El 24 de marzo de 2013, se conmemoran
37 años de la última dictadura
militar en Argentina. Vale aclarar
que aquella fecha tuvo un antes y un después
donde es preciso reconocer el recorrido
que habla de cómo se fueron construyendo
los invisibles barrotes, los alambrados
de púas, los muros que fueron encerrando
no sólo a nuestro país sino
a toda la América del Sur y al
mismo tiempo el asedio a la subjetividad,
las ideas y los derechos de sus pueblos.
Apreciar la poderosa
fuerza emancipadora que guarda en su núcleo
silente la música, es una tarea
que hoy podemos observar con mayor detenimiento
y registrar en toda su dimensión.
En este artículo elegimos hacer
este camino por medio de la lectura de
los claros embates que ella y sus artistas
sufrieron durante la vigencia de nuestra
última dictadura cívico-militar
y también de otros totalitarismos
a través de la historia.
En el silencio
de la naturaleza (no porque no emita sonidos,
sino porque ella es muda) la creación
musical invita a la conexión más
profunda del sujeto con la cultura. Si
se le suma la poesía -creando así
canciones-, potencia lo propiamente humano
expresándose desde el pasado más
remoto hasta la actualidad más
presente. Es por ello que las obras musicales,
sus creadores y sus intérpretes
han sido especialmente perturbadores para
cualquier tiranía.
La operación
de desarticulación del lazo social,
rompiendo las ligazones comunitarias que
permitieran cualquier construcción
colectiva, implicaba alejar a cada persona
de otra promoviendo así el terreno
fértil para la vigencia más
acabada de la dominación. Con ese
escenario, la perdurabilidad del régimen
dictatorial, tenía enormes posibilidades
de sostenerse en el tiempo. Lo comunitario,
lo popular, siempre fueron obstáculos
para el establecimiento del Terrorismo
de Estado. Y en ese sentido la belleza
de la música, la riqueza simbólica
de la poesía y la alegría
del encuentro con el semejante (que implica
la participación en los espectáculos
artísticos populares) debían
ser desterradas o por lo menos condicionadas
al control de la ideología dominante.
En la Argentina,
usaron la categoría “disco
guerrilla” para justificar la persecución
de los artistas. Sobre todo, la Alianza
Anticomunista Argentina organizada
por el ministro de “Bienestar Social”
López Rega tuvo casi todo el mérito
de organizar la limpieza de artistas antes
de la llegada de las tres armas comandadas
por Videla.
El arte tuvo que
convivir con la Dictadura o viceversa.
Como en toda sociedad en la que las manifestaciones
artísticas coexisten con su época,
en la Argentina, durante el llamado “Proceso”,
el arte -particularmente la música-
se desarrolló mientras el país
era minado de campos de concentración
y se torturaba y asesinaba a miles de
argentinos. En los primeros meses del
golpe de estado de 1976, la dictadura
ya había dispuesto más de
600 Centros Clandestinos de Detención
y exterminio. En promedio, hubo un CCD
por cada 44.000 habitantes. Esa coexistencia
fue, según el caso, por momentos
tensa, clandestina, perseguida, valiente...
o mediocre, complaciente y hasta cómplice.
Estas líneas
sencillas están dirigidas a homenajear
a aquellos artistas -que aun luego de
padecer la persecución, penar el
exilio, sufrir la tortura y algunos la
muerte-, resistieron al horror con la
lúcida belleza de sus melodías
y trovas, por lo que siguen vigentes en
la memoria popular que los corea aun hoy...
como la cigarra.
La carátula del disco
da comienzo de esta historia que sucede
en Argentina. Quizás para muchos
sea desconocida, para muy pocos entendidos,
es una obra de arte. Pero hay más.
La Fusa fue el primer café concert
de Buenos Aires. Bueno, el tercero, dado
que con el mismo nombre abrió en
Punta del Este en el 68, luego, cuando
en el paisito vinieron los señores
de las botas, pasó a Mar del Plata
y desde allí, llegó a Buenos
Aires. Exactamente en la galería
Capitol de Santa Fe entre Callao y Riobamba.
Por ese refugio de la
bohemia porteña pasarían
Amelita Baltar, la Rinaldi, Les Luthiers,
Mercedes Sosa, Chico Novarro, Gasalla,
Perciavalle, Nana Caymmi, Bonino, María
Martha Serra Lima, Horacio Molina, Pedro
y Pablo, Jorge de la Vega, Marikena Monti,
Federico Peralta Ramos, Marta Minujín,
Norman Briski, Astor Piazzolla, Tanguito,
Quino, Paco Urondo, Norma Aleandro, Rodolfo
Walsh, Alfredo Alcón y un señor
llamado Vinicius.
Esa Rara Avis carioca,
se hace rioplatense, vive diez años
en Buenos Aires y se casa con una argentina.
Ese disco grabado en vivo, es una maravilla.
Vinicius De Moraes formaba
parte del cuerpo diplomático de
Brasil cuando entró en una espiral
de creatividad imparable. Vinicius decide
cantar en público por primera vez
en 1962, junto con Tom Jobim y Astrud
Gilberto en el night club Au Bon Gourmet
de Rio de Janeiro. Sería el primero
de sus “mini-shows”, realizados
ante reducidas audiencias, en los que
estrenaría una de las tres canciones
más versionadas de la música
contemporánea: “Garota de
Ipanema”. Esta primera etapa como
cantante acabaría en 1963, cuando
representa a Brasil en la UNESCO.
Su popularidad es lo
único que le impedía a la
Junta Militar sacárselo de encima.
Lo obligan a cantar de traje y corbata,
pero en los shows de su inventada bossa
nova hay distensión de dudosa moral,
intimidad, amigos, mujeres y…mucho
whisky. El Mariscal Costa e Silva
le envía una misiva al canciller
Magalhaes Pinto: "Asunto: Vinícius
de Moraes. Destitúyase a ese vagabundo"
y le ordena limpiar el servicio público
de "corruptos, homosexuales y borrachos".
Vinicius se entera en
Buenos Aires que ha sido expulsado del
servicio diplomático y toma un
avión rumbo a Río. Al asomar
en la puerta del avión, eleva en
su puño –como si fuera una
espada- una botella de whisky y pronuncia
su segunda blasfemia: ¡SOY
UN BORRACHO! La primera y políticamente
incorrecta fue “soy el blanco más
negro de Brasil”. A esa altura de
los acontecimientos ya es una incómoda
leyenda viviente.
En el departamento del
piso 14 C de Libertador al 1088, dos mutantes
terminan de concebir una balada. El compositor
cierra el piano y con lágrimas
en los ojos le dice al poeta “tenemos
un misil entre las manos”. La noche
del 15 de noviembre de 1969 la presentan
en el Festival Iberoamericano de la Danza
y la Canción, inscripta en la categoría
“tango”. La interpreta una
jovencita de veintipico. Entre los notables
jurados se encuentra Vinicius de Moraes
junto a Chabuca Granda. El juicio es unánime:
ganadora. Pero una lluvia de monedazos
obliga a Cacho Tirao a proteger su guitarra,
“andá a lavar los platos”
le gritan a Amelita Baltar. Astor Piazzolla
–inmutable- sigue dirigiendo la
orquesta que sigue tocando en medio de
una ensordecedora rechifla. Apenas sí
se escucha el recitado “las tardecitas
de Buenos Aires tienen ese qué
se yo… viste?”
La izquierda
había panfleteado el Luna Park
contra Piazzolla, por considerarlo músico
de la oligarquía del Barrio Norte.
“Balada para un Loco” no fue
premiada porque la organización
decidió darle el premio al segundo.
Los sacerdotes tangueros y los ortodoxos
del marxismo de manual no pudieron impedir,
que “Balada” en esa semana
vendiera 200 mil placas y que al mes la
grabara el Polaco Goyeneche. Nacía
una nueva forma de hacer tango y daba
lugar a una amistad entrañable
entre Vinicius y Astor. Y junto
a Ferrer imaginaron alguna vez
con realizar una opera soñada:
“Los exiliados de la Cruz del Sur”.
Alguna vez, Vinicius
expresará que esos años
han sido los más felices de su
vida. Publica libros de poesía,
graba inolvidables canciones, hace amistades
eternas.
Es el viernes 17 de
marzo. El último show de la gira
había culminado en el Gran Rex
con enorme éxito. El comentario
que el Cronista Comercial publicaba el
sábado 18 de marzo de 1976 fue
un epitafio: "El espectáculo
tuvo una revelación que sorprendió
a muchos espectadores: el excelente trabajo
de Tenorio Jr. el pianista que ejecutó
una brillante composición, constituye
la expresión más auténtica
de la música brasileña contemporánea".
Se refería a la actuación
del extraordinario músico de jazz
Francisco Cerqueira Tenório
Júnior quien acompañaba
en el piano a Vinicius de Moraes. También
formaban parte del espectáculo
Toquinho en la guitarra, la cantante Amelia
Collar y el bajista Mutinho Oliva. Ese
sábado, el grupo regresaría
a Brasil. Vinicius se va a su casa y el
resto vuelve al Hotel Normandie.
Son las 2 de la madrugada.
Francisco Cerqueira baja del hotel a comprar
cigarrillos y algún medicamento
para calmar su dolor de cabeza. Deja un
mensaje escrito “Vou sair pra comprar
cigarro e um remédio. Volto Logo”.
Regresaría pronto, porque tenía
una cita con dos amigos en la recepción.
Camina por Rodríguez Peña
hacia la Avenida Corrientes. En el quiosco
de esa esquina compró cigarrillos.
Un Ford Falcon lo sigue por la Avenida.
El Obelisco es un testigo mudo. Unos metros
más adelante, un grupo de cuatro
hombres lo detiene.
Es la mañana
del sábado 18 de marzo. Vinicius,
Toquinho, Mutinho y Amelia visitan hospitales
y van hasta la morgue por si hubiera sufrido
un accidente y no le hubieran reconocido.
Todo en vano, no está allí.
Está “desaparecido”
en una comisaría de la Calle Lavalle,
en las garras del Tigre Acosta.
Hacia el mediodía, Vinicius da
una entrevista en televisión. La
angustia en su cara se le marca para siempre.
Vinicius balbucea que Tenório nunca
se ha mezclado en política y que
sólo vive para la música.
Es una llamada de socorro, de piedad.
La entrevista no sale al aire.
El vínculo fraterno
que estableció el poeta con el
mundo cultural y artístico de Buenos
Aires se pone en marcha. Presentan un
recurso de Habeas Corpus, nada. Recurren
a la Embajada de Brasil, nada. Ya el mecanismo
del Plan Cóndor se estaba desarrollando.
Y también estaba en pleno desarrollo
el Golpe de Estado. El día 24 de
marzo, el diario La Razón publicaba
una solicitada: "Vinicius de Moraes
suplica auxilio para encontrar a su pianista".
Un día después, Tenorio
es “trasladado” en medio de
los comunicados de la Junta. Va hacia
su último destino: La escuela
de Mecánica de la Armada. Allí,
el entonces Capitán de Navío
Alfredo Astiz lo mata de un disparo en
la cabeza.
Para Vinicius, toda
la felicidad de esos años se le
escurre como agua entre las manos, la
tristeza nao tem fim…
Mozart en el cañaveral
La belleza fue el “crimen”
de Miguel Ángel Estrella,
quien desde 1973 trabajaba como voluntario
en la Casa de la Cultura de Tucumán.
Desde ese lugar promovió la transformación
del tradicional y aristocrático
festival “Septiembre Musical Tucumano”
–inspirado en el Maggio Musicale
Fiorentino– en el festival “Septiembre
Popular” donde a los artistas se
los invitaba y se les pedía - al
finalizar sus espectáculos en la
ciudad – otras dos presentaciones
gratis en el interior de la provincia
para los campesinos.
Como pionero, Estrella comenzó
a acercar la música clásica
a los obreros de la zafra. Los primeros
encuentros eran sin difusión y
en los pequeños ranchos que eran
usados como escuelas. Con un viejo piano
reacondicionado lo mejor posible, junto
a unos amigos subidos a una camioneta
destartalada, recorría los pueblitos
olvidados de la mano de Dios. Al llegar,
bajaba ese armatoste desconocido para
los viejos, las mujeres y los niños
que quedaban en el rancherío y
comenzaba conversando con la gente acerca
del trabajo o las enfermedades. Luego
tocaba. Un preludio de Debussy, tratando
de sentir el latido del corazón
de aquellos ojazos que no dejaban de mirarlo.
Nada… Ir y venir en el piano con
diversas melodías hasta que ¡por
fin! una sonata de Mozart y al cabo de
unos pocos compases se hacía presente
ese silencio propio de la entrega y comunión.
Al finalizar, la voz de los ojazos dijo:
“Eso es tan bello que no
se parece a nada”.
De los ocho conciertos
habituales del Septiembre Musical, llegó
a realizar 50 diseminados en toda la provincia.
Al poco tiempo comenzaron a llegar amenazas
de la Triple A, en las que prohibían
sacar el piano más allá
de las cuatro avenidas de la ciudad que
rodeaban la Casa de Cultura de Tucumán.
Finalmente, después de la muerte
de Perón, la “renovación
de la Casa de Cultura de Tucumán”
era un hecho. Estrella debía prepararse
para el exilio.
Antes de partir, un
grupo de campesinos y el jefe de la Federación
Indígena –el indio S.–
le pidieron que antes de irse a Europa
tocara para ellos una vez más.
El indio S. jamás lo había
escuchado y así fue que Miguel
Ángel Estrella consiguió
una casa con un piano grande y cuando
estaban todos reunidos comenzó
a tocar. Fue un nocturno de Chopin el
que produjo el maravilloso encuentro de
las sensibilidades. Terminada la obra
y sin poder retirar las manos del piano
comenzó a ver los rostros conmovidos
de los campesinos y al indio S., llorando.
“Si
hacés esto conmigo qué es
lo que sabrás hacer con las mujeres”
le dijo. Le preguntó
si estaba triste cuando había escrito
esa música y Estrella le explicó
que no la había escrito él.
El indio S. consternado le dijo que creía
entender esa música porque estaba
convencido que la había escrito
él. Más sorpresa aún
sintió el indio S. cuando le preguntó
al Negro –que así lo llamaba
a Miguel– si “ese hombre era
de por aquí” y la respuesta
fue otra negativa. Cuando Estrella le
contó de Chopin, que había
vivido en Europa, que había sufrido
la persecución y el exilio, el
indio S. se puso de pie y les dijo: “Acá
desde siglos se dice que somos brutos,
que no podemos entender las cosas que
pasan en el mundo. Pero yo me pregunto
¿por qué a nosotros nos
conmueve tanto esta música que
la escribió un polaco en el 1800?
El Negro dice que era un tipo de la pequeña
burguesía, que se exilió,
que se fue a vivir a Francia porque no
aguantaba la dictadura de los zares rusos.
Toda esa nostalgia la sentí en
esa música. Entonces quiere decir
que no somos tan brutos, que a la tercera
vez que el Negro toca esa música
me pasaría horas escuchándola…”
Irremediablemente el 15 de diciembre de
1977 – durante su exilio montevideano
– la Dictadura cívico-militar
en el marco del Plan Condor secuestró
y torturó a Miguel Ángel
Estrella manteniéndolo en un ominoso
cautiverio que duró tres interminables
años.
En la última
sesión de tortura ataron sus manos,
lo apoyaron sobre una mesa y el sonido
de una sierra eléctrica y la voz
del Coronel Nino Gavazzo profirieron la
amenaza de cortarle las manos "Vos
nunca más vas a tocar el piano.
Porque vos no sos guerrillero, pero sos
algo peor, con tu piano y tu sonrisa te
metés a la negrada en el bolsillo
y les hacés creer a los negros
que pueden escuchar a Beethoven…
Sos un traidor a tu clase".
Con esa sentencia, Miguel Ángel
Estrella confirmaría que –
más allá de su sufrimiento
– la idea en la que siempre había
creído, que “la cultura es
un instrumento para la liberación”,
había triunfado.
TOTALIZARTE
Corolario
Elis Regina, la máxima exponente
de la música popular del Brasil
de los años ´60 no ahorró
críticas contra la dictadura que
persiguió y exilió a muchos
músicos de su generación.
En 1969, declaró en Alemania que
Brasil estaba siendo gobernado por "gorilas”.
Bajo amenazas, fue obligada por las autoridades
a cantar el himno nacional de Brasil (lo
que despertó la ira de la izquierda
boba). Su disco “Esa Mujer”,
está dedicado a “la ausencia
de Tenorio Júnior”
y en él a las víctimas de
todas las dictaduras del Cono Sur. El
tema “Borracho y Equilibrista”,
fue, sin duda, una devolución de
favores a aquel himno que le hicieron
cantar. Se transformó en la canción
de los Derechos Humanos de Brasil y con
la cual millones de cariocas la entonaron
para exigir la libertad de sus presos
políticos. En 1982, murió
en extrañas circunstancias en las
que nunca se descartó la “venganza”
de algún escuadrón de la
muerte.
Años después,
el entonces Presidente de Brasil, Lula
Inacio Da Silva en un homenaje póstumo
dijo "Muchos dejamos de exaltar a
quien fue víctima y nos quedamos
preocupados con quien reprimió,
quien mató, y con eso nos olvidamos
de dar valor a nuestros héroes".
Se refería así a Vinicius
De Moraes. “Quienes un
día tuvieron la actitud de proponer
la expulsión de Vinicius de Moraes
ciertamente no serán recordados
por la historia…” “Siento
envidia de Vinicius, no conozco a alguien
que haya sabido vivir la vida como la
vivió él". Por ley
aprobada por el Congreso y sancionada
por el Presidente Lula, Vinicius de Moraes
fue ascendido -post mortem- a Ministro
de Primera Clase. Lula y Vinicius se conocieron
un 1° de mayo de 1979 en el Sindicato
de Metalúrgicos de Sao Bernardo
do Campo, cuando el poeta, respaldó
con su arte las huelgas del dirigente
Lula contra la dictadura.
Finalmente Miguel
Ángel Estrella recuperó
su condición de hombre libre en
1980. Desde allí no ha dejado de
trabajar en pos de la dignidad humana,
los humildes y desamparados a través
de su única arma: la música.
De esa fuerza y convicción
nació el movimiento humanitario
internacional "Música Esperanza"
reconocido en 1992 por la UNESCO. Llovieron
sobre su pecho condecoraciones de todo
el mundo: "Comendador de Artes y
Letras", "Doctor Honoris Causa",
"Embajador de Buena Voluntad"
de la UNESCO desde 1988 y la "Legión
de Honor" del gobierno francés.
Seguramente el momento más feliz
fue el reconocimiento otorgado en 2004,
impulsado por el Ministerio de Cultura
de la Nación, instituyéndolo
en el cargo de Embajador Argentino ante
la UNESCO.
Hace poco volvió
a tocar en el penal de Libertad, uno de
los lugares de reclusión uruguayos,
y un compañero de cautiverio le
preguntó qué le diría
a Gavazzo si lo tuviera enfrente. "Que
se equivocó. Como insistía
mi vieja, con sabiduría santiagueña:
'Hijos, no acumulen herrumbre en el alma,
todo eso conspira contra la felicidad'".
Este 6 de marzo de 2013, a instancias
del hoy Senador Nacional Daniel Filmus,
recibió la máxima distinción
que entrega la Cámara Alta: la
Mención de Honor “Senador
Domingo Faustino Sarmiento” en reconocimiento
a su vasta trayectoria artística
y a su invalorable aporte a la cultura.