Manada manijeada
Es terrible cuando entre
varios golpean a un chorrito indefenso,
incluso hasta matarlo. Creo que es una
temática bastante debatida y que
merece poco análisis. El Papa ya
dijo lo que muchos sentimos: “dolor”.
Sin embargo, puede valer la pena recordar
la aclaración en la Legislatura
porteña por parte del bloque mayoritario
que tanto insistió en el “hartazgo
de la sociedad ante la delincuencia”
y las prontas salidas de los delincuentes.
Digo esto porque no se referían
a Cavallo que endeudó a todo el
mundo con lo que tomaron prestado internacionalmente
sus amigos. No señor, para ellos
la sociedad parece ya no estar harta de
que los políticos no cumplan. Ahora
el hartazgo es hacia los delincuentes
jóvenes y pobres. Y en lo posible
oscuritos. Todo esto verbalizado por su
cerco informativo se convierte en linchamientos
del nivel de los Simpson. Y mientras nos
quejamos: “¡ojo con modificar
la ley...!”
No
digo que las víctimas de un pequeño
delito callejero deban permanecer inmóviles
y acatar al chorrito. Incluso suena coherente
que haya reacción violenta en defensa
propia o de otro. Pero la saña
de patear entre varios (cagones) a alguien
tirado convierte al pateador en delincuente.
Y presunto asesino.
Y como un delito lleva a otro vayamos
al de la trata de personas... Según
el estado se han liberado más de
6400 personas de situación de trata
desde que se legisló la ley 26.364
para combatir este delito. Para el legislador
Gustavo Vera (pág. 8) sin reglamentación
la ley sigue trunca. Parece ser que en
realidad la Fundación María
de los Ángeles, íntimamente
ligada a lo estatal, es quien realmente
ha actuado. Con respaldo estatal, claro
está. Sin embargo, falta mucho
camino por recorrer. Mucha gente rescatada
ha vuelto a su antigua situación
de sometimiento.
No noto una conciencia
clara y difundida por parte del ciudadano
que toma como normal el “ir de putas”,
algo que mínimamente deberíamos
cuestionarnos. Los justificativos son
que “algunas eligen” y cosas
por el estilo. Recomiendo la mirada de
Sonia Sánchez (pág. 18)
porque desmiente muchas cosas.
Como sociedad
también deberíamos plantearnos,
políticos incluidos, ciertas cosas.
No fue muy contundente el repudio cuando
nos enteramos que la esposa del jefe de
Gobierno conseguía ropa hecha por
esclavos para su marca. O cuando él
mismo salió fotografiado con un
conocido proxeneta (que según denunciaba
la hija de éste había aportado
algo para la campaña). O cuando
una legisladora de su partido, hablando
por su jefa inmediata, intenta reclutar
a otro proxeneta. O un juez de la Corte
Suprema que encuentran con rentas de departamentos
que funcionan para oferta sexual. La realidad
es que el delito de trata se toma muy
a la ligera, es moneda corriente y este
país parece ser un paraíso
internacional para quienes pagan por sexo,
y se vislumbran lazos del poder con estos
mecanismos. Sin mencionar la connivencia
policial. Hasta ahora basta con un simple
“no sabía” para que
todo caiga en saco roto. Con suerte, un
cambio de cargo.
Mientras,
las trolas siguen en la esquina, controladas
vía su celular por su proxeneta.
Los chorritos robando y matando. La “gente
de bien” matándolos cuando
puede. En fin. No tenemos mucho que envidiarle
al lejano oeste. Al igual que allá,
entonces, para muchos parecería
que la supervivencia sigue siendo la preocupación
principal. Abraham Maslow se revuelve
en su tumba.
Rafael Sabini
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