Golpe a golpe
Verso a verso
Cantares
Joan Manuel Serrat
Voy aprendiendo a cuidar
a los que quiero
yo no puedo abandonarlos mas
dejarlos solos no no nunca mas
La maldita
máquina de matar
Billy Bond y la Pesada del Rock
Un lejano 20 de octubre
de 1972, mientras los pediatras celebraban
su día, el rock argentino –dejando
atrás para siempre su infancia–
se subió al ring del Luna Park.
En un espacio urbano vinculado históricamente
al boxeo (a ese deporte de combate donde
los golpes son su característica
distintiva), ese día viernes estaba
programado un Festival de Rock. En una
Buenos Aires asfixiada política
y culturalmente por la “Revolución
Argentina”, la vida cotidiana proseguía,
renovándose como podía entre
la censura y la represión. Los
Federales venían de sacar a los
empujones a un presidente de la Casa Rosada,
venían de romperle la cabeza a
palos a los universitarios de la UBA,
venían de combatir el Cordobazo
(y de realizar tropelías contra
otras policías), venían
de haber participado de la Masacre de
Trelew, de reprimir en diversas otras
provincias las puebladas, venían
cebados. Ese día, creyeron que
iba a ser otro paseo. Sólo tenían
enfrente a chicos y chicas a quienes odiaban
sólo por eso: ser jóvenes.
Qué sencilla sería la faena
de romperles la cabeza a los flower power,
a los peace and love, a los hippies porteños
que se identificaban con el rock, a esos
que hasta sus propios congéneres
politizados consideraban “faloperos”.
Pero ese día, 20 mil chicos y chicas
dieron batalla y los vencieron. De eso,
trata esta historia: de la Pesada del
Rock.
¿Cómo nos posicionamos frente
al mundo que habitamos? Podemos considerar
que la sociedad existió desde el
inicio de los tiempos, que fue “creada”
de una vez y para siempre y que todo está
como era entonces. Pensando así,
el mundo se clausura en un acontecimiento
que no cambia y que sólo es cuestión
que el tiempo transcurra. Avances más,
avances menos en relación a la
tecnología, sería lo que
denominaríamos “cambios”
o “evolución”.
O por el contrario,
podemos pensar que la sociedad es un complejo
devenir, donde los elementos que la conforman
se van tejiendo y emergiendo creando el
complejo mundo en que vivimos. Creando
y creándonos como humanidad. De
este modo, pensamos al mundo no sólo
como un conjunto de sustancias que tienen
materialidad, sino como palabras portadoras
de sentido que bañan y significan
a la materia que constituye el mundo.
Un ejemplo de
lo expuesto es el cambio de signo que
ha transitado la cultura en referencia
a la cuestión del término
“raza”. ¿Cuánto
tiempo pasamos, como humanidad, regidos
y hablados a través de esa idea?
Aquellos que pretendían fundamentar
una superioridad jerárquica sobre
otros seres humanos lo hacían sostenidos
en un discurso donde la inferioridad de
la mujer, el salvajismo del habitante
originario, la carencia de humanidad del
niño, garantizaba su posición
dominante. Había algo del orden
de la biología como sustancia inmodificable,
que hacía que quienes no pertenecían
a la condición de varón,
blanco, adulto, europeo, propietario,
estuvieran en un estadio de inferioridad
respecto de los que sí la poseían.
Y así
como en los tiempos históricos
en que la noción de raza tenía
presencia, valoración y sentido,
el mundo se dividía en humanos
más humanos que otros, también
se justificaba el sometimiento y la denigración
–hasta el poder sobre la vida del
otro– por considerarlo inferior.
Como dijimos antes fueron el aborigen,
la mujer, los niños y –como
no podía ser de otro modo–
los jóvenes, quienes estaban en
lista de espera para conquistar humanidad.
La cultura tuvo que
recorrer un largo camino para construir
nociones que hoy nos parecen habituales
e incuestionables, y que nadie se atrevería
a desconocer por lo menos en el orden
del pensamiento y a la luz del día.
Philippe Àries fue quien –con
sus investigaciones– visibilizó
claramente el trayecto que recorrió
la cultura para edificar la noción
de infancia.
Dicho de otro modo el
planteo es el siguiente: “niños”
hubo siempre, más no así
“infancia”. Los cuerpos de
los niños fueron pensados de diversos
modos a lo largo de la historia. Y sólo
cuando la cultura les otorgó humanidad,
pudieron ser registrados como sujetos
sociales. Se les adjudicó un alma,
se los reconoció frágiles,
se distinguió un tiempo de indefensión
que fue siendo cada vez más extenso.
Sin embargo la niñez fue durante
mucho tiempo un compás de espera
para llegar a ser… adulto. El ser
“pleno” estaba en otro tiempo
vital. Durante diez años todas
las naciones, en todos los idiomas, en
todas las sociedades, pensaron un marco
de legalidad para hablar acerca de la
infancia. Y así -en 1989- la Convención
Internacional de los Derechos de los Niños,
reconoció que “los niños
son personas”, sujetos de Derecho.
Reconoció su visibilidad social
y su pertenencia al mundo “humano”.
Ya no había un lugar al que llegar
para “ser”, sino que cada
edad vital pasó a tener existencia
y legitimidad en sí misma.
Creemos que este ejemplo basta para exponer
el lugar desde donde vamos a continuar
escribiendo acerca de la relación
entre mundo adulto, mundo juvenil y dictadura.
Entonces, con lo antes
dicho, vamos a postular - ya que de ellos
hablamos- que jóvenes hubo siempre,
pero que “la juventud” es
un elemento histórico, es la emergencia
de un sujeto social que fue construido
y vio la luz en las postrimerías
del siglo XX o más precisamente
después de la posguerra. Y con
su advenimiento y lucha la sociedad conquistaría
muchos derechos antes impensables. O sea,
ayer nomás.
Si el rock los produjo
a ellos o ellos produjeron al rock es
como preguntarse si fue primero el huevo
o la gallina. Es un proceso que se entrelaza
y nutre mutuamente. De este modo, la juventud
se construye en función de los
legados que una generación le deja
a otra. Es así que ingresamos en
la temática juvenil por la vía
que contradice el sentido instalado de
considerar a la juventud como una eruptiva.
Consideramos que la
juventud no es una “etapa”
sostenida solamente por la biología.
El cuerpo joven, la “carne joven”,
es una cualidad de la materialidad orgánica.
La conquista de la humanidad entonces
fue saldar esa brecha existente dándole
entidad a la edad social.
De este modo, ya no
venimos, transitamos y habitamos este
mundo de la mano de Dios o del destino,
sino de la mano de la cultura.
El
28 de junio de 1966, la hora cero del
quinto golpe de Estado comienza con una
orden policial: “desalojen”.
Un pelotón de la Guardia de Infantería
de la Policía Federal Argentina,
irrumpe en la Casa Rosada para -literalmente-
echarlo a empujones al Presidente Arturo
Illia. Esos mismos muchachos -al mes de
aquella gesta- en un inusitado despliegue
de guerra, apalean y encarcelan a autoridades,
profesores, científicos y estudiantes
de la UBA en su “heroica”
Noche de los Bastones Largos. El Jefe
de la Policía Federal, General
Mario Fonseca, dio una orden terminante:
“hay que limpiar esta cueva de marxistas…
sáquenlos a tiros si es necesario…”
En mayo de 1969, los
muchachos reaparecen en Córdoba
con la flamante “Brigada Antiguerrillera”
creada por –y al mando de–
el Comisario Villar. A raíz de
un sumario contra varios de sus efectivos
radicado en la Comisaría 4ta. Unos
150 federales atacan dicha Comisaría,
armados con fusiles Fal, subametralladoras,
granadas, pistolas lanza-gases y armas
cortas. Redujeron a todo el personal de
la Comisaría (que cumplía
sus labores habituales), a los que obligaron
a colocarse de cara contra la pared con
las manos en alto, mientras eran despojados
de sus armas reglamentarias y apuntados
a sus cabezas -incluido su Comisario-.
La “Brigada Antiguerrillera”
arrancó los cables telefónicos,
destrozó los muebles, elementos
de oficina y archivos de la dependencia.
La Voz del Interior informaba de esta
aberración policial y la noticia
repugnante se esparcía como reguero
de pólvora. El estupor de los policías
atacados se había convertido en
indignada impotencia. La rabia de agentes
y oficiales los hacía llorar sin
disimulo. Varios agentes recibieron golpes
y culatazos que les provocaron lesiones
que obligaron -después- a su internación
en el Hospital San Roque.
Los Federales buscaban
el sumario… Luego de pasado el copamiento
-y debido a que ya habían comenzado
a conocerse los incidentes- numerosas
unidades cordobesas ya se habían
dirigido a sus lugares de acuartelamiento,
retirando armas largas y ametralladoras
con el objeto de ir a buscar a los federales
y directamente cagarlos a tiros.
La “Brigada Antiguerrillera”
se hizo fuerte en la Isla Crisol del Parque
Sarmiento con el objeto de resistir la
represalia de toda la Policía de
Córdoba. Villar, quien esperaba
asumir el grado más alto de la
PFA, fue a prisión, como todos
los camaradas que lo secundaron.
El Buenos Aires Herald
dijo en sus páginas: “Se
ha puesto bien en evidencia que uno de
los aspectos más problemáticos
va a ser el suprimir el virtual ejército
de represión que se ha ido constituyendo
en los últimos años. Las
patrullas de represión de la Policía
Federal han sido equipadas con considerable
armamento… su arsenal va más
allá de lo requerido para el mero
control de multitudes. Va a ser muy difícil
refrenar a hombres que parecen no reconocer
limites a su autoridad”.
Despuntando los primeros
años de la década de los
´60, el Comisario Luis Margaride
-por entonces jefe de la División
Seguridad Personal de la Policía
Federal- creaba la “Brigada de Moralidad”
(que Peter Capusotto parodia genialmente).
Este sombrío personaje salía
de patrulla en las noches porteñas
para dirigir personalmente los operativos
contra la sexualidad rioplatense. Más
de 700 operativos contra los “telos”
quedaron en su foja de servicios. Las
detenciones se contaron de a miles. Su
campaña incluyó el intolerable
signo de degeneración masculina:
el pelo largo, y la abreviada e inmoral
minifalda femenina. Obvio, la presa mayor
fueron los homosexuales.
El beso en lugares públicos
se purgaba en un calabozo. A raíz
de no poder controlarlo, ordenó
el retiro masivo de bancos de plazas y
paseos, que fueron a dar a galpones cedidos
gentilmente por la Armada. Su celo puritano
lo llevaba a visitar los antros nocturnos
porteños: boites, baños
públicos, teatros y cines. A él
se debe que el pantalón Lady Far
West fracasara comercialmente, porque
ordenó retirar la gráfica
donde la divina espalda de Chunchuna Villafañe
lo lucía impúdicamente.
La llegada del dictador
evangélico Onganía exacerbó
su labor: los inmundos hippies y rockeros
viciosos eran arriados en masa en colectivos
que la fuerza decomisaba para dicho quehacer
al finalizar los recitales. El “coiffeur
de seccional” pasaba la máquina
cero dejando apenas una pelusa donde antes
hubo una andrógina cabellera. Ya
entrados los años 70, “La
Cueva”, noche por medio o recibía
la visita amenazante de los oficiales
o alguna bala entraba para terminar el
rito. Dos bombas y una orden judicial
la cerraron.
Con Tanguito se les
fue la mano, no así con Charly.
Lo reconocieron como el lunático
que cantaba “las heridas son del
oficial” y quisieron obligarlo a
limpiar con sus ropas los patrulleros
para escarmentarlo. Se negó...
adivinen lo que le pasó. Y la época
se puso espesa y la mano cada vez más
dura. Había psicobolches por todos
lados y el Comisario Margaride seguía
de patrulla nocturna... pero ahora en
son de guerra. En plena noche, él
y sus comandos fueron vistos de civil
y armados allá por los Bosques
de Palermo. Quiénes los vieron,
eran de otra patrulla... militar. El tiroteo
–sin dar tregua– duró
tres horas con muertos y todo. El dueño
de la moral porteña fue pasado
a retiro. Años después,
estos dos monstruos, terminaron formando
la Triple A... pero esa es otra historia.
El tano Giuliano Canterini el 19 de octubre
tendrá 69 pirulos. El 20 de octubre
de 1972 era un treintañero que
lideraba una banda: La Pesada del Rock.
Es también un argentino por opción.
Billy Bond fue –y es– el nombre
de fantasía con el que escribió
su biografía y con el que también
construyó una parte esencial del
rock del país. Su labor facilitó
la transición y continuidad entre
la primera generación de artistas
del rock argentino y todo el devenir del
movimiento musical y estético que
llegó a nuestros días, constituyendo
parte del ADN de nuestra identidad nacional.
Antes que Charly García
versionara en 1990 el Himno Nacional y
fuera demandado judicialmente por “ultraje
al símbolo patrio” ante un
tribunal, en 1972, Billy Bond dejaba grabada
la primera herejía: la Marcha de
San Lorenzo con Pappo en viola. La dictadura
prohibió su difusión. La
policía lo tenía en una
suerte de libertad vigilada. Administró
la cuna del rock, un sótano que
fue bautizado La Cueva (Av. Pueyrredón
al 1723), epicentro de una compacta cultura
under que al amanecer desayunaba en la
Perla del Once como final del circuito.
Su banda “La Pesada
del Rock” fue una suerte de selección
nacional (formaban Pappo, Spinetta, Claudio
Gabis, David Lebón, Héctor
Lorenzo, Vitico, Rinaldo Raffanelli, Pajarito
Zaguri, Jorge Pinchevsky, Charly García
y la lista sigue. Como productor -junto
a Jorge Álvarez- hizo nacer un
mítico simple: “Canción
Para Mi Muerte” y con ello, un dúo
legendario: Sui Generis. Cuando en Argentina
éramos muy “derechos y humanos”,
forma Billy Bond & The Jets. (Los
Jets son la futura superbanda Serú
Girán). En Brasil, Billy se radica
finalmente. A ese hermano país,
va en son de exilio después de
haber sido arrestado en el escenario del
Luna Park por la Federal y “trasladado”
clandestinamente a la ESMA. Allí
se dieron cuenta que tenía pasaporte
italiano y frenaron las muy malas intenciones
que tenían para con él.
¿Qué cosa
fue “eso” que pasó
el 20 de octubre en el Luna Park? Una
definición de “revolución”
nos dice que cuando hombres y mujeres
normales adquieren conciencia de su fuerza
y toman el destino en sus manos, creando
algo nuevo, simplemente están haciendo
algo revolucionario. Es lo que Sartre
magistralmente descubre cuando dice “seremos
lo que hagamos, con aquello que hicieron
de nosotros”.
Ese día, un colectivo
intergeneracional eligió no dejarse
agredir sin dar batalla. Cuando aquellos
muchachos –que echaron a Illia,
que golpearon a los universitarios con
sus bastones, que reprimieron en el Cordobazo–
quisieron dar un paseo por el Luna Park
rompiendo cabecitas, fueron enfrentados
por La Pesada del Rock... y cobraron como
en la guerra, ligaron como que hay Dios.
El
viernes 20 de octubre de 1972, estaba
anunciado el Gran Festival del Rock. Aquelarre,
Color Humano, La Pesada del Rock, Lito
Nebbia, Pappo's Blues y Pescado Rabioso
serían las bandas. El lugar: Luna
Park.
Lectoure aceptó
a regañadientes alquilar su templo
para una manifestación cultural
con muy mala fama como lo era el rock.
Lo hizo por el dinero que recaudaría.
Desconfiado, contrató a 50 patovicas
del box que lucían un brazalete:
“Luna Park Custodia” e igual
cantidad de policías. Todos ellos
adentro. Afuera, la cantidad de uniformes
era igual. Con la salvedad de que la Federal
había dispuesto a varios de sus
“espías” entre ese
público; los tipos de bigotito,
pelo marcial y corbata daban pena al lado
de la fauna del palo. Algo se tramaba,
porque un llamado oficial “advirtió”
a Jorge Álvarez de posibles “incidentes”
en el Luna. En la cola para entrar, comenzaron
los problemas con una policía irritada
ante tanto personaje extraño y
a sus ojos “sospechoso”. No
era habitual, que desde las tribunas se
cantara algo... esa noche apareció
un grupo que comenzó a entonar
la marcha peronista y otros a arrojar
proyectiles al escenario. Que las hay,
las hay. Y comenzaron las primeras detenciones.
Cuando ya casi todos
habían ingresado, en la platea
había no más de diez personas
(entre ellos un habitué en silla
de ruedas que siempre entraba gratis)
y en la super pullman un solitario pibe.
El precio de estos lugares sólo
podía ser cubierto por “caretas”.
El grueso estaba en la popular y desde
aquí al escenario había
una distancia astronómica.
Entre deliberaciones,
todas las bandas coincidieron en que debía
abrir La Pesada para cortar la mala onda.
Además, el carisma de Billy podía
hacer el resto. Un pibe se descuelga hacia
la platea por sobre una de las vallas,
la que se desploma como manteca. Para
evitar que lo sigan, los patovicas comenzaron
a repartir directos y ganchos y los polis
a usar las cachiporras.
La Pesada arranca con
su potente y furioso rocanrol “Fiebre
de la Ruta” y las vallas se vienen
abajo como si nada. Los chicos avanzan
sobre la platea y sobre ellos caen los
custodios y la policía. De pronto
y como por arte de magia, tres pelotones
de la Guardia de Infantería entran
al Luna desbocados y comienzan a pegar
con sus palos salvajemente, ya hay sangre.
Pero en esa masa juvenil hay de todo...
los “Firestone” -que han llegado
del Oeste del Gran buenos Aires- saben
pelear en las calles y comienzan a dar
cuenta -uno por uno - de los “Custodios”
de Lectoure.
Billy al micrófono
y al ver desde allí todo lo que
pasa, primero atina a los gritos buscar
la calma, pero en un momento que pareció
durar una eternidad, de su boca sólo
sale un alarido: ¡Rompan todo!
Es una bandera verde.
La Pesada también da pelea. Un
derroche de bravura grupal se apodera
de todos: el enemigo está en frente
y lo enfrentan. Los pesados bancos colectivos
primero sirven de escudo y después
de topadora. Cada silla
se transforma –destruida–
en cuatro lanzas. La Guardia de Infantería
es frenada y retrocede. El ruido ya es
infernal. Los Federales son rodeados.
Sobre ellos cae una lluvia de diversos
proyectiles pesados… son los ladrillos
del Luna. Huyen afuera (retirada dirían
ellos) y en las calles continúa
la batalla campal. Se han llevado detenido
a Billy, y eso exacerba a esas almas que
no pueden ser dispersadas.
De dónde salieron
los Federales, nadie lo supo nunca. Cómo
llegaron tan rápido, menos. Por
qué las vallas se caían
como telgopor, tampoco. La única
hipótesis plausible, es que se
trató de una gran emboscada. En
su edición del día siguiente
la revista “Así” -ícono
de la prensa amarilla- titulaba su tapa
“El rock infernal. Hordas de hippies
arrasaron el Luna Park”. Hoy, como
ayer, elegimos no creerle a los titulares.
A Billy… ¡Gracias
por todo y felices 69 años!
A las cuatro de la tarde hacían
8 grados de temperatura. A la primavera
le faltaban aun algunos días para
llegar y el clima de invierno fue la prueba
de fe para los fieles.
Semanas de terror
y anuncios catastróficos precedieron
al “pogo más grande del universo”.
Más de 150 mil almas, 10 km de
fila. Al costado del autódromo
Ángel Penna, se tomaban un descanso
los más de 700 colectivos que habían
llegado de todos los rincones del país.
Durante los días
previos al recital, miles de carpitas
multicolores comenzaban a ocupar el Parque
Agnesi, a la vera del autódromo.
Sumado a esto, toda la capacidad hotelera
de la ciudad y las regiones aledañas,
estuvo totalmente colmada. Más
de cien millones de pesos dejó
a la provincia de Mendoza el paso del
Indio Solari y los Fundamentalistas del
Aire Acondicionado, superando más
que ampliamente lo que recauda la Fiesta
de la Vendimia (máxima fiesta mendocina).
Pero claro, los visitantes debían
pagar el precio de ser desconocidos y
sobre todo, jóvenes.
La prensa no les tuvo
piedad ni durante la venta de entradas,
ni en el impasse hasta llegado el recital.
Se contaban historias de muertos, vandalismo,
espanto y terror que debería afrontar
la ciudad que osara recibir al Indio y
sus seguidores.
Hasta que San Martín, conjuró
ese maleficio con algo que seguramente
valga la pena traer a cuento. Es una frase
de Hannah Arendt que dice así:
“(La) aventura es que nosotros iniciamos
algo; nosotros introducimos nuestro hilo
en la malla de las relaciones. Lo que
de ello resultara, nunca lo sabemos (...)
Y es que sencillamente no se puede saber:
uno se aventura. Y hoy añadiría
que este aventurarse sólo es posible
sobre una confianza en los seres humanos.
Una confianza en –y esto, aunque
fundamental, es difícil de formular–
lo humano de todos los seres humanos.
De otro modo no se podría”.
Los habitantes de la
ciudad de San Martín, confiaron
en lo humano de todos los seres humanos.
Y salieron a la calle a recibir a los
que llegaron en colectivo, en coche, a
dedo, caminandito… Salieron al costado
del camino con carteles que decían
“Bienvenidos a Mendoza”, “Bienvenidos
ricoteros”, “Bienvenido Indio”
(Testimonio de Carla Macarena, ricotera
porteña) y los huéspedes
respondiendo con carteles “San Martín…
Aguante el Rock… Gracias Gente”
¿Qué les hubiera impedido
confiar? ¿Quién era ese
al que tanto había que temer? ¿Quiénes
eran esos extraños que se habían
vuelto amenazantes?
Ese “Indio”,
paranaense de nacimiento, asiduo participante
de la Cofradía de la Flor Solar
–comunidad hippie creada en la ciudad
de la Plata por el artista plástico
Rocambole–, creador de Patricio
Rey y sus Redonditos de Ricota, con sus
64 años encima sostuvo su mirada
ante la inmensidad de esas almas con la
fuerza y la dignidad mantenida a lo largo
de su vida. Eso es lo que unió
a los viajeros del tiempo y el espacio
que allí se dieron cita.
El 14 de septiembre
se conjugaron padres que llevaron a sus
hijos para iniciarlos en la fantástica
aventura de la juventud. Muchachos y muchachas
que llegaron inspirados en una fe sostenida
en la certidumbre de integrar un colectivo
que incluye y brinda sentido a la propia
vida y a lo histórico social.
Quizás porque
cuando el Indio vivía en Valeria
del Mar ya se había saciado de
leer a Jack Kerouac, Lawrence Ferlinghetti,
Gregory Corso, comics y ciencia ficción
e intuía que los medios de comunicación
saturan y que la creación debe
ser cuidada de la asfixia del farandulismo,
decidió que sus presentaciones
en los medios masivos de comunicación
serían escasas. Es así que
el diálogo con su público
lo establece por medio de la contundencia
de sus letras y sus presentaciones en
vivo una o dos veces al año.
Y así,
en esa espera entre un recital y otro,
va creciendo el ansia ricotera por volverse
a ver. No solamente volverlo a ver a “él”,
sino por volverse a ver entre ellos. La
pertenencia y el cuidado que se ha inscripto
entre los seguidores del Indio, es producto
de una historia transida por el dolor,
los desencuentros, el malestar y la exclusión.
Aquellos mismos extranjeros en su propia
tierra –que fueron los jóvenes
de los sesenta y setenta– se reencontraron
en los ochenta y noventa de la mano de
este hombre quién –junto
a otros más– supieron ver
en lo juvenil, un modo de ser y estar
en el mundo.
Vieron más allá
de la carne y del reloj.
Luis Alberto, Charly,
Gustavo, León, Fito, David, Juan,
“Pappo”, Emilio, Pedro, Litto
y muchos más acompañaron
y sostuvieron la vida de millones de argentinos
en sus horas más difíciles
y en las más luminosas. Todos ellos
atravesando las generaciones, viajando
por el tiempo y el espacio de la mano
del mismo cuerpo que los había
recibido al nacer convertido en fiel guardián
de un espíritu juvenil siempre
dispuesto a interpelar el mundo en que
vivimos.
El Indio no fue ajeno
a esta vivencia y a esta perspectiva de
lo humano. Lo dimensionó en sus
seguidores y también en la Presidenta
cuando a través de Aníbal
Fernández, a fines de 2012, le
envió un saludo por la llegada
de un nuevo año donde le decía:
“Toda mi vida acepté, a regañadientes,
que la valentía era un recurso
temporario de los jóvenes. Acercale
a la Sra. Presidenta, si no implica molestarla,
mi respeto por su templanza y su firme
determinación juvenil”.
No le sacó el
cuerpo a aquel concierto del 2000 en River
siendo un digno representante del mundo
adulto cuando salió al escenario
y habló más que claramente:
“Bueno, pareciera ser que todo el
esfuerzo… escúchenme, han
pasado cosas muy serias aquí esta
noche… ¡escúchenme
carajo!... Han pasado cosas muy serias
acá… han entrado un par de
hijos de puta, han lastimado gente…
no sabemos si enviados por alguien, no
sabemos por qué motivo, se han
cagado en el esfuerzo que ha hecho la
banda, se han cagado en setenta, ochenta
mil personas que hay esta noche acá.
Desgraciadamente todo este esfuerzo, toda
esta presión que han hecho durante
días la prensa para meternos en
este gueto haciéndonos creer que
somos animales han logrado que sea probablemente
la última noche que toquemos…
Se hace muy difícil cantar “Banderas
de mi corazón”, se hace muy
difícil hacer esto. Nosotros no
tenemos ánimo en este momento.
Hay chicos lastimados, hay varios chicos
lastimados…”
Y lo sigue siendo cada vez que en sus
recitales aparece el pedido de Justicia
por la muerte de Walter Bulacio.
En este 2013, el equivalente
a dos estadios de River Plate lo recibieron
en Mendoza y las muestras de que algo
está cambiando no se hicieron de
rogar. Las declaraciones del jefe policial
Daniel Silva, derrumbaron un poco más
la construcción mediática
del enemigo que los medios habían
trabajado con esmero: “Estamos orgullosos
de estos resultados, sobre todo porque
hubo muchas versiones sobre que podía
haber destrozos, peleas y la verdad es
que todo fue con mucha tranquilidad, se
portaron muy bien los chicos”.
Lo que sucedió
en Mendoza en 2013 no fue un espectáculo
de rock. Fueron hijos e hijas de esta
tierra y de este tiempo histórico
los que se dieron cita y convivieron y
celebraron la vida, que hoy es un poco
más posible que hace unas décadas
atrás. Fue en verdad la muestra
de un punto de inflexión respecto
de hacia dónde vamos como sociedad.
Decíamos al comienzo
que la pregunta acerca de si el rock produjo
a los jóvenes o los jóvenes
produjeron al rock era un interrogante
estéril. Pero sí podemos
advertir, siguiendo el derrotero del lenguaje,
alguna pista de cómo se han imbricado
en diferentes momentos de la historia
arrojándonos luz acerca de cómo
fuimos y cómo estamos siendo en
el presente. La denominación “nación
ricotera” que había brillado
con todo su fulgor y había servido
de paraguas significante en los noventa,
fue cediendo paso a nuevos sentidos.
En aquellos tiempos
a la exclusión producida por el
Tánatos neoliberal, el rock recordó
el poderoso significante “nación”.
Un término que abarca e incluye
brindando sentido de pertenencia y que
deja entrever algo ligado a la ciudadanía.
Ciudadanía que fue negada para
millones de argentinos que eran expulsados
día a día del sistema, de
las fronteras y de la vida misma.
Hoy la ciudadanía
vislumbra cada vez más claramente
sus contornos, a través del legado
de los mejores sueños de las generaciones
anteriores encarnados en la conquistas
de derechos que día a día
cobran materialidad en la vida de los
jóvenes argentinos y de la mano
de la presencia indiscutible del Estado
en su cotidiano e irrenunciable camino
hacia la inclusión de los invisibilizados.
Este país está
cambiando, suave, lenta pero inexorablemente.
Y son los jóvenes quiénes
están recibiendo las herramientas
de la historia para imaginar y construir
un mundo más justo y más
inclusivo para todos.
Viviana Demaría
y José Figueroa
[email protected]