Muerto el perro...
¿se acabó
la rabia?
Sentado en mi cómodo
sillón en un alto piso con vista
panorámica en el barrio del Abasto
me entero por la pantalla televisiva de
la muerte de Hugo Chávez. Cuestión
que me conmueve profundamente, y creo
que nos sacudió a todos, pese a
ser esperada dada la enfermedad terminal
con la que el presidente venía
lidiando hace ya un par de años.
Es que Chávez
fue el gran faro socialista latinoamericano
de este nuevo siglo y contó con
muchos dirigentes de otros países
del continente que lo siguieron, la mayoría
unos pasos más atrás. Demostró
así que las utopías no han
muerto como nos vienen queriendo hacer
creer quienes tienen el poder. Todo lo
contrario demostró que están
vivas y que no hay una única receta,
el socialismo se va armando dependiendo
del contexto histórico y lugar.
Por lo general
he escuchado dos clases de críticas
hacia él: una que era milico golpista
y la otra que la intervención por
parte de un gobierno es un método
autoritario que en definitiva no permite
que el que se esfuerza se destaque.
La primera es verdad, era militar e intentó
hacer un golpe. No le funcionó,
salvo para que la gente conozca sus ideas
y gracias a eso años después
ganó en elecciones. Y luego de
aquella primera victoria, incluso pasando
por golpes, e intentos de golpes, instaló
la democracia más democrática
que se conoce. Porque
no hay otro país que haya tenido
más elecciones, plebiscitos, democracia
participativa - descentralizada y referéndums
que la República Bolivariana de
Venezuela durante sus mandatos. Así
que si fue golpista terminó siendo
muy demócrata. Y si fue militar,
lo fue con orgullo, jamás usó
las armas contra su pueblo indefenso.
El otro argumento, también trasladable
a la Argentina actual, critica la intervención
estatal en la economía. Sin embargo,
esta crítica olvida que sin esta
intervención la pobreza y la exclusión
generan cada vez más inseguridad
donde las víctimas somos todos.
Cuántos no hemos escuchado a la
misma gente que cuestiona la intervención
estatal incluyente exclamar, cuando ve
gente marginada o excluida, “¿y
el estado no hace nada?” La verdad
es que no hace falta ser socialista: hasta
con ojos egoístas, pero con cierta
inteligencia, se puede comprender que
la intervención que incluya a la
población beneficia al conjunto.
Tampoco es verdad
que ganen lo mismo quien trabaja que quien
vive de un subsidio. Ni es verdad que
esforzándote no puedas estar mejor
económicamente.
Por último,
cabe agregar el culto a la persona que
se suele hacer de líderes carismáticos
de semejante calibre. Eso tal vez no concuerda
un ciento por ciento con el planteo horizontal
que plantea el modelo. Sin embargo, si
la semilla revolucionaria realmente está
plantada el chavismo logrará mantener
el modelo sin su líder. Y se volverá
a demostrar que el socialismo no es una
enfermedad, sino más bien un movimiento
solidario. Es de esperar que el chavismo
no se siga corriendo hacia la fe sino
que mantenga la profundización
en el plano material. Y si esta segunda
etapa funciona dejan sin argumento a los
críticos. O con el único
argumento real que puede tener la derecha:
“una democracia con votantes `calificados`
que defiendan la `libertad` de valorar
el dinero más que a la gente”.
En tal caso se votarán algunos
enriquecidos con un par de cipayos pelagatos
con poca actividad neuronal, de esos que
nunca faltan.
Rafael Sabini
[email protected]