Transgénicos
y el consecuente aumento del uso de los
agrotóxicos
Produciendo enfermedades,
pero de alto perfil tecnológico
En el número anterior
de El Abasto hemos reseñado, una
vez más, el peculiar manejo mediante
el cual Argentina ha devenido puntal planetario
en la expansión de la soja transgénica,
encabezando ese proceso casi junto a la
agro-industria estadounidense.
Y reseñábamos
la larga lista de preocupaciones por los
tóxicos incorporados a las cadenas
alimentarias con el modelo de la agricultura
industrial, también llamada “inteligente”
(¡sic!).
Citábamos
las muy buenas precisiones del oncólogo
Jeff Ritterman, estadounidense, que señalaba
que “Hay un escalofriante paralelismo
entre el crecimiento exponencial de la
ingeniería genética aplicada
a la agricultura y la expansión
del cáncer en el cuerpo humano.”
Y recordábamos
también que el médico cordobés
Medardo Ávila, de la Red de Médicos
de Pueblos Fumigados señalaba la
correspondencia entre el tipo de enfermedades
del campo hoy en día sojizado con
el tipo de cultivos: “El cambio
en el modo de producción agrícola
ha traído a todas luces un cambio
en el perfil de las enfermedades. Hemos
pasado de una población bastante
saludable a una con alta tasa de cánceres,
malformaciones congénitas.”
Esta situación,
que entendemos alarmante, no figura empero
ni en los medios masivos, que llamamos
de “incomunicación de masas”
ni en los funcionarios del gobierno ni
en los variados candidatos de la oposición.
Y eso que estamos a menos de un año
de “las elecciones”.
Y puesto que no lo dice
“el diario” ni lo menciona
“la radio”, y menos todavía
se ve en “la tele”, entonces,
sencillamente ese problema no existe.
Claro que existe para
todos los campesinos pobres y trabajadores
rurales a quien les nace un niño
sin dedos en las cuatro extremidades,
o le nace un bebe con espina bífida
y expuesta… O sí que existe
para aquellos que viven en zonas regadas
con agrotóxicos y han tenido críos
“normales”, pero a los cuales
de pronto al año o a los cuatro
años, le “surge” un
problemita…
O lo conocen quienes
han visto morir a todos sus perros o pollos
o tenido un deterioro marcado en sus ovejas
y cerdos o se han quedado sin abejas en
sus colmenares. Esto que acabo de reseñar
es lo que pasa en multitud de poblaciones,
pequeñas de las provincias de Buenos
Aires, Córdoba o Santa Fe, de alguna
manera “las decanas” de la
soja transgénica en Argentina.
Los informes de la Red
de Médicos de Pueblos Fumigados,
que recaba información desde 2010,
son francamente preocupantes. Lo mismo
pasa con los testimonios de los maestros
de las muchísimas escuelas màs
o menos rurales de las zonas de cultivo
de las modalidades agrotóxicas.
Lo agrotóxico
es el último sistema de cultivo
que se pretende “lo más”
en modernidad y suele ser una combinación
de plantas transgénicas (soja y
maíz en primer lugar) más
“el paquete tecnológico”
y así se llama lo que proveen los
laboratorios, de biocidas y fertilizantes.
Aquellas
preocupaciones de hace casi veinte años
se han transformado ahora en informes
y dictámenes categóricos.
Pero “no pasa nada”.
Hay dos familias principales de plantas
transgénicas: las que recibe la
incorporación de un gen que las
hace resistentes a un herbicida en particular,
el glifosato, con el cual se riega el
campo sin discriminación alguna,
evitando toda competencia para el cultivo
transgénico así diseñado.
Porque el herbicida mata a todas las otras
plantas. La soja ha sido “la niña
mimada” de este sistema, por cuanto
se trata de una leguminosa multiuso (como
alimento, como combustible, en cosmética,
para “estirar” muchas comidas
industriales).
El otro gran capítulo
de plantas transgénicas tiene como
eje al maíz y en este caso se le
incorpora a los genes de la planta uno
con un veneno que resulta mortal para
el gusano barrenador que suele vivir en
los choclos.
Esto se viene haciendo,
pese a unas cuantas advertencias de científicos
preocupados por librar al aire, a la naturaleza,
estas “combinaciones” ajenas
a la biología natural de plantas
y animales, desde mediados de los '90.
Ahora bien: los informes
advirtiendo de la toxicidad de tales combinaciones,
es decir de tales transgénesis,
se vienen acumulando de modo cada vez
más abrumador.
Aquellas preocupaciones de
hace casi veinte años se han transformado
ahora en informes y dictámenes
categóricos. Pero “no pasa
nada”.
La agrotoxicidad nos recuerda
el problema del cigarrillo. Cuando a algunos
industriales se les ocurrió industrializar
el tabaco, y convertir el tabaquismo,
vicio nicotínico, en adicción
al cigarrillo, por el cual al problema
de la nicotina se le su-mó el problema
del papel quemado ingresado a los pulmones,
con su consiguiente dosis de alquitrán,
luego de un tiempo y a la vista del auge
del cáncer de pulmón, se
empezó a cuestionar tan poco saludable
costumbre. Pero las empresas cigarreras
negaron durante décadas que tuvieran
nada que ver con tal enfermedad.
No sólo eso;
preventivamente se dedicaron a agregar
a los cigarrillos sustancias adictivas
que ataban más todavía,
si cabe, a la víctima –que
creía elegir libremente si fumar
y cuándo- asegurándose así
un mercado cautivo. Esto último
tuvo que ser probado en juicio en EE.UU.
para terminar con ese abuso.
Y todavía al día de hoy,
las empresas cigarreras demandan a las
autoridades públicas por las campañas
contra el cigarrillo. Philips Morris ha
demandado al esta-do uruguayo, cifras
multimillonarias, porque les arruina el
negocio. Esto hoy. Ahora.
Del mismo modo Monsanto
publicita su producto agrotóxico
estrella: “Premium 6.2” en
la prensa:
“Controla un gran número
de especies anuales y perennes. Es de
acción sistémica, es absorbido
por hojas y tallos verdes y movilizados
hacia raíces y órganos vegetativos
subterráneos, ocasionando la muerte
de la maleza.
Clase de toxicología IV-Banda verde
(es un producto que normalmente no ofrece
peligro).”
Observe el lector el
“lenguaje”: “controla”
quiere decir que mata, como que-da patente
en la frase siguiente. Y al hablar de
toxicidad, aparece el colorcito tranquilizador,
verde y el adverbio que especifica que
“normalmente” no ofrece peli-gro.
Cuando se producen intoxicaciones, que
están “regadas” por
todas las poblaciones humanas, animales
y vegetales que caen bajo su tratamiento,
la empresa comentará: -no se lo
usó normalmente… La culpa
no la tiene el veneno sino su aplicador.
Si supiera trajinar con el ….no
sería tal.
Si fuera Mandrake, tal
vez…
Pasa el tiempo, siguen
apareciendo atroces situaciones pero “los
interesados” siguen hablando del
precio de la soja en Chicago… me
voy a permitir cerrar este penoso tema
con el título con el que abrí
hace un tiempo otra nota sobre el tema:
¿Quién está
retrasando la publicación de los
relevamientos sobre los bebés nacidos
en los campos argentinos con malformaciones
congénitas?
Luis E. Sabini
Fernández
[email protected]
Ecología
de moda y niños víctimas
del glifosato
Una escapada, un finde, 6, 7, 8 de diciembre,
Gualeguaychú… el segundo
día me desayuno con el diario El
Día y un informe sobre escuelas
fumigadas donde el cronista con justa
bronca sostiene que “el límite
son los chicos”. En el artículo
resalta la paradoja de la terrible contaminación
-que llega a que el ´80% de las
escuelas rurales sufran fumigaciones con
herbicidas´- y la anterior defensa
cuando instalaron la famosa pastera del
otro lado del río donde todo un
pueblo se hizo recontra ecologista. Situación
que, dicho sea de paso sirvió a
más de uno para hacer buenos negocios
(inmobiliarios, de transporte y otros
curros). Queda cada vez más claro
que para combatir la contaminación
hay que comenzar por casa. R.S.