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Reflexiones sobre la cadena de farmacias que vende golosinas

Farmacity: el pequeño templo de las caries,
la contaminación alimentaria y de disolución familiar

Están estratégicamente colocados. No a la altura de los clientes, generalmente adultos que rondan entre el metro y medio y los dos metros de altura, sino de niños, cuyas alturas rondan el metro.
   Una cadena comercial tan moderna no deja de tener sus analistas de flujos, claro: las cajas suelen tener una dotación algo escasa, un apenas menor que el personal que atiende “en el salón” o “detrás del mostrador”. Eso significa que hay una tendencia a la formación de colas, para abonar.
   Allí, en ese sitio preciso, está la disposición de algunos artículos que están como para “disparar” sobre las cabecitas que se encuentren en la cola. A lo largo de tres, seis o diez metros, depende de cuánta gente se agolpe para salir (es decir aquí, para pagar), los infantes recibirán el estímulo de todas las góndolas con enorme potencia cromática, de alfajores, pastillas, chocolates, chocolates rellenos, obleas, barras de las más diversas contexturas (que suelen tener cacao en algún porcentaje, más estabilizadores de distinto orden, leche descremada, vitaminizada, mineralizada, estabilizada, crioprocesada, gelificada, más índigotina o carmín de índigo si se trata de golosinas azules, o azúcar tratada con amoníaco para colorear marrón, tartracina y otros colorantes, conservantes como sorbato de potasio, y diversos sulfitos (a cada cual más preocupante que el anterior…), y en general, antioxidantes, acidulantes, espesantes, antiaglomerantes, potenciadores del sabor y el inmenso y problemático campo de los edulcorantes, casi todos ellos tóxicos: aspartamo, ciclamato, sacarina, jmaf (jarabe de maíz de alta fructosa, transgénico; al menos en Argentina, transgénico), casi todos ellos peores aún que el azúcar…
   Los niños miran deslumbrados una y otra góndola. Y piden, rendidos, digamos las pastillitas de colores, tan netos y contrastantes. La madre cede, él vuelve corriendo con dos; una para el hermanito dice, persuasivo, pero la madre lo envía de vuelta con uno y le dice: una bolsita para los dos…. el niño cede, pero un metro màs adelante ve algo otra vez irresisitible, -¿y esto ma? La madre es inflexible. Y el chico se enfurruña. Así como se ha puesto hosco, se vuelve a derretir a la vista de una barrita llena de color. La madre le advierte que, -bueh, pero es la última… el chico, radiante, asiente, hasta que ya encima de la caja ve “el paquetito de sus sueños”; se lo indica trémulo a su madre, que está pagando. La madre, ya mareada, lo descarta. El pibito no se rinde: -y si le dejamos la barrita y llevamos la caj…
   La madre lo despacha terminante: -ya pagamos y punto. El pibe se empaca, enceguecido de deseo. La madre sale de fila y lo conmina a abandonar el sitio del conflicto al que otro pagador ya se ha acercado. Finalmente, vuelve sobre sus pasos y lo saca de delante de la caja. El pibito está a punto de llorar, o gritar o patalear. No entiende porque todo se hizo tan áspero, cuando Ma al principio fue tan concesiva.
   La madre le dice, conciliadora –otra vez que vengamos… pero el resentimiento del niño perdura.
   Seguramente se “lo” llevará consigo a casa, aunque buena parte de él desaparezca con el “botín” que de todas maneras obtuvo. Tiene unos seis años y la plasticidad emocional es entonces muy fuerte. Pero aun así, irá quedando un rezago de choque y enfrentamiento: no conseguir lo que tan directamente ponen a tu alcance es frustrante, aunque bien se lo pueda entrever como una valiosa experiencia de vida.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]


Otra parte de la cara oscura de la luna

El Facebook Farmacity en Lucha tiene publicadas una serie de denuncias relacionadas a los sueldos y el trato a los trabajadores. Ahí denuncian “persecución sindical”, reclaman “domingo digno, basta de miserables $25", “recategorización a todos los empleados”, “100% por horas nocturnas”...




Revista El Abasto, n° 182, agosto 2015



 

 

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