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¿Nos beneficia un mundo cada vez más dulcificado?

Azúcar más plásticos… no, gracias

Estamos en un mundo cada vez más dulce. Más dulcificado. Y por lo tanto, más infantilizado. Porque lo dulce, el sabor dulce, es el sabor inicial que llega a nuestras papilas, como bebés.
   El crecimiento significa un enriquecimiento de nuestras capacidades gustativas. Aparece lo ácido, lo salado, lo amargo, lo agrio. Algunos sabores no llegan hasta la adultez, mejor dicho, el poder gozar de un alimento ácido o agrio es señal de que ya no somos bebes sino adultos.
   Mantenernos en la etapa dulce tiene una serie de significados. En primer lugar, no es difícil lograrlo puesto que se trata de un sabor apreciado, como dijimos, desde la más tierna edad. Pero a mi modo de ver, es una forma de entretenimiento que para los grandes intereses económicos, que marcan nuestra vida cotidiana, significa la voluntad de los que tienen poder, de mantenernos ya que no niños, aniñados.
   Lo dulce puede resultar muy, pero muy tóxico. Los azúcares entran en nuestro cuerpo como tales pero también como harinas que el cuerpo descompone en azúcares. Y un exceso de azúcares provoca una serie de enfermedades deterio-rantes, algunas sumamente graves (es decir, que llevan al portador a la muerte): sobrepeso, y su correlato, obesidad, diabetes tipo 2, pérdida o disminución de la memoria, y del apetito sexual, ateroesclerosis, disminución del HDL (colesterol "bueno"), caries dentales.
   Esta sucinta presentación nos señala que es mejor que los niños –ni hablar de los adultos- deberían atenuar su ingestión de azúcares.
   Es decir, de golosinas. Un rubro en franca expansión en la sociedad consumista actual. Cada vez son más grandes los comercios dedicados a “tentarnos” con golosinas. Y los primeros candidatos a tales templos del azúcar son, claro, los niños.
   En las horas escolares, muchos niños tienen la “autonomía financiera” que les permite comprar algún refrigerio o bocadillo, que satisfaga su hambre o su sed. Y las escuelas tienen para ello, sus puestitos que ofrecen… golosinas. Golosinas comerciales que suelen venir muy azucaradas, y para peor, a menudo con los peores azúcares imaginables.
   Todo eso en lugar de, por ejemplo, frutas, que también son dulces, pero al menos el azúcar en ese caso es fructosa. Y la que proviene del azúcar común es sacarosa, que los dietistas entienden es la peor de las glucosas.
   Para los niños, la oferta suele tener un plus de mala calidad. Muchas golosinas vienen envasadas en bolsitas cerradas de plástico, lo que se llama habitualmente sachettes. ¿Qué hacen los niños para acceder a la golosina allí encerrada? Morder una punta del envase plástico, rasgarlo y luego succionar el contenido.
   Con ello se produce, ingestión de plástico. Micropartículas, claro, porque si se tratara de trozos rotos del envase, se notaría. Y en tal caso, se escupen. Pero al rasgar esas películas se producen desprendimientos microscópicos, y esos son los que pueden quedar afuera o dentro de la boca. Y los que quedan adentro, se los traga uno. Por supuesto, que la inmensa mayoría de tales partículas se excretan y punto. Pero si el plástico tiene algún compuesto tóxico para nuestros organismos, como por ejemplo, cloro, entendemos que eso sí podría alojarse en nuestro cuerpo.
   En resumen, que los niños coman menos dulces (que, además, comprados “en la calle” suelen ser de baja calidad) y que de ningún modo se acepte que las golosinas, líquidas o pastosas, vengan en estuches plásticos que hay que cortar con los dientes.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]


Revista El Abasto, n° 181, julio 2015



 

 

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