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Alimentos transgénicos
o genéticamente modificados (GM)
Cómo los poderes planetarios
centrales deciden el futuro periférico
Nuestra actualidad,
que la sociología y la antropología
suelen calificar de laica o no regida por
la religiosidad, como las sociedades tradicionales,
tiene, empero ante lo tecnocientífico
una actitud de alta religiosidad. Al punto
que un filósofo de nuestro tiempo,
David Noble, estadounidense, ha escrito un
ensayo muy medular y concientizador, titulado
La religión de la tecnología
en donde explica que la creencia, o mejor
dicho la fe en lo tecnocientífico asume
los rasgos típicos de las creencias
religiosas, ajenas al espíritu científico.
Paradojas de nuestro
tiempo: particularmente todos los “adelantos
tecnológicos” reciben una aceptación
incondicionada. Un buen ejemplo lo tenemos
cuando desde EE.UU., durante el menemato,
se nos impuso el modelo de la soja transgénica
con su “paquete tecnológico”,
de agrotóxicos. Modelo que jamás
ha sido, desde entonces, cuestionado. Llevamos
así casi 20 años.
Para darle visos científicos
a la implantación del nuevo modelo
agroindustrial se apeló al rimbombante
concepto de “equivalencia sustancial”.
Varios escribas, seguramente profesionales
de los medios de incomunicación de
masas o personeros de las grandes transnacionales
dedicadas a la agroindustria, definieron la
tal equivalencia. Así por ejemplo lo
hizo Syngenta, uno de los consorcios transnacionales
mayores del mundo entero:
“Los alimentos novedosos
(por ejemplo alimentos modificados genéticamente)
deben considerarse igual de seguros que los
alimentos convencionales, si éstos
demuestran las mismas características
de composición, por tal motivo si una
planta novedosa es equivalente a su contraparte,
debe ser regulado por el mismo marco regulatorio
que el convencional.”
Ni Cantinflas habría
logrado decir tan poco con tanto palabrerío.
Así se acerca el
filósofo Sergio Cechetto al concepto
de equivalencia sustancial:
“Cabe preguntarse también cuáles
son los elementos críticos que han
de examinarse a los fines de establecer la
comparación buscada. Estos se reducen
a dos: la identificación de nutrientes
claves que componen al producto y que son
aquellos que tienen una incidencia importante
en la dieta total (grasas, proteínas
y carbohidratos por una parte; minerales y
vitaminas por otra); y la identificación
de sustancias tóxicas claves […]
Una vez identificados los nutrientes y los
tóxicos claves en la especie nueva,
se los compara con el alimento control ya
conocido […] y aún sus características
fenotípicas. Ahora, si se demuestra
que las características evaluadas para
el nuevo organismo y sus derivados son equivalentes
a las mismas características del alimento
patrón de comparación, entonces
se dice que la equivalencia sustancial se
ha establecido.” (“Historia de
los bioderechos y del pensamiento bioético”,
CONICET).
En resumen, se trata
de dar por probado lo que habría que
probar. Al tratarse de alimentos transgénicos
con apenas uno o dos genes implantados, es
“natural” que, por ejemplo, un
maíz transgénico resulte prácticamente
igual a un maíz convencional, que coincidan
sus características fenotípicas
y organolépticas, es decir su semejanza
o apariencia exterior y sus propiedades sensoriales.
Pero las diferencias podrían existir
en otro nivel, fuera del gusto, el color y
la textura del maíz, el tomate, la
papa o lo que fuera.
La
fe en lo tecnocientífico asume los
rasgos típicos
de las creencias religiosas
Desde hace ya años
resultan inocultables las secuelas que dicho
“modelo” genera. Investigadores
vienen rastreando los efectos, por ejemplo,
del modelo transgénico gracias a la
invasión del “apenas tóxico”
glifosato que había llegado como una
presunta bendición para sustituir algunos
biocidas temibles como el endosulfán
o el paraquat.
Tanto la investigación
del biólogo molecular Gilles-Erik Séralini,
francés, como la del colega argentino
Andrés Carrasco, señalaron la
toxicidad del glifosato. Tales investigaciones
no le movieron el amperímetro a la
agroindustria debidamente protegida por el
poder mediático, el poder político
y en general el mundo empresario.
Jeff Ritterman, cardiólogo,
estadounidense (“Monsanto's Roundup
linked to Cancer Again”, truthout, 6/10/2014)
hizo una recopilación de los efectos
- devastadores- del Roundup, el glifosato
patentado por Monsanto. Así inicia
su presentación: “Un inventor
brillante y célebre, John Franz, nos
dio un herbicida Roundup que cambió
el rostro de la agricultura. Este herbicida
es la piedra basal de una nueva aproximación
a las tareas agrícolas, la agricultura
biotecnológica, que se ha expandido
rápidamente por todo el mundo.”
Se ha comprobado
que el glifosato provoca malformaciones
congénitas en vertebrados
¿Cuál fue
el fundamento para invadir el planeta con
glifosato asegurando su cuasiinocuidad? Así
lo explica Ritterman: “Pintaba como
el herbicida perfecto. Bloquea la enzima EPSP
sintasa que bloquea la síntesis de
aminoácidos que necesitan las plantas
para crecer. Puesto que los animales carecen
de tal enzima, se presupuso que los animales
iban a estar indemnes a los efectos del glifosato.”
“Pero el glifosato
ha mostrado afectar mucho más que la
enzima EPSP sintasa. Y ya se ha comprobado
que provoca malformaciones congénitas
en vertebrados (incluidos humanos, obviamente)
y que podría ser el causante de la
actual epidemia fatal de enfermedades renales.”
“Cada vez más
investigaciones nos conducen a tan decepcionante
conclusión.”
Observe el lector la increíble debilidad
epistemológica o, si se quiere, el
aterrador simplismo lógico con el cual
le dieron el visto bueno, de inocuidad, al
glifosato.
Con semejantes argumentos, no extraña
que se haya inventado el recurso de la “equivalencia
sustancial”, que nada explica ni prueba
pero que sí tranquiliza.
Si este abordaje debería
ser preocupante escrito como está,
desde EE.UU., y por un médico que ha
trabajado en varios continentes a lo largo
de décadas, más lo debería
ser “entrecasa”: “El glifosato
está claramente asociado al cáncer
en “La República de la Soja”,
un área sudamericana que ha sufrido
una fuerte modificación desde la introducción
de la soja transgénica en 1996”,
nos aclara Ritterman. Dicha “república”
es una propaganda de Syngenta para sus productos
transgénicos, y ocupa buena parte del
territorio argentino, una inmensa área
del Brasil, todo Paraguay y sustanciales y
cada vez mayores territorios de Bolivia y
Uruguay. Ya dijimos cómo empezó,
en 1996, vía la Argentina de “las
relaciones carnales” “fertilizada”
desde y por EEUU. Contrabandeando a Brasil,
por ejemplo, la soja GM, llamada “Maradona”.
La reacción más
significativa que conocemos en la Argentina
es el Movimiento de Médicos de Pueblos
Fumigados fundado en 2010; los brotes de resistencia
son incipientes en Uruguay; en países
como Brasil y Paraguay han sido las organizaciones
campesinas las que han encarnado la resistencia;
en Bolivia, el mismo gobierno.
El médico Medardo
Ávila Vázquez, de dicho movimiento,
explica: “El cambio en el modo de producción
agrícola ha traído a todas luces
un cambio en el perfil de las enfermedades.
Hemos pasado de una población bastante
saludable a una con alta tasa de cánceres,
malformaciones congénitas y enfermedades
extrañas, muy infrecuentes antes.”
Y les atribuye a los laboratorios de ingeniería
genética igual comportamiento que a
las empresas tabacaleras, que tardaron décadas
para empezar a ceder…
Hemos pasado
de una población bastante saludable
a una con alta tasa de cánceres,
malformaciones congénitas y enfermedades
extrañas, muy infrecuentes antes.
Lo cierto es que Ritterman
registra estudios en EE.UU., Canadá,
Australia, Nueva Zelandia y Europa que revelan
la asociación entre glifosato y el
linfoma no-Hodgkin.
La Agencia de Investigación
de Cáncer de la OMS asocia el incremento
de cáncer en regiones muy “curadas”
con Roundup en América del Sur…
con, usted adivinó, “el paquete
tecnológico de la soja GM”.
Pero esto no es ni siquiera la
punta del iceberg. Desde 2009 diversas investigaciones
correlacionan de modo muy intenso, transgénicos,
tan bien preservados por el Roundup, con cáncer
al cerebro.
Ritterman remata su formidable
alegato: “Hay un escalofriante paralelismo
entre el crecimiento exponencial de la ingeniería
genética aplicada a la agricultura
y la expansión del cáncer en
el cuerpo humano.”
Esto es de lo que NO hablan
los camperos suplementos de La Nación,
Clarín ni tampoco, ciertamente, Tiempo
Argentino.*
Luis
E. Sabini Fernández
[email protected]
* Y lo mismo podríamos decir de la
prensa que sostiene el sistema agroindustrial
en Uruguay, por ejemplo. Y aquí tendríamos
que incluir a la prensa conservadora y a la
“frentista”, que acaba de ganar
las elecciones y se considera de izquierda
(¡!).
Revista
El Abasto, n° 173, noviembre 2014
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