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En nuestra Capital ya no hay leche sino unos líquidos homegenizados, con agregados y tratamientos diversos, y ahora también ¡cancerígenos!

Lo que nos dan por leche

Hace pocas semanas circuló en los medios electrónicos, pero no en los medios de incomunicación de masas, no en la radio, los diarios y la tele, un artículo denunciando lo que ingerimos a nombre de leche y lácteos con el ilustrativo y contundente título “La leche produce cáncer”. *
    La cuestión, lamentablemente no es nueva; una vez más, esta vez desde el sur patagónico se nos recuerda el estado alimentario a que hemos sido llevados.
Diego Ignacio Mur articula su denuncia sobre un factor que ha sido incorporado a la leche, mejor dicho a las vacas lecheras en Argentina cuando el país ingresó con bombos y platillos en “la revolución biotecnológica”, en tiempos del colonial yanqui Menem.
    Nos referimos, como se refiere Mur, a la hormona transgénica de crecimiento bovino (rBGH). Se trata de un invento de los laboratorios que vienen ocupando el espectro alimentario mundial, para “darnos más y mejor de comer”, según ellos, para incrementar la producción de leche en vacas criadas por el hombre desde hace mucho tiempo para suministrar mucha más leche de la que producen naturalmente. Se trata entonces de una suerte de incremento de segundo grado. Ahora, validos de la ingeniería genética.

    Cuando decimos “ahora” nos referimos al primer lustro de la década de los '90 tiempo en que finalmente las autoridades sanitarias de EE.UU. aprueban el procedimiento.
    Paradójica aprobación, puesto que la producción láctea de EE.UU. es superavitaria al menos desde la década de los '50. Pero que se entiende si se tiene en cuenta que los alimentos para EE.UU. no sirven tanto para alimentarse como para manejarlos como arma de dominio planetario.
    Hace unos 15 años, entonces, hubo toda una tormenta política, informativa, cuando EE.UU. empezó a exigir que se aceptaran sus exportaciones lácteas provistas de rBGH. Luego de muchas demandas y estrados judiciales, la Unión Europea y hasta el hermano menor norteamericano, Canadá, prohibieron la presencia de la hormona recombinante y productivista en sus alimentos. Argentina, en cambio, enamorada de la modernidad a la american, aceptó gozosa su ingreso.
   El uso de rBGH es altamente problemático porque el aumento de mastitis en las ubres de las vacas así tratadas es manifiesto. Por eso, se ha ido haciendo cada vez más común que ingiramos leche con antibióticos. Porque las grandes cadenas lecheras ya no rechazan producción de leche con mastitis; “sencillamente” anulan el patógeno con antibióticos. La rBGH es así uno de los factores, como la propia ingeniería genética es otro, por los cuales se masifica tanto el uso de antibióticos que el mundo médico está registrando con creciente preocupación por la consiguiente pérdida de efectividad para el tratamiento de enfermedades infecto-contagiosas.
   Pero la mayor preocupación por el uso de semejante hormona es la conexión que se aprecia con cánceres. El suministro de la hormona transgénica estimula en el organismo receptor, ya sea vaca o humano, la hormona de crecimiento que naturalmente tenemos, denominada IGF-1. Ya desde el siglo pasado se sabe que “los varones con altos niveles en sangre de la hormona natural IGF-1 (factor de crecimiento 1 tipo insulina) son cuatro veces más propensos al desarrollo de cáncer de próstata que los que tienen niveles más bajos”. **
    Similares estudios con mujeres revelan que ellas tienen hasta siete veces más propensión al cáncer de mama con niveles altos de IGF-1.
    Otra enfermedad relacionada con altos niveles de IGF-1 es acromegalia.
Tales investigaciones llevaron a Samuel Epstein, médico, investigador, estadounidense a afirmar que “con la complicidad de la FDA [Dirección Federal de Medicamentos y Alimentos, la ANMAT estadounidense] toda la nación está siendo sometida a un experimento en gran escala que supone la adulteración de un alimento básico muy antiguo por un producto biotecnológico pobremente caracterizado y sin etiquetado… que posee grandes peligros potenciales para toda la población estadounidense.” *** Porque, por supuesto, Monsanto, patentizador de tal evento transgénico, logró impedir que la leche saliera al mercado señalando la presencia o ausencia de tales hormonas. En Argentina, porque somos perfectos imitadores, los grandes consorcios que proveen de leche o lo que así se llame a la población, lograron similar escamoteo: ningún envase nos dirá si lo que viene adentro es transgénico o no.
    Por eso la nota de Mur es fuerte: denuncia con nombre y apellido a todas las grandes usinas lácteas que usan tal estímulo para la producción de leche. Y como bien se sabe, los rasgos que se consideran temibles de leches así constituidas, se prolongan en sus derivados; quesos, mantecas, etcétera.
    Nosotros hemos apenas verificado que de las marcas que circulan en Buenos Aires únicamente hay una marca que no figura entre quienes usan leches transgénicas (no tenemos intención de hacer propaganda por ninguna marca, pero la única que no vimos en el listado de Mur es La Suipachense, y no sabemos si es porque se provee de leche sin tal hormona agregada).
    Lo que pone una vez más sobre el tapete esta nueva advertencia del periódico patagónico es que los lácteos, como por otra parte, todos los alimentos, son más confiables sin agregados químicos o bioquímicos (como las modificaciones transgénicas).
    Nos pone en negro sobre blanco cómo podemos convertir un alimento tradicional de alto valor proteico en una herramienta patógena con lo cual queda dicho que los alimentos no sólo deben alimentar sino ser sanos. Y eso se obtiene con producción orgánica, sin agrotóxicos ni combinaciones que sólo persigan incrementar la rentabilidad.
    Leche y lácteos provenientes de vacas alimentadas a pasto (y a lo sumo con complementos forrajeros en invierno, por ejemplo, para defender la sobrevivencia).
    Ahora, en Buenos Aires, en esta megalópolis con 14 millones de habitantes, ¿cómo hacemos para conseguir leches confiables?
    No es tema de fácil solución. 1) Mudarse a lugares con mayor acceso a alimentos menos procesados. 2) Elegir alimentos que presenten un cuadro menos tóxico. 3) Buscar proveedores de, en este caso, lácteos orgánicos. Esto último es casi como buscar una aguja en un pajar, pero existen. El mercado de la calle Bonpland, el de la calle Dorrego casi Córdoba… hay que buscarlos, pero existen. Un puñado de lecheros estoicos y persistentes que siguen haciendo quesos y yogures orgánicos, por ejemplo.
    El mercadismo rabioso nos impone no sólo aditivos potencialmente patógenos sino también una serie de medidas medicalizadoras como para demostrarnos que se nos cuida. Por eso, cada envase suele tener fortificaciones con calcio, hierro, vitaminas. Lo que no explicitan es que junto con ello nos contrabandean elementos transgénicos (que uno puede aprender a leer en los “modificados” o en la “alta fructosa”, más saborizantes y colorantes artificiales, más sorbato de potasio, gluconato de zinc, cloruro de calcio y en general toda una ristra de agregados porque se trata de alimentos no frescos sino conservados para que “duren” la cadena de circulación.
    Hemos registrado incluso que, por ejemplo el Danonino lleva una etiqueta en Montevideo que reza: “este alimento no ha sido formulado para niños menores de 36 meses”. Apto entonces para niños de 4 años y mayores… sin embargo, en Buenos Aires no existe dicha frase limitatoria y es objeto de consumo para muchísimos menores de 3 años. ****
    La denuncia del colega patagónico replantea el sentido de nuestras vidas cotidianas.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

* Diego Ignacio Mur, BWN Patagonia, Bolsonweb.com Noticias, El Bolsón., Río Negro, 18/4/2011.
** Compilado por Samuel Epstein, The Cancer Prevention Coalition, publicado en Science, 23/1/1998.
*** “Unlabelled Milk from Cows treated with Byosinthetic Growth Hormones. A case of Regulatory Abdication” (Leche vacuna sin etiquetar proveniente de vacas tratadas con rBGH. Un caso de abdicación de la regulación del estado). Internationl Journal of Health Services, vol. 26, pp.173-185, 1996. Cit. p. The Ecologist, vol. 5, no 28, Londres, 1998.
**** Véase de mi autoría “Serenísimamente poco saludables”, <www.revistaelabasto.com.ar>, <www.ecoportal.net>, <www.rebelion.org>.


Revista El Abasto, n° 131 , mayo 2011.


 

 

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