Como resabio
de otra época, posiblemente aliados
con actuales poderes de turno, es hora
de que se termine con los curros de las
privatizaciones que priorizan el dinero
a la vida de los usuarios...
Otra matanza
en Once
No es la primera vez que esta columna
procura abordar la cuestión del
tránsito en Buenos Aires. Esta
vez habíamos proyectado comentar
la prohibición de ingreso de automóviles
al microcentro como punto de partida,
pero lo acontecido en Once es tan estremecedor
que nos parece más acertado hacer
un intento de reflexión, un abordaje
desde el transporte colectivo y el de
trenes en particular.
El choque trágico del miércoles
22 de febrero replantea una vez más,
con atroz crudeza qué pasa con
el tránsito en la ciudad en general,
y en particular con el de los trenes de
superficie.
Antes que nada, entiendo importante -para
entender lo acontecido y para entendernos-
hacer un par de observaciones sobre la
cobertura periodística o mediática
de lo acontecido ese miércoles.
Mediática más bien, porque
el periodismo implica hurgar en la realidad,
no sólo estamparla o estampillarla
en una imagen.
1. Durante muchas horas
del miércoles 22, mañana
y tarde, muchas radioemisoras y hasta
donde vi, los movileros de la TV, hablaban
con los familiares, con presuntos deudos,
con testigos, con integrantes de las gremiales,
tanto del sindicalismo empresario como
del combativo, con políticos ocupando
cargos institucionales, pero no con los
dueños de los trenes. En realidad,
jurídicamente hablando, con los
titulares de las concesiones: eran los
grandes ausentes.
Titulares que son además responsables
de algunas otras matanzas colectivas de
viajeros en llamados accidentes de tránsito.
Relativamente recientes.
Pero lo más desolador no era que
no aparecieran los dueños. TBA.
Era que ningún comunicador notara
esa ausencia, y se quejara y criticara
semejante, escandaloso, mutis por el foro.
La crisis de pasar del periodismo a la
comunicación…
2. Otro aspecto también
mediático, pero más cultural,
que aflora con tanta fuerza en momentos
como esta matanza colectiva. La TV ha
estado horas “conversando”
sobre la tragedia sorpresiva y colectiva…
y ha usado eventualmente alguna entrevista
directa, con tomas, pero en general, los
comunicadores han hablado sobre un fondo
que los equipos televisivos no se han
molestado mu-cho en transformar, rotar,
modificar: largos períodos de pantalla
sólo permitían ver la doble
hilera de seguridad; policías de
naranja en primera fila y otros, con ropa
más de fajina, en la segunda.
Ante el miedo, la sorpresa, el horror,
nuestros comunicadores nos han proporcionado
la protección, el apoyo que han
considerado más valioso. No sólo
están allí en doble fila
como para evitar una embestida más
que formidable (¿de quiénes?)
sobre los que trajinan y se esfuerzan
en las vías para rescatar víctimas,
una embestida más que improbable,
pero están allí para nosotros,
para la sociedad argentina.
Y qué mal está (o es) una
sociedad que tiene que basar su tranquilidad,
en filas policiales.
Como se dice de los gobiernos, cada sociedad
tiene la tele que se merece. Cuando con
aviones y explosiones se derribaron varios
edificios en Nueva York, aquel otro 11
de setiembre, la TV estadounidense espectacularizó
lo sucedido y como si se tratara de una
“peli de acción” nos
entregó el fuego, la embestida
de cada avión, los cuerpos caídos
al vacío, las nubes opacas tapando
las calles… no una vez sino cientos
de veces. Lo acontecido era espectacularizado.
En realidad, éramos entregados
a ese espectáculo. Muy poco sabíamos
fuera del escaso círculo de imágenes
brindadas. En realidad, la “comunicación”
operaba alejándonos de los hechos,
es decir incomunicándonos.
Ante lo acontecido el 22/2, viendo en
pantalla una y otra vez las filas policiales,
entendemos que la TV “policializó”
la imagen y nos afincó en el universo
de la seguridad. Estamos bien custodiados
en el país jardín de infantes
que nos señalara María E.
Walsh.
Los concesionarios de
trenes privatizados menemianamente son
una expresión de la Argentina cancerígena
que nos toca vivir. Son “dueños
de la pelota” de los que poco y
nada se conoce, cómo las recibieron,
cómo las merecieron. La experiencia
cotidiana y popular sí lo sabe,
o al menos lo intuye: las recibieron prebendariamente.
Se habló de que eran directores
de las viejas administraciones públicas
de ferrocarriles. Dueños peculiares
porque viven de los subsidios del estado.
Ha ido surgiendo la biografía sucinta
de tales “propietarios”, al
parecer en algún momento a gatas
dueños de una línea de colectivos
apenas significativa en Buenos Aires,
pero que se agigantó llamativamente
hasta tener ahora una serie de servicios
de transporte; buses en el Gran Buenos
Aires, en la capifé, en Miami,
EE.UU., donde sí se atiende al
pasaje como corresponde…
Del estado menemiano, nada extraño,
haber recibido semejante “cría”.
Y nos consta que, pese al palabrerío
la Alianza de de la Rúa no cambió
nada. “Ni quería”,
podría haber dicho un procesista
como de la Rúa...
Pero tampoco la era K cambió algo.
Y eso que han contado que venían
para cambiar… ¡y cómo!
Ocho años sin cambio a la vista,
ni en la rutina de las inspecciones, ni
del destino a fondo perdido de los subsidios…
multimillonarios.
Un informe leído por Héctor
Polino al día siguiente de semejante
catástrofe, de la comisión
estatal inspectora llega a amenazar a
los titulares de TBA con multarlos hasta
con el 5% de no sé qué monto,
si siguen sin cumplir los niveles de seguridad
y precauciones establecido. 2009.
-“Mirá cómo tiemblo”,
habrán contestado desternillándose
de la risa los Sirigliano.
Otros críticos llegan hasta a pedir
la rescisión de contratos de semejantes
“administradores”. Tan contentos
quedarán. Como ante las amenazas
de la comisión reguladora de multarlos,
la eventualidad de quitarles la concesión
debe ser vista como un verdadero triunfo
y un obsequio de los millones de dólares
que durante décadas han cobrado
sin haber invertido salvo lo indispensable
para seguir “haciendo caja”,
mientras iban “atando todo con alambre”.
Está clarísimo que no han
renovado casi nada, salvo lo visible para
los pasajeros. Pero los émbolos
que están pareados en los extremos
de cada vagón fallaron estrepitosa
y trágicamente cuando hubo realmente
necesidad de ellos. Y antes, todavía
los frenos, ídem. Ni que decir
que Once todavía tenía de
parachoques una pieza rígida (que
cuesta poco) y no sólo los émbolos
hidráulicos que habrá que
verificar si funcionaron, porque da la
impresión de que poco absorbieron
de los 20 km…
Que ahora les pidan la concesión
y se los invite a que descansen, desembarazándolos
de toda rendición de cuenta de
los años anteriores (que tal vez
se hagan sí, en unos años,
y entonces surja un expediente y hasta
un dictamen… que irán al
olvido por el tiempo ya transcurrido).
Sin embargo, los dinerillos de los subsidios
si en lugar de embolsados hubiesen ido
a parar a durmientes, vías, señalizaciones,
sistemas hidráulicos, abulonamientos,
etcétera, habrían salvado
vidas. Entonces, strictu sensu, no son
sólo unos pícaros. Son,
objetivamente, asesinos.
Los avances jurídicos que se han
ido haciendo trabajosamente con “los
accidentes automovilísticos”
para sustituir las ideas de “mala
suerte”, “casualidad”
y otras excusas, por “negligencia
criminal” y la misma noción
de homicidio ya no sólo culposo,
tendrían que trasladarse al mundo
de estos vividores del estado bobo, que
cobran jugosas tajadas como si fuera los
resultados de una visita afortunada al
casino cuando en realidad se engolfan
el dinero de mantenimiento de servicios
públicos (con las consabidas complicidades
políticas).
Estos fulanos, claro, no viajan a diario
en los trenes que regentean, como lo hace
el ministro de Transportes, J. P. Schiavi
(sic). Tomo sus palabras, en primera persona
del plural declaradas el mismo 22/2...
Qué lo parió, diría
Mendieta…
Los concesionarios, prebendarios escudados
en la sigla TBA, han hecho negocio con
cada porción de las vías
que han heredado tan graciosamente. Las
vías les fueron entregadas con
generosas porciones de terreno generalmente
a cada lado. Todo eso provenía
del proyecto “a lo grande”
de “los ingleses”, construyendo
aquella Argentina de la carne y el trigo
para la metrópolis.
En su momento, en los '90, TBA cobraba
jugosas sumas para regalar una “subconcesión”
para hacer una cancha de paddle por aquí,
para colocar un taller clandestino de
reparación de autos por allí,
un restaurancito más allá,
y cosillas por el estilo. Los paddles
pasaron (tal vez más rápido
que la mentalidad colonializada que los
parió) y los escombros quedaron;
los talleres se abrieron o se cerraron
según las necesidades del mecánico
tercerizado, pero siempre todo en negro,
al margen. Y, por cierto, arruinando o
empozoñando esos terrenos linderos,
que a veces son tan generosos que nos
hicieron pensar a más de uno en
huertas vecinales, que podrían
haber coexistido con trenes eléctricos
y dado otro aire a esta ciudad.
Ésos, los titulares de tales concesiones
son los verdaderos disfrutadores de los
servicios públicos, de los trenes
-porque ciertamente no lo somos los pasajeros-.
Y son gente de éxito porque tras
Menem, TBA fue expandiéndose y
adueñándose de más
trenes privatizados…
La masacre acaecida muestra una vez más
el rostro de una sociedad que persiste
y que no se borra con propaganda, pan,
circo, feriados y carnaval.
Del dolor, no podemos casi hablar. Por
eso tratamos de hablar de sus causas,
evitables.
Luis E. Sabini
Fernández
[email protected]
Tragedia
de Flores
Hace apenas unos meses, el 13 de septiembre
de 2011, hubo un trágico choque en
la calle Artigas, a metros de la estación
de Flores, de mañana, cuando el interno
52 de la línea 92 pasó con
la barrera medio baja en el paso a nivel
y fue embestido por una formación
del Ferrocarril Sarmiento que iba en dirección
a Moreno. A raíz del impacto, el
colectivo fue arrastrado hasta la estación
donde estaba estacionado otro tren que se
dirigía en dirección a Once.
El siniestro dejó un triste saldo
de 11 muertos y 228 heridos. Entre ellos
figuraba el conductor del colectivo a quien
se le intentó culpar por el terrible
accidente. Sin embargo, se sabe que los
sistemas de seguridad, desde la barrera
hasta las luces, no andaban bien.
“Nos dirigimos
hacia una catástrofe que se puede
evitar”, habían advertido
delegados de la Unión Ferroviaria
de la línea Sarmiento. Dicen (según
Clarín) que desde el año
2003 habrían llegado a presentar
unas 300 denuncias al gobierno y a la empresa
TBA en las que alertaban sobre la falta
de inversiones en el mantenimiento de los
trenes.
Revista El Abasto, n° 141 , marzo 2012.