Teatro del Oprimido en la
Cárcel de Devoto
“Gracias por animarse a venir”...
Dicen los que saben que en materia
de libertad que hay tres clases de hombres
y mujeres: los que son libres, los que creen
que son libres, y los que no saben lo libres
que son. Estos últimos escapan a
cualquier clasificación, se los puede
encontrar en los más diversos lugares.
Nosotros, que pertenecemos
a alguna de las dos categorías anteriores,
no lo sabemos con certeza, nos topamos con
un grupo de la tercera el viernes 28 de
octubre del corriente, en la cárcel
de Devoto.
Un mes antes, recibimos
la invitación a llevar nuestra obra
de Teatro Foro a Devoto, a partir de un
taller del proyecto “TrafO”
(Teatro para la Transformación Social)
que lleva adelante la tarea de facilitar
talleres de Teatro del Oprimido, una técnica
teatral latinoamericana creada por Augusto
Boal, desde el año 2007 en diversos
contextos, entre ellos, las cárceles,
como Ezeiza y Devoto.
Nosotros, el Grupo
Casonero de Teatro del Oprimido,
hace poco más de un año nacimos
en el lugar al que hacemos honor con el
nombre, la Casona de Humahuaca, donde comenzamos
nuestro tránsito por la técnica
y seguimos trabajando actualmente.
Nuestra obra “La
Vecinita”, de creación colectiva
según la técnica, ha visitado
diversos espacios culturales, y en virtud
de nuestra prestancia, nos llegó
esta oportunidad. Dijimos que sí,
sin pensarlo, y cuando lo hicimos, caímos
en la cuenta de que deberíamos vencer
algunos prejuicios y hacer las modificaciones
pertinentes a la obra, en respeto por los
compañeros privados de la libertad,
o de una parte de ella, como después
comprobamos.
Transitando nuestras
contradicciones humanas, llegamos la mañana
del 28 de octubre, tempranito, a la puerta
de ese monstruo blanco que nos esperaba
con sus puertas bien cerradas, múltiples
candados y revisaciones, permisos, planillas
y más revisaciones, y esos personajes
de verde o azul que sólo responden
a órdenes escritas por sus superiores,
que responden a las mismas señales.
Nosotros, que no le tenemos miedo a nada,
nos sacamos unas fotos ilustrativas, golpeamos
el portón y entramos nomás,
temblando.
Acompañados
por dos maestros de la escuela que funciona
en el módulo 2 de educación
del penal, llegamos al espacio pensado para
la función, y armamos nuestra escenografía,
con los inconvenientes técnicos que
acompañan a toda compañía
teatral sin producción. Hicimos nuestros
juegos habituales para entrar en clima,
calentar cuerpo, voz y sentimientos, mientras
veíamos pasar a algunos grupos de
internos que salían a los patios
(luego supimos que salen al patio una sola
vez por semana).
Tras arduas tareas
por parte de uno de los maestros, se logró
que bajaran cuatro internos. Mientras esperábamos
al resto del auditorio, nos pusimos a charlar
y conocernos. Uno, el "chaqueño",
simpático y hablador, nos interiorizó
sobre la suerte en Ezeiza y en Devoto, nos
contó, entre bromas y mates, cómo
era el trato en cada unidad, la lucha ganada
por las salidas al patio.
Finalmente con un
amable público de unas 15 personas,
arrancamos. Con las colas al borde de la
silla, como queriendo hablarnos al oído,
nuestros “espect- actores” abrieron
grandes sus entusiasmados y pícaros
ojos.
Hicimos unos juegos
para entrar en confianza, les explicamos
la técnica, sobre todo el detalle
de que, una vez terminada la escena, venía
el foro en el que las propuestas no había
que decirlas, había que actuarlas.
Aquí sobrevino el primer indicio
de que nos encontrábamos ante un
grupo de la tercera categoría: “¿Hay
que actuar?” preguntó uno,
“Buenísimo, yo soy re buen
actor”. Más tarde, este compañero
nos confesó que “de chico era
tartamudo… me hubiese gustado hacer
teatro…. Pero tenía timidez”.
Cabe aclarar que fue el primero en pasar,
luego.
Dimos comienzo a
la obra. Junto con los actores, actrices
y el técnico, impecables en su trabajo,
comenzamos lentamente el proceso de transformación
que luego comprenderán.
Los muchachos, deseosos
de que todo termine pronto para poder pasar
ellos a actuar, rápidamente se conectaron
con la obra; el “Chaqueño”
se agarraba la cabeza, y las expresiones
de “No lo puedo creer, yo esto lo
viví”, saltaban de cara en
cara. Algunos se reían y nos miraban
a los que no actuábamos en ese momento,
cómplices, y sucedió lo que
Artaud y Brecht soñaron, pero sólo
Boal consiguió: la comunión
entre actores y espectadores, la disolución
de elitistas barreras que separan a los
productores de los consumidores, la escena
de las butacas, y fue un encuentro de participación
plena. Entonces nos dimos cuenta de ante
quiénes estábamos, por hacernos
sentir tan cómodos, por creer que
nos tocaba a nosotros mostrar lo que es
el Teatro del Oprimido, cuando los que nos
dieron una clase magistral fueron ellos.
Porque, sin anestesia, esta gente nos pasó
el trapo.
La obra llegó
a su final, y entre risas y aplausos, comenzó
el foro. Se habló de la importancia
de estudiar, de construir un futuro, de
darle un momento a cada cosa y saber esperar
ciertos deseos según su grado de
importancia; se habló sobre las formas
de ser, los amigos, la joda, los jueguitos
electrónicos, la juventud, los hijos,
las personalidades, la importancia de respetar
las diferencias…
Tuvimos la oportunidad
de sumarlos al taller de T.O. que funciona
en el penal, porque, lo más sorprendente,
de los presentes sólo uno participaba.
Nos despedimos con besos, agradecimientos,
bendiciones y la promesa de volver con nueva
escena.
Ellos se quedaron
y nosotros salimos transformados. Por la
experiencia, el intercambio y la grandeza
de quienes nos demostraron ser libres a
pesar del encierro. Por haber vencido nuestros
prejuicios y habernos enseñado todo
esto que ahora compartimos con ustedes.
Por la humildad de no saber lo libres que
son, por nuestra deuda con ellos por poder
salir y el deseo de que pronto estén
todos en la calle...
Cora Fairstein,
Ana Conde,
Belen Janjetik, Florencia Colombo,
Soledad Angiolillio, Matías Castro,
Joaquín Ugarte y Gustavo Mayo
Revista El Abasto, n° 137
, noviembre 2011.