a cada cual
nos corresponde un número. Pasamos
a ser XX, DNI tal y cual. Más aún
cuando le sumamos el condimento del anonimato
de la gran ciudad. Al alquilar una vivienda
pasa lo mismo, somos un número
para el que usufructúa la renta.
Pocos quedan de la vieja usanza. O cuando
vamos al supermercado, el número
que importa por lo general tiene signo
de pesos. O en macropolítica: se
mata sujetos por objetos (léase
ganancias); se salva a los bancos y no
a la gente, etcétera. Encima la
objetividad está sobreevaluada,
principalmente en términos periodísticos
(aunque todos sabemos ya que es imposible).
Y está sobrevalorada la homogeneidad,
por sobre nuestras diferencias…
Alguien dijo alguna vez, todos nacemos
diferentes y morimos iguales.
Rafael Sabini
[email protected]
Revista El Abasto, n° 129 ,marzo 2011.