Por qué la solución
ecológica no viene en envoltorio
verde y autos con combustible a base de
soja...
La "fiebre" de
ecología por doquier,
¿será ecología o fiebre
nomás?
Los problemas del
ambiente son insoslayables.
Las montañas, ya
no los zanjones, que están rebalsados,
sino las montañas de basura, son
inocultables.
El colapso del tránsito
porteño es también inocultable
salvo para rentistas y viajeros del espacio
aéreo. Porque ni los taxis avanzan.
El agotamiento del petróleo
está esperándonos a la vuelta
de la próxima esquina, si no es esta
década, muchos temen la próxima
y todos estiman que no habrá siglo
XXII a petróleo, probablemente ni
segunda mitad del siglo que corremos. Y
eso que en la actualidad, dos terceras partes
de la energía que usa el mundo a
diario en la red industrial en que vivimos
proviene del petróleo (el otro tercio
proviene de gas, carbón, viento,
madera, energía hidroeléctrica,
nuclear, solar, geotérmica, mareomotriz…).
Frente a tal situación,
los que tienen la sartén por el mango
(“y el mango también”)
ensayan lo que algunos calificamos de “maquillaje
verde”.
Si a algo aspira la humanidad
hoy es a lo natural, alejada como nunca
de la naturaleza y obligada cada vez más,
por los circuitos comerciales, a ingerir
envasado, procesado, energizado, liofilizado,
conservado, coloreado, estabilizado, anabolizado,
estandarizado, mineralizado, mejorado, genéticamente
modificado, productos que se venden como
alimentos pero que tienen cada vez más
ingredientes no precisamente alimenticios,
sino las más de las veces probadamente
tóxicos. Por eso, todas las empresas
proveedoras de alimentos “tratados”
tienen sus envoltorios bucólicos,
pletóricos de verdes prados, juguetones
“animalitos de granja” de ésos
que ya no existen salvo en las jugueterías,
frondosos árboles, límpidos
riachos …
La gente, embobada,
compra el envoltorio “natural”
pero lo que ingiere realmente pertenece
a establecimientos industriales
donde se producen huevos por millones, pollos
por miles que jamás conocieron los
prados, ni rasparon el suelo para engullir
una lombriz, pero que sí están
criados a antibióticos y anabólicos
para lograr llevarlos al mercado cuanto
antes, carneados jóvenes porque son
cuerpos que no pueden llegar a viejos…
Esta campaña por
lo natural y lo verde que en general esconde
la verdadera campaña, que es por
“los verdes”, se expresa en
los más diversos órdenes de
nuestro quehacer cotidiano.
El automóvil, el
eje de tantas vidas cotidianas, tiene dos
“magníficos” ejemplos
de soluciones verdes, “ecológicas”,
a cada cual más penosa.
La presidenta argentina
declaró: “[…] manejé
el nuevo auto eléctrico, es increíble.
Me subí, lo manejé, […]
no hace ruido y se prende por un botón
y […] cuando uno abre el 'cosito'
que tiene el auto para ponerle la nafta,
bueno hay un enchufe […] no vamos
a cargar nafta, sino que vamos a decir:
“enchúfame el auto” […]
ése es el mundo que viene, no hace
ruido, es absolutamente silencioso […]
y tiene una autonomía, con esa batería
de litio, de 60 km.” *
Lo que no dice la presidenta
es qué va a pasar con las baterías
de litio. Cuando se gasten. El desecho del
sistema automotriz a batería ha sido
un temible escollo para una industria que
pretende presentarse como limpia. La generación
de baterías gastadas con la expansión
del automóvil eléctrico es
un tema que ha arredrado a más de
un ambientalista responsable. Pensemos que
sólo en el Gran Buenos Aires, circulan
diariamente varios millones de unidades,
lo cual asegura el desecho cotidiano de
miles de baterías, que nada tendrán
que ver, por su tamaño, con las que
conocemos para el arranque.
Antes de encarar la crítica
de fondo al auto eléctrico, pasemos
a la otra solución “ecológica”,
ésta en el combustible: la nafta
ecológica.
Hace unos años
se había bautizado como “nafta
ecológica” a la que se le había
suprimido el plomo (Tetraetilo de plomo,
el detonante por excelencia de la nafta
durante medio siglo y a la vez, el contaminante
más brutal que produjo Occidente
empozoñando el aire durante ese tiempo).
Se la llamaba “ecológica”
porque sencillamente se le había
suprimido la pesadilla del plomo, pero nada
se decía de otros detonantes tanto
o más tóxicos, como el benceno
y de la ristra de gases en qué se
transformaba el combustible líquido,
estimado para un desplazamiento de 10 000
km: 800 kilos de dióxido de carbono
(en gas, obsérvese e intente el lector
pensar en el volumen correspondiente…),
300 kilos de monóxido de oxígeno,
26 kilos de óxidos nitrogenados,
sin hablar del festival de partículas
químicas que iba regando el vehículo
por rutas, calles… y pulmones de circundantes.
Desde que se estuvo en
condiciones técnicas de extraer combustible
líquido de cereales y leguminosas,
es decir de plantas alimenticias (aunque
también, justo es aclararlo, de vegetación
sin uso alimentario, como el bagazo de la
caña de azúcar o la jatrofa),
el mundo empresario automovilístico
y energético encontró una
nueva solución ecológica,
bautizada, con criterio de marketing (¿cómo
vamos a usar la palabra “comercial”
si tenemos la magnífica y castiza
marketing?), “ecológica”.
Los biocombustibles, con
ese prefijo que se refiere a la vida. ¿Qué
mejor? Algunos, como quien esto escribe,
los hemos rebautizado necrocombustibles
puesto que se trata de una “solución”
que literalmente la saca la comida de la
boca a los más pobres. Porque, en
el mercado, ¿quién va a pagar
mejor un kilo de maíz?: ¿un
expulsado del campo o un automóvil?
Basta plantear la disyuntiva para conocer
la respuesta.
Los “biocombustibles”
no envenenan el aire como la nafta o el
atroz diésel. Pero envenenan el mercado…
Pero vayamos a la cuestión
de fondo. ¿Por qué estos arrebatos
vocingleros por soluciones ecológicas?
Porque el planeta nos
está diciendo basta. Con el derretimiento
de los hielos polares, con la contaminación
de las aguas de todo el mar océano,
con la desaparición no ya de individuos
sino de especies, con la desertificación
creciente…
El camino sensato,
sería “bajar un cambio”,
frenar un desarrollo que nos lleva a un
colapso energético, ambiental, sanitario.
Pero eso significaría afectar “el
negocio”. Y eso es sagrado.
Como decía un patriarca del socialismo,
eso es lo único sagrado. O como decía
otro patriarca, más nacional, sería
afectar el órgano más sensible;
el bolsillo.
Lo que no se toca. Y para
no tocar la comodidad de los cómodos,
los privilegios de los privilegiados, hay
que hacer diversas cirugías para
que parezca que solucionamos algo. Autos
a pila o a maíz, ¡pero el auto
no me lo toquen! Sin querer enterarnos que
la solución que encuentran los biocidas
que nos “cuidan” es parte del
problema.
Lo mismo pasa con los
desechos cotidianos: en lugar de cuestionar
la insensata “producción de
basura” que juntamos cada día,
hay tecno-optimistas, como en el INTI, que
festejan “la solución”
de quemarla y convertirla en combustible…
para sacársela de encima y a la vez
incentivar la rueda vertiginosamente acelerada
del consumo...
“Dios nos salve
de los salvadores, porque aquí los
salvados somos los únicos crucificados
y los salvadores, los únicos que
se salvan”… si es que no les
falla también a ellos en sus cotos
exclusivos del primer o primerísimo
mundo…
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
* <http://soydondenopienso.wordpress.com/2011/06/15/cfk-en-videoconferencia-inaugura-obras-en-cordoba/>
Revista El Abasto, n° 133 , julio 2011.