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Pablo Ciliberti falleció a fines de junio...

¡Hasta siempre, PC!

Conocí a Pablo Ciliberti recién comenzada la odisea de la revista El Abasto. Hoy, lamentablemente, ya no está entre nosotros.


    Recuerdo que en aquella época, año 1999, hacíamos un par de sorteos mensuales en distintos comercios del barrio y él ganó un walkman en Dupuy con el número dos de la revista. Charlando me contó que era artista plástico y le pedí ver su obra. Como en esa época siempre exponía fui primero a ver una exposición y luego, dado que me llamó la atención, combiné una cita con él para entrevistarlo (véase número 3, julio 1999).
   Contra los esteticistas que consideran la creación artística como un objeto apolítico él presentaba todo lo contrario: una obra cargada de ideología. En algún momento, creo que fue para alguna muestra, se definió como “periodista pictórico”, en lugar de artista plástico. Porque para él su arte no tenía un fin estético, sino de denuncia. Por momentos hemos discutido acerca del uso del contraste exacerbado, de lo explícito, pero él sostenía que el mensaje debía ser claro, porque sino podía malentenderse y para él las “medias tintas” eran la voz de la hipocresía.


   En seguida le propuse hacer una historieta para la revista y aunque de entrada me dijo que no, pronto arrancaron los Carlitos (tira que duró más de diez años mensuales del número 5 septiembre 1999 al 117, enero 2010) a lo que le sumó sus humores gráficos. Editamos algún que otro folleto con sus chistes, más allá de que su corrosivo humor fue acompañando la revista durante muchos años.

También sumó su genialidad creativa en el diseño de tapas de nuestra revista que sin él, sin duda, sería otra. Más notas, entrevistas, poesías... Y su columna de cierre titulada “Mi impresión” que también sostuvo durante varios años. Los humores los firmó siempre PC, más allá de ser las siglas de su primer nombre y su apellido pienso que le gustaba por ser provocativas tanto desde la óptica que lo podría relacionar con el Partido Comunista (del cual no formaba parte) o de la Personal Computer que jamás de los jamases tocaría. La máxima tecnología por él aceptada era su máquina de escribir.
   Una de sus preocupaciones insistentes de sus últimos años era que para él, dado los avances científicos, debería existir una ley de eutanasia para la tercera edad, porque cuando “un viejo quiere morir debería poder ir a un lugar para que le den una inyección y lo ayuden a pasar a otro estado” solía decirme. A mí, claro, unos años menos, me sonaba al principio como medio fuerte el asunto. Encima me traía la reminiscencia de Mundo feliz de Aldous Huxley lo cual me espantaba aún más. Con los años, viendo como decaía con angustia pienso que, tal vez, el viejo no estaría tan errado.
   Para ganarse el mango había durante su vida productiva explotado su creatividad como vidrierista para una empresa que vendía café. Respecto de las artes plásticas y su obra insistía en que no quería dar ningún currículum “porque la obra está ahí, que hable por sí misma”. (Y de hecho aún al día de hoy en Pablociliberti.com.ar cualquiera puede aún contemplar su obra). Con el mismo misterio intentó más de una vez mantener sus años en secreto. Pero, como “paparazzi” les confieso que este octubre hubiese cumplido los 87 años este zarateño abastense por autoadopción desde hace prácticamente medio siglo. Siempre insistió en rotularse como autodidacta aunque sabemos que ha realizado cursos de distintos tipos. Lo que no tuvo fue una educación formal. Lo que le sobraron fueron años de experiencia dentro de las artes plásticas a las que le ha dedicado su vida. Lo que sí, nunca terminó de aceptar el arte conceptual.
   Sus temas eran sus grandes preocupaciones: la ecología, los desaparecidos, las injusticias, la corrupción, el tango, el tiempo perdido... Otras cuestiones, tanto internacionales, como bien porteñas, centran su creación. Por ejemplo, su campaña contra el Monumento a Carlos Gardel por considerar que era una obra que no representaba al gran ídolo. Su obra es un manifiesto ideológico, potente, atrevido, feroz.


   Sus últimos años los dedicó a contemplar la vida diariamente desde la vitrina de un café. Siempre el mismo, en los mismos horarios. Comenzó por McDonalds, pasó a Planet Hollywood (de los cines Hoyt´s), y hablo de años, luego Pizza Abasto que pronto cambió de nombre y ahí siguió cumpliendo horario en Kentucky durante años -y fue también ahí dónde dejó de colaborar con nosotros, no le daba ya la vista- hasta que finalmente su cuerpo ni siquiera pudo caminar esas tres cuadritas de su casa al bar. Por lo que prefirió adoptar el Big Bang Café porque implicaba solo cruzar en diagonal la avenida Corrientes desde su casa. Hasta que su situación no dio para más y fue internado por una emergencia. El 22 de junio falleció en la Clínica Modelo Lanús. Su corazón ya no daba abasto -valga la redundancia- para seguir repartiéndole sangre a todo su cuerpo.
   Aún recuerdo dos imágenes que me contó alguna vez que según él le habían quedado grabadas en la retina y daban muestra de la bestialidad del ser humano.
   Primera escena: fue como invitado con su grupo de escuela primaria al matadero y me decía: “Jamás olvidaré los ojos de esas vacas que iban a que les den el mazazo”. Cabe agregar que él era vegetariano, vaya uno a saber si esa escena no lo sensibilizó para eso.
   Segunda escena: volvía caminando con su uniforme del servicio militar y ve de lejos, en el cordón de la vereda un niño sentado jugando con un montón de pollitos. Cuando se acerca nota que lo que parecía un juego tenía poco de lúdico y mucho de cruel: el infante se dedicaba a matar los pollitos estirándoles del cuello.
   Pasó así este hombre sensible por este mundo que consideró cruel. Esté donde esté esperemos que su alma encuentre la paz que en la tierra le costaba hallar.
   ¡Hasta siempre, compa!

Rafael Sabini


Revista El Abasto, n° 181, julio 2015



 

 

 

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