¡Sombras,
nada más,
acariciando mis manos!
¡Sombras, nada más,
en el temblor de mi voz!
Pude ser feliz
y estoy en vida muriendo
y entre lágrimas viviendo
los pasajes más horrendos
de este drama sin final...
La
última Cena
“Con la democracia se come, con
la democracia se educa, con la democracia
se cura”… Hace mucho calor.
Toda la ciudad sufre el asedio de la naturaleza
y la crisis. Argentina a duras penas continúa
con vida a pesar de la falta de energía
eléctrica, de agua, de esperanza.
Siento que mastico tierra, justo yo que
siempre viví en el conurbano y
estuve hasta las rodillas de agua cada
dos por tres por las inundaciones. Se
me seca la boca y ni siquiera puedo entrar
a un supermercado y apoyarme al lado de
una heladera. A esta hora están
cerrados, recién abre en dos horas.
Los cortes de energía nos tienen
así, medidos. Los que sí
la pasan mal son los de los edificios.
Quienes viven en los últimos pisos
de los edificios parecen princesas encarceladas
en las torres del reino. Aguardan el regreso
de la energía eléctrica,
como se espera el beso de un príncipe
encantador. Por lo menos aquí abajo,
si te agarra la desesperación te
tirás al río y chau. Los
ancianos se deshidratan en las calles
mientras las palomas mueren en las plazas.
Las fuentes están secas como el
alma del pueblo. Ya no hay verde, no hay
agua. Ya no hay ordenador social porque
no hay administración pública,
ni trabajo, ni transporte, ni televisión.
Ni pan para el cuerpo ni pan para el alma.
Sólo silencio y bruma en el interior
de los corazones. Este es el modo en que
la vida se va desgranando como panecitos
viejos en pequeñas y arenosas migas.
Los nombres de dios están en boca
de los ángeles de la muerte. Algunos
se pintan la cara y vitorean a las vírgenes
que ya van por no sé cuántas.
Los cañones ahora disparan hacia
fuera y los días que vivimos en
peligro aumentan cada vez más.
¿Cómo le digo entonces a
mis hijos que con la democracia se come,
con la democracia se educa, con la democracia…?
Siempre me gustó
escuchar a los artistas. Yo leía
mucho y escuchaba música siempre
que podía. Cuando iba al trabajo,
por más que era temprano, iba con
la radio pegada al oído o silbaba
canciones de mi juventud. Por eso me gustan
los cantantes. Me rescatan siempre de
lo insoportable. En estos días
los artistas hacen lo posible por sostener
la esperanza. El Festival “Tres
días por la Democracia”,
aplazado por la infame Operación
Virgen del Valle iniciada durante los
primeros días de diciembre, culmina
realizándose el 26. Los cortes
de luz nos duelen como si nos cortaran
a pedazos la vida. Soda nos hace soñar
y Les Luthiers nos hace sonreír.
Nos hacen recordar que es posible que
con la democracia se come, con la democracia
se educa, con… Se lo agradecemos
tanto que nuestras manos están
rojas de aplaudir a rabiar.
¡Si todo esto sirviera para conjurar
el desasosiego que se cierne sobre nosotros!
Mientras camino por la calle el vapor
que despide el asfalto me recuerda al
infierno. Aunque algunos dicen que el
infierno es helado, frío como la
ausencia misma de la vida. Por alguna
razón que desconozco prefiero elegir
un infierno hirviendo. Así, como
me hierve la sangre cuando veo la quietud
de los funcionarios que se parece mucho
a la muerte. Ellos sostienen una quietud
de mar de fondo. Lo sé porque en
otros lugares mientras algo de vida se
mueve, los espíritus de la noche
sobrevuelan las ciudades. Como en Rosario.
Sé que un tal Pocho Lepratti está
llegando a la ciudad y seguramente traerá
un poco de cielo a este desierto. Seguramente
con él será posible eso
de que con la democracia se come, con
la democracia…
Aquí, en Buenos
Aires, la ciudad de todos los poderes,
el sudor escribe las camisas y las frentes.
Reviso mi bolsillo y lo que puedo comprar
en el kiosco de Sarmiento y 25 de Mayo,
al llegar a Maipú ya no me alcanza.
Doce minutos para caminar cuatro cuadras
y ya estoy devaluado. No puedo festejar
el año nuevo. No puedo porque no
siento que nada nuevo llegue. Es más,
siento un detenimiento enorme del tiempo.
Más aún después de
la muerte de Alfredo.
Zitarrosa cantó gran parte de mi
vida. No digo que haya acunado mi niñez,
pero sí mi infancia y mi más
dulce adolescencia. Fui capaz de enamorarme
y llorar con “Stéfanie”,
sentir en cada gota de mi sangre el “Adagio
en mi país” y darme ánimo
cada día con “Pa'l que se
va”.
Por eso el tiempo se une al asfalto caliente
y hace que mis pasos apenas se muevan
despegando alquitrán derretido
en cada huella. Hoy me parece difícil
eso que dice que con la democracia se
come...
Supe que en estos días de enero
el presidente Alfonsín y su gabinete,
entre urgencia y urgencia, se reunieron
en la Quinta Presidencial de Olivos. Solidarizándose
con los cortes de luz, a un “iluminado”
se le ocurrió iluminar la reunión
con un sol de noche. Imaginé las
camisas sudorosas pegadas al cuerpo, los
cuellos mugrientos, las corbatas arrugadas,
los rostros grasosos y los vientres hinchados
rebalsando los cinturones de los pantalones
de los ministros reunidos a media luz
esperando algo parecido a una tregua (porque
para esperar un milagro hace falta fe).
Como una metáfora de la última
cena, imagino que todos se sientan a la
mesa, que el traidor va a besar a Jesús
para cumplir con la profecía, algún
Pedro se entera que lo va a negar tres
veces (muchas más pienso yo) y
los demás miran consternados atontados
por el calor. En ese momento entendí
que para aquellos hombres que ya lo habían
entregado todo –que ya nos habían
entregado a todos– sólo un
changüí de tiempo era lo que
en realidad necesitaban para terminar
de sacarse el muerto de encima y ya no
tener que repetir la letanía de
que con la democracia…
Me pregunto ¿a quién se
le ocurrió iluminar esa cena con
su sol de noche? Su luz, débil,
mortecina, insignificante, sólo
sumó más abatimiento al
clima de mishiadura que nos ahoga a todos.
Lo más temible de la oscuridad
es la dificultad de reconocer el rostro
del otro. A media luz no hay manera de
reconocer al enemigo. A media ley tampoco.
La democracia deseable y defendible se
va deshilachando como un trapito raído.
Ni siquiera Piluso puede defendernos ahora.
Su huella roja en la tierra me dice que
no va a haber más capitán
ni para mí, ni para mis hijos,
ni para mis nietos. A lo mejor Alberto
se anticipó al paso del asteroide
1989 fc (un enorme cascote anónimo
que fue bautizado después de que
cruzó raspando la tierra). Estábamos
tan preocupados en mirar hacia abajo que
no teníamos idea de lo que pasaba
arriba. No lo vimos al Negro, no vimos
la piedra que nos podría haber
hecho pelota. No encontramos el modo de
que comer con la democracia, educar con
la democracia, curar con la democracia.
No la vimos ni cuadrada.
Qué se yo, tengo la sensación
que de esta sólo se sale con esperanza
y coraje. Y me parece que por ahora ninguna
de las dos opciones será posible.
Dios ya no atiende en Buenos Aires.
Pesadilla
antes de navidad
El jueves 1 de diciembre de 1988 el gobierno
adelantó la hora oficial para ahorrar
energía. Para el día 6,
los espectáculos deportivos (léase
fútbol) debieron ajustar su desarrollo
a la duración de la luz solar.
El 12, comenzaron los “cortes programados
rotativos” en algunas zonas de Capital
Federal y Gran Buenos Aires (que en principio
serían sólo por 15 días
-de lunes a viernes-, distribuidos en
tres turnos de 5 horas de duración
cada uno, empezando a las 7 de la mañana).
Ya para el 2 de enero, se agregaron los
sábados y el día 9 se sumó
otra hora más de corte. Después
la medida aplicada a las empresas y comercios,
se extendió a toda la población.
Luego, le llegó el turno a la TV:
se redujo el horario de transmisión
a sólo 4 horas diarias (los canales
2, 7, 9, 11 y 13 sólo podían
transmitir entre las 19 y las 23 hs.).
Los bancos atendían sólo
de 8 a 12 y toda la administración
pública comenzó a “gozar”
de asuetos administrativos para “ahorrar”
un 20% de energía. También
fue prohibida la iluminación con
fines ornamentales, se redujo el uso de
electricidad para la vía pública,
se obligó a los comercios a mantener
las vidrieras y carteles apagados cuando
estuvieran cerrados y se suprimieron muchos
trabajos nocturnos. La falta de energía
eléctrica afectó también
el abastecimiento del agua (Obras Sanitarias
de la Nación tuvo que distribuirla
en tanques a las zonas del Gran Buenos
Aires). Hubo sequía. Por ello bajó
la potencia de las usinas hidroeléctricas.
A todo ello se sumó que quedaron
fuera de servicio dos bombas de la central
hidroeléctrica de Embalse Río
III, la salida de servicio de la central
nuclear de Atucha y un incendio en La
Pampa que afectó una línea
que transportaba energía desde
El Chocón.
El ir y venir de la electricidad también
agravó todo: una sobrecarga de
tensión a mediados de diciembre
afectó al vecindario de San Telmo
que calcinó incalculables artefactos.
A mediados de enero, en la Quinta Presidencial
de Olivos, la cena de “fin de año”
que reunía a altos funcionarios
con el presidente, se hacía en
penumbras, bajo la luz mortecina de una
lámpara de camping “sol de
noche”. En el Parlamento y la Casa
Rosada no se encendía el aire acondicionado.
Alfonsín era fotografiado -como
sus ministros- con la corbata aflojada,
las mangas arremangadas, sudoroso. Definitivamente,
Dios no atiende en Buenos Aires.
Men
In Black
El jueves 1 de diciembre de 1988 una unidad
comando de la Prefectura Naval Argentina
–los “Albatros”–
se evapora de su acantonamiento en las
sombras de ese día. En dos camiones
militares se ausentan llevando consigo
armas de guerra acopiando material bélico.
El ministro de Defensa Horacio Jaunarena,
según las memorias de Alfonsín,
recién se enteró de lo acontecido
el jueves 8 de diciembre.
Raúl Alfonsín se encontraba
en México asistiendo a la asunción
de Salinas de Gortari. El día viernes
2, arriba a Nueva York. El sábado
3, estaba previsto que diera un discurso
ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas. Es en ese momento que se anoticia
que el Coronel Seineldín se había
sublevado en Villa Martelli. Al llegar
a Washington para concretar la entrevista
concertada con el presidente George Bush
el tema de fondo –a pesar de Don
Raúl– es lo que está
sucediendo en Buenos Aires. Mientras tanto,
en estos pagos el jefe del Estado Mayor
General del Ejército, General Caridi,
recibe malas noticias. El Regimiento 3
de la Tablada, el 7 de La Plata y la Compañía
de Comunicaciones Número 10, se
han plegado a la sedición. Ningún
integrante del gobierno estaba anoticiado
de que el 30 de noviembre Seineldín
(quien estaba destinado en Panamá)
había regresado subrepticiamente
a la Argentina para comandar el Operativo
Virgen del Valle.
Jaunarena tampoco se enteró, y
menos Alfonsín, que el viernes
2 de diciembre el Coronel ya había
comunicado a sus hermanos en armas, que
él desconocía la autoridad
de Caridi. La sedición ya tiene
sus objetivos: Fin de los Juicios, Ley
de Pacificación y Amnistía,
Nuevo Rol del Ejército, Incremento
Salarial, Mayor Presupuesto Militar y
–obviamente– la Renuncia de
Caridi. El Operativo Virgen del Valle
ya está en marcha.
Alfonsín ordena, desde los Estados
Unidos, reprimir sin negociar. Sin embargo,
es Víctor Martínez quién
está a cargo de la Presidencia
de la Nación. Es por eso que pesa
sobre él la responsabilidad que
lo obliga a decir: “Salvo el acta
matrimonial nunca he tenido que firmar
algo tan grave”.
El mismo sentimiento embarga de Caridi.
Cuando intenta de muy mala gana llevar
adelante la orden, es recibido por fuego
de morteros y su “ataque”
se suspende. Inesperadamente, los sediciosos
se trasladan -sin ser hostilizados- desde
Campo de Mayo a los cuarteles de Villa
Martelli. “Dios y Patria”
gritan desde afuera… ”O Muerte”
contestan desde adentro. Se abren las
puertas y allí se hacen fuertes.
Fuerzas blindadas, al mando del general
Isidro Cáceres, convergen sobre
Villa Martelli. Pero el general Cáceres
es un hombre respetado por los “carapintadas”,
lo cual torna previsible el desenlace
del episodio. Caridi y Seineldín
parlamentan (con Cáceres por testigo
y garante), llegando a un acuerdo de caballeros:
se ha firmado el “Pacto de Villa
Martelli”.
En otra parte de la ciudad Soda Stéreo
iba a presentarse en Obras el sábado
3. Zeta Bosio recuerda que casi levantan
el concierto pero finalmente “lo
hicimos porque creímos que hacerlo
era la mejor demostración de que
la democracia era efectiva”. Cada
uno luchaba con sus propias armas.
En definitiva, Caridi había asumido
los reclamos de los rebeldes a los que
tenía que reprimir, y actuaba como
embajador del Movimiento ante el presidente
Alfonsín. Había dejado al
general Cáceres al frente de la
“represión” quien a
su vez había ordenado al general
Arrillaga el uso de artillería.
La orden era una papa caliente en las
manos del Ejército.
El general de artillería Arrillaga
no acertó ningún disparo
en diciembre (pero fue absolutamente certero
cuando –52 días después–
demolió los edificios de la Tablada
al sofocar el copamiento por parte del
Movimiento Todos por la Patria).
Mientras los militares negociaban, frente
al cuartel de Villa Martelli una muchedumbre,
como en aquellas Pascuas, se había
dado cita convocada por los medios oficiales
de difusión para “resistir”
la nueva sedición carapintada.
Sin embargo, la diferencia con aquella
otra resultó ser una batalla campal
donde los efectivos policiales dispararon
a mansalva contra la ciudadanía
reunida allí y cuyo saldo fue de
cuatro muertos y cuarenta heridos.
Al finalizar la jornada, aquella parte
de la sociedad argentina que se hizo presente
a las puertas del cuartel, quedó
impávida. Ellos habían recibido
los balazos. Se había desdibujado
definitivamente el rostro claro del enemigo.
Al coronel Seineldín se lo llevan
preso. Quien no se rinde es el mayor Hugo
Abete (seguirá en rebeldía
durante cinco días más,
al frente del Regimiento de Infantería
Mecanizada 6, con asiento en Mercedes).
Su actitud fue el colmo… sólo
entregó la unidad al coronel Seineldín
en persona recién el viernes 9
de diciembre. Aun quedaba más:
quien protagonizó quizás
el suceso más escandaloso fue el
coronel que teóricamente estaba
preso (sic). Viajó expresamente
hasta Mercedes para recibir la unidad
rebelde de parte de su subordinado (¿?).
Los días de espanto concluyen cuando
el 11 de diciembre el Poder Ejecutivo
dispuso un aumento para las FFAA del 20%
más una suma fija de 1.500 australes
y el 20 de diciembre, aceptó la
renuncia del Gral. Caridi. Se cumplía
una vez más con las exigencias
de los hombres con la cara pintada de
negro y la casa –de manera infortunada–
volvía a estar en orden. ¿Y
dónde mierda está Dios?
La Tablada
La mañana del 23 de enero de 1989,
amaneció más temprano. Exactamente
a las 06:15 pero no porque saliera el
sol. A esa hora, un baldazo de agua fría
caería sobre todos rompiendo la
tensa calma que siguió al último
levantamiento carapintada. Ese día
en Buenos Aires haría un calor
atroz: 32 grados y 65% de humedad, pero
un escalofrío recorrería
las espaldas de todos. Ese día,
duraría una eternidad.
En el Regimiento de Infantería
Mecanizada Nº 3 “Gral. Belgrano”,
localizado en La Tablada, se había
desatado un infierno. El diario La Razón
adjudicó la responsabilidad del
ataque a la unidad militar a militares
carapintadas aún en la portada
de su 5ª edición. Hasta pasado
el mediodía, todas las fuentes
gubernamentales insistían que la
acción armada se debía a
una nueva sublevación de militares
rebeldes.
Todo cambiaría sobre el mediodía.
No eran los carapintadas los que se batían
a sangre y fuego en ese cuartel sino un
grupo de civiles armados, todos ellos
militantes del Movimiento Todos por la
Patria. Algunos de ellos, viejos guerrilleros
del ERP, otros, chicos reclutados para
la gran causa de la democracia. Afiliados
orgánicos del Partido Intransigente,
miembros de organismos de Derechos Humanos
como el CELS, curas de la Teología
de la Liberación, integrantes del
Ejército sandinista, eran detalles
que dejaban perpleja a toda la militancia
progresista y de izquierda.
A medida que se conocían los detalles
del hecho, la indignación crecía
en forma proporcional a la angustia, todos
esperaban la puñalada por la espalda
de la mano de la derecha, no de la izquierda;
y menos de esa que aparecía como
amplia, generosa, democrática y
republicana. Era un disparate, una verdadera
locura haber tomado la decisión
de copar un cuartel como si fueran los
años 70 con el objetivo de parar
un golpe de estado contra Alfonsín.
Lo más siniestro de todo esto es
que la operación se justificaba
mediante una mentira infame. Los atacantes
vestían prendas militares, tenían
las caras pintadas, y arrojaban volantes
firmados por el “Nuevo Ejército
Argentino”, mientras vivaban a Seineldín
y Rico.
Como si fuera poco, a esa farsa sangrienta
se sumaba el ganador de las internas del
justicialismo y candidato a la presidencia:
Carlos Menem afirmó que todo lo
que estaba ocurriendo era responsabilidad
de la Franja Morada.
El comisario Juan Angel Pirker, el más
lúcido y democrático policía
de esos días, le dijo a Alfonsín
que él rendía a los atacantes
del cuartel con gases lacrimógenos
y sin romper ni un vidrio. Pero a Pirker
se lo desestimó y otro fue el desenlace:
3.500 efectivos de la bonaerense y del
ejército rodearon el cuartel. Alfonsín
puso al mando de la operación de
recuperación del cuartel al general
de Artillería Alfredo Arrillaga,
beneficiado por sus leyes de Punto Final
y Obediencia Debida (responsable de la
operación masiva en Mar del plata
“La Noche de las Corbatas”
donde fueron secuestradas once personas,
entre ellas seis abogados y del Centro
Clandestino de Detención “La
Cueva”).
El 24 de enero, todo terminó del
modo más trágico. A la caída
del sol había 39 muertos, 3 desaparecidos,
60 heridos, 5 cadáveres no identificados
y 21 atacantes detenidos. Una herida quedó
abierta en la sociedad. Luego de 30 horas
de combate, donde el poder político
amparó metodologías represivas
propias de las dictaduras, y permitió
un proceso judicial plagado de irregularidades,
condenado por la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, que responsabilizó
al estado argentino por las desapariciones,
ejecuciones y torturas ocurridas tras
la recuperación del cuartel.
Dark
Shadows
En la Chicago Argentina, es donde comenzaron
los saqueos el día domingo 28 de
mayo; mientras Alfonsín pronunciaba
un discurso. En 48 horas unos cien comercios
fueron saqueados en un estallido social
sin precedentes. La ciudad fue militarizada
y el país sometido a estado de
sitio. Entre las fuerzas que llegaron
a poner “orden” a la revuelta
popular se contó con la eficaz
e inestimable colaboración de los
400 “Albatros” comandados
por Seineldín (¿parece joda
no?), y el apoyo logístico del
II Cuerpo de Ejército a cargo del
General Cáceres (todos ellos sediciosos
de Villa Martelli). Además, llegaron
1.500 efectivos de la Policía provincial,
300 de la Policía Federal, 4.000
gendarmes desde distintos puntos del país
que generaron a lo largo de los diez días
de “operaciones” 1.500 allanamientos
donde se detuvo a 1.600 personas (hasta
familias completas con pibitos de 2 y
4 años).
Los detenidos, fueron encerrados en las
comisarías, en la Escuela de Policía
y hasta en la Sociedad Rural [sic]. Hubo
apremios ilegales y simulacros de fusilamiento,
acordes al perfil de los represores. Se
contabilizaron 8 muertos, cientos de heridos
con munición de plomo y de goma
y 23 detenidos a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional. Varios “comunicadores
sociales” proponían la implantación
de la pena capital para defender el derecho
a la propiedad que los hambrientos ponían
en peligro… ¿los hambrientos?
“Cuando llegué al súper
casi me muero de la impotencia. La chata
de la policía estaba cargada de
mercadería. Los mismos que deberían
custodiarme me estaban robando. ¡La
misma policía me robaba!... fue
terrible porque yo tenía el depósito
pegado al súper. Me metieron un
semirremolque marcha atrás, tiraron
el portón, lo cargaron de mercadería”.
El lunes 29 de mayo circuló un
extraño rumor que fue aceptado
de plano en los barrios pobres de Rosario:
“hordas de marginados vienen atacando
los hogares, violan mujeres y matan a
los niños”.
“Nos dijeron que los vecinos de
Villa Gobernador Gálvez iban a
venir a saquear nuestras casas, así
que mi marido y yo escondimos a los chicos
y pasamos la noche en el techo armados
con palos y piedras”. En el centro
los vecinos se avisaban unos a otros por
teléfono… “ya vienen
las hordas”. El mismo rumor se implantó
en Buenos Aires días después.
San Miguel, La Paz, Vucetich, José
C. Paz, Las Calas, Villa Mitre, Villa
Trujuy, Primavera, Santa Brígida…
Todos contra todos
Nada tan cerca y nada tan lejos como la
noción de enemigo interno. Pilar
fundamental de la Doctrina de Seguridad
Nacional, la dupla conceptual “enemigo
interno” se teorizó con potencia
demoledora a partir de las guerras del
siglo XX y lejos de retirarse con la finalización
de las mismas, se volvió carne
en la subjetividad contemporánea.
Pensar en que estos relatos que aquí
rescatamos tienen basamento y origen a
partir de los acontecimientos surgidos
por el desmoronamiento económico
producido por la hiperinflación
acechante durante el gobierno de Raúl
Alfonsín, resulta escaso para leer
la influencia de su real dimensión
en los sucesos de 1989.
La vigencia de una significación
engarzada dentro de una cadena significante
habla de los elementos que constituyen
la trama discursiva que sostiene a las
sociedades y que configura las subjetividades
de una época. No hay inocencia
en la punzante escritura que realizó
la pluma del terror en las manos de los
genocidas de la última dictadura
cívico militar que diezmó
la Argentina entre 1976 y 1983. La borra
histórica que sedimentó
luego del retorno de la democracia en
nuestro país, dejó en el
fondo de la copa victoriosa de las urnas,
el residuo amargo de nociones que mantuvieron
viva su eficacia simbólica de modo
silente.
Desfondamientos tales como los producidos
por la hiperinflación no son por
sí solos suficientes para sostener
un relato que legitime que en el otro
no hay humanidad. Hace falta algo más
que la miseria económica. Si los
fantasmas que daban vida a los rumores
que decían que otros vendrían
a saquear, a violar a las mujeres, a matar
a los hijos, no pueden ser reconocidos
como las huellas de la dictadura en la
subjetividad, ¿cómo deben
entenderse? Se gritó a viva voz
lo que se padeció en silencio durante
ocho años. Porque quienes saquearon,
violaron y mataron, fueron sin dudas los
genocidas.
Y el acontecimiento que definitivamente
devela este sentido hasta ahora oculto,
es el salto cualitativo que se dio en
2001, donde la ferocidad de la crisis
económica y el desgarramiento subjetivo
atroz que padeció la sociedad en
su conjunto, llevó a la construcción
de consignas colectivas como aquella que
decía “Piquete y Cacerola,
la lucha es una sola”. Allí,
en medio del dolor y la indignación,
recorridos por la indigencia más
escandalosa, abrumados por las muertes
desbordantes de discrecionalidad y las
más imperdonables, los argentinos
ganamos una de las batallas más
desiguales que hayamos padecido: le arrebatamos
a la dictadura el sentido de “nosotros”.
Viviana Demaría
y José Figueroa
[email protected]
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