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El puente

Adalberto Da Silva, sentado en una esquina del barrio Ciudad Satélite, Avenida Kako Camiña, Circunvalación, Boa Vista, Roraima, Brasil, Abril de 2007.
- EU não tenho dúvida irmão, a cruz que uma ponte não é mais o mesmo. Cuidado... o tamanduá-bandeira e o que chegam na Guiana são sugeridas pela face queimada.
Había intentado leer "el país de los hombres húmedos". Insisto en que lo había intentado porque las cosas no se dan así como así, nada de eso. Algunas cuestiones le llevan la vida a los hombres, o lo que es peor: le cuestan un día de sombra a sombra.
No es inoportuno decir que un viaje por el continente sudamericano tuvo sus primeros impulsos (cerrar la puerta, caminar unas 5 cuadras, tomarse un colectivo a constitución, etc.) una mañana del verano tardío de 2007. Alguien en otra esquina había dicho al pasar que el libro "El alma de las cosas inanimadas" no se conseguía en ninguna librería, que un tal Ernesto R. lo había visto una tarde si y otra ya no en una librería de la calle Artigas en Córdoba Capital; era una edición nueva de 8vo loco editores.
Pero esas son historias incomprobables, lo cierto, lo verdaderamente cierto, es que a las dos semanas estaba en un tren rumbo a Bahía Blanca, bien dispuesto y con 600 pesos en el bolsillo, en busca del libro imposible de un tal Enrique González Tuñon, publicado en 1924 o 1927 por la Colección Índice o Editorial Greizer.
¿Quienes son Enrique Lihn, Amado Nervo, Efrain Huerta, Alberto Girri, Ernesto Cardenal, Omar Ibn Al- Farid, Gamboa, Kenneth Fearing, Cernuda y Adalberto Redondo? Jugadores de ajedrez quizás, porque esos nombres los escuche por primera vez en la esquina de Torre Blanca, más o menos allá por 1998 o 1996, pleno verano, llovía.
Adalberto Da Silva vivía en Ciudad Satélite. Dos días antes lo había visto correr a un ómnibus. El único de la ciudad. No lo alcanzó. Se sentó al lado mío, suspiró y me regaló una sonrisa del tamaño de su cara. No supe qué decirle, entonces le devolví la sonrisa. Esta vez me miró a los ojos y dijo: -Belleza… Olá irmão.
Su cara parecía como salida de una historieta. Era chata, larga, de color negro-azul; los ojos eran como dos esferas acuáticas y blandas, algo en su frente parecía moverse sin su consentimiento y olía definitivamente a copuasu. Charlamos un poco en portugués, me preguntó qué estaba leyendo, le dije, como esperando su aceptación o reconocimiento, “La miseria de la filosofía”. Le expliqué que no entendía ni una sola palabra y que tampoco había leído “La filosofía de la miseria” de Proudhon. Sonrió, se ató un zapato, y señalando el puente que cruzaba el río al final de la avenida dijo: - há a vida tamanduá grande ... e aqueles que falam estranho ... eu estava repetidamente … são ouro terras sagradas, muito ouro ...
Lo miré a la boca como intentando atrapar alguna palabra suelta… ouro, vida, terras, nada…
El viaje había empezado hace 6 meses, recorrimos 4173 km de Buenos Aires a Boa Vista, buscando un libro inexistente. Y mientras pensaba en todas las noches, las rutas, las charlas sobre “Mis ojos X” y “El país de los hombres humedos” Adalberto Da Silva pronunció la palabra GUYANA. Mas bien dijo algo así como puente – Guyana y fue ahí cuando entendí que del otro lado del puente había otro país. Con solo caminar en esa dirección llegaría a las Guyanas. Quedé hipnotizado mirando el final de la avenida, los monstruosos árboles frutales, las mujeres escapando del sol, un hombre en bicicleta, dos perros caminando por la vereda, etc. Las imágenes se multiplicaron hasta desaparecer y solo quedaron la avenida, los perros, el puente y las palabras fluorescentes de Adalberto Da Silva que se repetían una y otra vez, “puente-guyana, puente…”
Me levanté, creo haberle dicho algo a Adalberto que siguió sentado secándose las mil gotas que caían sobre su boca. Apuré el paso. El sol se reproducía y ahora muchos soles dibujaban un espejismo al final de la avenida. No se comó, con qué fuerzas, llegué hasta el puente. Giré y vi la sombra de un Adalberto Da Silva que se evaporaba. Levanté la mano como en un gesto de despedida o de auxilio y me interné en el puente rumbo a la Guyana Inglesa, en busca del libro imposible.

Gaston R. Silbert


Revista El Abasto, n° 140 , febrero 2012.


 

 

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