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“El reconocimiento de la deuda, la liquidación de su importe, puede y debe ser hecha por la nación sin menoscabo de sus derechos primordiales como entidad soberana; pero el cobro compulsivo e inmediato, en un momento dado, por medio de la fuerza, no traería otra cosa que la ruina de las naciones más débiles y la absorción de sus gobiernos -con todas las facultades que le son inherentes- por los fuertes de la tierra”
Luis María Drago, 1902

“Estamos sometidos a jurisdicción extranjera en función de acuerdos que se hicieron en los años 90 y antes, para aceptar créditos con extensión de nuestra jurisdicción a otros países”, “Es una cesión de soberanía”, “no podemos estar cediendo nuestra soberanía de manera gratuita” “directamente habría que prohibir ese tipo de acuerdos, incluso penalizar a quien se le ocurriera hacerlos.”
Eugenio Raúl Zaffaroni, 2012

Terminaba el año 1902
En nombre de 152 tenedores de bonos, la Corona Británica, el Imperio Alemán y el Reino de Italia llevan adelante una acción bélica naval sin precedentes contra una nación latinoamericana.
Una flota de guerra con un descomunal poder de fuego toma por asalto toda la costa venezolana para cobrar su deuda soberana. Luego, se sumarán al “reclamo” mercantil los reinos de España, Bélgica, Suecia, Países Bajos y Noruega; conjuntamente con los estados republicanos de México, Francia, y Estados Unidos.

Pequeña Venecia
En 1507 el cosmógrafo alemán Martín Waldseemuller publicó "Cosmographiae introductio cum quibusdam geometriae ac astronomiae principiis ad eam rem necessariis. Insuper quatuor Americi Vespucii navigationes. Universalis Cosmographiae descriptio tam in solido quam plano, eis etiam insertis, quae Ptholomaeo ignota a nuperis reperta sunt", donde consigna el nombre de América para el nuevo mundo, por haber sido –según su autor- Américo Vespucio, el primero en afirmar que se trataba de un nuevo continente. Américo Vespucio también tuvo que ver con el nombre dado a la actual República Bolivariana. En una de sus cartas fechadas en 1499 relataba lo que vio al entrar en lo que es hoy el Golfo de Venezuela: “una serie de bohíos que habían sido construidos sobre estacas clavadas en el fondo del agua”. Esta visión le recordó una de las ciudades de su país natal –Venecia-. Ante la similitud, la bautizó con el nombre de “Veneziola” (pequeña Venecia), que luego se le dio a toda la región. La tradición oral se encargó de perpetuar aquel nombre primigenio que devino en el actual Venezuela.

La Deuda Maldita
El sueño de Bolívar se hace añicos. La República de Colombia desaparece repartiendo sin mayores detalles su deuda externa (que reconoce es de 6 millones de libras esterlinas en 1826 y que hacia 1830 se duplica) correspondiéndole a Venezuela el 28,5% de ella (siendo una cantidad muy inferior la que tenía registrada en sus propios libros de aduanas y hacienda). La deuda heredada de Colombia se suma a las reclamaciones extranjeras (sobre todo de España por "daños y perjuicios" de la independencia) referente a las propiedades confiscadas, y de obligatoria resolución política ya que se aspiraba a que el país fuera reconocido en el concierto internacional. La independencia de España –como del resto de los países bolivarianos- le sale muy cara a la Venezuela posrevolucionaria. Entre 1830-1848, se establece una clara estrategia de amortización y pago del servicio de la deuda legítima que tiene registrada en su haber, sin comprometer más del 20% de los ingresos fiscales ni hipotecando las aduanas. Pero esta laboriosa credibilidad fiscal le va a servir a los posteriores gobiernos como base estratégica para contratar nuevos endeudamientos con desventajoso origen y dudoso destino. Entre 1848-1863 se produce la conversión de deuda privada a deuda pública, proceso que se llevó a cabo por dos vías: una, la llamada "deuda de espera", mediante la cual el Estado -en el papel de fiador- asumía las acreencias de los particulares, cediendo a la hostilidad de los acreedores extranjeros. La otra vía fue la de la abolición de la esclavitud, cuya consecuencia obligaba al Estado a pagar, a precios de principios de siglo, la libertad de esclavos ancianos y tullidos (que ya eran una carga para sus amos). El resultado: un buen negocio para éstos, la calle y la mendicidad para aquéllos y una carga más para el Erario Público. Las puertas de la guerra civil ya se han abierto de par en par. Entre 1863-1870, una legislación tras otra de quienes llegan en forma efímera al poder, cargan al Tesoro Público nuevas deudas de guerra. La deuda acumulada se deja de amortizar y más bien se duplica. Finalmente en el período considerado entre 1870-1899 bajo la influencia política de Guzmán Blanco primero y Joaquín Crespo después, se promueven nuevas modalidades de endeudamiento y pago. Guzmán se asocia a un grupo financista nacional monopólico que le inyecta dinero a su gestión a cambio de renunciar virtualmente a la administración directa de las aduanas. Por otra parte obtiene el favor de inversionistas extranjeros comprometiendo –sólo en concepto de intereses– el 10% de los ingresos del país durante décadas. "Deuda Nacional Consolidada", "Deuda Nacional Consolidable" y "Arreglo Fiscal" fueron los nombres que circularon en la negociación de la deuda por aquel entonces. Guzmán no se despide del poder sin antes dejar un letal legado: la “Deuda Diplomática”, expresión que usó para denominar los reclamos realizados por las naciones europeas desde la década de los 40. Por esta vía Venezuela reconoce acreencias antiguas con emisiones de títulos a España (4.498.000 bolívares); a Alemania (90.000); a Dinamarca (6.000); y a Francia (484.000) elevando la suma a un total de 5.078.000 bolívares. Por último Joaquín Crespo contrató con el Diskonto Gesellschaft de Berlín un empréstito de 50 millones de bolívares esa entidad financiera alemana exigió en contrato tanto la inembargabilidad de los títulos emitidos como la prohibición expresa del país contratar nuevos empréstitos extranjeros hasta tanto no se cancelara el que esta entidad concedió a Venezuela, equivalente a casi el 70% del total adeudado por el país hasta entonces en condiciones brutales: el acceso al crédito del banco alemán, supuso la renuncia del Estado venezolano a su potestad para diseñar la política financiera.

9 de diciembre de 1902
El 23 de julio de 1902, el Conde Paul Wolf-Metternich, embajador alemán en Londres, se reúne con el Ministro del Exterior británico Lord Landowne con el objeto de consolidar las acciones a seguir contra Venezuela. El 11 de noviembre, acuerdan el bloqueo naval absoluto. El Imperio Alemán consulta al presidente de los Estados Unidos y este da vía libre, no aplicará la “Doctrina Monroe”: la suerte de Venezuela estaba echada. El 7 de diciembre, el Imperio Alemán y la Corona Británica entregan al Presidente Cipriano Castro un ultimátum compulsivo: liquidar en 24 hs. la totalidad de la deuda soberana. El 9 de diciembre dan comienzo a las hostilidades.
El Comodoro George Scheder comanda la flota alemana compuesta por los cruceros Viñeta, Gazelle, Falke y Sperber, junto al cañonero Panther y las fragatas Stosch y Charlotte. El Almirante Sir Archibald Douglas comanda la flota inglesa formada por los cruceros Retribution, Caribdis, Ariadne, Tribune, Indefatigable, Columbine, Phantome y Alert junto a los destructores Quail y Rocket. Al mando de la flota italiana se encuentra el Capitán Giuseppe Orsini integrada por los cruceros Carlo Alberto y Giovanni Bausau.
A partir de la medianoche de ese 9 de diciembre, las armadas imperialistas aliadas contra Venezuela, controlaron Carenero, Guanta, Cumaná, Carúpano, las bocas del Orinoco y Puerto Cabello.

Buitres
Teodoro Roosevelt calificó como “legítimo” el ataque contra Venezuela por parte de una flota de guerra extracontinental al calificarlo “como una intervención lícita, mientras ello no implique una adquisición territorial en América”. Por ello, envió al Almirante G. Dewey a “supervisar” el bloqueo, quien estuvo al mando de una flota naval compuesta por los acorazados Alabama, Iowa, Massachusetts y Kearsage; el crucero Albany y los cañoneros Marietta y Scorpion. En la práctica, dicha flota se comportó como fiscalizadora de las hostilidades contra Venezuela, ya que Estados Unidos se sumó luego a los estados reclamantes como España, Bélgica, Suecia, Países Bajos, Noruega, México y Francia. Obvio, Estados Unidos estrenaba su rol de gendarme para actuar de acuerdo con su exclusivo criterio en aquellos países de su “patio trasero” con “condiciones de desorden financiero o político que pudiesen provocar una intervención”. Así, aquella flota -que legitimó la ingerencia armada extracontinental contra Venezuela-, intervino en la República Dominicana tres años después, tomando su administración de aduanas para asegurar el pago de la deuda externa “por la incapacidad de ese país de hacer frente a sus obligaciones ante acreedores financieros debido al descalabro de sus finanzas públicas”. Situación similar se produjo en Honduras en 1909, en Haití en 1910 y en Nicaragua en 1911 y la lista sería interminable. Ese era en definitiva el espíritu de la “Doctrina Monroe”: América para los norteamericanos.

Una voz en el desierto
El 29 de diciembre de 1902, la República Argentina, a través de su Ministro de Relaciones Exteriores Dr. Luis María Drago, dirige una nota al gobierno de los Estados Unidos, cuya parte sustancial luego se conocería como “La Doctrina Drago”. Se expresaba allí el repudio respecto del empleo de la fuerza armada para constreñir a un Estado a cumplir sus compromisos y liquidar así los atrasos pendientes del pago de su deuda pública, afirmando que su práctica era contraria a los principios de derecho internacional. La intención de Drago, más que enunciar una teoría doctrinaria, fue la de realizar un acto político. Acto encaminado concretamente a impedir que los estados europeos -tomando como pretexto el cobro de deudas- ocuparan un territorio americano, tal y como, por igual motivo, había ocurrido en Turquía y Egipto y estaba ocurriendo en Venezuela. Su objeto, por lo tanto, no era otro que prevenir cualquier política de expansión territorial, disimulada bajo el pretexto de una intervención financiera. Drago constituyó un hito en la trayectoria internacional de nuestro país, basada en la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. La solitaria posición argentina, fue una voz en el desierto en aquel lejano 1902. El único país que jurídicamente alzó su voz en defensa de la soberanía violada en Venezuela y realizó una crítica políticamente implacable a la hipócrita “Doctrina Monroe” se convertiría, en pocos años y con ligeras modificaciones, en parte universal del derecho internacional público.
Dr. Luis María Drago

Cipriano Castro y el Vice Traidor
Aquella madrugada del 23 de mayo de 1899 Cipriano Castro junto a 60 hombres habían dado inicio a la Revolución Liberal Restauradora poniendo fin a lo que Castro llamaba “el fiero caudillaje” que mantenía desmembrado al país. Desde su exilio en la frontera colombiana recorriendo más de 1.000 kilómetros, librando decenas de combates, 153 días después fue proclamado jefe del Estado en la Casa Amarilla. El total de la deuda pública que recibió Castro era del orden de casi 200 millones de bolívares. Ese momento era equivalente a cinco presupuestos. Su conducción integró a “los andinos” a la vida política institucional, dio paso a un incipiente proyecto de una Confederación Latinoamericana, y mantuvo una agresiva política exterior contra las potencias imperialistas. Su proclama "¡Venezolanos! ¡La Planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria!" expresada a viva voz durante el bloqueo de 1902, generó una reacción nacionalista inusitada logrando una significativa movilización de todos los sectores de la sociedad, una manifiesta simpatía por parte de países latinoamericanos y hasta la adhesión de sus adversarios en la lucha contra la agresión imperialista.
A las agresiones internacionales se sumaban las internas. La “Revolución Libertadora” –penosa similitud con nuestra historia si la hay– fue llevada adelante contra Castro por el General y banquero Manuel Antonio Matos, apoyado por la New York & Bermúdez Company de Estados Unidos, La francesa El Cable Francés y la compañía alemana del Gran Ferrocarril de Venezuela que le entregaron 100 mil dólares en oro a Matos para financiar el intento destituyente. La “Revolución Libertadora” fue sofocada, poniendo fin a una sublevación cuyo único objetivo era sacar del poder a “los andinos”, restaurar en el gobierno a la oligarquía y entregar el país al capital extranjero. Con la derrota de la Revolución Libertadora los capitales internacionales decidieron pasar del funcionamiento opositor a la intervención directa, y de esta manera comenzaron a estrangular a la economía nacional hasta el ataque de la flota en diciembre de 1902. Dos importantes instrumentos legales se habían promulgado durante su presidencia: la Ley de Divorcio Civil (abriendo un frente de lucha contra el clero católico) y el Código de Minas (donde se establecían mayores impuestos a la explotación del asfalto y sometía a la jurisdicción exclusiva de los tribunales venezolanos a las empresas extranjeras). En 1907 Cipriano Castro es operado en Venezuela debido a una afección renal. Para la segunda operación decide viajar a Berlín dejando a cargo a su vicepresidente Juan Vicente Gómez.
En diciembre de 1908, entran en el Puerto de La Guaira los acorazados norteamericanos Maine, Des Moines y Nort Carolina. Un escuadrón de marines desembarcan y desfilan para presentarle honores al nuevo presidente de Venezuela: el traidor Juan Vicente Gómez. La fuerza de ocupación permanecerá tres meses para afianzarlo en el poder, poder que ejercerá durante 27 largos años de dictadura y entrega del petróleo venezolano. Se construye un palacio gubernamental con 200 habitaciones, jardín zoológico privado, piscinas y jardines: es la “Versailles venezolana”. La Royal Dutch Petroleum Company (Shell) y la Standard Oil controlan el 90% de la producción de petróleo y le organizan el servicio de policía secreta y se lo pagan. Gracias a esta verdadera “gestapo”, Gómez será considerado el más cruel de los tiranos del Siglo XX. Venezuela se transforma en el segundo productor mundial de petróleo pero tiene el 70% de pobreza. El traidor, es uno de los hombres más ricos del mundo; no se preocupa de distinguir sus dineros de los del Estado. A su muerte, sus propiedades ascienden a los trescientos millones de dólares.
Aquel presidente que enfrentó a la armada imperial, nunca podrá volver a su patria. Gómez lo condenará al destierro. Todos los años que Castro estuvo en la presidencia fueron intensos como su vida. Desde la época del bloqueo hasta después de su derrocamiento fue objeto de una feroz campaña mediática montada en su contra basada en la utilización de todo tipo de agravios y alusiones raciales. No faltaron los apodos como el de “Mono tropical” con que la prensa francesa lo caricaturizó el 28 de diciembre de 1908 en la revista L'Assette au Beurre. Murió en el exilio y durante muchos años su vida fue tergiversada y olvidada. De esta historia sucedida allá lejos y hace tiempo, cualquier parecido que el lector pueda encontrar con los acontecimientos que en la actualidad atraviesan los mandatarios que llevan adelante procesos nacionales y populares en Latinoamérica, no es pura coincidencia.
Presidente Cipriano Castro

La culpa no es del chancho
El amigo dilecto de Domingo Cavallo, Roque Fernández, Carlos Rodríguez y Ricardo López Murphy se llamaba (por suerte ya falleció) Rudiger Dornbusch, profesor del Massachusetts Institute of Tecnology. En las épocas doradas de la convertibilidad llegó a cobrar hasta 40.000 dólares (cash) por cada conferencia empresarial en Argentina. Cotizado asesor de los principales bancos de inversión (los mismos que desde Nueva York ganaron fortunas en los noventa, cabalgando en el “riesgo país” para cobrarle tasas siderales al gobierno argentino) y estrella del establishment financiero. En marzo de 2002, propuso que un equipo extranjero debería intervenir el Estado y asumir el manejo en áreas críticas como el control y la supervisión del gasto público, la impresión de dinero y la administración tributaria. Recién después de que Argentina “cediera temporariamente su soberanía” en esas áreas, el Fondo Monetario asistiría financieramente al país. Los desembolsos irían llegando a medida que un “comisionado general” con residencia en el país, fuera autorizándolo. Dornbusch no estaba loco. Griesa tampoco.
Entre aquel 1902 en Venezuela y nuestro 2002 muchas cosas han cambiado. No hubo una flota bombardeando nuestros puertos ni interviniendo nuestras aduanas. La estética es distinta pero la lógica es la misma.
Entre aquel doloroso 1902 y este presente 2012 muchas cosas han cambiado. Lo que no ha cambiado es la lógica del acreedor.

Viviana Demaría y José Figueroa
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Revista El Abasto, n° 150, diciembre 2012.

 

 

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