|
Mariana Mazover
y el teatro independiente:
“Encontrarnos a
crear”
La actriz y directora estrena este invierno
Todavía no hay esquinas en el cielo
en el abastense teatro La Carpintería
(Jean Jaurès 858), donde también
realizó talleres de dramaturgia.
Comienzos sobre tablas, procesos creativos
y un adelanto de por qué la nueva
obra es “una dinámica familiar
extrañada que bordea lo siniestro”.
Primero fueron
la Ciencias de la Comunicación
en la UBA. Luego llegó el tiempo
de formarse en la dramaturgia con Mauricio
Kartun, Ricardo Monti y Lautaro Vilo.
La actuación la aprendió
con Claudio Tolcachir (Timbre 4, de Boedo)
y dirección teatral con Juan Carlos
Gené. El resultado, una de las
grandes del teatro que hace escuela en
pleno Abasto y lo vive en tiempo presente
al estrenar Todavía no hay esquinas
en el cielo que antecede a El cerco de
agua —basado en un texto de Rodolfo
Walsh— y Piedras dentro de la piedra
(sobre la novela de Fogwill de la guerra
de Malvinas).
¿Qué fue lo primero
que te llamó la atención
del teatro? ¿Por qué te
avocaste a la dramaturgia?
“Creo que me acerqué al teatro
a partir de la intensidad de algunas experiencias
como espectadora. De adolescente veía
mucho teatro, y me producía una
fascinación y una conmoción
tremenda el hecho de tener en frente a
un actor o un grupo de actores dejando
la vida en un escenario para mí,
para cada uno que está sentado
en la platea. Ver a un actor saludar al
finalizar aún hoy una función
me hace brotar el aplauso. Eso me llevó
a querer estudiar teatro. Empecé
estudiando actuación en Timbre
4, que es una escuela donde se trabaja
mucho con texto en los primeros años,
se lee mucho teatro. Esto despertó
mi interés por la dramaturgia.
Entré al taller de Kartun, y desde
entonces no dejé nunca de escribir.
La dramaturgia me permitió de algún
modo unir la escritura y la posibilidad
de producir mis propios materiales para
dirigir.”
¿Cómo decidiste
formarte con Tolcachir y Gené?
“A Claudio lo conocí
primero como actor, en una obra en la
que él trabajaba: El juego del
bebé; de Edward Albee. Me pareció
un actor de una sensibilidad y una hondura
maravillosa. Salí de ver esa obra
arrasada, muy conmovida, y me dije: alguna
vez yo voy a hacer teatro. Algunos años
más tarde, cuando tomé la
decisión de estudiar teatro recordé
a Claudio y fui allí. El ya no
estaba dando las clases del taller de
primer año, pero estaban a cargo
de ese taller dos maestros maravillosos:
Lautaro Perotti y Diego Faturos. Con ellos
hice el primer y segundo año de
la escuela, y con Claudio los siguientes.
Luego también fui asistente de
dirección de Lautaro Perotti en
una obra que él estrenó
en Timbre, que fue una de las experiencias
más intensas en mi formación:
fue el pasaje del lugar de alumno al descubrimiento
de qué es hacer teatro, con todo
lo que implica desde la producción,
el sostenimiento de una obra, y el impulso
con el que empecé a querer dirigir.
Siempre había estado en mi imaginario
dirigir, pero puedo decir que recién
se me despertó fuertemente la idea
siendo asistente de Lautaro. Eso me llevó
a querer estudiar dirección, y
de ahí a Gené, otro tipo
que admiro profundamente, y que ha dejado
una marca indeleble en el teatro y en
tantos actores y directores en toda Latinoamérica,
un maestro impresionante.”
¿Qué libros, películas
o canciones te inspiran o te sirvieron
para inspirarte en tu labor teatral?
“Puedo decirte que en materia de
literatura hubo dos textos que me obsesionaron
desde siempre: Los Pichiciegos de Rodolfo
Fogwill y La Isla de los resucitados,
de Rodolfo Walsh. Y fueron dos materiales
con los que trabajé puntualmente
en mis obras; mucho tiempo después
de hacerlos leído por primera vez.
En general leo algo que me gusta y eso
me da ganas de escribir, pero no tan linealmente
como para pensarlos como inspiración.
En cine, quizás más observo
el trabajo de los actores, observo las
decisiones con las que un actor aborda
la construcción de un personaje,
para pensar cuestiones vinculadas con
la dirección de actores; lo mismo
que al ver una puesta teatral.”
¿Cómo te sentís
en el rol de transmitir conocimientos
en el taller de iniciación? ¿Te
disparó nuevas búsquedas?
“Enseñar
dramaturgia es una de las cosas que más
me gusta hacer y que más disfruto.
Dar clases para mí significa transmitir
un oficio y acompañar ese proceso
de aprendizaje y descubrimiento que cada
alumno transita a lo largo del taller.
Y esto es estimular la posibilidad de
creer en que uno también puede
escribir y que lo más valioso que
tenemos como creadores es el imaginario
personal. La búsqueda del taller
está orientada hacia ese lugar,
y la transmisión de conocimientos
apunta no tanto a saber teóricos
escindidos de la praxis de escritura,
sino más bien apunta a ofrecer
herramientas de escritura que permitan
desplegar ese imaginario, y trabajar sobre
ello para articularlo y lograr estructurar
un material dramático. En este
sentido, uno aprende a la par de los alumnos,
con sus preguntas, con las propuestas
que surgen desde sus trabajos de escritura;
y por estar permanentemente en contacto
con los problemas y batallas que ofrece
la escritura cuando está gestándose
y los caminos para sortearlos.”
¿Qué te parece que
hayan abierto gran cantidad de teatros
en la ciudad en los últimos años
y, en consecuencia, se renueve la oferta
cultural?
“Me parece obviamente sensacional.
Quizás más que pensarlo
desde la importancia que tiene, que es
mucha, la renovación de la oferta
cultural, me parece interesante que existan
cada vez más espacios para que
se produzca ese encuentro entre quienes
quieren mostrar su trabajo y quienes quieren
ver teatro. Nos enriquece a todos, hacedores
y espectadores. Y creo que además
confirma que hay algo más allá,
o más acá, o más
al costado de lo que ofrece la televisión;
la gran organizadora del tiempo de ocio
y del pensamiento en la sociedad.”
Destacabas a Tolcachir y varios
por “la inmensidad de la entrega
y generosidad que tienen en la transmisión
del oficio” ¿Cómo
ves que en el teatro off se complemente
la exhibición de obras y también
la formación de dramaturgos y actores?
“Vital. Me parece vital que se produzca
este cruce, donde se retroalimenta y crecen
los espacios de formación y de
exhibición. Uno como espectador
puede conocer el trabajo de un director
y si le interesa su estética, o
su modo de trabajar, probablemente pueda
acercarse a la posibilidad de formarse
con ese director, o ese dramaturgo. Y
a su vez; esos mismos espacios dan lugar
a la exhibición de lo que se produce
en el marco de sus talleres; que implica
la posibilidad para muchos de encontrarse
con la posibilidad de iniciarse en el
oficio.”
No hay esquinas en el cielo
Junto a sus dos ex-alumnas Ornella Dallatea
y Camila Peratta “de talento muy
promisorio” y el visto bueno de
Alejandra Carpineti —una de las
actrices que llevan adelante el proyecto
de La Carpintería— y Lala
Mendía pusieron “manos a
la obra”, tal como repasó
la entrevistada en el sitio Puesta en
Escena para dar un adelanto de su nueva
obra.
“Como dramaturga y directora,
deseaba profundizar desde la creación
de mi obra anterior: Piedras dentro de
la piedra, cuyo origen fue un proceso
de trabajo de investigación colectiva”.
En este párrafo y en varios
otros resaltás el trabajo en conjunto
dentro del teatro ¿Por qué
es tan importante?
“A mí me resulta
vital trabajar con actores desde el comienzo
de la gestación de un material,
porque hacen que se expanda el proceso
creativo en ese intercambio, y además
lo disfruto mucho. Lo que más me
gusta —aunque también produce
mucha angustia a veces, especialmente
cuando uno se pierde— es el proceso
de investigación, proponer cosas,
descubrir la potencia de la propuesta
de los actores. Creo que una parte central
del trabajo en teatro, y sobre todo en
el teatro independiente, que está
hecho esencialmente de la pasión
de sus artistas, de las ganas de hacer
aún a pesar de todos los obstáculos
del orden “económico”;
es esa posibilidad de encontrarnos a crear.”
¿Cuál fue el momento más
complicado del proceso creativo?
“Para mí lo más complicado
de los procesos creativos es cuando aparece
la dimensión de la urgencia. Para
mí, en lo más personal,
lo más complicado es luchar contra
un rasgo mío muy marcado que es
la ansiedad.”
¿Cómo fue tratar
un tema —familia— que no tenías
en tus planes tocar?
“Muy divertido. Porque se configuró
espontáneamente, atravesado por
algo que a mí siempre me interesó
que tiene que ver con el encierro, el
disciplinamiento de los cuerpos y de la
subjetividad. Yo no creo que el tema de
Esquinas sea “la familia”,
sino que lo que se narra está sostenido
en una dinámica familiar extrañada,
que bordea lo siniestro.”
J.M.C.
Revista El Abasto, n°
155, mayo 2013.
|
|