Había
una vez...
en una isla muy lejana
Un mono
de catorce metros de altura (algunos entusiastas
dicen que quince), es evidentemente encantador,
pero tal vez no basta. No es un mono jugoso;
es un reseco y polvoriento artificio de
movimientos esquinados y torpes. Su única
virtud -la estatura- parece no haber impresionado
mucho al fotógrafo, que se obstina
en no retratarlo de abajo sino de arriba
-enfoque a todas luces desacertado, que
invalida y anula su elevación.
Falta añadir que es jorobado y
de piernas chuecas: rasgos que lo achican
también. Para que nada tenga de
extraordinario, lo hacen luchar con monstruos
mucho más raros que él,
y le destinan alojamiento en falsas cavernas
de catedralicio grandor, donde se pierde
su afanosa estatura. Un amor carnal o
romántico por Miss Fay Wray perfecciona
la ruina de ese gorila monumental y también
la del film”.
Jorge Luis Borges, 1933*
Ángeles
en el aire
Cuando en todo el orbe se celebraba la
fiesta por antonomasia del movimiento
obrero mundial, Herbert Hoover –Presidente
de los Estados Unidos– dejaba inaugurado
oficialmente en la Ciudad de New York,
el edificio más alto del mundo:
el Empire State Building. Era el 1 de
mayo de 1931. Los estadounidenses tenían
poco para celebrar, dado que en ese país,
el día no tiene ninguna significación
asociada al trabajo y sus reivindicaciones
universales y además, porque los
Estados Unidos estaban sumidos en la Gran
Depresión, y trabajo… no
abundaba. La desocupación había
trepado al 25%.
Desde el 24 de octubre
de 1929 (el “martes negro”)
la caída estrepitosa de la bolsa
en Estados Unidos, empujó al mundo
hacia una crisis sin precedentes. El icónico
rascacielos, se elevaba día tras
día, al mismo ritmo que caía
la economía. Para alzar su descomunal
estructura fueron necesarias 7 millones
de horas de mano de obra y monstruosas
cantidades de materiales de construcción.
En promedio, un trabajador cobraba 5 dólares
por hora bajo condiciones laborales brutales.
Desde aquellas alturas extremas, se veía
una enorme serpiente de desocupados sobre
la 5ta Avenida. Como esperando una desgracia,
desde abajo miraban el enjambre que formaban
los más de 3.400 obreros que se
ganaban la vida caminando al filo del
vacío. Sin embargo, los intrépidos
“skywalkers” no sufrían
de vértigo. Fueron los indios de
la Nación Mohawk (que Hollywood
rebautizó como “mohicanos”)
los que se especializaron en trenzar las
60 mil toneladas de acero a 381 metros
de altura sin perder nunca el equilibrio
durante los 410 días exactos de
obra.
Es notable que el récord
de la altura alcanzada (102 pisos), haya
tenido como telón de fondo una
“picada” arquitectónica
e ingenieril entre las “escuderías”
de las dos más poderosas firmas
de la industria automotriz norteamericana
en plena depresión; General Motors
y Chrysler. El Edificio Chrysler fue el
edificio más alto del mundo durante
apenas 11 meses, hasta que fue superado
por el Empire State en 1931. Ambos edificios
siguieron el emblemático estilo
art-decó que le darían a
Nueva York su actual fisonomía.
En la primavera de 1932,
un año después de la apoteósica
inauguración del colosal edificio
de Manhattan, en los estudios de la RKO
Pictures se trabaja denodadamente en un
proyecto cinematográfico. Se está
realizando una versión libre del
cuento que Madame de Beaumont escribió
en el siglo XVIII para educar y deleitar
a los niños: La Bella y la Bestia.
Y se le está dando vida al protagonista
principal de la cinta: un gorila de más
de catorce metros de altura que habita
una isla que recuerda al Mundo Perdido,
la novela de Arthur Conan Doyle, donde
el tiempo está atascado en el jurásico.
Un nombre sobrevuela para la película
contradiciendo a Heródoto: La Octava
Maravilla del Mundo. Pero ese estatus
ya lo ostenta el monstruo de cemento y
acero que –ya finalizado–
se yergue sobre la Quinta Avenida. El
reclamo del –simbólico- eslogan
publicitario disputado por ambas celebridades,
finalmente sería compartido durante
83 largos años.
Soy Leyenda
¿Qué se puede decir de King
Kong que no se haya dicho ya? Pues a nuestro
criterio se puede decir mucho. Vamos en
principio a retomar las palabras con las
que Jorge Luis Borges criticó la
película, luego de su estreno en
Buenos Aires en julio de 1933. Es evidente
que para ver, se necesita algo más
que un par de ojos. No vamos a caer en
la broma ridícula de la vista de
Borges. Vamos a postular que aquella crítica
mordaz, no tuvo en cuenta una visión
cinematográfica.
Tampoco el genial escritor
dijo absolutamente nada del argumento,
basado evidentemente en la literatura
del siglo XVIII: El cuento “La Bella
y la Bestia”. Un libro que Madame
de Beaumont escribió para educar
y deleitar a los niños. Su fuente
literaria, a su vez hay que buscarla en
las páginas de “El asno de
Oro” de Apuleyo, que no hace sino
recrear el mito griego de Eros y Psique.
Hay antecedentes en otro escritor: Arthur
Conan Doyle y su novela “El Mundo
Perdido”. El gigantismo, revela
las teorías antropológicas
de las llamadas “razas plínicas”,
seres inexistentes -pero tan arraigados
en el folclore de los pueblos- que acaban
siendo verosímiles. Y el film,
plantea además innumerables reflexiones
sobre la “Biofilia”, un sentido
de conexión con la naturaleza y
con otras formas de vida que actúa
en especies inteligentes cuya supervivencia
depende de la conexión estrecha
con el ambiente y de la valoración
práctica de las plantas y de los
animales. Y por supuesto, la relación
entre la mujer y Kong, brinda elementos
suficientes para reflexionar sobre Eros,
Tánatos, el deseo, el amor. Borges
no pudo todo ver esto.
Merian Cooper fue piloto
en la Primera Guerra Mundial, y su avión
fue derribado sobre Alemania. Luego, vuela
al servicio de Polonia y es derribado
nuevamente sobre Rusia. Logra escapar
de un campo de prisioneros y por esas
cosas de la vida, se encuentra en Kiev
con Ernest Schoedsack. Este se hallaba
allí cubriendo la Guerra en su
rol de reportero. De ese encuentro saldrá
una sociedad que se dedicaría a
realizar películas para la RKO,
contando con el apoyo del productor David
O. Selznick. El técnico de efectos
especiales, Willis O'Brien, ya había
logrado maravillas con sus maquetas articuladas.
El guión fue encargado a Edgar
Wallace y la RKO, a punto de declararse
en quiebra, invierte 430 mil dólares
para una película que narra la
trágica historia de un gorila descomunal
que vive en una isla desconocida, el que
es atrapado y llevado a la Ciudad de Nueva
York, donde origina el caos. Trepado a
la cima del Empire State, encontrará
la muerte.
La filmación pule
la técnica “stop motion”.
Un minuto de película contiene
1440 imágenes estáticas.
Cinco segundos de animación se
logran al cabo de una semana. El set de
rodaje de Kong es un pequeño universo
en miniatura. Allí está
la selva y los demás animales con
los cuales se enfrentará. Y también
allí, los actores son filmados
interactuando con aquellos personajes
de ficción. Se emplean nuevas técnicas
que son inventadas sobre la marcha del
film. Edgar Wallace fallece de neumonía
y Ruth Rose (esposa de Schoedsack) debe
terminar el guión. La mujer de
W. O´Brien mata a su hijo y se suicida.
Todo parece hundirse en aquellos días
de la Gran Depresión.
La bella y la bestia
La película de 1933 iniciaba con
un proverbio árabe: “La Bestia
miró la cara de la Bella, y detuvo
su mano asesina. Y desde ese día,
estaba muerta”. Comenzaba así
King Kong, uno de los más grandes
iconos culturales del siglo XX, la joya
imperecedera del cine de aventuras de
todos los tiempos, la que marcó
un antes y un después. Es un film
de terror de una atmósfera nunca
superada, un melodrama romántico
arrasador, una estremecedora parábola
sobre la incursión violenta del
hombre en la naturaleza, una narración
que cambió para siempre la concepción
de lo grandioso y lo épico.
En las tres versiones
que tuvo la historia, hay dos personajes
fundamentales: Ann Darrow y King Kong.
Lo que entre ambos se teje a través
de las tres miradas de los directores,
refleja un cambio de paradigma en la relación
cultura-naturaleza.
En el guión original
de Merian Cooper y Ernest Schoedsack (1933),
la humanidad mira con horror y espanto
a la naturaleza que se muestra salvaje,
indómita y cruel. En la versión
de De Laurentis (1976) el guión
no puede escaparse al clima de época:
la lascivia, la incomprensión y
la extrañeza. Finalmente en la
versión definitiva de Peter Jackson
(2005), se tiende un puente entre lo humano
y lo natural, signado por un estado que
sólo pueden reconocer los protagonistas:
el saberse solos en el mundo. Esto hace
que - esta última historia - permita
la emergencia de un vínculo entre
lo humano y lo natural.
Es por esto que la primera
Ann Darrow, Fay Wray, lo único
que podía hacer es gritar y desmayarse
(horrorizarse y desconectarse) frente
a un King Kong monstruoso y salvaje. La
joven es una víctima de la crisis
capitalista del '29 que no tiene ningún
tipo de recurso para enfrentar las peripecias
del mundo más que su blonda ingenuidad.
Jessica Lange no se movió
del lugar de juguete sexual en el que
fue ubicada en la reescritura de la historia.
A diferencia del personaje femenino anterior,
no es una muchachita inocente. Es una
tilinga. Encarna a una mujer encontrada
por casualidad dentro de un bote a la
deriva, enfundada en un sensual vestido
de noche.
Por último, Naomi
Watts, regresa al escenario primigenio
de la historia. Su mundo se ha derrumbado
y está presa del más absoluto
desamparo producto de la Gran Depresión.
La primera es doblemente victimizada:
por la voracidad del capitalismo y por
la crueldad de la naturaleza. La segunda
queda entrampada en la historia por el
azar, mostrando que su vida estaba a la
deriva como el bote que la transportaba.
Ella no puede torcer ningún destino.
En cambio la tercera quiere sobrevivir
- tanto en la jungla de cemento como en
la cruda naturaleza - sin abandonar su
textura humana. Y ese es el giro que permite
la aparición de un lazo entre King
Kong y Ann Darrow. Ambos se encuentran
atravesados por el desamparo, en el delgado
borde que recorre tanto a la naturaleza
como a la humanidad: la fuerza del amor
por la vida.
Pero hay algo más.
Algo fundamental posee el personaje encarnado
por Naomi Watts: la ternura. Como bien
explicara Fernando Ulloa, lo que humaniza
al cachorro humano es la presencia de
la ternura, que para él es: abrigo,
alimento y buen trato. Peter Jackson le
brinda a King Kong - en esa reconstrucción
del personaje femenino de la historia
- la posibilidad de abandonar la lógica
de la autoconservación en la que
había vivido hasta ese día.
Es así que, volviendo al comienzo,
el vínculo que establecen, permite
que King Kong decline su aspecto salvaje
en función de obtener lo que Ann
le ofrece: reconocimiento, es decir, amor.
Será finalmente este elemento el
que la naturaleza de Kong integrará
para dar el paso definitivo en su historia
vital: dejar de ser el último de
su especie. Y trágicamente... será
el último.
En la hora más
oscura, justo antes del amanecer, King
Kong se eleva junto a aquella que le dio
la vida y le dio la muerte. El Empire
State iluminado por todos sus lados, prepara
el escenario final de la desaparición
de La Bestia. Nadie sabe, sólo
Ann Darrow, que el monstruo había
muerto hace rato. Es por eso que su rostro
expresa confianza en esa escalada vertiginosa
hacia la cúpula del edificio más
alto del mundo. No teme, no grita, no
intenta zafarse de la seguridad que ya
ha encontrado en la palma de su mano allá
lejos en la Isla Calavera y ahora reedita
aquí, en la primitiva, mortal y
asesina Nueva York. De fondo se escuchan
las sirenas que presagian la fatalidad
y ambos - a esta altura de sus vidas -
lo saben.
Al llegar a la cúpula,
cansados pero juntos, King Kong gira la
vista. Ann Darrow no le ha quitado la
mirada de los ojos en toda la escena.
A su lado vuelven a encontrarse contemplando
el amanecer. Nuevamente se descubren en
una mirada y Kong - casi acariciando su
cansado pecho – le indica el lugar
dónde ese amanecer le significa
algo: el corazón. Y ahí
se produce el diálogo. Ella “comprende”
el lenguaje del coloso… Lo entiende
y lo traduce: “Sí…
Hermoso… Lo es”. Y frente
a cada palabra pronunciada por Ann, Kong
asiente golpeándose el pecho. Parece
decirle “ Sí Ann… sí,
es un hermoso amanecer”.
King Kong en Buenos
Aires
Cuando Dino de Laurentis pensó
en realizar la remake de King Kong, no
imaginó que la muerte y posterior
desaparición de su Octava Maravilla
le iba a llegar en el país que
se lo tragaba todo.
Se estrenaba en 1976 “King
Kong, La Leyenda Renace”, luego
de 43 años de la primera osada
versión del Rey de la Isla de la
Calavera. Esta vez el mundo vería
el color de sus paisajes, escucharía
estereofónicamente los gritos de
Jessica Lange y quedaría estupefacto
con los movimientos y la majestuosidad
de Kong, gracias a la magia de los efectos
especiales puesta al servicio de la imaginación
de Carlo Rambaldi (el padre “tiburón”,
“ET” y “Alien”).
La promoción de la película
se sostenía en la colosal figura
de 14 metros de altura de King Kong que
mantuvieron en vilo a la audiencia mundial
quien no dudó en creer que ese
robot mecánico era el verdadero
dueño de todos los movimientos
que KK realizaba a lo largo del film.
Finalmente se supo que el gran artefacto
mecánico apareció no más
de 30 segundos y quien hizo y deshizo
todas las monerías no fue otro
que un hombre disfrazado en traje de gorila
diseñado por el genial creador
de criaturas Rick Baker (“Stars
Wars”, “El Señor de
los Anillos”, “Men in Black”)
La película fue un verdadero fracaso
y las 3.5 toneladas de Duraluminio, cubiertas
con más de media tonelada de crines
de caballos argentinos junto a las dos
manos mecánicas de King Kong que
Rambaldi creó para las escenas
en las que el simio atrapa a la actriz
Jessica Lange, no alcanzaron a darle brillo
a una historia que quedó a medio
camino entre la bestialidad del original
de 1933 y el último de 2005.
Así las cosas con
la película. El asunto –en
este caso– es la cuestión
del destino del segundo King Kong, específicamente
el del artefacto que se pensó como
la gran atracción que dejaría
con la boca cerrada a los críticos
que habían despedazado el film.
Así comenzó
a viajar, embalado en cajas, armado y
desarmado en cada capital del mundo como
muestra irrefutable de su existencia y
esplendor. Tanto fue así que antes
de llegar a Buenos Aires, el Rey Kong
–de cuerpo entero y su mano mecánica
también– se detuvo en París
y posó junto a la más bella
(Sylvie Bartan) en una sesión de
fotos memorables.
Luego que se estrenara
en 1977 en Argentina –a mediados
del '78– le tocaría el turno
de recibir a la Octava Maravilla pasada
ya la euforia del Mundial de Fútbol.
Eran tiempos de Dictadura y mientras debajo
del asfalto quedaban bien guardaditos
los gritos que arrancaba la tortura a
sus víctimas, sobre el predio de
la Sociedad Rural se instalaba King Kong.
Al llegar cinco camiones
y dos semirremolques recorrieron la Avenida
Santa Fe en contramano. La calle había
sido cortada para que todos pudieran ver
la llegada del monstruo de De Laurentis
y no estuvieran prestando atención
a otras cosas realmente monstruosas que
pasaban a diario. La televisión
transmitió centímetro a
centímetro el transitar a paso
de hombre de las cajas que albergaban
la humanidad descuartizada de Kong mientras
Pinky relataba los sucesos para asombro
de niños y grandes.
Llegados a la Sociedad
Rural, se montó el espectáculo
“El Show de King Kong, la Octava
Maravilla”. El altavoz prometía
el oro y el moro, mientras que finalmente
lo que sucedió fueron números
circenses, el relato de las peripecias
de King Kong cazado por el Capitán
Drake y los detalles del temible carácter
del Rey del que –hasta el momento–
sólo se veía su cabeza.
De repente, un profundo rugido inundaba
la carpa y aparecía el temido salvaje
atado con grilletes y cadenas.
Un brazo que apenas subía, el otro
que nada, un poco de toscos movimientos
y algunas preguntas de los niños
que el esperado KK respondía. Quince
minutos y eso fue todo. Eso sí,
a la salida de la carpa se encontraba
la mano suelta de King Kong presta a servir
de paisaje para que los visitantes se
tomaran fotografías carísimas.
Aún así, el espectáculo
se mantuvo durante cuatro meses para luego
ser llevado a La Feliz, esperando realizar
allí la temporada veraniega.
Finalmente no fue enero,
sino febrero. Como no había lugar
que pudiera recibir a King Kong, hubo
que crearlo. Su altura hacía imposible
la presentación en el lugar elegido:
el estadio de Boxeo Bristol. Así
fue que realizaron excavaciones, muros
de contención y todos los detalles
para que luego la enorme carpa inflable
contuviera a los espectadores.
Desaparecido
Ya en Buenos Aires muchos lo habían
visto y ahora el espectáculo duraba
media hora y costaba el doble. Demasiado
para una sociedad reventada por las ideas
económicas de Martínez de
Hoz. Y como los turistas fueron menos
de los esperados la gran atracción
circense se desplomó en menos de
un tris. Todo terminó en un rotundo
desastre y las demandas millonarias comenzaron
a hacerse escuchar. Para marzo, ni la
carpa que cubría a Kong quedó
en pie. Con una idea casi infantil –
o macabra – sólo cubrieron
la cabeza del Rey para que el viento,
la arena, las gotas salinas y los transeúntes
comenzaran a olvidarse que allí
yacía el residuo del estrepitoso
fracaso.
Así había
quedado el Rey de la Isla Skrull, con
su cuerpo expuesto a la intemperie, su
cabeza tapada (encapuchada, al mejor estilo
de la época) y cada vez más
solo y olvidado. Nadie se hizo cargo de
él, las deudas de la gran estafa
aumentaban, el otoño llegaba y
ninguno de los que se habían llenado
los bolsillos con su grotesca actuación
quería oír hablar acerca
de ese montón de fierros que cada
vez estaba más lejos de parecerse
a King Kong.
Es así que decimos
que King Kong fue desaparecido. Aquí.
Luego de su rutilante vida hollywoodense,
los negociados, la avaricia y la impunidad,
terminaron con la existencia de King Kong.
Esto sucedió en el país
de Videla, donde el asesino había
instalado la idea de que “…
un desaparecido, no tiene entidad, no
está, ni muerto ni vivo, está
desaparecido”.
Se dice que los dueños
del predio lo trasladaron lejos, bien
lejos. Y así muchos aseguran haberlo
visto entre los restos del Italpark, algunos
juran que se lo tragó un basural
y otros sostienen que lo tiraron en una
villa miseria de las afueras de la ciudad
de Mar del Plata cerca de la cárcel
de Batán.
Elegimos creer que a los
miserables les llegó su castigo.
Y que en el final de su existencia ese
King Kong destartalado alcanzó
la gloria. Elegimos creer que cada centímetro
de su piel de caucho y crin, cada tornillo
de sus dientes, cada manguera, cada cable,
hizo más por los habitantes de
esa villa que la Dictadura de los Tiranos.
Soñamos que brindó abrigo
frente al frío del invierno costero,
que cubrió goteras y que su esqueleto
funcionó como el más maravilloso
parque de diversiones jamás visto
por los niños más pobres
entre los pobres.
Viviana
Demaría y
José Figueroa
[email protected]
Referencias y Citas
BORGES, J.L – Reseña aparecida
en Selección, Cuadernos Mensuales
de Cultura, Buenos Aires, Nº 3, Julio
de 1933. Extraído de: Jorge Luis
Borges, Textos recobrados 1931-1955, Ed.
Emecé, 2001.
SOTO, F. – “King Kong en Mar
del Plata” – Buenos Aires, Marzo
de 2003, Blog Amigo Protectores de Letras
– Uruguay http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/
king_kong_en_mar_del_plata.htm
MOSCARDI, M. “La boca del miedo”.
Publicación Bimestral. ISSN Nº
1852-8910. Año 2. Número 7.
Marzo-Abril 2011.
* Proyecto Documental “King Kong murió
en Argentina”. Realizado por estudiantes
de artes visuales de la Universidad Nacional
de Avellaneda para la Cátedra Lenguaje
Audiovisual 2013. Dirección: Jorge
Barraza, Producción: Daniel Guillan.
Bs. As. 2013
* KongisKing.net Home This site is maintained
and updated by fans of King Kong
* The UnMuseum - King Kong - Museum of Unnatural
Mystery
* Garuyo – King Kong y sus diferentes
versiones cinematográficas
* Blog “Fotos de Familia” –
“El gran álbum de Mar del Plata”
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/8514
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