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El
café debe
ser
negro como el demonio,
caliente como el infierno,
puro como un ángel,
dulce como el amor
Charles-Maurice
de Talleyrand
(1754-1838)
En una recordada
película dirigida por Jorge Coscia
y Guillermo Saura -estrenada en la primavera
democrática de 1987- hay un diálogo
entre una pareja: “Me gusta tu gente,
su sentido dramático y temperamental”
le dice el Turco a Mirta -mientras, como
música de fondo, se desgrana un tango
sobre las aguas del Bósforo-. Le
habla así de los argentinos, el pueblo
de su mujer. Mirta llegó a Estambul
desde Liniers, huyendo del terrorismo de
Estado implantado en 1976.
En Estambul los gustos musicales -en especial
el baile- no están circunscriptos
a la danza del vientre o a la de los siete
velos. La consolidación y popularidad
del tango en Turquía tuvo su auge
en la década del '30 hasta llegar
a ser, en la actualidad, una de las capitales
de este género musical argentino.
Es más: la segunda mejor orquesta
de tango del mundo se encuentra en Estambul.
Tanto es así, que existe el denominado
“tango turco”, donde sobresalieron
cantantes como Ibrahim Ozgur o “La
Gran Dama del Tango”: Seyyan Oskay.
Para toda la región, desde Rusia
a Egipto y los Balcanes, Estambul es el
ombligo vibrante de la comunidad tanguera
en aquellos arrabales de oriente.
Café 1930, es el
segundo movimiento de la “Histoire
du Tango” escrita por el “asesino
del tango” Don Astor Pantaleón
Piazzolla. Astor (un renegado que ya no
creía ni en el compadrito ni en el
farolito), compuso esta suite clásica
para flauta y guitarra en 1985. “El
tango es una música que si no se
cambia totalmente, quedará en Buenos
Aires y poco a poco se irá extinguiendo”
le comenta a un amigo. Mientras era acusado
de “antiargentino”, de hacer
una música sin un sentimiento nacional,
Piazzolla se ubica en la frontera musical
del género como un alquimista dispuesto
a hacer del carbón, oro. Esto lo
pudo lograr gracias a que su padre le negó
la posibilidad de acompañar al “Zorzal
Criollo” en su gira por Medellín,
donde -de haber ido- habría encontrado
la muerte junto a Carlos Gardel.
Medellín
es la “Capital del tango” y
el tango, “un tatuaje en el alma”
Desde el año 2000, a través
de la Ordenanza 24, el tango es declarado
“patrimonio artístico, cultural
y social de Antioquia”. En Colombia,
acercarse al tango, es llegar a un mundo
sentimental lleno de símbolos, rituales,
herencias, amores. Se trata de generaciones
enteras cuyas historias se escriben en poesía
tanguera: un mundo donde existen hijas con
nombres como Malena o Marion, un mundo donde
hay bares y cafés con nombres extraños:
“9 de julio”, “Adiós
Muchachos”, “Bar D'Arienzo”
o “Chanteclaire”. Donde la “Academia
Nacional del Tango”, dicta conferencias
de Lunfardo o se realizan cotidianos Festivales
Juveniles como “Tango al Parque”;
un mundo lleno de Academias de baile con
nombres típicos como “Che tango”
o “El último Café”…un
lugar donde el tiempo se ha detenido. Donde
es posible escuchar en “El Málaga”
la voz del “Morocho del Abasto”
grabada en un 78 rpm desde una rocola Wurlitzer
del 1946.
Sting -en la hermosa
canción de jazz “un inglés
en Nueva York”- dice en su letra I
don't take coffee I take tea my dear, mientras
la banda toca dentro de una cafetería
en la Gran Manzana. Es obvio, que un inglés
toma té y no café. Cabe aclarar,
sin embargo, que la canción está
dedicada –e inspirada- en Quentin
Crisp, un escritor, crítico y exuberante
actor inglés cuya manera insolente
de vivir su homosexualidad (en una época
en que era ilegal) lo convirtieron en un
ícono gay. Quentin, en su exilio
en Nueva York, frecuentaba la tertulia de
los cafés, donde lucía su
característica blusa impecablemente
blanca, el colorido pañuelo al cuello
y el elegante sombrero fedora. A propósito
de este enlace entre el te y el café,
recordamos unos curiosos hechos históricos.
Fue en un café,
el “Green Dragon” de Boston,
donde se urdió la rebelión
que culminó en el conocido “motín
del té”, cuando los rebeldes
americanos lanzaron al mar el té
sobretasado por la corona británica.
Este acontecimiento dio lugar a la independencia
de las colonias y a la Revolución
Americana y el café ganó popularidad
y obtuvo el rango de bebida nacional. Es
más, allí fue leída
por primera vez la Declaración de
Independencia. El café, ese lugar
donde se lo bebía, estuvo ligado
a otra revolución liberal. Alrededor
de 1650 comenzó a ser importado y
consumido en Inglaterra, y se comenzaron
a abrir cafeterías en Oxford y en
Londres, las cuales se convirtieron en lugares
donde germinaron las ideas liberales que
culminarían en la promulgación
del “Bill Of Righs”. Por su
parte, la Revolución Francesa de
1789 se dice que tuvo su origen en el Café
Foy de París. También por
estos rincones del mundo, Alzaga y otros
patriotas complotados, planificaron en el
“Café de Marco” hacer
volar el Fuerte con explosivos y así
aniquilar al Gobernador británico
William Carr Beresford y su milicia. Y si
bien es famosa la “Jabonería
de Vieytes” en los preparativos de
nuestra Revolución de Mayo, no lo
es menos que el bullir revolucionario en
los cuarteles y los cafés del Buenos
Aires colonial.
Volviendo al mítico
Estambul, fue en esa ciudad donde en el
lejano año 1475 abrió por
primera vez en el mundo un café legendario:
el “Kiwa Han”. Dicho antro urbano,
provocó innumerables controversias
en oriente y occidente. No sólo por
el brebaje que se servía, sino también
por el espacio de sociabilidad que se originó
al interior de sus paredes.
Fue por los mercaderes
venecianos, que manejaban el mercado de
las especias, que la nueva bebida llegó
a Europa, hacia 1615. Su introducción
en Italia dio lugar a controversias sobre
si era lícito a los cristianos el
uso de una bebida de los mahometanos. Se
creía que como los árabes
tenían prohibido el vino por el Islam,
Satanás les habría dado el
café como sustituto. El Papa Clemente
VIII al probarlo dijo: “esta bebida
satánica es tan deliciosa que, sería
una lástima dejar que los infieles
disfruten del uso exclusivo de ella. Engañaremos
a Satanás bautizándolo”.
Dicho y hecho, el café fue legitimado
como bebida “auténticamente”
cristiana. Pero luego, fue particularmente
reprobado en ciertos núcleos protestantes,
sobre todo alemanes, sin llegar al desquicio
de Rusia, donde estuvo prohibido con penas
incluso de tortura y de mutilación
a quienes lo saborearan. Y como una cosa
iba con la otra, los mismos castigos se
empleaban contra los fumadores de tabaco.
Mala onda. En el año 1511, en La
Meca, el emir Khair Bey empezó a
estudiar sus características, ayudado
por científicos y juristas, para
decidir si el café se ajustaba a
las normas del Corán. A raíz
de esto, se prohibió su consumo pero
su popularidad era tan grande que las autoridades
terminaron derogando el decreto de prohibición,
no sin antes sufrir masivas insurrecciones.
Retornando a Medellín,
allí se dice que “se podrá
discutir que Gardel nació en Uruguay,
Argentina o Francia. Lo que nadie discute
es que murió en Colombia. Y, para
muchos, morir debe ser más determinante
que nacer”. Quizás ése
es el motivo principal de que sea esa ciudad,
la primera capital del tango en las Américas
-fuera del Río de la Plata-. Son
los cafés y bares de Guayaquil [barrio
de Medellín] la clave para comprender
la evolución del tango en Colombia.
Las formas como se daba la difusión
de la música en las primeras décadas
del siglo XX, hicieron de su apropiación
y consumo un asunto público, que
se vivía principalmente en escenarios
como el café o el bar, único
modo de escuchar los discos que venían
de Estados Unidos. Luego, el cine traerá
la imagen de Carlos Gardel. La influencia
sustancial que el impecable aspecto del
zorzal tuvo en la vida de los hombres que
habitaban Medellín, se comenzó
a ver cuando empezaron a transformar sus
hábitos higiénicos y de imagen:
el pelo peinado a la gomina, los zapatos
de cuero combinado con tacón francés,
el sombrero funyi calzado a lo arrabalero,
el traje espléndido.
El rito quedó así establecido:
el lugar para “flashear” será
el café, el bar de tango y milonga
de rompe y raje. Como si fuese una película
al vesre de “Saturday nigth Fever”.
Y como esos varones compadritos, podrán
acceder a la sociabilidad pública
las mujeres del tango, que en esos inverosímiles
cafés, no serán ya miradas
como prostitutas. Sin embargo, será
en los años 60, donde el café
dejará de ser el lugar privilegiado
de los varones. La liberación femenina
arrasó con su exclusivo habitué
cuando ésta dejó la coqueta
confitería.
Revoluciones de toda especie: nacionales,
de clase, culturales, colectivas, genéricas,
estructurales, el mundo entero cambió
cuando apareció el café y
su territorio sagrado. Un lugar privilegiado
para la socialización de inmigrantes,
de encuentro policlasista, de nuevos lazos
sociales. Un espacio abierto a la cultura
urbana naciente, el club más popular,
un territorio de la bohemia, la política
y la creatividad, que vino al mundo para
quedarse.
Café Colonial
Se bebe. Su aroma se desplaza por el
aire y cuando es invierno provoca envidia
mirar a través del cristal y descubrir
a otros humanos acercar silenciosamente
el pocillo blanco y tibio a los labios.
En verano la brisa vespertina lo esparce
por las vereditas y el bullicio de los
bebientes inunda la ciudad.
Se está. De colores
o de ladrillos; al ras del piso, en terrazas
o subsuelos; en las esquinas o a mitad
de la vereda; tradicional o temático;
diurno o nocturno… El café
es un lugar desde donde leer y pensar
el mundo. Y aquí, en esta porción
del universo es inimaginable la vida sin
ellos.
El derrotero de los
términos “pulpería
– almacén – bar –
café” no es otro que el de
las denominaciones de los espacios humanos
donde tramitar la vida privada o pública
en los diferentes segmentos de la historia.
Y si bien el 4 de junio de 1998 la Legislatura
porteña sancionó la Ley
35 de creación de la Comisión
de Protección y Promoción
de los Cafés, Bares, Billares y
Confiterías Notables de la Ciudad
de Buenos Aires que instituye el 26 de
octubre como el Día de los Cafés
–fecha propuesta en conmemoración
a la inauguración en 1894 de la
entrada por Avenida de Mayo 825 del histórico
Café Tortoni– ya en 1794
los documentos del Cabildo daban noticias
de la existencia del “Almacén
del Rey” (génesis de lo que
fue posteriormente el café “La
sonámbula”).
Cierto es que la primera mención
que los documentos coloniales registran
no habla muy a favor de estos lugares.
Las citas datan del año 1779 a
instancias del virrey Vértiz y
Salcedo quien promulgó un auto
por el que ordenó a las autoridades
que dentro del término de 24 horas
debían notificar a la Secretaría
de la Cámara de Gobierno, la prisión
de toda persona mal entretenida o vagabunda
cuya detención se hubiera producido
en casa de truco, cafetería u otro
lugar donde se hallaran jugando a naipes
u otra clase de juegos prohibidos.
La “Casa de truco” contaba
con una cafetería y –siguiendo
los pasos de la antigua Europa–
los cafés se replicarían
como espacios de reunión en el
viejo virreinato. Las
tertulias y encuentros dejarían
de estar circunscriptas a los salones
de las familias adineradas para darse
paso entre las calles de la ciudad, invitando
al diálogo, el debate y las conspiraciones.
Será también albergue de
sueños y soledades; una institución
fundamental de la cultura porteña,
"el club menos oneroso al alcance
de todos los bolsillos, sin mas reglamento,
disciplina y obligaciones que la convivencia
humana". En sus mesas y mostradores
se charla y monologa, pero también
se calla. El café es un continente
de la vida, un recipiente de sus contradicciones:
uno puede ocultarse o exponerse, buscar
la compañía o soportar la
soledad. Allí nacen -y en un vértigo
final- se marchitan amores como estrictamente
lo relata Don Cátulo Castillo.
Café, tango
e inmigración
Buenos Aires, hacia la segunda mitad
del siglo XIX, estaba dejando de ser para
siempre, una pequeña aldea donde
todos se conocían. Extranjeros
y desconocidos, en su gran mayoría
varones, deambulaban por sus calles (en
1887, uno de cada dos habitantes de la
ciudad había llegado de afuera).
La plaza, la esquina y el patio del conventillo
dejaron de ser la única alternativa
de reunión social para tanta gente.
Con el café, se institucionalizó
un territorio privilegiado para la socialización
de los inmigrantes: la escuela de todas
las cosas y lo único que podía
parecerse a la vieja, según Don
Enrique Santos Discépolo.
Supo haber en la cruzada de Suárez
y Brandsen (territorio xeneixe) un “Café
de los Negros” (bautizado así
porque, obviamente, concurrían
muchos afroamericanos).
Fueron éstos
los primeros en hacer música en
los cafés de la Boca. Guapos, compadritos
y malevos se encontraban en el “Café
Sabatino”, el “Almacén
de la Milonga” y el “Bailetín
del Palomar”. En los boliches de
la calle Necochea de La Boca, empezaba
a escucharse esta música alegre,
juvenil y pícara que, bajo el ritmo
del dos por cuatro, ejecutaban autodidactas
que componían sin conocer las partituras.
Dicen que el tango se registró
en el “Bailetín del Palomar”
conocido también como el “Boliche
de Tancredi”, en alusión
al tano José. Abrió sus
puertas en 1878 en la famosa esquina de
Suárez y Necochea. Tancredi –
en persona- le cobraba a los bailarines,
cinco centavos la pieza y para que ninguno
bailara sin pagar, la cobranza la hacía
con una mano mientras en la otra empuñaba
un cañón naranjero.
En sus antípodas
–social y cultural y geográficamente
hablando- en Santa Fe pasando Callao,
existió el afamado “Petit
Café”. Su clientela se destacó
por ser oligarca, pituca y racista. Como
tal, despreciaban a los actuales bosteros,
dado que preferían el rugby al
futbol y el jazz al tango. Su indumentaria
correspondía a los colegios privados
del Barrio Norte, Belgrano y San Isidro
y abusaban del Glostora. A esos los retrataron
Canaro y Romero en Tiempos Viejos, manifestando
que eran más hombres los nuestros.
Con un estilo art-decó, espejos,
bronce, mármol, sillas de cuero
y una elegante peluquería al fondo,
devino en los 50 en un baluarte antiperonista
y golpista. Su elegancia quedó
reducida a cenizas la noche del 15 de
abril del 53.
Aunque Jorge Luis Borges
lo desmiente enfáticamente, tanta
fue la fama (buena y mala) de los cafetines
del sur, que si el tango no nació
en la Boca, pasó raspando. Viene
al caso citar otra famosa esquina: Suárez
y Necochea, donde se erguía el
“Café Royal” conocido
mejor por el “café del griego”
de Don Nicolás Bardaka, oriundo
obviamente de Grecia. Allí, actuaba
un trío: Canaro, Castriota y el
primer bandoneonista Loduca. Entre las
nieblas del Riachuelo, Canaro compuso
Mi Noche Triste y también tocó
allí Eduardo Arolas. A metros del
Royal, se encontraba el “Café
La Marina”, donde otro trío
acrecentaba la música ciudadana:
Genaro Expósito, Agustín
Bardi y José Camerano. El “papá”
del Tango, Don Angel Villoldo, Juan de
Dios Filiberto y Roberto Firpo, regenteaban
otros cafés de la misma zona que
amalgamaba por igual, tango y trifulca.
Y como ya habrán
notado, los apellidos y nacionalidades
de algunos dueños de aquellos históricos
cafés eran mayoritariamente extranjeros:
por cada 20 dueños de cafés
en la Ciudad de Buenos Aires, sólo
uno era argentino, los otros diez y nueve
eran inmigrantes.
Ángeles
en Buenos Aires
El francés Jean Touan fue el que
emplazó en 1858 el mítico
“Café Tortoni”. Hasta
1880, fue vecino del Hotel francés
y el Hospital de Mujeres en Esmeralda
y Rivadavia cuando fue trasladado a su
ubicación actual, la planta baja
de la residencia de Saturnino Unzué
en la calle Rivadavia. Los lazos comerciales
Jean Touan y Curutchet estaban ligados
por relaciones de parentesco. Así,
en sus orígenes, el paso del Café
Tortoni de un dueño a otro quedaba
en familia. Aquella “modesta casa
del ramo” descripta por Manuel Láinez
-el director de “El Diario”-
de la mano del matrimonio vasco de Celestino
Curutchet y Ana Artcanthurry terminaría
por delinear su perfil definitivo. La
apertura de la Avenida de Mayo alentó
a sus propietarios a extenderse hacia
la avenida y de la mano del arquitecto
belga Alejandro Christophersen se modificó
el edificio que alberga a este ícono
porteño. Y si bien para realizar
esta ampliación hubo que derribar
la iglesia presbiteriana de San Andrés,
el claustro celeste no parece haberse
ofendido en lo más mínimo.
El Café comenzó
a ser frecuentado por la bohemia artística
porteña liderada por el pintor
de La Boca, Quinquela Martin. Corría
1926 cuando los artistas “convencen”
a Celestino Curutchet que les permita
usar la bodega del subsuelo para sus tertulias.
Los registros de la época señalan
la perspicacia de Don Celestino: “los
artistas gastan poco, pero le dan lustre
y fama al café”, habría
dicho. Sólo un necio puede discutir
su condición de templo pagano.
Y si bien el Tortoni es – con sus
más de 150 años de existencia
– indiscutiblemente el café
mítico de la ciudad, guarda en
su historia – como todos los demás
cafés de Buenos Aires – innumerables
anécdotas dignas de ser contadas.
Desde haber sido el primero que ostenta
la singularidad de haber dispuesto sillas
en la vereda hasta ser sede sustituta
de la primera legislatura porteña,
las historias de amor no le fueron ajenas.
La pasión de
Pirandello por su primera actriz y musa
inspiradora, Marta Abba, fue arrullada
por la voz del Zorzal una fría
noche de junio de 1927. Percanta que me
amuraste / en lo mejor de mi vida, / dejándome
el alma herida / y espina en el corazón…
Esas palabras fantasmales y la estampa
de Gardel conmovieron el alma del sexagenario
escritor en el sótano del Tortoni.
El final del siglo XX
también verá surgir desde
sus entrañas, una voz que conmueve
a todo el país: los hombres sensibles
se darán cita cada medianoche para
escuchar “La Venganza Será
Terrible”, antídoto cotidiano
contra los efectos de la Liga de los Refutadotes
de Leyendas.
Mientras tanto
en Billinghurst y Guardia Vieja, El Banderín,
resiste a fuerza de pura dignidad el paso
del tiempo y el pulular de cadenas de
comida rápida. Nació en
1923 como “El Asturiano” almacén
y bar, y finalmente lo segundo quedó
como marca indeleble en las calles de
Almagro. Los más de 600 banderines
– siempre regalados, nunca comprados;
siempre obsequios, recuerdos del paso
de algún viajero o de un fiel concurrente
que deja su huella de ese modo singular:
aportando el banderín del club
de sus desvelos – que adornan sus
paredes hablan de la cadena de gratitudes
que se establecieron allí. La valentía
y el esfuerzo de la familia Riesco, con
los vaivenes que les ha provocado 90 años
de vida, convierte a esa esquina en un
libro de historia donde el espíritu
de Angel Firpo, Adolfo Pedernera, Anibal
Troilo, Pascualito Pérez, y Tato
Bores (entre tantos otros conocidos y
anónimos) sobrevuelan como el humito
del café manteniendo viva la memoria
de la ciudad.
Palabras finales
Buenos Aires, ahí donde la ven,
fue escenario de una batalla por la preponderancia
del café, allá por los 60.
Brasil desató una campaña
para destronar del mercado el reinado
del café de Colombia que en aquellos
tiempos tenía como estereotipo
un tipo vestido de blanco que venía
acompañado por un burro: Juan Valdez.
La singularidad que ofrecía era
ser el primer café que se vendía
envasado al vacío. Por su parte,
el embajador elegido por Brasil para esa
tarea fue Vinicius de Moraes quien llegó
a Buenos Aires donde luego viviera por
diez años. Juan Valdez pasó
a la historia mientras que aquellos recitales
son recordados aun hoy por haber transformado
a las callecitas de Buenos Aires en un
sambódromo.
Fuera de los cafés
y bares notables –que según
la Honorable Legislatura Porteña
ascienden a 53– cada esquina, cada
rincón de los indiscutibles cien
barrios porteños atesoran muchos
más, que le dan a la Reina del
Plata su singular aroma y color. Quizás
la prueba más contundente sea el
tango “Cafetín de Buenos
Aires” de Discépolo, que
desde hace 65 años lo han cantado
diversas generaciones donde se encuentran
entre otros desde Sara Montiel, Virginia
Luque, Susana Rinaldi, Hugo del Carril,
Julio Sosa, Roberto Yánez, Roberto
Goyeneche, Edmundo Rivero, hasta Andrés
Calamaro y Juan Carlos Baglietto. La letra
de esta canción revela un lazo
inquebrantable entre la gente, la ciudad
y los cafés que ya son parte de
la subjetividad porteña. Miguel
Cantilo se pregunta “¿dónde
va la gente cuando llueve?” Seguramente
a buscar refugio en un café.
Viviana Demaría
y José Figueroa
[email protected]
Referencias
Foto de Portada: Antiguo
café de “Los Inmortales”.
Delgado, S. Grabado.
Ilustradora de un par de nuestras tapas.
Entrevistada en el número 97, abril
2008. www.susanadelgado.com.ar
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Creación del Café”
– Karen Elandt es una artista plástica
nacida en Oklahoma (EE.UU) que pinta sus
obras con café.
Berruet, M. – “Bares
y Cafés de Buenos Aires”
– Buenos Aires, Universidad de Palermo,
21 de Julio de 2010.
Bossio, J. – “Los
Cafés en la época de la
Revolución de Mayo” –
Buenos Aires, Cuaderno N·7 del
Café Tortoni, Mayo de 2002. http://buenosairescultural.googlepages.com/jorgebossio
Brosio, L. – “Un
bar histórico que conserva la magia”
– Buenos Aires, Periódico
Primera Página, Abril de 2010,
http://primerapagina93.blogspot.com.ar/
2010/04/cafe-el-banderin.html
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Buenos Aires, 5 de Marzo de 2013.
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ñata contra el siglo XXI”
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1929 – Web Oficial de “El
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octubre 2002.
Szwarcer, C. –“La
presencia de Carlos Gardel en el Café
Tortoni”– 2006, http://www.argentinauniversal.info/
mar07/extras/literat/nota_07.pdf
Nuestros bares notables
Si bien la Legislatura ha denominado a más
de medio centenar de bares como “notables”,
por nuestra zona, además de
El Banderín que se menciona
en la nota, contamos con otros:
El Boliche de Roberto.
O formalmente, el bar “12 de Octubre”
de Bulnes 331, esquina Perón, se
caracteriza por su movida que destila otra
época con “olor” a tango,
actualmente con voces como la de Osvaldo
Peredo. Las estanterías atestadas
de botellas añejas y su mostrador
nos remiten a comienzos del siglo pasado.
Roberto Pérez, recuerda que su padre
vino de Asturias en 1913 y en 1930 se instaló
en ese local que era despacho de bebidas
desde 1893, que por allí suelen,
o solían, pasar Fabio Serpa, Osvaldo
Pugliese, Carlos Di Fulvio, Ernesto Baffa
y el juez Cruziani y que allá por
los años 20 Alfonsina Storni que
vivía en la calle Potosí,
solía ir al bar para hablar por teléfono.
Desde luego, como todo cheboli antiguo del
barrio, incluyen a Carlos Gardel como habitué.
Las Violetas. El edificio de la
esquina de las avenidas Rivadavia y Medrano,
ostenta una arquitectura y una decoración
de una esplendidez poco vista y digna de
cualquier gran ciudad europea. Allí
se encuentra la confitería “Las
Violetas”, cuya historia se remonta
a 1884, año de su inauguración.
La leyenda cuenta que el nombre se lo debe
a que siempre andaba por ahí alguna
chica vendiendo violetas entre las mesas.
Esa tradicional esquina formaba parte de
la quinta adquirida en el año 1839
por don Julián de Almagro, de quien
el barrio tomó su nombre. Estuvo
cerrado un período, pero reabrió
a mediados del 2001. Se dice que por ahí
pasaron entre otros Luis Arata, Alfonsina
Storni, José Betinoti, Osvaldo Pugliese,
Sebastián Piana, Antonio Sassone
y el doctor Juan B. Justo.
Bar La Perla. Av. Rivadavia al
2800, cuna del Rock Nacional y con una trayectoria
de más de 50 años, continúa
encantando con sus shows los viernes y sábados
reviviendo viejas épocas. Por sus
escenarios tocaron varios artistas del ámbito
nacional. Tanguito y Litto Nebbia compusieron
“La Balsa” uno de los emblemáticos
temas del rock nacional. También
León Gieco nombra el lugar en su
canción Los salieris de Charly.
A su vez tenemos los ya clásicos,
instalados para pausas en nuestras habituales
rondas por el rioba: Kentucky, Corrientes
y Billinghurst; El Símbolo, Corrientes
y Bulnes así como su “hermano
menor” por Guardia Vieja y Mario Bravo.
La Casona Cultural Humahuaca (3508) que
cuenta con el Café Basaglia de día
y el bar cooperativo de tarde. Big Bang,
de Corrientes, casi Agüero también
se viene también haciendo su espacio
en el rioba a fuerza de churros. El lujoso
Per Tutti de Corrientes y Anchorena donde
supo estar la famosa casa de Murano Cristales.
Por Anchorena y San Luis está el
siempre igual Bar Roma. Mientras por Gallo
y Humahuaca está El Destino, donde
paraba Luca Prodan.
Kopi
Luwak: un café de mierda
Puede que no exista un café con tan
escasa oferta, exótica forma de elaboración
y, por supuesto, su inigualable sabor y
aroma, como el Kopi Luwak.
Su mayor particularidad radica en que los
granos que se utilizan para Kopi Luwak son
recolectados de las heces de la civeta.
El animal se alimenta principalmente de
los frutos del cafeto, eligiendo los que
están en el grado óptimo de
su maduracion. Sin embargo, puede digerir
solamente la parte carnosa del fruto, dejando
los granos del café “casi”
intactos.
Las heces del animal son recolectadas por
los lugareños y vendidas a los distribuidores.
Posteriormente se lavan y tuestan ligeramente
para no estropear los complejos sabores
que se han desarrollado durante el proceso.
El resultado final es un café fuerte
con aroma muy complejo; de cuerpo espeso,
delicado amargor y baja acides con dejo
de chocolate y caramelo casi meloso con
larga persistencia en paladar.
Cabe agregar que el precio es altísimo
(U$D 95 los 100 gr.).
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Revista El Abasto, n°
157, julio 2013
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