Cada cual su “Cromañón”
Mariano Madueña,
creador y dueño de un singular espacio
en San Telmo, GueBARa, tuvo que luchar años
para mantener ese espacio para “gente
común” en medio de una zona
cada vez más turística; adaptando
su pequeño local según todas
las normativas que los distintos gestores
le fueron imponiendo. Él, a su vez,
fue una de esas voces que se alzó
en contra de ese extremo control que implicó
la era “post Cromañón”
para los espacios culturales. No “arregló”
con los inspectores, siempre buscó
la legalidad y la denuncia. Su segundo lugar,
Nacha, no corrió la misma suerte,
apenas si sobrevivió un año
hasta que una clausura puso fin a su intento
de imprimirle poesía a la noche porteña.
Hace unos
días su padre, Isidoro, estuvo desaparecido
–ya se encontró su cadáver–
bajo escombros por negligencia de una constructora
y porque falló el control estatal
tan experto al momento de buscarle pelos
al huevo en sus bares así como en
el de tantos otros. Y la muerte de su padre
es apenas la crónica de otra muerte
anunciada. Hasta que la política
habitacional no cambie, hasta que la vida
humana no valga menos que los negocios de
unos pocos.
No es casualidad que en el número
pasado hayamos publicado una nota donde
Gustavo Desplats exponía que una
ciudad que históricamente ha sido
gobernada por abogados el ingeniero Mauricio
Macri sea el jefe de gobierno con más
derrumbes. La nota no fue premonitoria -antes
del de la calle Bartolomé Mitre al
1200- hubo una larga serie de derrumbes,
unos cuantos con víctimas fatales,
como el del boliche Beara o el gimnasio
de Villa Urquiza. A su vez en el número
pasado mencionamos el proyecto inmobiliario
–en la Ciudad Boca Juniors- que apoya
el ejecutivo porteño en cuanto a
la creación de otro barrio de lujo
al lado del casi vacío Puerto Madero.
En este hay una mención al proyecto
de un nuevo shopping en Caballito en predios
que los vecinos reclaman parquizar.
Todos estos hechos
no son cuestiones aisladas, ni arbitrarias.
Marcan una política ante la construcción
y la demanda habitacional que tiene en cuenta
al dinero más que a la necesidad
de la gente. Una política donde la
vivienda es mera mercancía, donde
se hace lo que pida el mercado, cueste lo
que cueste.
El control de las obras indudablemente es
laxo; o al menos es muy flexible la atención
que le dan a las advertencias de los vecinos
y los habilitadores. El ingeniero Edgardo
Castro, de la Superintendencia de Riesgos
del Trabajo sostiene (Télam 5/11/11)
que “hay un record de derrumbes en
la ciudad por obras”, que en este
“año hubo 13 hechos”.
El especialista explica en que “hay
medidas de ingeniería que hay que
tomar para que esto no suceda, y eso lleva
mucho más tiempo del económicamente
rentable para una obra, entonces algunos
se olvidan, hacen más rápido
las cosas de lo que deberían y entonces
después los edificios se caen”.
Para el ingeniero “el nivel de los
profesionales que trabaja en las inspecciones
es bueno, pero los funcionarios políticos
son todos incompetentes”. Se hacen
edificios con cuñas extremadamente
perpendiculares con la intención
de ganar más sótano. Traducido
al lenguaje que gobierna: una cochera, o
una hilera de cocheras más de cada
lado, implica dinero.
Si hay derrumbe
en muchos casos los tiempos judiciales justifican
el mayor gasto que pueda ocasionar el problema
al vecino. En otros se hace lo que conviene
a toda sociedad anónima, se disuelve
y que se haga cargo Montoto, o el estado,
o sea todos nosotros, socios en pérdidas
porque nunca compartimos ganancias.
El ejecutivo debe
dejar de considerar a las viviendas como
mera mercancía; el techo es una necesidad
fundamental contemplada por nuestra Constitución.
En cuanto a los excesivos controles “post-Cromañón”,
que vienen sufriendo innumerables espacios
culturales, es hora de que comprendan que
las trabas y las prohibiciones no son la
solución. Hay que dar posibilidades
y comprender que “Cromañón”
no vendrá obligadamente por un incendio...
Rafael Sabini
[email protected]
Revista El Abasto, n° 137 , noviembre
2011.