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La
soja GM avanza, la salud de la gente empeora...
Con la soja
al cuello*
Ahora
tenemos soja genéticamente modificada
(GM o transgénica) con los gobiernos
de ambas márgenes del Plata. En realidad,
“el país de la soja” definido
por una multinacional de la biotech**, Syngenta,
era, es, prácticamente media América
del Sur, abarcando la pampa húmeda
y el chaco argentinos, Paraguay por entero,
el llano boliviano, el corazón amazónico
de Brasil y buena parte del Uruguay.
Argentina fue el primer
estado y el único en el s. XX de los
llamados periféricos que desplegó
-a partir de 1996- el cultivo de soja transgénica,
con estilo y expansión industrial.
Por eso se denomina al modelo, agroindustrial***.
Lo hizo siguiendo los pasos de EE.UU. que
iniciara el cultivo de soja transgénica
poco antes.
La soja transgénica
y sus marcos tecnológicos constituyeron
un enorme cambio en los trajines rurales.
Y todo se presentó como “pura
ganancia”. En rigor se trató,
una vez más, de esos convenios que
la leyenda fáustica nos ha enseñado:
el diablo te compra el alma con mucha guita,
con montañas de dólares y, al
cabo de un tiempo, que parece largo al momento
del convenio y que siempre se hace corto al
vencimiento, te la viene a buscar…
Fausto en el caso
de la soja transgénica fue Monsanto.
En rigor, Monsanto no es sino un operador
del USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU.),
donde se asentaba la craneoteca que diseñó
una política alimentaria que convertía
a los alimentos en una mercancía imperial,
que le hiciera decir a P. Nicholson, secretario
de Vía Campesina, que “los alimentos
son un arma de destrucción masiva”.
Esa craneoteca fue la que diseñó
la política agrícola para el
mundo unipolar, tras el colapso soviético.
Con los ojos desde EE.UU.
“Los
biocidas que se suponían con blancos
limitados; nematicidas para matar orugas,
insecticidas para matar insectos, herbicidas
para matar plantas, se han revelado intoxicando
y matando a otros seres vivos.”
Los que tienen “la
sartén por el mango” no son tontos.
No es sobre el disgusto y las privaciones
que asientan su poderío. Lo hacen sobre
dádivas y prebendas. La lluvia de dólares
regada, primero sobre los sojeros y luego,
gracias al estado populista, sobre la población,
fue real. Cuando el menemato que había
dado sus dones sobre la base de un peso igual
a un dólar reveló su insuficiencia,
su insensatez y la economía argentina
se derrumbó, un sector básico,
seguía manteniendo su actividad a pleno:
la agroindustria sojera.
¿Se puede hablar
de una década ganada, con la que insiste
el gobierno K?
En rigor, cualquier estimación que
se haga partiendo del 2001-2002 siempre arrojará
avances asombrosos: se estaba saliendo del
pozo. En 2008, el gobierno, a la luz de las
ganancias siderales que la feracidad natural
de la tierra le otorgaba a los sojeros, con
buenos argumentos aunque con mal tino, trató
de agrandar la tajada de la torta para el
estado, para distribución. Los sojeros
se encabritaron: querían seguir “levantándola
con pala”… el desatino fue querer
cambiar “las reglas de juego”
dos veces en muy poco tiempo, pero ¿por
qué los sojeros tenían que acumular
para sí la renta de la tierra (que
es privada pero también nacional)?
Pero las partes de este conflicto apenas querían
ver cómo quedarse con el negoción;
el gobierno apenas esbozó alguna referencia
crítica a la sojización.
Volvamos a la trajinada
consigna, muy K, de “década ganada”.
Poco a poco empezamos a ver los costos de
tan prodigiosa operación. En 2010 se
forja la Red de Médicos de Pueblos
Fumigados. Estiman que un tercio de la población
del país está sujeta directamente
a la contaminación que emana del modelo
agroindustrial; unos 12 millones de seres
humanos.
Las enfermedades que
recaen sobre individuos, vegetales, animales,
incluidos humanos no son por cierto pocas.
Un relevamiento de Alexis Bader-Mayer (Organic
Consumers Association, una red de orgánicos
de EE.UU.) revela que luego de 20 años
de contacto con glifosato se advierten aumentos
de trastornos en: atención y concentración
(ADHD), Alzheimer, anencefalia, autismo, malformaciones
congénitas, cáncer al cerebro,
cáncer de pulmón, trastornos
por TACC y ante el gluten, dolencias renales,
colitis, diabetes, enfermedades cardiacas,
hipotiroidismo, trastornos intestinales, hepáticos,
esclerosis lateral, esclerosis múltiple,
linfoma no-Hogdkin, Parkinson, abortos, nacimiento
de bebes muertos, infertilidad, obesidad,
afecciones respiratorias…
Para calibrar el significado
de tan “opresiva” lista, tomemos
un ejemplo: cáncer al cerebro. Se compararon
niños enfermos y niños sanos
y los investigadores encontraron que los niños
con cáncer al cerebro que tenían
a los dos progenitores con exposición
al glifosato, duplicaban la media de niños
así afectados. Como se ve, se trata
de datos y comparaciones estadísticas.
Pero hay otra ristra de secuelas,
aun menos pensada, que no se refiere al “paquete
tecnológico” propio de tales
cultivos, sino a la transgénesis propiamente
dicha. Cada vez hay más investigaciones
que se preguntan y se plantean si, por ejemplo,
la alarmante pérdida de fertilidad
que abarca a muchas especies, incluidos nosotros,
los humanos, no tiene que ver con efectos
inesperados de la ingeniería genética
que ha ido ingresando en nuestros cuerpos.
Hay otro capítulo,
todavía más sombrío,
si cabe, y es que las investigaciones enfocadas
a dilucidar los factores que hemos enumeradohan
sido sistemáticas ahogadas. Don Fritz****
ha recopilado todos los “incidentes”
y objeciones de los propios investigadores
que han sido asordinados. “A través
de todas sus etapas, la investigación
científica es sujeto de represión,
manipulación y de formas aun más
insidiosas de control para configurar un consenso
basado en el lucro.” (ibíd.)
Fritz nos recuerda cómo
se congeló la carrera de investigador
de Arpad Pusztai porque llegó a confesar,
en reportaje, que no comería las papas
transgénicas que examinaba, luego de
darse cuenta que lo que era pensado como tóxico
para insectos y hongos se reveló también
venenoso para mamíferos. De manera
similar el mundo corporativo biotech condenó
al ostracismo a otros investigadores, como
Ignacio Chapela y David Quist, que denunciaran
la amenaza a maíces originarios por
la difusión transgénica.
Hay empero, un tercer
factor desencadenado por los cultivos transgénicos
que no enfoca la afección de seres
vivos individuales sino la alteración
producida sistémicamente.
La ingeniería genética
choca con una dificultad epistemológica
grave: la ciencia, por definición,
se dedica al examen de lo limitado, lo específico
y procura establecer leyes, lo más
rigurosas posibles sobre su origen, desarrollo
y extinción. La ecología, por
su parte, es una disciplina que encara la
interacción de los más diversos
fenómenos. Por eso la idea del “efecto
mariposa”*****; la ecología busca
la interrelación de todos los elementos
en juego en una situación dada. Algo
que la ciencia jamás ha encarado y
ante lo cual es renuente.
Eso ha sido lo que
tampoco ha hecho la agroindustria, hija directa
de los desarrollos tecnocientíficos:
los biocidas que se suponían con blancos
limitados; nematicidas para matar orugas,
insecticidas para matar insectos, herbicidas
para matar plantas, se han revelado intoxicando
y matando a otros seres vivos, lo que los
laboratorios llamaban objetos “no blanco”
(lo que la acción militar actual califica
de “daños colaterales”).
Pero la contaminación,
por su ingobernable calidad de metástasis
y su consiguiente gravedad, no es, empero,
el único problema.
Con
un brutal empobrecimiento de la biodiversidad
y las consiguientes alteraciones climáticas,
todo lo cual va provocando desmoronamientos,
inundaciones, desertificaciones, según
los suelos, sus alturas y condiciones.
La agricultura “tradicional”
respetaba el suelo mediante técnicas
como la rotación de cultivos, la roturación
en semicírculo (para evitar el drenaje
de sustancias nutritivas), respetaba los ojos
de agua, que resultaban vitales para la fauna
“intersticial” entre las tierras
de cultivo.
La agroindustria con
su enorme maquinaria para siembra directa
empareja suelos, los nivela y los hace uniformes
maximizando su aptitud para plantíos
industriales a gran escala: las grandes fábricas
del “campo”. La agroindustria
además, para maximizar sus rendimientos,
elimina sistemáticamente tierras “incultas”,
zonas silvestres, bosques, y convierte todo
eso, con su riquísima biodiversidad,
apenas en tierra nivelada y empobrecida para
cultivos industriales más o menos iguales
entre sí. Con un brutal empobrecimiento
de la biodiversidad y las consiguientes alteraciones
climáticas, todo lo cual va provocando
desmoronamientos, inundaciones, desertificaciones,
según los suelos, sus alturas y condiciones.
Fritz lo explicita
sin pelos en la lengua: “¿Por
qué en el siglo XXI, el proveedor de
la comida industrial y masiva está
obsesionado por extender por todas partes
los cultivos transgénicos cuando no
se le pregunta a nadie si está interesado
en comer productos transgénicos que
sobrecargan además los riesgos ambientales
y sanitarios? Porque los productos transgénicos
son un elemento clave de un plan global para
reemplazar a los granjeros pequeños
con establecimientos agrofabriles enormes
que produzcan productos uniformes para el
mercado global ignorando las necesidades para
alimentar a poblaciones locales.” (ibíd.)
Fritz nos habla de un campesinicidio en marcha.
Y de un plan. Uno no quiere creer en brujas
pero que las hay…
Otro capítulo sería,
la atroz perspectiva de la soja en Uruguay.
Luis
E. Sabini Fernández
[email protected]
* Buscando la imagen más
intensa de sojización llegué
a la que los amigos, Diego D. y Pablo S.,
elaboraran ya hace años, alguna década,
enfrentando este asunto.
** Así se han rebautizado los consorcios
que iniciaron las operaciones de ingeniería
genética, que pasaron a llamarse biotecnológicas;
indudablemente tiene más imagen y buena
prensa lo biológico que lo ingenieril
cuando de seres vivos se trata.
*** Aunque en Uruguay, más elegantemente,
se lo llama “agricultura inteligente”.
**** GMO Contamination Denial: Controlling
Science, truthout, 9/12/2014.
***** El aleteo de una mariposa en un lugar
dado puede dar lugar a efectos impensados,
que multiplicándose pueden terminar
generando una situación inicialmente
impensable.
“Quien
todo quiere todo pierde”
Ante la avaricia especulativa, incluso con
ánimos de desfinanciar al gobierno
(y por ende a todos nosotros) muchos sojeros
no vendieron su producción de soja
en su momento. La expectativa estaba puesta
en que de ese modo nuestra monda nacional
se devaluaría aún más
y de ese modo la soja le rendiría más.
Sin embargo, las inundaciones, que los mismos
latifundios sojeros ayudan a generar, terminó
estropeando gran parte de esas cosechas.
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Revista
El Abasto, n° 177, marzo 2015
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