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Alan Robinson:
“Los locos son presos
políticos,
son perseguidos sociales”
El dramaturgo, director, profesor
y autor del libro Actuar como loco
asegura que “el delirio es parte de
identidad”. Reflexiona sobre el sistema
de salud mental y el rol del teatro en la
sociedad.
“Amor, locura, percepción
de la realidad, exclusión social”.
Alan Robinson estudió, indagó,
experimentó sobre estos cuatro ejes
en sus más de quince años de
carrera teatral. Lo hizo al indagar la teoría
teatral de Antonin Artaud, escribir y dirigir
decenas de obras, enseñar teatro en
el sector de psiquiatría del Hospital
Piñero y en el instituto de menores
San Martín, también al ser becario
y formarse con Raúl Serrano, Juan Carlos
Gené, Vicente Zito Lema, Alexandra
Aaron y muchos más.
Sobre toda esa experiencia,
incluidas dos reclusiones psiquiátricas,
publicó el libro Actuar como loco,
un ensayo sobre locura y teatro, prologado
por Vicente Zito Lema y editado por Milena
Caserola, que fue declarado de Interés
Cultural y Social por la Legislatura porteña
el año pasado.
El
teatro, potencia y ritualidad
“La hipótesis que desarrollé
estos años la plasmé en el libro.
La alucinación, el delirio son tácticas
del trabajo del teatrero como la fantasía
y la imaginación”, enfatiza.
“Los dramaturgos apelan a la fantasía
en determinado momento, también pueden
apelar a alucinación y el delirio en
determinado proceso creador en la medida que
les interese determinada estética de
teatro”, suma Robinson.
“Experimenté delirio y alucinación
en forma natural y en ceremonias de medicina
hice búsquedas de visión. También
en caminatas de montaña y en situaciones
performáticas que viví en la
ciudad. Todo eso me fue acercando al delirio
y aprendí bastante; de todo trato de
aprender”, cuenta el dramaturgo.
Tras las repercusiones sobre
el libro, Robinson estrenará esta primavera
una versión cómica de la obra
“Daría mi memoria por volverla
a ver”, incluida en Actuar como loco.
Además, este año realiza la
obra “Un Psiquiatra”, versión
teatral del capítulo “La vida
en el consultorio, o Crónica de un
encierro”, en el libro Te tengo bajo
mi piel del escritor y psiquiatra Federico
Pavlovsky. “Cuenta la vida de un psiquiatra
obsesionado que por tener más pacientes
se encierra en su consultorio”, resume
Robinson, quien trabaja en esta adaptación
junto a Martin Ortiz y la cooperativa Los
Hermanos. La presentaron en el Museo Evita
y en varias salas porteñas.
"Hoy
se controla con psicólogos, con drogas,
manicomios y con medios de comunicación."
“En otros trabajos
como director o actor abordé temática
de locura. Tenía ganas de volver a
abordarla, también la soledad, el trabajo
y el manicomio, desde un lugar muy difícil
para mí. Siempre cito una frase de
Artaud sobre el “teatro crueldad”,
que se ha malinterpretado, pero refiere a
“aquello que uno tiene que hacer y es
muy difícil para uno mismo en el arte”.
Pensé “bueno tengo ganas de hablar
del trabajo, la soledad, la locura, ponerme
en la piel de un psiquiatra para actuar”.
Hicimos este unipersonal, es muy conmovedor,
movilizante, tiene humor, performance. Es
muy interesante, es una obra mutante”.
En este sentido, defiende
el derecho “al texto y la poesía”
de los actores: “En nuestra cultura
teatral hay un mandato cultural donde el actor
debe respetar la literatura dramática
escrita y no hay chance de cambio. Si uno
revisa concepciones de literatura encuentra
a los mapuches, que defienden la literatura
oral. Si hay literaturas orales, ¿por
qué los actores deberíamos obedecer
literatura escrita? Por su potencia y ritualidad,
hay que darles libertad a los actores. La
responsabilidad poética y la libertad
deben honrar su derecho a narrar historias
y hacer cambios. El buen actor es un gran
escritor o un gran investigador, una persona
con capacidad de convivir con otros y ponerse
en su piel”, remata Robinson.
“Es muy fuerte transformar
cuerpo y emociones y ponerlos al servicio
de lo que necesita la obra, es casi un sacrifico
humano. Por eso la ritualidad es importante.
Hay que tener equilibrio suficiente y autoestima
suficiente. Que estemos todos atrás
del proyecto, defendiéndolo. Caminando
despacio y juntos”, suma en defensa
del actor.
“Es un trabajo que
abre mucho el teatro. Moviliza mucho. Uno
constantemente convoca energías espirituales,
poderes. Artaud decía que el actor
se sorprendería que en él y
a través de él se mueven poderes
y fuerzas”, define el dramaturgo y concluye:
“Cuando uno va a un rito, en ese momento
olvida la máscara social para conectar
con lo profundo, con lo que está en
la verdad interior. Como teatreros tenemos
que lograr la tarea artística de que
la gente salga conmovida, movilizada a mejorar
su comunidad. Eso hace al teatro invencible
e incorruptible”.
“La
gente tiene miedo a los locos”
Al momento de hablar con Robinson era la víspera
de la marcha contra la violencia machista
que convocó a casi 200 mil personas
frente al Congreso. En ese contexto, el dramaturgo
había escrito en su muro de Facebook:
“Si yo estuviera en la organización
de la marcha de #?NiUnaMenos organizaría
ir al Manicomio Moyano, acá en la Ciudad
de Buenos Aires, donde están encerradas,
castigadas y drogadas, las mujeres que son
víctimas de trata en manos de psiquiatras,
psicólogos, familiares, abogados y
funcionarios públicos, y liberaría
a cada una de esas mujeres. Una vez liberadas,
prendería fuego el Manicomio. El Manicomio
para mujeres es un campo de concentración
de femicidios. Pero como no estoy en la organización
voy a ir a la manifestación, al menos
para acompañar”.
“La movilización
es necesaria y bienvenida. Hay que transmitir
que somos personas, que lo masculino y femenino
está en cada uno de nosotros. Es bueno
cuando aprendemos a relacionarnos con nuestro
par complementario, cuando entendemos que
en toda mujer hay un varón y en toda
varón, hay una mujer. Son fuerzas en
juego, energías”, reflexionó
al respecto.
“Las
matan con celdas, sujeciones mecánicas,
inyecciones. (…) no son trabajadores
de la salud, son torturadores, buscan perpetuar
las enfermedades. Hay gente detenida contra
su voluntad.”
Además, ahondó
sobre manicomios y encierros: “Hice
obras sobre los psiquiátricos, situadas
en manicomios. Mi primera obra contaba cómo
un grupo de locos se quería escapar
de un manicomio. Contaba que las mujeres más
vulneradas —además de las maltratadas
y matadas por hombres de sus vidas—
son las recluidas en el Moyano. Además
de estar recluidas por locas, hermosas, subversivas,
delirantes, con poder de percibir otras realidades,
están recluidas por ser mujeres. Las
drogan, las confinan, las matan por ser mujeres.
Las matan concretamente, con drogas psiquiátricas”.
“Las drogan de por vida,
les impiden recuperar su libertad. El manicomio
Moyano les impide recuperar su libertad. Las
drogas psiquiátricas hacen efecto colateral
en sus órganos. Las matan con celdas,
sujeciones mecánicas, inyecciones.
Con todo eso las matan. Conozco los manicomios,
voy a actividades. Hay que denunciar directores,
psicólogos, no son trabajadores de
la salud, son torturadores, buscan perpetuar
las enfermedades. Hay gente detenida contra
su voluntad. La gente tiene miedo a los locos.
Requieren mucho amor de comunidad, muchos
proyectos concretos de inclusión laboral,
inclusión por vivienda en la comunidad”,
analiza.
Fuera de los hospitales,
asegura que “creer que la locura es
una enfermedad” conlleva a caer en un
“manicomio semántico”:
“El ciudadano de a pie lo tiene incorporado
en su discurso. Nombrar a la locura como enfermedad,
cuando en realidad es parte de la identidad.
Sin que me encierren, la locura no es enfermedad;
el delirio es parte de la identidad. Tengo
que estar atento a que no me encierren. Los
locos son presos políticos, son perseguidos
sociales. Son subversivos que los persigue
el sistema de salud”.
“En el siglo XX eran
necesario para controlar a la sociedad las
dictaduras. A lo largo del siglo nuevo el
sistema de control social vio que no necesita
de dictaduras. La capacidad para evitar las
revoluciones es por medio del sistema de salud,
se controla a los pueblos. Con medios de comunicación
y psiquiatría y discursos de cultura.
No hace falta el ejército para controlar
al pueblo. Hoy se controla con psicólogos,
con drogas, manicomios, con medios de comunicación.
El medio dirige la conducta, genera opinión
consenso”, concluye el dramaturgo para
reflexionar sobre los miedos que giran en
torno a la locura.
J.M.C.
Antonin
Artaud
Nació en Marsella, Francia en 1896
y falleció en 1948. Poeta, dramaturgo,
ensayista, novelista, director escénico
y actor. Explora la mayoría de los
géneros literarios, utilizándolos
como caminos hacia un arte absoluto. Es
más conocido como el creador del
teatro de la crueldad. Ha sido considerado
como “el padre del teatro moderno”.
Revista
El Abasto, n° 180, junio 2015
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