¿Qué
hicimos bien? 1
Señor Mujica:
Pero qué es eso no puede ser ¡No!
¡No! Saquen esta bandera de aquí.
Nuestra bandera es la española.
Todavía es la española.
Lamadrid: General…
Belgrano: Está
todo en orden. Pueden seguir con la fiesta.
No hay nada que escuchar.
Señor Mujica:
General, las órdenes de Buenos
Aires fueron bien claritas: nada de banderas.
Belgrano: Las órdenes
de Buenos Aires a mí siempre me
llegan tarde.
Señor Mujica:
A mí me llegan muy bien.
Belgrano: Porque siempre
está sentado en el mismo lugar.
Por eso es fácil encontrarlo. Yo
tengo que tomar decisiones. No puedo estar
esperando a nadie. Escribí a Buenos
Aires informando la necesidad de tener
un distintivo, algo que ayude a mis soldados
a luchar, algo que nos identifique.
Señor Mujica:
Nadie va a pelear por esto, ni siquiera
es un símbolo. En cuanto vuelva
Fernando VII a España seguiremos
siendo sus súbditos. Es un error
hablar de independencia. Una bandera le
crea falsas expectativas a la gente.
Belgrano: Le va a crear
expectativas a la gente. Si son falsas
o no el tiempo lo dirá.
Pensamiento
El 19 de mayo de 1810, Manuel Belgrano
escribía un artículo en
El Correo de Comercio titulado “Sobre
las causas de la destrucción o
la conservación y engrandecimiento
de las naciones”2. En él
expresaba su profunda preocupación
sobre la unión como base fundamental
del sostenimiento de las naciones. Aquí
exponemos un fragmento que describe los
tormentos, la pasión y el espíritu
vigoroso del creador de nuestra insignia
patria.
Procurando indagar en la historia de
los pueblos las causas de la extinción
de su existencia política, habiendo
conseguido muchos de ellos un renombre
que ha llegado hasta nuestros días,
en vano hemos buscado en la falta de religión,
en sus malas instituciones y leyes, en
el abuso de autoridad de sus gobernantes,
en la corrupción de costumbres
y demás.
Después de un maduro examen y
de la reflexión más detenida,
hemos venido a inferir que cada uno de
aquellos motivos y todos juntos no han
sido más que causas, o mejor diremos,
los antecedentes que han producido la
única, la principal, en una palabra,
la desunión.
Esta sola voz es capaz de traer a la
imaginación los más horribles
desastres que con ella pueda sufrir una
sociedad, sea cual fuere el gobierno que
la dirija: basta la desunión para
originar guerras civiles, para dar entrada
al enemigo por débil que sea, para
arruinar el imperio más floreciente.
Por el contrario la unión ha sostenido
a las naciones contra los ataques más
bien meditados del poder, y las ha elevado
al grado de mayor engrandecimiento, hallando
por su medio cuantos recursos han necesitado
en todas las circunstancias o para sobrellevar
sus infortunios, o para aprovecharse de
las ventajas que el orden de los acontecimientos
les ha presentado.
Ella es la única capaz de sacar
a las naciones del estado de opresión
en que las ponen sus enemigos, de volverlas
a su esplendor y de contenerlas en las
orillas del precipicio: infinitos ejemplos
nos presenta la historia en comprobación
de esto; y así es que los políticos
sabios de todas las naciones, siempre
han aconsejado a las suyas que sea perpetua
la unión, y que exista, del mismo
modo, el afecto fraternal entre todos
los ciudadanos.
Por lo tanto es la joya más preciosa
que tienen las naciones.
Nacer y morir en junio
El 3 de Junio de 1770 María Josefa
Gutiérrez da a luz un hijo al que
pondrá como nombre Manuel José
Joaquín Del Corazón De Jesús
Belgrano. Quizás sea por su sencillez
que pasó a la historia como Manuel.
Simplemente Manuel.
Once hermanos acompañaron su infancia
pero la muerte lo encontró solo.
Entre aquella vida familiar y la aventura
de su vida que lo inscribió en
el corazón del pueblo argentino,
muchos ires y venires signaron su paso
por este mundo. Estudiante incansable,
apasionado escritor y brillante soldado
es lo menos que puede decirse de este
hombre que legó a la naciente patria
el símbolo que nos abrigaría
en las horas más oscuras y los
tiempos más luminosos de la historia
argentina.
Su primera conquista fue graduarse de
abogado en la Universidad de Salamanca
con medalla de oro, mostrando un especial
interés a los temas relacionados
con la economía política.
Así fue designado como el primer
presidente de la Academia de Práctica
Forense y Economía Política.
Fue por estas funciones que Manuel Belgrano
había alcanzado prestigio en los
ámbitos públicos, condición
que bien supo capitalizar. De ese modo
obtuvo del Papa Pío VI una autorización
para leer toda clase de literatura prohibida.
El texto indicaba que podía tener
acceso "...en la forma más
amplia para que pudiese leer todo género
de libros condenados aunque fuesen heréticos."
Claro, había una excepción:
las obras obscenas. Así conoció
el pensamiento de Montesquieu, Jean-Jacques
Rousseau, Gaetano Filangieri, François
Quesnay, Gaspar Melchor de Jovellanos,
Pedro Rodríguez de Campomanes y
Adam Smith.
El mundo se había abierto ante
los ojos del joven Manuel que –unido
a la fuerza de su espíritu indómito–
cambiaría el mundo para siempre.
Además, tener como primo a Juan
José Castelli –el Orador
de la Revolución– creó
a su regreso a Buenos Aires el escenario
propicio para que desplegase su utopía.
Claro que los acontecimientos no son
siempre ni tan simples ni tan lineales.
Ya en 1797 guardó su título
de abogado y se puso el uniforme militar
a pedido del virrey Pedro de Melo que
fue designado capitán de las milicias
urbanas de Buenos Aires en 1797. Y como
era curioso, ya que estaba, se dedicó
a profundizar sus estudios sobre táctica
militar.
Sabido es lo que sigue. Colabora como
periodista en el Telégrafo Mercantil,
participa en ambas defensas de Buenos
Aires en las Invasiones Inglesas, comienza
a editar el Correo de Comercio, participa
de las deliberaciones del Cabildo convirtiéndose
en protagonista de la historia de Mayo,
es designado vocal de la Junta Provisoria
de Gobierno y a partir de allí,
el camino inmortal hacia la construcción
de la nación dirigiendo a los Ejércitos
Libertadores.
Victorias y derrotas cruzaron la vida
de este hombre obsesionado por la unión
nacional. Impulsado por ese sueño
ardoroso, un buen día comenzó
la encarnizada lucha por la creación
de la bandera, su ocultamiento y su gloria.
Casa de la Libertad
El Museo es un edificio colonial universitario
perteneciente a los jesuitas; se encuentra
en Sucre – Bolivia – y se
lo conoce por el nombre de “Casa
de la Libertad”. Lleva ese nombre
porque en él se graduaron como
“doctores de Charcas” los
principales protagonistas de las revoluciones
de la independencia de América
del Sur. También porque en su recinto
se reunió la asamblea de diputados
convocada por el mariscal Sucre proclamándose
la independencia del Alto Perú
y porque allí además se
sancionó la primera constitución
de Bolivia, redactada por el Libertador
Simón Bolívar. Gabriela
Zamora -administradora del Museo- no duda
en afirmar que la bandera que allí
se encuentra, "es el tesoro más
grande que tenemos aquí”...esa
mujer no habla de su bandera -la bandera
de Bolivia- sino de otra.
Contigua a la Sala de los Guerrilleros
(En dicho ambiente se destaca la efigie
de doña Juana Azurduy, quien a
petición del general Belgrano le
fuera otorgado el grado de teniente coronela
de milicias) se halla la “Sala de
la Bandera de Belgrano”. La enseña
que se encuentra en una caja de cristal
no es otra que aquella que el abogado
don Manuel Belgrano, Comandante del Ejército
del Norte, enarbolara por primera vez
el 27 de febrero de 1812, a orillas del
río Pasaje (actual río Juramento).
En octubre de 1883 el padre Martín
Castro, cura párroco de Macha,
recorría la capilla de Titiri,
en el altiplano boliviano. Dos cuadros
de Santa Teresa, corroídos por
el abandono, llamaron su atención.
Los descolgó y arrancó los
marcos para ver si la humedad había
llegado a morder el lienzo. Sorprendido,
advirtió que detrás de la
tela había otra tela; cuando empezó
a extenderla notó que la segunda
tela estaba manchada de sangre y parecía
todavía más vieja que la
primera. Detrás de cada cuadro
se ocultaba una bandera de dos metros
de largo y más de un metro y medio
de ancho. Ambas enseñas tenían
manchas de humedad y sangre, y tajos de
viejas batallas.
El padre Castro volvió a doblarlas
con prolijidad y las escondió de
nuevo detrás de los retratos, sin
dejar una sola pista. En 1885, dos años
más tarde, la capilla tuvo un nuevo
párroco: Primo Arrieta. Este descolgó
los cuadros y lo hizo azuzado por la misma
curiosidad, ya que el padre Castro no
había violado su secreto. Cuando
retiró los marcos, aparecieron
las banderas. El Padre Arrieta las estudió
con detenimiento: una de ellas tenía
2,34 por 1,56 metros. "Era de seda
despulida, con desgarraduras interiores,
sin desflecamientos, descolorida, con
tres franjas horizontales, celeste, blanca,
celeste, es decir una indudable bandera
argentina." El tamaño de la
otra, similar, pero su misterio mayor:
"medía 2,25 por 1,60, en peor
estado de conservación y sus tres
franjas eran roja, celeste y roja".
Ayohuma
Los capilleros, dos indios muy ancianos
que nunca se habían apartado de
la región, le dijeron al padre
Arrieta que muchos años atrás,
en tiempos del rey, siendo ellos niños,
oyeron de una gran batalla en el paraje
cercano de Charayvitú. En aquella
pelea había tenido mucho que ver
el que entonces era cura de Macha y a
raíz de ello fue perseguido por
los españoles, debiendo dejar la
parroquia y refugiarse con los indios,
donde pasó el resto de su vida,
aventurándose muy de tarde en tarde,
y disfrazado, a las poblaciones blancas.
La batalla de Ayohuma, era el hecho recordado
por los indios. El padre Arrieta encontró
en los libros parroquiales el nombre de
su predecesor: Juan de Dios Aranívar,
quien firmó las novedades hasta
el día anterior a la batalla. Después
su rastro se esfumaba. Supo también
que Aranívar había sido
amigo del comandante Belgrano, dándole
refugio en su capilla. En 1896 el gobierno
de Bolivia entregó la bandera celeste,
blanca y celeste de Titiri al gobierno
argentino. Hoy, esa bandera se encuentra
en el Museo Histórico Nacional.
La otra bandera, la de los colores misteriosos,
quedó en Bolivia y se conserva
actualmente en la Casa de la Libertad.
Años más tarde su enigma
fue aclarado: no era roja, celeste y roja
sino blanca, celeste y blanca; los colores
del forro que la protegían detrás
del cuadro se confundieron con la tela
de la bandera original. Aquella bandera
era la misma que don Manuel izó
a principios de 1812.
Con la nueva enseña celebró
el 25 de Mayo en Jujuy, haciéndola
bendecir por el sacerdote salteño,
doctor Juan Ignacio Gorriti bajo el lema
"Juremos vencer a los enemigos interiores
y exteriores, y la América del
Sur será el templo de la independencia
y de la libertad". “Sí,
juro” fue el grito que salió
de las gargantas del pueblo de Jujuy y
de los soldados patriotas. Antes, fue
el mismo comandante quien elevó
una propuesta para usar un distintivo
que identificara al ejército bajo
su mando. Así nació también
la escarapela nacional y esa nueva bandera
llevó los mismos colores.
Pero el gobierno recibió la noticia
del primer izamiento de la bandera de
la patria con exacerbado rechazo. ¿Por
qué? Belgrano –leal a la
revolución de mayo- quería
que se proclamara la independencia de
España y la nueva bandera representaba
el primer signo de la emancipación.
El triunvirato entendía que procediendo
así se rompería violentamente
con Inglaterra (dado que era aliada de
España en las guerras contra Napoleón).
Por aquel entonces había una palabra
resistida: “independencia”,
su sola mención fastidiaba a Bernardino
Rivadavia y al embajador ingles lord Strangford
que opinaba a favor de sostener buenas
relaciones políticas con la corona.
Fue así que Rivadavia encabeza
el primer procedimiento contrarrevolucionario:
le ordena al Comandante Belgrano esconder
nuestra primer bandera e izar en su lugar
una roja y amarilla –la que usaba
la flota española.
Sin embargo, aquella primer albiceleste,
tuvo oportunidad de flamear victoriosa
al frente del ejército del comandante
en jefe Belgrano, derrotando a los adversarios
de la revolución en la memorable
batalla de Tucumán el 24 de septiembre
de 1812; triunfo que completó el
20 de febrero del siguiente año
en la de Salta, rindiendo al ejército
del general Pío Tristán.
En esa última batalla participó
el primer ejército de ponchos azules:
“las damas salteñas”,
al mando de la Capitana Martina Silva
de Gurruchaga, que resultó una
pieza clave para la victoria. Esta victoria
salvó a la revolución de
su crisis más grave al impedir
a los realistas avanzar hacia el litoral
para unir sus fuerzas con las de la guarnición
española de Montevideo. El Estado
no tuvo más remedio que premiar
a Belgrano: un sable remachado en oro
y $40.000 - que éste donó
a la Nación para construir 4 escuelas.
Pero Belgrano era astuto y en una carta
enviada al General San Martín,
le expresa su preocupación por
el destino final de la insignia revolucionaria:
Mi amigo: "... conserve la bandera
que le dejé; enarbólela
cuando todo el ejército se forme;
y no deje de implorar a Nuestra Señora
de las Mercedes, nombrándola siempre
nuestra Generala... "
Mientras San Martín organizaba
el audaz cruce, tras esos pliegues “del
color del cielo”, por otro camino
iba el ejército revolucionario
de Belgrano subiendo al Alto Perú.
Pero fue derrotado en las batallas de
Vilcapugio y Ayohuma y al retirarse tras
esta última acción de guerra,
los revolucionarios argentinos, ocultaron
la bandera para que no cayera en manos
realistas.
Casualmente fue encontrada setenta y
dos años después.
Por participar en esa expedición
la capitana María Remedios del
Valle, que había formado parte
de las filas del ejército de la
revolución desde 1810, pasó
a la historia como una “niña
de Ayohuma”, finalizando sus días
ignorada y mendigando por las calles de
Buenos Aires. Uno de los pocos sobrevivientes
de aquella batalla (que luego seguirá
a San Martín hasta Perú),
el cabo Antonio Ruiz, más conocido
como “el Negro Falucho”, fue
fusilado tiempo después por negarse
a rendir honores al pabellón español.
Para Manuel Belgrano el final de sus
días fue absolutamente indiferente.
Sólo un periódico le dedicó
un breve obituario aquel 20 de junio de
1820. Fue el “Despertador Teo-Filantrópico,
Místico-Político”,
editado por un sacerdote franciscano:
Francisco de Paula Castañeda. Por
aquel entonces Rivadavia ya había
olvidado que el territorio de la actual
Bolivia pertenecía a las Provincias
Unidas del Río de la Plata. Quizás
por eso la banderita primogénita,
quedó abandonada bien lejos.
Negada primero, ignorada después,
nuestra insignia, aquella que Belgrano
nos legó, el máximo pabellón
revolucionario, tuvo durante muchos años
un triste destino: dormir el sueño
de la gloria en el exilio. Es un enorme
orgullo saber que hoy ya no está
sola. Se encuentra cuidada con veneración,
por nuestros hermanos de la Patria Grande
que supimos conseguir.
Volvió
y fue millones 3
Belgrano moribundo:
Nos estamos matando entre nosotros, así
no se puede.
Terranova: Tranquilo.
Quieto, quieto, quieto. Hay que sanar
las piernas.
Belgrano moribundo: No,
pero ¿usted quién es?
Terranova: El médico.
Hay muchas cosas que hacer, te necesitamos
sano.
Belgrano moribundo: ¿Qué
más hay que hacer? Yo ya no tengo
nada más para hacer.
Belgrano joven: ¡Ah
no! Está todo perfecto. Ya lograste
todo lo que querías.
Belgrano moribundo: No,
claro que no. Salió todo mal.
Belgrano joven: Con más
razón entonces. Tenés que
volver. Hasta que salga bien. Hasta el
final.
Belgrano moribundo: Yo
ya estoy en el final. Mirá sífilis.
Esto no es sífilis. Tiene un nombre
raro. Y lo peor está allá
afuera: guerra civil. Nos estamos matando
entre nosotros, y con la misma bandera.
Hasta esa idea fue un fracaso.
Belgrano joven: ¿Quién
te entiende a vos? Antes porque no la
quería nadie. Ahora porque la quieren
todos.
Belgrano moribundo: Fue
un fracaso. Mirá cómo estamos.
No queda nadie. Ni Moreno, ni Castelli…
Están todos muertos. Ni San Martín.
Hasta él va a caer en la volteada.
Hicimos todo mal. Queríamos cambiar
el mundo para dárselo al pueblo
y lo que teníamos que cambiar era
el pueblo.
Belgrano joven: Entonces
qué ¿nos olvidamos de todo?
… de los sueños, de los ideales…
¿nos olvidamos del nuevo mundo?
Belgrano moribundo: Yo
ya me olvidé de todo eso hace mucho
tiempo.
Belgrano joven: Yo todavía
lo sueño.
Nosotros
también
Viviana Demaría
y José Figueroa
[email protected]