Entre la “imprescindibilidad”
para los usuarios, y los negocios en torno,
hay poco interés en realmente conocer
la parte negativa que conlleva el uso de
los teléfonos celulares
Celulares: la cara que
nadie quiere ver
Desde hace años, algunos investigadores
han afirmado que las ondas electromagnéticas
que producen los celulares son dignas de
preocupación.
No son ionizantes, como las ondas que producen
radiactividad, conocidas desde hace por
lo menos medio siglo como cancerígenas.
Es decir, no tienen la peligrosidad manifiesta
que se atribuye a la radiación producida
por bombas atómicas o usinas nucleares.
Sin embargo, la
radiación no ionizante también
tiene sus bemoles.
Muchas investigaciones han apuntado
a preocupantes aumentos de cáncer
correlacionados con aumento de presencia
de radiaciones electromagnéticas.
Considero interesante conocer la posición
de la Organización Mundial de la
Salud (OMS), por cuanto muchos la consideran
“el referente” planetario para
hablar de salud y enfermedad.
La OMS se
ha negado a establecer la relación
que acabamos de señalar entre cáncer
y electromagnetismo. Sin embargo,
como muchas, sino todas las investigaciones
apuntaban en el mismo sentido, en el 2000
se reunió en Salzburgo una respetable
cantidad de médicos y otros científicos
que consideraban insuficientes (por no decir
inexistentes) las medidas dispuestas por
la OMS. El cónclave de Salzburgo
propuso se tomaran en cuenta tímidos
puntos como medición de los valores
de exposición a fuentes de radiación
electromagnética, seguimiento de
la instalación de tales fuentes,
como pueden ser las antenas de retransmisión,
aferrarse al método ALARA (Al low
as reasonably achiveable; tan bajo como
la técnica lo permita) para instalar
fuentes de transmisión, etcétera.
Los reunidos no
brindaron pruebas estadísticas (porque
sin duda no las tenían) pero sostuvieron
que aun sin pruebas concluyentes, “hay
indicios de que no existe un límite
mínimo para determinar efectos negativos
para la salud”. Es decir, parten de
la base del rasgo tóxico o contaminante
de tales radiaciones.
De algún
modo, con esta última aseveración
ponen ellos mismos en entredicho la apelación
a ALARA (que es un método muy usado
en la industria y por todos los organismos
reguladores públicos) para legitimar
el uso de una sustancia dada por debajo
de ciertos niveles o umbrales (en este caso
de radiactividad).
La primera década del siglo XXI ha
visto la expansión formidable, mundial,
del uso individual de celulares y la consiguiente
instalación de antenas de distribución
de ondas.
En Taiwan, por ejemplo,
se hizo un relevamiento de las antenas en
2007 y se verificó que había
48 500 para las normas 2G, 3G y PHS., estimándose
que quintuplicaba las necesidades reales…
es decir, que ese pequeño país
(la séptima parte de la provincia
de Buenos Aires) habría cubierto
sus necesidades con unas 9 000… Aquí
no hablamos de peligro por contaminación
sino de despilfarro.
Los estudios epidemiológicos
van dando más y más indicios
de una serie de trastornos vinculados con
ese despliegue tecnológico. Se empieza
a legislar que las antenas no pueden estar
a menos de centenares de metros de cualquier
ambiente humano (500 metros en Australia,
300 metros en Bélgica, 200 en Canadá…
Ya se ha comprobado fehacientemente que
el retiro de fuentes electromagnéticas
vecinas a escuelas, por ejemplo o barrios,
ha cambiado (para bien) el estado de salud
social del lugar (ejemplo verificado en
Gotemburgo, 1992).
No es de extrañar
que a mediados de la década se formara
el grupo Bioinitative (<www.bioinitative.org>),
vinculado con la Asociación Ambiental
Europea (AEMA, por su sigla en inglés),
que establece “una justificación
para normas públicas de exposición
a los campos electromagnéticos basadas
en los aspectos biológicos.”
Este grupo advierte
la importancia de adherir al llamado “principio
de precaución”: “medidas
[…] sabias y prudentes deben adoptarse
desde ahora para evitar amenazas plausibles
[sic] y potencialmente serias en el futuro
derivadas de los CEM [contaminación
electromagnética] sobre la salud.”
(Jacqueline McGlade, directora de AEMA).
En 2006 una comisión
designada en Europa para abordar este peligro,
la Comisión Internacional para la
Seguridad Electromagnética (ICEMS)
se reúne en Benevento, Italia y declara:
“Nuevas pruebas acumuladas indican
que hay efectos adversos para la salud como
resultado de la exposición laboral
y pública a campos eléctricos,
magnéticos y electromagnéticos
en los niveles de exposición actuales.”
Observemos que ya estamos
frente a un problema. Reconocido.
Las conclusiones de esta
comisión propenden a la limitación,
muy ceñida del uso de ondas electromagnéticas,
sobre todo en relación con los niños
(y más aún con madres embarazadas).
La OMS aún no se
dignará tomar el asunto bajo su égida,
alegando que no había pruebas sino
sólo indicios.
Finalmente,
este año, en mayo, la OMS
emite un dictamen: “Los campos electromagnéticos
de radiofrecuencia son dañinos para
la salud [… y] cancerígenos”.
La OMS acababa de verificar algo “pesado”:
un aumento de glioma, que estima en un 40
% en un período de 10 años.
En términos globales, esto significa
grosso modo, el pasaje de 2000 casos anuales
en el mundo a 3000. Mil casos de ese tipo
de cáncer más por año
para la población planetaria. Significa,
estadísticamente y sin ponderar la
cantidad de celulares per capita, que en
Argentina es bastante más alta que
la media planetaria, que en Argentina pasaría
de 30 casos a 45 por año (si ponderáramos
la cantidad de celulares per capita, tendría
que ser algo más, tal vez una veintena…).
“Todos” calculan:
-son tan poquitos, cómo me va a pasar
a mí…
Pero observe el lector que
la OMS apela apenas a la primera década
observable. Y que la contaminación
es acumulativa. La propia OMS advierte,
p. ej., que ese peligro se quintuplica en
jovencitos. Ya no 40%, entonces, sino 200%.
Se triplica la expectativa, nada plausible,
por cierto, de tales cánceres. El
glioma se verifica en el cerebro del lado
de los usuarios de celulares…
La pregunta que nos hacemos
es por qué se demoró tanto
la OMS en reconocer lo que ya sabían
tantos investigadores.
Ya muchas legislaciones
nacionales habían tomado cartas en
el asunto.
Se ha dado una situación
curiosa. En los últimos años,
países como China y Argentina están
extendiendo con enorme fuerza el wifi como
muestra de progreso y modernidad; las autoridades
chinas acaban de prometer wifi para todo
Shangai; las autoridades puntanas acaban
de hacer lo mismo para la provincia de San
Luis.
Simultáneamente,
varias ciudades alemanas que en la década
anterior se habían vanagloriado de
lo mismo, están restringiendo las
áreas wifi, por ejemplo suprimiéndolas
de las escuelas y centros de enseñanza
con jóvenes. Y en Inglaterra, hay
vigorosas campañas para no permitir,
por razones de salud, el uso de celulares
a menores de 8 años y restringir
su uso a menores de 16.
Y uno, apenas un pasajero
más de los apiñados vehículos
porteños, se pregunta: ¿cuándo
se logrará la misma resistencia que
con los cigarrillos que permitió
en algún momento proteger a los “fumadores
pasivos”, y terminar con quienes te
hablan todo el trayecto al lado de tu panza
o tu cabeza, en el vagón, en el bus?
Hoy, insinuar apenas un gesto o una palabra
al respecto, significaría que te
tomen por loco o loca, y de remate.
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
Revista El Abasto, n° 135 , septiembre
2011.