No liberal, libertario
Recuerdo que cuando volví
al país, después de muchos
años en Europa, me llamaba la atención
la libertad de este hermoso país.
Libertad para estudiar en una facultad
abierta para todos, sin depender de notas
elevadas o cupos limitados. Libertad para
ser atendido en la salud pública
(bue, eso pasaba allá también
y en mejores condiciones). Libertad para
elegir comida más sana que abundaba
en las góndolas de los supermercados,
alimentos menos procesados que los que
se vendían en los supermercados
del llamado Primer Mundo; carne mucho
más económica y de vacas
pasteadoras de las Pampas. Y la opción
del buen vino a buen precio -con libertad
de comprarlo en cualquier lado- era hermosa.
En muchos aspectos esa Argentina era atractiva.
Sin embargo, habían injusticias
terribles. Diferencias de clases tajantes.
Criminales de la última dictadura
militar, que habían utilizado el
aparato del estado para hacer cosas espeluznantes,
caminaban libres entre nosotros. Y la
libertad en el tránsito se traducía
en caos, al menos en ojos acostumbrados
a sistemas más seguros.
Pasaron años y la libertad de crear
libremente y con toda la fantasía
se fue reduciendo. Una buena excusa que
ejerció el poder político
fue el incendio de Cromañón
que le cayó con fuerza a todo el
ámbito creativo -y de poco dinero-
que pululaba por estos lares (a la vez
que sirvió para subvertir el orden
institucional en la ciudad, de modo similar
a lo que en estos días pasó
en Paraguay).
Fueron
ajustando las clavijas en varios aspectos,
muchos de ellos para bien, otros, injustamente.
Habilitaciones, o puntos y multas para
conductores, se usaron como excusas para
hacer que esta ciudad funcione de modo
más seguro. (Falta mucho, por ejemplo,
resolver la situación para habilitar
espacios culturales. Y controlar edificios
para que no se caigan cada dos por tres.
También hace falta mejorar las
redes de transporte público, particularmente
los de rieles.)
Y fuimos
perdiendo la buena alimentación,
con cada vez menos vacas pasteras la carne
se hizo más cara y de peor calidad,
así como todos sus derivados se
fueron encareciendo. Si antes para sobrevivir
hacía falta poco, ahora hace falta
mucho dinero, lo notamos en cada compra
de comida que hacemos. Recuerdo que cambiar
la TV era un imposible, pero comer, se
comía bien. Ahora es al revés,
comer es caro -y es peor la calidad- pero
los electrodomésticos son más
accesibles.
Y en ese cambio
cultural que por suerte incluye cosas
que se han preservado y otras que realmente
han mejorado. Hoy la Argentina es un país
que tiene en cuenta a todos sus habitantes
al menos más que en los noventa.
Ya, por ejemplo, no se ve esa desnutrición
infantil en el “granero del mundo”
que hacía que duelan los ojos.
Sin embargo,
hay cosas nuevas que hacen ruido. Cuidémonos
de “salir de Guatemala y caer en
Guatepeor”. Nos quieren imponer
no funcionar con moneda extranjera. Para
comprar tenés que pedir permiso
a mamá o papá estado. Hay
un cambio oficial del dólar a 4,5
lo que le permite al estado comprar para
sus reservas, sin embargo, el mercado
negro marca un paralelo a 6,3 (sin duda
algo inflado por la especulación
de los de siempre). Molesta pedir permiso
para todo, pero mucho más aún
¡vivir en una ficción! Prefiero
que se blanquee la devaluación
y que le hagamos frente a los problemas
antes que nos gesten nuevos problemas
intentando camuflar la cosa. Aprendí
que hay que ir con la verdad, que las
mentiras desgastan. Que es preferible
agarrar un problema a tiempo porque al
intentar taparlo nace otro problema más,
mientras el primero crece, nutrido por
el ocultamiento generando así,
con el tiempo, de un feo pimpollo una
hidra con varias cabezas. A las cosas
por su nombre: “Al pan, pan, y al
vino, vino”.
Rafael Sabini
[email protected]
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