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Melina y Francisco, una apasionada pareja de bailarines tangueros

“No podemos burlar al destino para siempre”

A continuación publicamos un texto en primera persona que cuenta la pasión de dos bailarines de tango -Melina Castro y Francisco Palhano- que formaron pareja. Francisco esta haciendo el profesorado de Folklore y Tango en el IUNA y también baila en la Compañía del IUNA. Son ayudantes en las clases de tango en el Museo Casa Carlos Gardel –dictadas por Luis Boccia– curso que en este momento está en receso por el verano. Y dan clases los lunes y viernes a las 19 en un estudio -Carlinhos da Silva- en Charcas 2810, esquina Anchorena.

Él, brasilero (el fútbol, deuda pendiente) vivía en una ciudad muy al norte en Brasil, nació en un barrio de bajos recursos, poco a poco se abrió camino, y llego a ser próspero y con una vida prolijamente armada. Por deseo de su madre, se hizo militar. En Brasil ser militar es una carrera muy respetable. Hasta ese momento nada que ver con el baile.
   Era muy apegado a su mamá, por lo que cuando ella fallece, el perdido, decide cambiar de aires para pensar que hacer con su vida, ya había conocido el tango, por lo que viaja a Buenos Aires en plan de aprender los secretos de este baile.
La primera noche que camina por las calles del Abasto, buscando un hotel, se siente absolutamente embriagado por como huele la ciudad. Siente un lazo familiar y mágico que no se destruiría más.
   Inmediatamente, decide que este es su lugar, y prácticamente al mismo tiempo, se enamora de Buenos Aires, como una amante clandestina, y del tango.
En Brasil, deja familia, casa y objetos personales. No hay nada que se interponga en su camino, y se traslada al Abasto donde vive en una pensión con poca guita, un frío que antes no había conocido, un poco de hambre pero mucha ilusión.
No le importa desprenderse de todo lo poco que le quedaba para cambiarlo por clases de tango y patrullas nocturnas en casi todas las milongas de la Ciudad. Un verdadero malevo en el siglo XXI.


“Se traslada al Abasto donde vive en una pensión con poca guita, un frío que antes no había conocido, un poco de hambre pero mucha ilusión.”


   Ella (o sea yo....) porteña, nací en Parque Patricios. Mi familia no estaba de acuerdo con nada de ésto... Creo que todo empezó porque mi papa tenía una tía que vivía en Barracas, barrio tanguero también. Esa tía había sido milonguera, actriz y vaya a saber que más... mi mamá no la quería, decía que era una bataclana. Pero un día creo que a escondidas, mi papá me llevó a visitarla.    Recuerdo que vivía en una casa antigua, esas tipo conventillo, usaba bata, el pucho colgaba de la boca, y hablaba como Tita. Me dijo, "Piba, vení" y me llevo a su cuarto de tesoros, una suerte de camarín lleno de vestidos con flecos, lentejuelas, pelucas, sombreros, zapatos, y todo tipo de tesoros fantásticos a mis ojos de niña. Me regalo una peluca, y calculo que estaría embrujada por el espíritu de la tanguera, porque a partir de ahí, solo pensaba en disfrazarme, ponerme unos tacos y hacerme la que estaba en un burdel bailando tango.
   A los 13 conocí a Gabriel Misse, también bailarín y me invito a ser su compañera, de la mano de Andrea Misse, su hermana, mi única y mejor maestra, aprendí a bailar el tango. Conocí fabulosos milongueros. Conocí la milonga "Almagro", que ya no existe, y desde ese día, nunca pude volver a ser normal. Amaba el tango y ese ambiente entre sátiro, sensual y distinguido que lo rodea. No quise ir a boliches, no quise "Bariloche"... Quería la milonga, me escapaba de casa, y no estudiaba en la escuela por ir a ver Tango x2 y soñar que era Milena.


“Me regalo una peluca, y calculo que estaría embrujada por el espíritu de la tanguera, porque a partir de ahí, solo pensaba en disfrazarme, ponerme unos tacos y hacerme la que estaba en un burdel bailando tango."


   Pero, el destino a veces se desvía. Mis papás querían que estudie. "Serás una abogada" fue el mandato, "no hay lugar para berretines en esta casa decente".
Estudie, me recibí, trabaje duramente, fingí... Pasaron casi 20 años negando la pasión. Era una abogada recatada y muy triste, cuando una tarde de agosto, ante la elección mental de arrojarme a las vías del tren, o ir a bailar tango, fui a una práctica de tango en la Casa Museo Carlos Gardel. Ahí estaba Francisco, me sacó a bailar, tenía brillo en los ojos. Una pieza bastó para sentir que el sol brillaba nuevamente sobre mí. Seno materno, luz del sol, remanso, paz... Cuando terminó el tango y nos miramos, fue como mirarme en el espejo.
   Dos personas diferentes, salidas de vidas, lugares, realidades completamente distintas, unidas por esta sencilla y trágica pasión llamada tango.
   Él vivía en una pensión en Abasto, yo vivía en Nuñez en la casa de papá y mamá... No sé si fue culpa del tango, no sé si fue el fantasma de Buenos Aires que hace estas cosas, pero no podemos burlar al destino para siempre, así que nunca más nos separamos y al compás de esta canción queremos bailar, y solamente seguir bailando.

Melina Castro


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Revista El Abasto, n° 163, enero 2014



 

 

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