Hoy los medios
masivos están comenzando a rever
el fenómeno de los monocultivos
de soja
¿La
soja tiene críticos
en Argentina? ¡Eureka!
Con más que llamativa
simultaneidad dos diarios que se podrían
calificar como en los antípodas
han salido a criticar la soja… en
el país de la soja, han salido
a condenar el cultivo de soja en el país
en que precisamente quienes orientan las
voces de esos mismos diarios han soslayado
tanto tan escabroso tema…
Tanta simultaneidad y a la vez tantas
diferencias de tratamiento invitan a un
examen sobre lo que pasa con la soja y
con los partidarios del modelo que le
ha brindado a este país tantos
sojadólares.
El cruce de media docena de artículos,
con sus respectivos autores en un mismísimo
día no permite un diagnóstico
fácil o sencillo. Con lo cual le
pido al amigo lector un poco de paciencia
y atención para ver si podemos
“pescar” los diversos hilos
de esta trama.
En primer lugar, entrego un recuento de
inventario de lo publicado el 6 de enero
de 2013:
Primero Clarín:
· publica en su suplemento Zona
nota larga de Silvina Heguy, “Mal
uso y falta de control: el drama de los
chicos que crecen en pueblos fumigados”;
y notas complementarias:
· una de Raúl Montenegro,
biólogo, docente de la Universidad
Nacional de Córdoba y finalmente
· una entrevista de Ybarra Zavala
en Misiones a productores (que fumigan
en tanto tienen dos hijos en sillas de
ruedas).
Y ahora Tiempo
Argentino:
· Eduardo Toniolli, “Los
dividendos de la soja no se tradujeron
en un desarrollo social armónico”;
· Sergio Arelovich, “Gran
parte del excedente sojero se ha destinado
a construcción especulativa”;
· Guerrero y Schmalen, “La
pobreza en Santa Fe y Rosario como contracara
del boom sojero.”
Hagamos un paneo de las seis notas presentadas
como regalo de Reyes:
1. La nota de fondo de Clarín elude
toda responsabilidad histórica
del papel protagónico de los sojeros
y se concentra, como lo da a entender
su título en la responsabilidad
estatal, pues la nota se concentra en
el mal uso y la falta de controles.
2. La nota escueta de Raúl Montenegro,
señala, en apenas unas líneas
el verdadero carácter de la cuestión,
se refiere a la codicia pública
y privada y cuando habla de responsables
–de la contaminación creciente
y la aparición cada vez de más
enfermos– recorre todo o casi todo
el espinel: gobiernos provinciales, el
nacional, las empresas, los productores.
3. La entrevista de Guerrero y Schmalen
aporta el nivel emocional que ya había
aparecido en la cobertura de Heguy, pero
esta nota, cortita, hasta con sus sobrecogedoras
ilustraciones; padres que cultivan y cuidan
hijos paralíticos que provienen
-los hijos y sus parálisis- de
cultivos anteriores, denuncia con fuerza
la sórdida y estremecedora realidad
que viven tantos trabajadores rurales,
tantos campesinos. Esta familia, concretamente,
pasa del tabaco y su batería de
biocidas al cultivo de lechuga orgánica.
Y con lógica impecable, estos ecologistas
forjados desde la angustia y la contaminación
devastándolos personalmente, le
explican a los clientes quejosos al ver
hojas de lechuga comidas: –alégrese,
es señal de que la lechuga no tiene
venenos… porque los bichitos eluden
comer insecticidas…
A modo de resumen, diría
que Clarín no ha escatimado el
abanico ideológico. Sobre todo,
dándole la palabra a un ecologista,
Montenegro, que bordea la crítica
al capital. Hay que destacar, empero,
que el artículo de fondo es el
primero señalado.
Y respecto del dossier de Tiempo Argentino,
aunque solo el de Guerrero y Schmalen
señalan en el título el
blanco de la andanada; la “socialista”
provincia de Santa Fe, en realidad los
tres están dedicados a la misma
provincia, al mismo “blanco”.
Con lo cual, un asunto de tanta entidad
como la soja, que es seguramente el primer
productor de divisas de toda la Argentina,
abarcando los dos tercios de la producción
agroindustrial nacional, ocupando un lugar
protagónico en las provincias de
Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba,
La Pampa, e incrementando su presencia
en Tucumán, Salta, Jujuy, Chaco,
Formosa, Entre Ríos, Corrientes
y por lo menos Misiones, queda jibarizado,
a ojos de los oficialistas de Tiempo Argentino,
a una menudencia provincial.
Y lo más significativo, opositora.
Entiendo que del doble dossier sigue siendo
la nota fondista de Clarín, de
Silvina Heguy, la que merece el abordaje
más pormenorizado.
Clarín:
“Mal uso” de biocidas
y conmiseración:
o cómo defender el modelo de la
soja atacando
La contaminación ambiental y particularmente
la agroquímica es una bomba de
tiempo que han montado en Argentina desde
mediados de los '90 varios “actores”
sociales entre los que figuran el Ministerio
de Agricultura de EE.UU., Monsanto, el
menemato y asociaciones de sojeros que
adoptaron la modernización transgénica
no sólo sin chistar sino aplaudiendo.
Se trata de una contaminación que
ha avanzado en medio de una “conspiración
de silencio” que mantienen los mismos
sojeros que incorporaran el modelo agroindustrial,
los gobiernos de turno -es decir desde
hace casi una década la llamada
progresía K-, la prensa tanto adicta
a “la revolución de las pampas”
según el peculiar léxico
de Héctor Huergo, el director de
Clarín Rural, como la adicta al
proyecto “nacional y popular”.
La
contaminación ambiental y particularmente
la agroquímica es una bomba de
tiempo que han montado en Argentina desde
mediados de los '90 varios “actores”
sociales entre los que figuran el Ministerio
de Agricultura de EE.UU., Monsanto, el
menemato y asociaciones de sojeros que
adoptaron la modernización transgénica
no sólo sin chistar sino aplaudiendo.
No es que a mediados de
los '90 se iniciara el uso de agrotóxicos
en el país, ciertamente, pero la
soja transgénica fue un gran dinamizador
de tal uso. So pretexto, precisamente,
de sustituir los viejos agrotóxicos
“pesados” por el glifosato
presentado como inocuo, lo light.
Pero el proceso de contaminación
cada vez más generalizado, siempre
soslayado -pese a voces más o menos
aisladas que han ido tratando de enfrentar
el establecimiento del modelo dispuesto
por la geopolítica de EE.UU.-,
ensanchándose permanentemente ha
ido generando muy poco a poco, resistencia,
denuncias, un cambio de la conciencia
social.
El proceso de contaminación es
irreversible o difícilmente reversible
y va cosechando víctimas. Esporádicamente
oímos episodios preocupantes como
el del mosquitero que al advertírsele
que está a 50 metros de zona poblada
por humanos (una escuela, por ejemplo),
dirige el aparato fumigador contra el
informador, un periodista, y lo riega,
enviándolo directamente al hospital,
seriamente intoxicado. O el juicio en
el Barrio Ituzaingo de la capital cordobesa
donde finalmente un productor rural y
un aviador fumigador fueron considerados
culpables y tendrán que cumplir
una pena… lo que estaba en juego
eran los cientos de pobladores que han
contraído las más atroces
afecciones por lo que algunos frívolamente
tipifican como que vivían en el
lugar equivocado y en el momento equivocado.
Los aviones fumigan los campos; lo que
tienen que hacer es envenenar; si al borde
de los campos hay algo o alguien que no
tendrían que envenenar, perderían
efectividad en su cometido. Parafraseando
a Borges habría que decir que “vivir
malamente y donde se puede es una costumbre
que suele tener la gente”.
Pero dado el carácter de bomba
de tiempo que considero tiene esta contaminación,
era esperable que en algún momento
la prensa, su caudal mediático,
lo descubriera. Como “noticia”
incluso, aunque lleve décadas.
Y el domingo 6 de enero, regalo de Reyes,
hemos tenido la doble ofrenda. O la doble
afrenta.
Con clarinetesca lógica el artículo
sobre agroquímicos y muerte en
los campos argentinos se presenta en el
mismo periódico que sábado
a sábado a través de la
edición del supremo Clarín
Rural presenta las bondades, el derrame
de vida (más bien de dólares)
en los mismos campos argentinos. Aunque
siempre quejándose de la tajada,
bien real, por cierto, que el gobierno
retiene de ese río de dólares.
La
concepción no se toca: el envenenamiento
ambiental como problemática de
fondo para llenarse los bolsillos con
dólares no se toca
Frente a la contaminación progresiva
y creciente de los campos argentinos (y
su irradiación impune hacia los
uruguayos, paraguayos, bolivianos, a su
vez crecientemente ocupados por sojeros
argentinos), situación que comparten
y usufructúan tanto los “camperos”
como el gobierno, el artículo ventila
el “mal uso” y la “falta
de control”.
La concepción no se toca: el envenenamiento
ambiental como problemática de
fondo para llenarse los bolsillos con
dólares no se toca. Es decir, el
capital no se toca. Por eso en su experiencia
de “nueve días” la
autora nos habla de “desidia del
Estado” al ver que los venenos se
usan tan cerca de viviendas y escuelas
(para pobres, claro; intuyo que una Saint
John of Nottingham, hipotética
escuela para niños bilingües,
no tiene ese problema).
La desidia es del estado. De los sojeros,
de quienes embolsan la soja primero y
los dólares después, ni
una palabra. Y de la red de complicidades
que se van hilvanando entre hospitales,
que sistemáticamente no hacen fichas
médicas como habría que
hacerlas, reconociendo causas de las enfermedades
(y a menudo de la muerte) porque todo
lo arreglan con un “paro cardiorrespiratorio”;
empresas y laboratorios productores de
“fitosanitarios” que apresuradas
por cosechar los dólares invadieran
los campos durante décadas con
envases plásticos portando tóxicos
y desentendiéndose de lo que “expulsan”
desde sus “plantas de distribución”
pero que ahora, a la vista de los desastres
ocasionados (desde quemas de pirámides
de envases vacíos con la consiguiente
difusión de plásticos quemados
al aire libre desparramando toxinas hasta
donde las nubes y el viento den, hasta
uso de esos mismos bidones para transporte
y depósito de agua potable a cargo
de los pobladores que no pueden ni saben
cuidarse de los venenos industriales que
se descargan a diario sobre ellos), han
empezado a pavonearse con sistemas de
recolección de envases vacíos
y otras asunciones de “responsabilidad
social” que si no fuera por lo tardías
e hipócritas tendríamos
que alegrarnos por ellas.
La autora de la nota que comentamos tampoco
advierte el papel del sindicato de los
“obreros del campo” que ha
tolerado, callado y cómplice, esta
“metástasis” de contaminación
cada vez más generalizada.
Tampoco ha reparado en la “ignorancia”
de los sojeros que se desentienden con
su mejor inocencia de qué “se
echa en los campos”, algo para lo
cual confían en sus técnicos,
como declarara de modo impar el inefable
Alfredo De Ángelis capturado in
fraganti por el equipo televisivo de La
Liga en 2008 (ver el video es todo un
ejercicio actoral del culpable “yo
no fui”).
Tal vez uno de los puntos más llamativos
del doble estándar con que es abordada
la cuestión llegue cuando nuestra
entrevistadora descanse en las denuncias
de una Cámara de Sanidad Agropecuaria
y Fertilizantes, más conocida como
CASAFE. Que Heguy cita: “la Cámara
que reúne a 25 empresas de agroquímicos,
entre las que se cuenta a Monsanto, Bayer
y Syngenta que dominan el 80% del mercado,
niegan que estos productos que se utilizan
para matar plagas sean tóxicos,
si se usan de acuerdo a las instrucciones
y al «uso responsable»”
[las discordancias verbales, a cargo de
la autora o los inexistentes correctores
de Clarín]. Por alguna prestidigitación
no sabemos si alquímica, las sustancias
que resultan venenosas para plagas serían
inocuas para otros seres vivos…
Pero no deberíamos extrañarnos
puesto que CASAFE ha sido editora de una
biblia de Monsanto y otras organizaciones
claves del modelo agroindustrial, como
el ya citado Ministerio de Agricultura
de EE.UU (por su sigla en inglés,
USDA) o el Hudson Institute (de EE.UU.,
se sobreentiende). Dicha “biblia”
sintetiza en su título todo el
programa ambiental que postula: Salvando
el planeta con plaguicidas y plásticos.
Como el mismísimo título
nos lo revela, CASAFE considera saludable,
o al menos salvadora, la difusión
de agrotóxicos. Por eso resulta
sorprendente que condene su uso. Pero,
claro, es su “mal uso” lo
que condena.
La noción de “mal uso”
es una forma de culpabilizar al usuario,
al particular, concretamente al operario,
al último eslabón de la
cadena de aplicaciones.
Heguy nos informa que en 2009 CFK creó
una Comisión Nacional de Investigaciones
sobre Agroquímicos, con representación
incluso ministerial que en algún
momento “denunció el «uso
inadecuado de los productos fitosanitarios,
atribuido entre otras causas, al incumplimiento
de la legislación vigente».”
La cita de Heguy nos permite saber que
el gobierno también entiende que
la toxicidad proviene del uso ilegal o
inapropiado y no del carácter tóxico
del producto en sí. Heguy nos brinda
asimismo la opinión de CASAFE acerca
del abandono del “Programa Federal
para el fortalecimiento de los sistemas
locales de control”: “tuvimos
unas reuniones pero desde hace dos años
dejaron de convocarnos”. Procuro
no perderme en la lógica de estos
furibundos partidarios de los “plaguicidas
y plásticos”; me pregunto
si no se podrían haber alegrado
con el abandono de reuniones que iban
camino a estrangular algo de su plan de
salvación planetaria...
No podemos pretender que
un estudio de nueve días alcance
para entender de lo que se habla, cuando
se trata de cuestiones francamente complejas
y enrevesadas. Heguy nos dice que no fue
sino desde 2005 que comenzaron a conocerse
consecuencias, malas, en la salud, de
los agroquímicos, de los mismos
que, acabamos de ver, según algunos
de los entrevistados “salvan el
planeta”… salvarían.
Sin embargo, hay que precisar que en el
párrafo siguiente la misma Heguy
nos informa: “Hace más de
una década comenzó a notar
un crecimiento en la cantidad de recién
nacidos con malformaciones.” Hagamos
cuentas: por lo menos, según Gómez
Demaio el esforzado médico que
Heguy cita, tendría que ser desde
antes de 2002…, es decir, su info
de que empezaron a conocerse los efectos
tóxicos en 2005… kaput. En
verdad, las malformaciones congénitas,
la anancefalia, y una serie de trastornos
severísimos a la salud provocados
por agrotóxicos en general y por
el glifosato en particular se conocían
de antes. Todavía en el siglo XX
se denunciaba, en el Reino Unido, en Japón,
la alta toxicidad de glifosato y de POEA,
un componente del “paquete tecnológico”
que realza el efecto del glifosato. *
Y pese al inveterado provincianismo de
ciertos referentes del poder en Argentina,
no podemos excusar ignorancia en un mundo
tan sobresaturado de información
como el que gozamos o padecemos desde
hace ya unas décadas…
Es tan fuerte el pensamiento doble o doble
estándar, según el cual
se puede observar críticamente
un fenómeno desencadenado por un
agente A e ignorar olímpicamente
el mismo fenómeno desencadenado
por el agente E. Como suelen decir en
cursos de “interrogatorio a terroristas”,
si el submarino lo ejerce un oficial del
ejército de EE.UU. entonces no
es tortura. Análogamente nos dice
Heguy:
«La falta de control del Estado
en la aplicación de agroquímicos
se agrava porque después de que
la población estuvo expuesta no
se le brinda asistencia para el tratamiento
de las enfermedades y el seguimiento del
paciente para su calidad de vida».
Dejemos a un lado la literaria alusión
a la “calidad de vida del paciente”
intoxicado en los campos. Heguy no desdobla
la secuencia; si no, habría explicitado
ante el lector que hay un primer momen-to
donde 'la población ha estado expuesta'
y la pregunta inmediata es ¿cómo?,
¿por qué?
La población ha estado expuesta,
y por lo tanto envenenada, cuando los
sojeros disponen las pasadas en los cultivos.
¿El control del estado habría
evitado la toxicidad?
La
noción de “mal uso”
es una forma de culpabilizar al usuario,
al particular, concretamente al operario,
al último eslabón de la
cadena de aplicaciones
Despacito y por las piedras…
En algunos sitios se ha establecido por
ley local o resolución judicial
hasta mil metros de separación
entre población y cultivo fumigado
por vía aérea (en algunas
jurisdicciones, apenas centenares de metros).
Evitar las atrocidades de fumigar a diez
o veinte metros de viviendas o escuelas,
como era habitual… Claro que mil
metros parece algo “seguro”
ante episodios como el de pobladores bañados
con el riego tóxico, pero ante
el fenómeno de la deriva, de cómo
el viento lleva o trae lo irrigado, mil
metros es una arbitrariedad, una apuesta
que, si el viento corre a favor, aleja
la fumigación de una población
dada (también la puede acercar
a otra), pero que el viento en contra
la convierte en irrisoria.
La deriva de las fumigaciones es un asunto
tan serio como para que en abril del año
que acabó se presentara un proyecto
de ley para… prohibir la fumigación
aérea en todo el país. Leyó
bien, lector. En todo el país.
Claro que el proyecto lleva ya casi todo
el tiempo de un embarazo y no se le ve
miras de dar a luz, pero no deja de ser
significativo. Porque el proyecto desecha
las excusas del “mal uso”
para concentrarse en lo importante: el
uso, el mero uso de veneno, que, obviamente
librado al aire, envenena lo que encuentra
a su paso: plagas “blanco”,
fauna y flora “no blanco”
(lo que en la jerga militar se ha bautizado
como “daños colaterales”),
y en general lo viviente. Puesto que los
agrotóxicos usados para preservar,
por ejemplo la soja transgénica
son, como lo reconoce el diccionario,
biocidas, matadores, asesinos de vida.
Esto no significa que el “mal uso”
no agrave, ¡y de qué modo!,
situaciones, abusos y peripecias para
la población más expuesta.
En su Uso de agroquímicos en las
fumigaciones periurbanas y sus efectos
nocivos sobre la salud humana, Jorge Kaczewer
nos dice: “[…] la OMS se basa
en la toxicidad del plaguicida, medida
a través de la Dosis Letal 50 (DL50).
Este parámetro se define como un
valor estadístico del número
de miligramos del tóxico por kilo
de peso, requerido para matar el 50% de
una gran población de animales
de laboratorio expuestos. […] Normalmente
la DL50 se expresa por vía oral
y para ratas (PNUMA, 2000).
” La DL50 está relacionada
exclusivamente con la toxicidad aguda
de los plaguicidas. No mide su toxicidad
crónica, es decir aquella que surge
de pequeñas exposiciones diarias
al plaguicida a través de un largo
período. Es decir que un producto
con una baja DL50 puede tener graves efectos
crónicos por exposición
prolongada, como por ejemplo provocar
cáncer. Además en la vida
real nadie está expuesto a un solo
plaguicida sino a varios y esto tampoco
lo contempla la DL50. En este caso se
deben considerar los efectos aditivos,
sinérgicos o antagónicos
que ocurren en nuestro organismo al estar
expuestos a más de un plaguicida.”
**
La larga cita de Kaczewer nos permite
vislumbrar de qué modo se encara
lo del mal uso: presuponiendo que los
agrotóxicos son algo bueno que
puede malograr su “mal uso”.
Que el alcance de la noción de
intoxicación se limite a las agudas
nos da la inanidad del manejo “legal”.
Con cautela, el Encuentro de Médicos
de Pueblos Fumigados en la Universidad
de Córdoba, 2010, estableció:
“No tenemos dudas, tenemos evidencia
suficiente de lo perjudicial del uso de
agrotóxicos”, afirmó
al cierre del encuentro, el sábado
último, Medardo Avila Vázquez,
coordinador del encuentro y docente de
la Universidad Nacional de Córdoba.”
***
El Encuentro de Médicos de Pueblos
Fumigados, red fundada alrededor del 2010
es uno de los más auspiciosos acontecimientos
de la historia argentina reciente porque
es una movida contracorriente que procura
acercarnos a la verdad y a la salud en
medio del caudal de sojadólares
que al parecer ciega a unos cuantos.
Pero, ¿qué pasa en el país
si se suprime la fumigación aérea?
Se termina el modelo de la soja, y con
ello, los sojadólares. ¡Epa!
Quedan los mosquitos, la fumigación
terrestre (que la legislación proyectada
procura a su vez limitar), pero el alcance
de los mosquitos, devastador para con
los vecinos, cubre muy imperfectamente,
con mayores costos (¡pecado mortal!)
las grandes extensiones de la contrarreforma
agraria en marcha. Porque es el latifundio
extendido el que brinda las grandes “productividades”,
mejor dicho los grandes rendimientos financieros.
**** Eliminar la fumigación sería
hacer otro país. Con menos enfermedades,
con menos enfermos. Pero con mucho menos
dólares.
Tiempo Argentino:
Atando dos moscas por el rabo
Un comentario final, al cuarteto periodistico
de TA: ¿Qué o quiénes
los han convencido que se puede desarrollar
una economía de monocultivo de
exportación, desde una periferia
planetaria en un orden colonial o neocolonial
y a la vez engendrar un bienestar para
toda o casi toda la población?
“Los dividendos de la soja no se
tradujeron en un desarrollo social armónico”.
¿Piensa Toniolli que los sojeros
implantaron “el paquete tecnológico”
como obra de beneficiencia, con finalidad
socialista o para un desarrollo armónico?
¿O tal vez piensa Toniolli que
el gobierno debió encarrilar los
dividendos de la soja hacia un tal desarrollo?
“Gran parte del excedente sojero
se ha destinado a la construcción
especulativa” nos informa Arelovich;
¿acaso alguien puede imaginar sojeros
embolsando dinero a carretadas, sacrificando
bosques, aire, contaminando el agua, todo
ello para brindar el dinero a algún
emprendimiento solidario? ¿Es acaso
siquiera deseable, ya no pensable?
“La pobreza en Santa Fe y Rosario
como contracara del boom sojero”.
¿Piensan Guerrero y Schmalen en
otra contracara? Es casi una ley. Nigeria
tiene la tercera riqueza petrolífera
del planeta. Sus obreros en el área
son de los más pobres del mundo
entero. Y el área explotada, aun
más. ¿Qué es o ha
sido el monocultivo del azúcar
para Cuba, el de algodón para Sudán,
el de bananas para Honduras?: la pobreza
es la hija directa y dilecta de cualquier
boom de monoproducción.
“Cachar los libros que no muerden”:
las economías de monocultivos agroindustriales
se generan para beneficio metropolitano
y ni siquiera países tratados tan
benévolamente por el imperialismo,
al menos históricamente, hasta
ahora, como Uruguay o Argentina, han podido
escapar a esta regla, que se podría
resumir con aquello de que los colegas
le están pidiendo peras al olmo.
Luis E. Sabini
Fernández
[email protected]