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Todas las hojas son del viento


En realidad, desde hace un tiempo, largo, a esta parte me viene tocando que cada vez que fallece alguna persona relevante en lo que hace, e interesante en su forma de pensar, escribo unas pocas líneas, a modo de necrológica, una vez, que nos abandonan… El año pasado, también, para el mes de verano me ocupé de despedir, desde acá, la defunción de María Elena Walsh. Pero este año, este febrero, fue demasiado, con este tema; se vino con todo...
Primero, fue el caso del fallecimiento de Juan Carlos Gené. Quizás, ud, lector/a, que no se dedica al teatro no tenga muy en claro quién era este señor. Si es así, es una pena porque Gené fue un reconocido actor, director, dramaturgo, guionista y maestro de actores, además… Pero, por sobre todas las cosas, fue un incansable trabajador del teatro. Un obrero de este arte. Al punto tal que mantuvo su gran actividad como teatrista hasta poco tiempo antes de su partida, con 82 años.
Fue una persona lúcida y comprometida con su realidad, al punto tal que después de haber que tenido que radicarse en Venezuela durante su exilio y, pese a ser, un hombre cien por ciento porteño decidió permanecer diez años más -pudiendo volverse, ya instalada la democracia en Argentina- para terminar de consolidar al grupo de teatro que había formado en ese hermano país latinoamericano. Es que Gené fue, además, uno de esos tipos que nunca se dejo encandilar por las mieles del éxito lo que lo llevó, entre otras cosas, a ser un promotor fundamental del teatro latinoamericano. Esta misma razón también hizo que terminara siendo el presidente del Celcit (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral)…
Años atrás también supo ocupar, en diversos momentos, cargos de importante relevancia como cuando se desempeñó como director del Teatro General San Martín; o presidente de la Asociación Argentina de Actores, o como cuando fue director de Canal 7… Un tipo de teatro hasta la médula que, ley de la vida mediante, dejó de estar con nosotros, mal que nos pese.
Pero no hacía ni diez días cuando nos enteramos de la partida de Gené que se nos vino, otra vez, la cruda realidad con nosotros, para darnos otro terrible baldazo de agua con la noticia de la muerte, de quien nunca nos imaginaríamos muerto -al menos, en mi caso-, ya que destilaba tanta vida, de Luis Alberto Spinetta. Se había muerto El Flaco. Y la tristeza infinita se apoderó de varios, de muchos de nosotros. Es que cuando un artista se va, y más si es de la talla creativa más la enorme postura de inflexibilidad como tenía El Flaco para con la estupidez y la transa uno queda medio boleado… Es que cuesta aceptar cuando lo que se va está tan enraizado en la belleza del arte. Pero se ve que las cosas son así. No hay remedio, todos somos aves de paso, y nada más… Pero, probablemente, lo que pase es que cuando un poeta se va uno no pueda dejar de sentirse un poco más solo en el medio de tanta ruindad… Y cuesta, entonces, que aceptemos ese trago.
Fue así como en pocos días vimos como se fueron estos dos hombres íntegros, luminosos, cada uno radical en su arte... Maestros en lo suyo. Desde acá, mi más profundo pésame a sus deudos más cercanos… Y, a ellos, desde donde estén, espero poder guarecerme, mientras tanto, bajo la sombra de la luz eterna que seguirán emanando, seguramente, desde el firmamento, brillando como los grandes artistas que fueron.
Hasta siempre… Y gracias.
Marcelo Saltal
[email protected]


Y se hizo canción nomás
Se fue El Flaco. Algunos dicen que está tocando la viola con Pappo, otros que está negociando con Dios para que Cerati despierte. Mientras quién sabe qué aventuras le esperan a esta alma única e iluminada, los que quedamos de este lado empezamos el ejercicio de la memoria y la reivindicación.
Es así que anécdotas de Spinetta aparecen y seguirán apareciendo. Una de ellas toca de cerca al barrio. Desde el porteño bar La Perla del Once, allí donde nació la composición del tema emblema para el rock nacional “La balsa”, hicieron sentir su homenaje a Spinetta a poco de darse a conocer su muerte. En el café de Rivadavia y Jujuy, con un breve pero sentido recuerdo, colocaron una leyenda que rezaba “Gracias Flaco” sobre su grilla de espectáculos. Esa misma donde se dan cita músicos de todas las épocas. Aquellos que, compartiendo escenarios o no con el líder de las Bandas eternas (Pescado Rabioso, Almendra, y la lista sigue), hicieron de la música una búsqueda incesante, marcando un horizonte y un estilo de vida.
Ahora, que ya se hizo canción, como interpretaba en “Barro tal vez”, merece la pena concluir que El Flaco nunca se irá, como dice Troilo, porque siempre está llegando. En cada melodía, en cada evocación abriremos una puerta para ­—como una suave brisa? reencontrarnos con este fundamental en la historia de nuestra cultura y, por qué no, de nuestras propias vidas.
J.M.C.


Revista El Abasto, n° 141 , marzo 2012.


 

 

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