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Sobre los deshielos por el
calentamiento global...
“Colapso inminente
de la
barrera de hielo de Larsen”
Esta frase o similar se repite
en los boletines atentos a cuestiones climáticas,
en publicaciones del campo ecológico
y hasta en la prensa en general.
Se trata del territorio
antártico más alejado del Polo
Sur, una lengua de tierra, la península
antártica, que corta el Pacífico
y el Atlántico más al sur del
Cabo de Hornos, que es el punto más
meridional del archipiélago de la Tierra
del Fuego.
Dicha barrera ha tenido ya dos “colapsos”,
en 1995 y en 2002. Sobre sus partes meno-res
y más alejadas del polo (la A y la
B; se suele hablar de Larsen A, Larsen B y
Larsen C). La que “se ve venir”
ahora afecta al grueso de la barrera de Larsen
y se estima que su caída y posterior
derretimiento podría significar el
aumento de varios centímetros del nivel
del mar.
La causa parece bastante
clara puesto que desde hace décadas
se registra un sostenido aumento de la temperatura;
en estas últimas a razón de
medio grado centígrado por década.
Sabemos también que en el s. XXI el
ritmo de calentamiento ha sido mayor…
Para tener una idea
de la dimensión de los cambios físicos
que aludimos, sirva saber que la barrera B,
la que se derrumbó en 2002, era de
unos 3200 km. de longitud.
Cuando uno incursiona
en este pesado asunto, lo primero que sorprende
es la cantidad -enorme cantidad- de encuentros
mundiales organizados desde la ONU; las conferencias
mundiales sobre “cambio climático”,
designadas oficialmente como Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático (CMNUCC). Ha habido por lo
menos una veintena. Cada una moviliza centenares
de delegaciones oficiales de los 200 estados
registrados en la ONU, con sus respectivos
cuerpos de asesores, montañas de informes,
desplazamientos y viáticos consiguientes.
Y su total inoperancia.
En la penúltima o
antepenúltima reunión planetaria,
se barajó establecer en 2 grados centígrados
el límite o barrera de calentamiento
global tolerable. Todo el mundo era consciente
que cada grado de calentamiento global significaba
un trastorno mayúsculo y de inmedibles
consecuencias. Evo Morales protestó
vehementemente sosteniendo que aceptar un
grado era la mayor concesión admisible
para no poner en peligro de muerte más
especies vegetales y animales y más
penurias a muchas sociedades humanas. La delegación
boliviana quedó sola con su planteo;
nadie tomó un grado como estrategia
de límite.
Cuando en 2002 cae
la pared de Larsen (B) de miles de km de largo,
se supuso que el sector C, el mayor, peligraba
y que podía deshacerse a lo largo del
siglo XXI. Estamos a 13 años de aquellas
“previsiones”. Y ya se teme que
Larsen C se desmorone en esta década…
Algo que se sabe ahora es
que la barrera mayor, tal vez como las anteriores,
es “trabajada” por el agua no
sólo por sus costados sino también
por abajo.
Se estima que tan enormes masas de hielo,
derretidas, ingresadas al mar, pueden elevar
el nivel general de las aguas puesto que tales
barreras, al menos la mayor, no es del todo
flotante; una parte se apoya en tierra. Se
piensa en centímetros de aumento; para
una ciudad como Buenos Aires, tan baja, esa
alteración puede resultar significativa;
pensemos en La Boca o en Quilmes, por ejemplo…
Ala Khazendar, científico
de la NASA que ha encabezado un estudio sobre
estos derretimientos confesaba: “Es
desolador ver cómo algo que ha existido
en nuestro planeta durante tanto tiempo, desaparece
tan rápido.” (La datación
de carbono le otorga a la barrera de hielo
de Larsen decenas de miles de años).
Penoso ¿no?
La península Antártica
es la parte de la Antártida más
próxima a Sudámerica. Un tratado
internacional ha congelado durante medio siglo
los reclamos nacionales sobre toda la zona.
Dicha península es reclamada por Argentina,
Chile e Inglaterra.
Si en el Polo Sur tenemos
con sus hielos este panorama, en el Polo Norte
la situación es todavía más
grave, más inminente los resultados
que se temen.
El casquete ártico es mucho menor que
el territorio antártico. Y flota. El
continente antártico, en cambio tiene
un territorio aproximadamente igual a nuestra
América del Sur (16 mill. km2). En
el Ártico el territorio helado mayor
es Groenlandia cuya superficie es de unos
2 millones de km2.
El angostamiento del casquete
polar ártico ha sido tan pronunciado
como para que al-gunos empresarios tan ávidos
como estúpidos llegaran a festejar
que la extracción de petróleo
submarino en regiones árticas que les
llevaba otrora la perforación de decenas
de metros de hielo, ahora fuera tan fácil
porque “apenas” tenían
que perforar cuatro o cinco metros…
El derretimiento del polo
norte es tan marcado que sus observadores
más permanentes anuncian ahora, con
temor, que en la presente década van
a sobrevenir veranos… sin polo. El casquete
dejará de ser permanente para formarse
en invierno y disolverse en verano…
Investigadores noruegos califican este inminente
fenómeno como “un nueva era”
y aclaran que esta situación tendrá
implicancias a largo plazo, por ahora inasibles
a nuestro entendimiento. Algo, sin embargo,
se entrevé: con menos hielo en el verano,
los veranos serán más cálidos.
Esta situación tenderá a derretir
el permafrost. Lo que así se llama
es casi desconocido en el hemisferio sur porque
hay tan poca tierra cerca de ese polo (salvo
el asiento antártico propiamente dicho).
En el hemisferio norte, en cambio, el polo
está rodeado de tierra; fundamentalmente
la Siberia y Canadá. Estas tierras
tienen en su seno, a pocos metros de profundidad,
agua… congelada. Los veranos derriten
las capas más superficiales (y habilitan
así algunos cultivos). Con veranillos
árticos, el permafrost se va a derretir
y evaporar y masas de dióxido de carbono
irán (o volverán) a la atmósfera;
con ello se formará un círculo
propia-mente vicioso porque el dióxido
de carbono en el aire lo calentará
más todavía, acentuará
“los veranillos” y así
sucesivamente. Entre otros factores en juego
está el destino del agua hasta entonces
congelada y retenida en tierra… ¿inundaciones
siberianas, por ejemplo?
El calentamiento global no
sólo afecta los polos ni siquiera lo
hace en primer lugar. A lo largo de estos
muy últimos años, en esta segunda
década del s. XXI, se han registrado
una serie de alteraciones climáticas
que buena parte de climatólogos e investigadores
atribuyen al calenta-miento global: unas sequías
“récor” en California,
EE.UU., en Taiwan, en Brasil… maremotos
que se sabe se desatan cuando la superficie
de las aguas sobrepasa los 25 grados de calor,
y si eso pasa cada vez más a menudo,
pues cada vez más a menudo tendremos
tales tornados.
Y hay preguntas sobre si
movimientos tectónicos, como terremotos,
también pueden tener similar origen.
Hasta ahora se los había considerado
siempre ajenos a lo humano, pero la coincidencia
temporal entre alteraciones causadas por nosotros,
los humanos (antropogénicas) y movimientos
telúricos ha abierto la hipótesis
de que el calentamiento global pueda incidir
en tales movimientos.
“Para crear el caos y confundirlo todo”,
la boutade de Federico Peralta Ramos, el socio
de Tato Bores, la técnica de fracking
para la extracción de petróleo
y gas alojados en roca, consiste en inducir
pequeños, pequeñísimos
terremotos, y muchos analistas se preguntan
si tales operaciones podrían desencadenar
movimientos mayores en caso de que tales miniexplosiones
coincidieran con alguna fractura o inestabilidad
geológica.
Resumiendo: el clima está
siendo modificado por el hombre. Mejor dicho,
por un puñado de humanos poderosos,
y todo hace pensar que vamos a situaciones
peores para vivir.
Foto
aérea de parte de la Barrera de Larsen,
Antártida, tomada por Jim Ross, NASA,
2004.
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
¿Un mundo si abejas?
Con una biodiversidad menguante, también
provocada por nosotros, los humanos. Por humanos
particularmente necios: ante el reclamo generalizado
por la desaparición de abejas, en el
mundo entero, y la preocupación consiguiente
sobre la polinización de prácticamente
todo “el reino vegetal” que llevan
a cabo las abejas domésticas pero sobre
todo las silvestres junto con los insectos de
los bosques y prados silvestres que están
siendo arrasados por la mal llamada “agricultura
inteligente” que debiera ser llamada agricultura
invasiva, Monsanto ofreció su solución:
drones polinizadores, abejas robóticas
para hacer ese “trabajo”.
Medir apenas el gasto energético de insectos
verdaderos y el de tales aparatos de tecnología
humana, nos permite darnos cuenta de lo insensato
de la solución.
Revista
El Abasto, n° 180, junio 2015
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