“La capital de una Nación,
en todas partes, es la ciudad o lugar
en que residen todas sus autoridades nacionales.
En el Plata, no es eso solamente; es mucho
más.
Es la ciudad en que se encuentran, por
razones de geografía, de historia
y de tradición, las fuerzas y elementos
naturales del Gobierno nacional (…)
De ahí viene que tras la ausencia
de una capital,
lo que realmente faltaba, era la existencia
de una nación,
en el sentido de un Estado idéntico,
y más o menos consolidadoen un
solo cuerpo de la Nación.”
Juan Bautista Alberdi
El inquilino
En 202 km2 habita el espíritu
de la Nación Argentina.
No siempre fue así.
Del primer fuerte construido por los conquistadores
con las maderas quebradizas de un barco
que nunca regresó a casa, la sombra
de las historias de canibalismo, los ahorcados
sin piernas de los dibujos del cronista
Ulrico Schmidl, aquel rancherío
bautizado Trinidad en segundas nupcias,
la olvidadita del virreinato del Perú
y de los barcos mercantes que preferían
el Pacífico al Atlántico,
las historias de contrabandistas y corsarios,
las varias veces invadida y defendida
con gloria a fuerza de sangre negra y
criolla, el paso del tiempo se cuenta
por tres siglos que de algún modo
desaparecen dejando mínimas huellas
visibles en la historia de Buenos Aires.
Lo colonial cedió ante esta nueva
y eterna ciudad que cada mañana
–cuando los porteños abren
los ojos– aparece como si siempre
hubiese sido así. Eterna como el
agua y el aire, diría Borges.
Desde 1810 hasta 1880 la cuestión
capital estuvo en el eje de todas las
disputas entre los diversos actores del
poder. Para muestra basta la imaginería
de Domingo F. Sarmiento que en 1850 desde
su exilio en Chile propuso crear Argirópolis.
El acontecimiento más significativo
y que prolongó la indefinición
por casi tres décadas fue la sanción
de la Constitución Argentina en
1853 a la que Buenos Aires no adhirió
principalmente por esta cuestión
central: la negativa a transferir a la
ciudad de Buenos Aires para que forme
parte de una estructura política
más integradora. Mientras tanto,
en ese tiempo con características
de limbo, las incipientes instituciones
republicanas funcionaron en capitales
provisorias trasladándose como
peregrinos en su propia tierra.
La insistencia del Partido Autonomista
en no entregar la ciudad de Buenos Aires
como lugar de residencia de las autoridades
nacionales, provocó los crudos
enfrentamientos ocurridos en los combates
de Barracas, Puente Alsina, Los Corrales
Viejos, Constitución. Fue así
que por medio de la sangre y el enfrentamiento
de más de 20.000 hombres la Batalla
por Buenos Aires tuvo su corolario con
la sanción del decreto de federalización
de Buenos Aires, el 6 de diciembre de
1880 afirmando que la residencia de autoridades
nacionales se establecería en la
ciudad que – al federalizarse –
disolvía la condición de
huésped intruso a la que habían
estado sometida desde la independencia.
Se hace visible entonces la directa relación
con la inscripción de la noción
moderna del Estado Nación que conlleva
el pasaje de una urbanización básica
y funcional a los usos y costumbres de
la época a las cualidades actuales
de la ciudad. Es así que podemos
decir que en aquellos tiempos coloniales
originarios la diagramación manifestaba
el espíritu de las autoridades
en los edificios y los espacios comunes.
Pero adolecía de una idea que emergió
de modo irreductible a fines del Siglo
XIX y principios del XX: lo público.
El Estado Nación y lo público
es una amalgama que debió esperar
hasta pocos años antes del centenario
para cobrar la forma con la que hoy conocemos
sus manifestaciones y su alcance. En los
tiempos del régimen colonial, la
existencia de espacios de tránsito
por fuera de las casonas, los almacenes,
las iglesias, el cabildo y la residencia
de las autoridades en el complejo y mutante
trayecto de nuestra historia no referían
precisamente a la existencia de lo público
como categoría. Y esto es lo que
se hace presente como interés junto
a la conformación del Estado Nación.
Es por lo expuesto que la definición
de Buenos Aires como Capital Federal no
sólo cerró la disputa acerca
de la residencia de las autoridades nacionales
sino que abrió un camino de transformaciones
profundas en la fisonomía de la
ciudad no sólo en lo estructural
y edilicio, sino también en la
significación que adquirió:
desde entonces se constituyó –
al decir de Alberdi – en nuestra
ciudad-nación.
Árboles
en Flor
“Queda plantado
por mis manos un árbol
en conmemoración de esta fiesta.
Es la magnolia americana
del bosque primitivo,
con su blanca flor salvaje
que pueblos numerosos de la América
enredaban en el suelto cabello
de sus jóvenes mujeres,
como símbolo de pureza”
Presidente de la Nación, Nicolás
Avellaneda
(11 de noviembre de 1875 en la ceremonia
de inauguración del Parque Tres
de Febrero)
En vísperas de
los festejos del Centenario, llegó
a la Argentina un periodista y escritor
francés: Jules Huret. Conformaba
la comitiva europea de cronistas, cuyo
fin era indagar sobre la vida en la Argentina.
Finalmente este francés escribió
tres libros sobre nuestro país.
En uno de ellos al que le puso por título
“La Argentina”, presentó
a Buenos Aires como “una de las
ciudades más forestadas del mundo”.
¿Acaso Jules alucinó o exageró?...
En la actualidad podemos ver a Madrid
cuya superficie es de 605 Km2 y cuenta
apenas con un árbol cada 16 habitantes;
Nueva York tiene casi medio millón
de árboles (pero en una superficie
de 1213 Km2) y con sus más de 8
millones de habitantes guarda la misma
baja proporción que Madrid. París,
al contrario, con sus casi 480 mil árboles
en sus 105 Km2, tiene uno por cada 4 parisinos.
Mientras que la Ciudad de Buenos Aires,
tiene 423 mil árboles –uno
por cada 7 porteños-, pero todos
están en sus 200 Km2. Esta correspondencia
casi ideal a lo que propone la OMS, no
siempre fue así, sino todo lo contrario.
Allá lejos y hace tiempo
El origen de la plaza
española se remonta al medioevo
y en la coexistencia de dos culturas diferentes
en un mismo territorio – la cristiana
y la musulmana – de las que emergió
un producto integrado y exportable a nuestra
América conquistada: una plaza
que reconoce su nacimiento como “sitio
de mercado”. De éste modo,
el elemento más importante utilizado
en aquel proceso de urbanización
que llegó con Juan de Garay lo
constituyó la Plaza Mayor.
En los dos primeros siglos
de vida de la ciudad de Buenos Aires la
palabra plaza designaba un sitio de mercadeo
primitivo – baldío o hueco
– que servía de parada a
las carretas que llegaban con todo tipo
de productos y servían a la vez
de puestos de ventas. Del mismo acto fundacional
se desprendieron algunas de sus funciones
más importantes como la de sitio
de justicia, de religión, de administración
y de milicia. Al ser lugar de encuentro
fue, por herencia, el primer mercado de
Buenos Aires. Los juegos y las mascaradas
fueron alternándose en el tiempo
con la lectura de los edictos, las fiestas
del Santo Patrono o de algún triunfo
militar. En 1803 fue complementada como
mercado techado con la construcción
de una recova de dos pisos con locales
comerciales que dividió al espacio
único: surgieron las denominaciones
de Plaza del Mercado y Plaza de la Victoria.
La Buenos Aires colonial se caracterizó
por la ausencia de fuentes proveedoras
de agua de consumo y para lavado de la
población; estas necesidades se
cubrían por los aguateros o los
aljibes. Por otra parte los numerosos
arroyos y arroyuelos que surcaban la ciudad
la convertían en una zona siempre
inundada.
Aquella lejana Plaza, paisajísticamente
hablando, fue por mucho, mucho tiempo,
un baldío encharcado o polvoriento
al igual que su entorno urbano. En doscientos
años sólo sufrió
un cambio y fue hacia alrededor de 1780
cuando el virrey Vértiz mandó
crear el Paseo de la Alameda. Una calle
de cuatrocientos metros de longitud rodeada
de sauces y ombúes. Se deseaba
crear un "clima acogedor para quienes
pasean a pie, a caballo o en carruajes"
y desde ese momento se constituyó
en el primer paseo público.
Sobre este modelo colonial de ciudad sin
verde, que se extendió durante
cien años más, llegaría
el modelo francés que cambiaría
aquella concepción del espacio
público de Buenos Aires radicalmente.
La Nación, Lo Público y
la Ciudad de Buenos Aires
Desde 1850 a 1880 podemos establecer una
franja de coexistencia de los dos modelos:
el español en retroceso y el francés
en avance. Es entre esos mismos años
que en Argentina se debate la “cuestión
Capital”. Buenos Aires le “presta”
a la Nación una suerte de hospedaje
precario en la Ciudad y la Nación
anda nómada con su Capital itinerante.
Por esos días, Prilidiano Pueyrredón,
hijo del Ex Director Supremo de las Provincias
Unidas del Río de la Plata regresó
en 1854 de París, donde se había
formado como ingeniero, aunque su pasión
era la pintura. Fue el quien proyectó
y ejecutó una reforma que resignificó
definitivamente – luego de casi
tres siglos – la imagen de la tradicional
Plaza Mayor, convirtiéndola en
un primitivo modelo de plaza pública
tal como lo entendemos hoy: reconstruyó
la Pirámide (el primer monumento
público evocativo de la Revolución
de Mayo), instaló asientos, pavimentó,
formó jardines en canteros y plantó
300 paraísos en hilera. A su alrededor
colocó una cadena sobre postes
que sólo permitía el paso
de los peatones. Ello, impactó
favorablemente en los habitantes de la
ciudad y el modelo quiso ser prontamente
imitado, reformándose las plazas
de la de Concepción, Montserrat,
Lavalle y Lorea. El modelo del paseo público
francés había dado su primer
paso. Faltaba lo mejor.
Aquella Ciudad-Puerto comenzaba a ser
recreada con una mirada estatal que torcía
la ocupación y disfrute del espacio
público por parte de la aristocracia
porteña y el “orden conservador”.
La ideología de sostén del
nuevo poder en ejercicio, en las que el
parque público respondía
a básicas premisas de higiene,
ornato y recreación de masas, integraba
en esa nueva propuesta paisajística
una misión social a cumplir por
el Estado-Nación: hacer realidad
el ideal de igualdad. Esta Nación
que cumpliría su Centenario, sin
tener aún asiento efectivo, lo
soñaba en esta Ciudad a través
de sus prácticas gubernamentales.
Una obra pública colosal realizada
en medio de una gran crisis económica
sería la prueba de que no sólo
terminaban tres siglos de modelo español
de ciudad sin verde, sino el fin del bloqueo
de la organización final de la
república al ejercer una autoridad
indiscutida sobre todo el país
en el acontecimiento político de
federalizar finalmente la Ciudad de Buenos
Aires. Aquella obra estatal-nacional a
la que hacemos referencia fue la creación
del Parque Tres de Febrero en Palermo.
El Rey de las Flores
“Al Rey de las
Flores
lo conocí por la tarde, hace algún
tiempo.
Me llamo la atención su tono
de arcoíris en la piel
y su corona de papel.
El Rey de las Flores
tiene su pueblo en un bosque muy remoto,
dos pulgadas detrás del sol.
Cada inquilino en una flor
y en cada piso está el amor.”
Silvio Rodríguez
"El gusto por
los jardines de cualquier dimensión
que sean
es una de las más caracterizadas
expresiones
del grado de civilización alcanzada
por una Nación"
Carlos (Charles) Thays
En 1891, un francés
llamado Charles Thays, recorría
a caballo todo el país buscando
plantas, árboles y flores para
ornamentar la ciudad de Buenos Aires.
Ganó por concurso la Dirección
de Parques y Paseos de Buenos Aires donde
se desempeñó desde 1891
hasta fines de 1913. La Argentina a la
que llega Thays es “un país
en formación y que debía
asimilar a enormes masas de inmigrantes
construyendo una historia común
a todos”3. Acepta construirla entre
nosotros, nacionalizándose y haciéndose
ferviente “argento”. Creó
el Jardín Botánico de Buenos
Aires y otras maravillas como el Parque
3 de Febrero “moderno”, los
parques Ameghino, Los Andes, Centenario,
Colón, Patricios, Chacabuco y Pereyra;
las plazas Rodríguez Peña,
Castelli, del Congreso, Brown, Solís,
Olivera, Matheu, Francia, Balcarce y Britannia.
Remodeló el Paseo Intendente Alvear,
el Parque Lezama, el Parque Avellaneda
más todas las plazas ya existentes
(entre ellas la Plaza de Mayo) y ocho
plazoletas nuevas. También dejó
marcas por la ciudad con la creación
de jardines en hospitales, regimientos
y edificios públicos. Es gracias
a su maestría que la Ciudad se
tiñe del azul-violeta de los jacarandás,
así como sucede lo propio con los
castaños en París; con los
ginkos que amarillean el otoño
de Manhattan; con los tilos de Berlín
o con los plátanos de Londres.
Los árboles de Buenos Aires son
un sentido de identidad.
Thays sostenía que la jardinería
y los parques igualaban (como esa institución
dadora de subjetividad ciudadana que es
la escuela) y debían estar dirigidas
a todo el pueblo. Esta es parte de la
herencia que dejó este argentino
por opción en nuestro país.
Pero fue por más: este paisajista
estudió la flora local y propuso
la creación del primer Parque Nacional
en Iguazú, coadyuvando a nuestra
soberanía y siendo así el
primer país latinoamericano y tercero
en el mundo en crear la figura jurídica
del Parque Nacional.
En el Centenario de su nacimiento, La
Prensa manifestó que: “Su
memoria está en las plazas que
proyectara, en los parques que estableciera,
en los doscientos cincuenta mil árboles
que en las calles de Buenos Aires plantara,
en sus árboles, en los ejemplares
ilustres que aquí aclimató,
en las especies autóctonas cuya
bondad descubriera y encomiara, en las
colecciones refinadas y eruditas, en los
sencillos álamos, en los paraísos
de sombra maternal, en las acacias con
reminiscencia de París, en los
pinos con saudades de Italia. Su memoria
en los árboles que sembrara, en
los árboles, esos amigos incomparables
del hombre a quien tan poco piden y tanto
le dan. Y también está su
memoria, en los corazones de los que aman
a los árboles”.
Desde 1891 con Thays – y sus descendientes
– como el gran impulsor y jardinero
de Buenos Aires, la Ciudad se volvió
verde. Los porteños del presente
actual, viven de la herencia de los años
del esplendor de la Nación. Ese
casi medio millón de árboles
que rodean las callecitas y avenidas de
la Ciudad de Buenos Aires, o que se encuentran
en sus gloriosos parques públicos,
cumplieron más de 100 años
por lo que ya se hallan en el período
final de su vida.
¿El Sr. Berreta… también
dirá que sólo sirven como
leña para el asado?
Brujas Porteñas
Ante la pregunta de los
periodistas del programa `Hola Chiche`
en radio Mitre sobre qué va a pasar
con los históricos vagones belgas
"Le Burgueoise", Rodríguez
Larreta, en tono jocoso, dijo primero
que "estamos pensando ponerlos en
una plaza para teatro para chicos"
y luego sugirió que podrían
servir "para un asado, mientras nos
inviten".
El primer crucigrama de la historia fue
publicado en el suplemento FUN del diario
New York World el 21 de diciembre de 1913,
el 28 de Julio de 1914 estallaría
la primera guerra mundial, el 7 de mayo
de 1919 nacería Evita y recién
el 10 de junio de 1943 Ladislao y Georg
Biro y Juan Jorge Meyner patentaban la
Birome. Aunque todos estos acontecimientos
aun no sucedían, Buenos Aires ya
había inaugurado el 1 de diciembre
de 1913, la primera red de transporte
subterráneo de América Latina
y el hemisferio Sur.
El paso de aquel Buenos Aires de 1903
donde vivían 895.381 personas a
otro que en 1913 albergaba 1.457.885 almas,
mostraba con claridad que la ciudad se
expandía y junto con ella sus gentes.
Los tranvías aportaban lo suyo
pero la monopolización impuesta
por las empresas eléctricas aceleró
los debates sobre la construcción
de un sistema de transporte subterráneo.
La Reina del Plata soñaba con seguir
el progreso alcanzado en Londres, Atenas,
Estambul, Viena, Budapest, Glasgow, París,
Boston, Berlín, Nueva York, Filadelfia
y Hamburgo.
Las disputas por la concesión a
las empresas constructoras no fue menor.
Ya en 1886 una casa comercial solicitó
al Congreso de la Nación construir
un "tranvía subterráneo"
entre la Estación Central del Ferrocarril
y la Plaza Once. En 1889 Ricardo Norton
solicitó la concesión por
perpetuidad para instalar dos ferrocarriles
subterráneos, y ese mismo año
otra propuesta fue presentada al Concejo
Deliberante de la ciudad pero el Ministerio
del Interior le negó a la Intendencia
la facultad de concesionar construcciones
en el subsuelo de la Ciudad. No pasaría
mucho tiempo más hasta que la decisión
de construir el sistema de transporte
subterráneo fuera irreversible.
En 1894 se decidió emplazar el
edificio del Congreso en su lugar actual,
y así fue que el subte apareció
como la mejor idea para acortar el tiempo
de viaje entre la Casa Rosada y el Congreso.
El 15 de septiembre de 1911 comenzó
su construcción realizada íntegramente
a cielo abierto, e implicó a 1.500
obreros, 31 millones de ladrillos, 108.000
barras de 170 kg de cemento, 13.000 toneladas
de tirantes de hierro y 90 mil m²
de capa aisladora. También, y sin
faltar a la historia, se cobró
varias vidas.
El día miércoles 15 de mayo
de 1912, la sección que abarcaba
Avenida de Mayo hasta casi esquina Chacabuco
se desmoronó apenas pasada las
seis de la tarde con los obreros que trabajarían
en el turno noche ya en sus puestos. Al
derrumbarse la parte de murallón
que daba al Norte arrastró enormes
piezas de hierro que formaban parte de
la tirantería dejando sepultado
a un grupo de obreros. Frente a la magnitud
de la catástrofe los bomberos al
mando del capitán Gil llegaron
rápidamente y organizaron el rescate
de las víctimas que resultó
sumamente dificultoso, pero la valentía
y la celeridad de los bomberos lograron
extraer de entre los escombros a varios
obreros en grave estado que fueron auxiliados
por la Asistencia Pública y luego
trasladados al hospital San Roque. Quienes
no corrieron la misma suerte fueron los
obreros italianos Salvador Vaca y Antonio
Salas cuya sangre fue el triste bautismo
que recibiera la Línea A. Así
como la revista Caras y Caretas, recuerda
el penoso acontecimiento en su edición
del sábado 18 de mayo de 1912,
estos humildes escribientes proponen que
algunas de las estaciones recuerden sus
nombres.
Cuenta la leyenda que en el proyecto inicial
se realizaría otra estación
más, entre Pasco y Alberti, pero
debido a este derrumbe la estación
no fue terminada. Allí, como no
podía ser de otro modo, para los
atentos pasajeros del presente aparece
una estación fantasma mostrando
los rostros llenos de tristeza de dos
operarios que aun se encuentran sentados
allí, esperando.
De lo que sí da fe la historia
–y con un final penosamente vergonzoso–
es del atentado terrorista que sufriera
la Línea A, el día 15 de
abril de 1953, donde estalló una
bomba construida con 100 cartuchos de
gelignita en la estación Plaza
de Mayo. Entre los participantes del atentado,
se encontraba el dirigente radical Roque
Guillermo Carranza, apodado “El
Ingeniero” quien ubicó el
explosivo en una casilla bajo un tablero
eléctrico en el andén. Los
destrozos materiales fueron cuantiosos
y afectó a una formación
estacionada e instalaciones fijas. Sin
embargo, lo más grave fueron las
víctimas que produjo el atentado:
5 muertos2, 90 heridos y 19 mutilados
permanentes. Aquel Carranza terrorista
con el paso el tiempo durante el gobierno
del Dr. Raúl Alfonsín, ocupó
la cartera del Ministerio de Obras Públicas
que abandonó el 25 de Mayo de 1985
para pasar a ser el titular del Ministerio
de Defensa debido al fallecimiento de
Raúl Borrás, su antecesor
en el cargo. Lo más inmoral de
esta historia, es que las autoridades
del Subterráneo de Buenos Aires
pusieron su nombre a una estación
del subte D inaugurada el 29 de diciembre
de 1987. Cuando se homenajea a un criminal
poniéndole su nombre a un monumento
o a un espacio público y se borran
los de las víctimas algo está
muy mal. Y como ninguno de los nombres
de las víctimas son recordados
en absoluto, en este espacio – a
modo de lavar esa deshonra que a diario
viven los porteños al pasar por
esa estación y en homenaje a los
familiares y amigos de las víctimas
mortales que aun viven – los recordamos:
Santa Festigiata de D`Amico, Mario Pérez,
León David Roumeaux, Osvaldo Mouché
y Salvador Manes.
Volviendo a nuestras brujas, fue así
que con sus penurias y esfuerzos la primera
línea del subterráneo construida
por la Compañía de Tranvías
Anglo Argentina fue inaugurada el 1 de
diciembre de 1913 y unía las estaciones
de Plaza de Mayo y Plaza Miserere. Teniendo
en cuenta el alto nivel de analfabetismo
que existía en cada estación
se dispusieron frisos de diferentes colores
para facilitar su identificación.
Al día siguiente de su inauguración,
170.000 pasajeros viajaron disfrutando
de las delicias de los coches La Brugeoise,
bautizados Las Brujas por haber sido construidos
en La Brugeoise et Nicaise et Delcuve,
de la ciudad de Brujas (Bélgica).
Los coches contaban con seis ventanales
provistos de cortinas para proteger a
los pasajeros de la luz solar cuando realizaban
el recorrido a nivel. El interior estaba
completamente revestido en madera e iluminado
por 38 lámparas incandescentes,
dispuestas en artefactos luminosos construidos
en bronce al estaño y tallados
con formas de hojas de acanto. Los asientos
estaban tapizados en cuero escarlata,
y distribuidos en cuatro juegos enfrentados
en la parte central del salón.
Los que estaban contiguos a las puertas
los ubicaron en forma lateral permitiendo
la existencia de mayor espacio para los
pasajeros que viajaban de pie y así
facilitar la circulación en el
interior. Muchas unidades se fabricaron
luego en el país siguiendo el modelo
original debido al incremento del caudal
de pasajeros, y algunos detalles han ido
cambiando con el paso del tiempo. Lo que
fue y es su distintivo y los viajeros
de la Línea A no olvidarán
jamás es el aroma que distingue
su trayecto producto de la fricción
entre las zapatas de madera de lapacho,
impregnadas en creosota y las ruedas al
momento de frenar. Ese aroma, es parte
de la dimensión intangible del
patrimonio de la ciudad.
Como también es parte de esa dimensión
intangible, la imaginación que
despierta su magnificencia, su encanto
y la inquietud que despierta su trazado.
El destino del UM86 en la película
Moebius –el increíble thriller
laureado internacionalmente realizado
por Gustavo Mosquera y un grupo de estudiantes
de la Universidad de Cine de Buenos Aires
– muestra la trascendencia de la
dimensión simbólica de esta
construcción pensada por el hombre
y puesta a disposición de los habitantes
de la ciudad que se erigía como
el rostro de la nación. Y así
como en la película un tramo del
subte desaparece delante de la vista de
todos y los burócratas se quedan
sin hacer nada al respecto, hoy, la Línea
A está desapareciendo delante de
la vista de todos pero esta vez de la
propia mano de los burócratas que
son perfectamente conscientes de lo qué
están haciendo. Lo más triste
de esta historia es que se cumpla la sentencia
que enuncia Daniel Pratt, el personaje
protagonista de Moebius: “vivimos
en un mundo donde ya nadie escucha”.
Como fuere, ni los fantasmas, ni las teorías
de la ciencia se han burlado de esta obra
maravillosa que invisiblemente recorre
la ciudad y le brinda ese encanto y ese
espanto al que es imposible sustraerse.
Como intentamos mostrar hasta aquí,
fue en su momento el Estado Nación
quien en todo su fulgor pensó e
imaginó estos símbolos de
progreso, bienestar y belleza para todos
los habitantes de la ciudad y la nación.
En su aspecto más sutil advertimos
que fue necesario el cese de la condición
de huésped indeseable que las autoridades
nacionales ostentaban respecto de la ciudad
de Buenos Aires a través del acto
político de convertirla en Capital
Federal de la Nación Argentina.
Ese giro copernicano permitió que
la Nación dejara de ser un espíritu
vagabundo por el territorio de la patria
y encarnase en un rostro visible tanto
para propios como para ajenos. De ese
modo, aquel terreno yermo, hostil, colonial
y súbdito, que tanto sufrimiento
había costado emancipar en 1810,
comenzó su tránsito indeclinable
hasta convertirse en la Reina del Plata.
Y las oscuridades y sufrimientos de las
políticas de sus gobernantes no
pudieron ocultar la fuerza significante
de sus huellas promotoras de un espíritu
nacional plasmado en el patrimonio cultural
que la ciudad de Buenos Aires alberga.
Patrimonio que pertenece a quienes la
habitan y a todos los argentinos. Es por
ello que cada rincón que la singulariza,
cada sueño de futuro plasmado en
sus espacios públicos, cada recuerdo
del progreso materializado en pequeños
objetos o grandes obras, es signo viviente
del esfuerzo monumental del conjunto de
la sociedad argentina y por esas razones
se convierte en un legado irrenunciable
para las generaciones futuras.
De allí que su desprecio, su burla
o su destrucción es una ofensa
que ningún argentino bien nacido
debería permitir.
Viviana Demaría
y José Figueroa
[email protected]
Referencias
1 Alberdi, J. - La República
Argentina consolidada en 1880 con la ciudad
de Buenos Aires por Capital –
en Botana, N. y Gallo, E. De la República
posible a la República verdadera
(1880-1910), Biblioteca del Pensamiento
Argentino III, emecé.
2 Félix Luna afirma que fueron
7 los muertos, en Bombas e incendios en
1953 publicado en revista Todo es
Historia de Buenos Aires n* 235 de
diciembre de 1986. Hugo Gambini afirma
que los muertos fueron 5, en Historia
del peronismo vol. II, Buenos Aires
2001 Editorial Planeta Argentina S.A.
ISBB obra completa 950-49-0226-X Tomo
II 950-49-0784-9, pág. 210.
3 Berjman, Sonia (1998) Plazas y parques
de Buenos Aires: La obra de los paisajistas
franceses. Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires.