Fukushima, Chernobyl...
¿y Atucha?
Energía nuclear...
la tendremos de postre
Uno de los periódicos
porteños con mejor información,
aunque muchos lo consideren apenas una hoja
de humor, Barcelona, explicita
el “apocalipsis que se viene”.
Incluye bombardeos de la OTAN sobre Libia,
los terremotos de los últimos tiempos,
el maremoto en Japón y la radiactividad
como una amenaza cada vez más ominosa…
En verdad, esta reedición
de ataques de grandes países colonialistas
o imperiales como Francia, el Reino Unido
y EE.UU., ahora sobre Libia, como hace una
década sobre Irak, nos impone una
toma de posición. Hasta egoísta.
Porque parafraseando a Nimöller/Brecht
ten-dríamos que ir poniendo las bardas
en remojo porque no sabemos cuándo
vendrán por aquí…
Sin embargo, y con toda
la gravedad del imperialismo redivivo, optamos
por un escueto abordaje del desastre nuclear
japonés, procurando rastrear algunos
datos significativos.
1. Lo que
va de la periferia al centro planetario.
Los recientes terremotos en Chile y Haití
han sido atroces. La atrocidad está
en proporción directa a la pobreza.
Cuanto más pobres, más afectados.
Pero la atrocidad del
sismo en Japón, un país hiperindustrializado
y altamente nuclearizado, ha tenido un agregado
más tenebroso y ominoso aun, que
la pura tragedia de la aniquilación.
Y es que el escape de radiactividad es,
en sí, una verdadera Caja de Pandora.
2. Los
escasos y dosificados datos obtenidos mediáticamente
nos estarían revelando que Fukushima
es peor que Chernobyl. Pese a todo el palabrerío
“tranquilizador”. En Chernobyl,
seis días después de la explosión,
se nos informaba que la radiactividad estaba
bajando, aunque el incendio duró
9 días; en Fukushima, durante casi
tres semanas siguió aumentando. Y
eso que en Ch. se habló de nivel
7 de peligrosidad (máximo) y en F.,
5 (aunque hace pocos días resituaron
el nivel en 6 y ya algunos anuncian 7…).
3. ¡Y
en qué proporción ha aumentado
la radiactividad en F.! El 15 de marzo los
datos oficiales u oficiosos (nunca se sabe)
daban que la radiactividad en las zonas
de desastre era mil veces superior a la
normal, aunque quienes suministrarían
estos datos a la prensa, jamás cuantifican
lo que es la radiactividad normal, básica,
“natural”…
No he podido encontrar
datos comparables, apenas datos sueltos
que me atrevo a comparar con sumo recaudo:
por ejemplo, en 1986, algunos territorios
suecos recibieron alrededor de la cuarta
parte de la radiactividad descargada sobre
territorios ruso, bielorruso y ucranio (los
territorios más castigados entonces).
El territorio sueco más próximo
a Chernobyl está a unos 1300 o 1400
km.
En Suecia, 6 días
después de la catástrofe la
radiactividad decuplicaba la “normal”
y en algunas zonas al norte de Estocolmo
(cerca de Uppsala), con fuertes lluvias,
llegaba a ser 100 veces la “normal”.
Estamos muy, pero muy
lejos de los índices de radiactividad
que hoy nos presenta Fukushima (aun multiplicando
por 4). Efectivamente: “cuando
el reactor número 4, el único
afectado de Chernobyl, quedó fuera
de control, generó vapores radioactivos
cien veces superiores a los niveles máximos
permitidos”.1
El 26 de marzo se difundió
que para Fukushima, la radiactividad era
10 000 veces superior a la “normal”.
Al día siguiente se nos habló
de 100 000 veces superior a la “normal”.
Magnitudes aterradoras. E incomparables
con las de Chernobyl. Y eso que “la
liberación de material tóxico
[en Chernobyl] fue 500 veces mayor que el
generado por la bomba atómica arrojada
en Hiroshima en 1945.” 2
4. En Fukushima,
pese a formulaciones de los ingenieros nucleares
que sostienen que “los reactores
son encerrados en recintos herméticos
que, en caso de accidente, impedirían
que las cenizas radiactivas se expandieran”,
3 el escape de material radiactivo está
totalmente fuera de control. Por otra parte,
la única palabra que se acerca a
la verdad en la frase de Guéron viene
a ser “impedirían” por
su falta de carácter afirmativo.
5. El maremoto
puso en crisis las usinas nucleares al quebrar
el suministro de electricidad mediante grupos
electrógenos y destruir los mecanismos
de refrigeración, absolutamente imprescindibles
por el enorme calor que acumula la fusión
nuclear y que hace que los tubos de material
radiactivo que no se enfríen se derritan
y escape radiactividad en oleadas “industriales”…
El desastre provocado
por terremoto y tsunami obligó a
los encargados de las usinas nucleares a
sustituir el enfriamiento con agua de circuito,
dulce, cuyas cañerías y depósitos
estaban colapsados. Por ello, el lunes 14
apelan con desesperación al agua
de mar (que se fue irradiando a un ritmo
sobrecogedor; el 26 de marzo se hablaba
de 1250 veces lo “normal” y
el 27 de 1850 veces lo “normal). Pero
se tuvo que abandonar ese método
de enfriamiento porque la corrosión
que estaba provocando o que iba a provocar
el agua salada sobre las instalaciones y
las cañerías podía
ser devastadora. Una vez más, la
enmienda peor que el soneto…
6. Es muy
arduo conocer y medir los efectos de las
dosis bajas de radiactividad. Sus efectos
diferidos, causa de trastornos crónicos,
hacen difíciles los estudios epidemiológicos.
Los seres humanos estamos expuestos -y cada
día más- a muy diversos factores
contaminantes: desde productos transgénicos
hasta la selva química en alimentos,
vestidos y hogares, desde la radiactividad
que provenga de una fuente grande o chica
actual (como puede ser hoy Fukushima) hasta
la antes “liberada” y siempre
presente de las explosiones nucleares que
durante décadas desplegaron estadounidenses,
rusos y franceses “estudiando”
sus efectos, la de los “accidentes”
de Chernobyl, Three Miles Island y tantos
otros, la suspensión atmosférica
de explosiones como las de Nagasaki e Hiroshima,
más la radiación que uno reciba
con una tomografía, con placas torá-cicas
y hasta con placas bucales… Todo se
acumula de tal modo que hoy ya no podemos
hablar -como hasta mediados del s. XX- de
radiación “natural”,
la que nos alcanzaba “en la montaña”
en cualquier excursión y que fue
el “caballito de batalla” de
todo médico que consideraba necesario
o cómodo castigar el cuerpo de un
paciente con una placa, “explicándole”
al ignaro, que la radiación que entonces
iba a recibir era menos que un par de días
en la montaña…
7. Lo que
sí se sabe, desde hace décadas,
de antes de Chernobyl, es que las dosis
bajas, las que se consideraban subclínicas,
“son mucho más peligrosas
de lo que imaginábamos”.
4 No se sabe cuál es el daño
de la radiactividad, invisible, incolora,
inodora, insípida, inaudible y sin
olor. En rigor, es una bomba de tiempo,
otra más que la humanidad ha puesto
en su camino.
8. Fukushima
consta de 6 usinas, unas a 270 km de Tokio,
otras a 120 km. Tokio contiene 38 millones
de seres humanos. Inevacuables. Buenos Aires
está a 114 km de Atucha. Que el gobierno
proyecta ampliar. Buenos Aires, otra megalópolis
de las diez mayores del planeta, tampoco
es evacuable. ¿Tiene sentido jugar
así con los riesgos a la salud de
tantos humanos?
Hace ya unos cuantos años,
Christina Ringsberg, periodista sueca, se
preguntaba: “¿Podrá
terminar la energía nuclear con todos
nosotros [la especie humana]?”
5 Ringsberg desmenuza los costos “iniciales”
y verifica que lo de “energía
barata” es un mito.
Basta poner un ejemplo
mucho más reciente; los “177
recipientes de hormigón rellenos
de material radioactivo” de la reserva
de Hanford en el estado de Washington en
EE.UU. que desde 1945 alberga unos 200 millones
de litros de residuos nucleares. Hanford
Challenge, una agrupación ecologista
local, informa de que para mantener la limpieza
y seguridad de ese enorme depósito
trabajan 12 000 empleados. Que han “progresado”
en la atención del lugar porque antes
procuraban descargar tales residuos “en
la naturaleza” pero que sabiendo la
peligrosidad de ese material, que hay que
contarla en milenios, tienen miedo que la
administración en algún momento
restrinja fondos, baje normas de cuidado…
Ringsberg nos aclara que la energía
nuclear, por su enorme potencial energético,
nos promete continuar con una sociedad de
altísimo consumo, profundizar el
desgaste planetario, pero además
ir sembrando de fuentes de radiactividad
cada vez más sitios del planeta…y
recordemos que la radiactividad no desaparece
sino que, por el contrario, se acumula…
es nuestra mejor “garantía”
de cánceres, mutaciones, monstruosidades
e infertilidad a futuro. “¿Cuándo
alcanzaremos nuestro límite de resistencia
a la radiactividad?”
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
1 Fanny Palacio, “Diez datos importantes
sobre Chernobyl, Sexenio Extraordinary Life,
Miami, 31/3/2011.
2 Ibíd.
3 Jules Guéron,
L’energie
nucléaire, París, 1977,
¿Tanta estulticia era antes o después
de Three Miles Island (que fue en marzo de
ese año)?
4 Karl Z. Morgan, un investigador estadounidense,
partidario de la actividad nuclear para energía
y en medicina, pero sin embargo muy crítico
de las desprolijidades de construcción
y del desconocimiento supino de los riesgos
que han caracterizado los desarrollos nucleares,
ha verificado que los trabajadores de las
usinas nucleares tienen entre 10 y 20 veces
mayor morbilidad que la que se suponía
“debían” tener [aunque
no da la relación de esta expectativa
con la de la población general]. Conferencia
en Copenhague, 1979.
5
Dagens Nyheter, “Ska kärnkraften
få ta kål på oss?, Estocolmo,
4/5/1980.
6 Shaun Tandon,| AFP IP, 27/3/2011.
Revista El Abasto, n° 130 , abril 2011.