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Marcelo Vilaro,
actor porteño, una vocación
que se hizo camino
Pinochet
es porteño
Pausó
su profesión de abogado para realizarse
y explotar su perfil de actor todoterreno.
Hizo teatro off, publicidad, televisión
y coronó su trabajo en la película
Colonia, una producción internacional
donde tuvo que interpretar a Augusto Pinochet.
Para Marcelo Vilaro, actuar, respirar
y reír son parte del mismo juego,
el que lo apasiona, el que lo lleva de
los nervios del estreno hasta la satisfacción
del deber cumplido. Para él actuar
es una motivación que no declina
ante esperas interminables de castings,
llamadas que no llegan y otros tantos
gajes del oficio. Lo
de él es levantarse una y otra
vez hasta que se abran las puertas para
que llegue la hora de su juego, el de
actuar. Sea en una publicidad, una tira
televisiva, una película internacional
hombro a hombro con los mejores actores
del mundo. El siempre va a ser actor,
siempre va a disfrutar vivir tantas vidas
como sean posibles.
Cuando uno pregunta
en el mundo actoral por Vilaro, una leve
risa invadirá a las mayorías.
“Va de acá para allá”,
“No sé cómo hace para
que le dure el día”, “Se
autogestiona solo”, “Es una
máquina de buscar, y encuentra”.
Los eufemismos continúan, pero
la idea fuerza prevalece: voluntad, prepotencia
de trabajo.
Autogestión,
trabajo y juego
Marcelo convierte una mesa de café
en su oficina. Con el ventanal hacia el
Polo Audiovisual de Belgrano, ve el atardecer
de lejos, mientras a su alrededor las
demás mesas se pueblan de colegas,
directores, gente de televisión
y teatro. “El tema es que soy mandado”,
sintetiza mientras revisa correos desde
su computadora portátil. “A
veces salen participaciones donde a la
noche te mandan la letra y a la mañana
tenés que estar filmando”,
cuenta con naturalidad.
Es un ritmo frenético.
Y sin embargo, son los desafíos
que explotan su perfil lúdico,
sus ganas de jugar, como refiere al hecho
de actuar. “La primera vez que me
acerqué a este mundo me asusté
con lo que podía encontrar en mí”,
dice sobre sus primeras clases, allá
en los años noventa. Estudió
con Julio Chávez, pero priorizó
su carrera profesional: “Opté
y seguí mis estudios hasta recibirme
y trabajar de abogado”.
“Se
trata de no esperar el llamado,
sino buscar castings, buscar. Cranear
por dónde ir”
Lo que siguió fue
más bien una gran pausa. En el 2005
junto a otros letrados participó
de un taller teatral para abogados. “La
idea era para mejorar la exposición
en público, esa orientación”,
evoca. De la mano de Ariel Padula, que fue
su profesor, reflotó la pasión
por el teatro y la interpretación.
“Él le dio
una impronta teatral a lo que sólo
era pensado como una forma de oratoria en
público. Le puso clown, me volví
loco, me divertí. Él se daba
cuenta de mi sensación. Luego de
este taller, entré a estudiar con
él en su escuela. Preparamos El señor
Galíndez de Eduardo Pavlovsky. Era
un grupo de abogados que hacia teatro, pero
eso sí la abogacía era primero
y luego el taller”, cuenta.
“Al poco tiempo
Ariel nos trae obras y en ellas estaba La
Fiaca de Ricardo Talesnik. La idea era preparar
una función de fin de año.
Es una obra costumbrista de los años
sesenta. Tiene de protagonista a un tipo
empleado que odia su vida y un día
se queda en la cama. Es muy hilarante, habla
del cansancio de la rutina”, detalla.
En diciembre de 2006 debutó con esta
obra en La Manzana de las Luces.
“Fue una etapa
particular porque tenía a mi padre
muy enfermo. Sin embargo, iba a los ensayos,
estaba de acá para allá. También
me pasó algo muy puntual: un compañero
de elenco, más grande que yo, me
dijo «pensá en lo que te pasa
al salir, eso te va a mostrar si esto es
para vos». El día del debut
cuando se prendió la luz fue cuestión
de salir de la oscuridad y sentir al público.
Arranqué y lo empecé a disfrutar.
Era como jugar. El personaje que interpretaba,
Vignale, era muy rico, lúdico, lo
venían a ver del trabajo sus compañeros
y se ponía a jugar con soldaditos.
Terminada la obra, a la que habían
asistido amigos y familiares del elenco,
me preguntaban dónde había
actuado antes, me causó gracia, me
impresionó”, recuerda. Esta
obra la realizó en Bahía Blanca
y otros puntos del país. “Fue
una gran experiencia ir de viaje por motivos
teatrales”, sentencia como punto de
partida.
Luego de la Manzana
de las Luces, se comprometió de lleno
con la actuación. Puso en pausa su
carrera de expedientes y leyes y empezó
a mandar postulaciones para castings, perfeccionó
sus estudios teatrales con Lizzie Waisse,
Luz Quinn y Agustín Alezzo. “La
formación es importante, de ahí
vas a poder hacer cualquier cosa”,
enfatiza. También esquivó
la comodidad y el lamento y se levantó
cuantas veces fueran necesarias. “La
realidad me muestra que jugando a todo se
me dan las cosas, trato de no limitarme.
Los actores somos de los que más
“No” recibimos. Hay que mantenerse”,
expone como filosofía de vida que
emplea en esta nueva etapa.
“Del trabajo
estable de buen ingreso pasás a esta
inestabilidad (estoy con licencia sin goce
de sueldo), es un cambio para bien, es pegar
el salto y el riesgo de vivir de otra manera.
Al dejar el trabajo formal se movieron las
energías, fue como poner toda la
carne en un solo lugar. Se trata de no esperar
el llamado, sino buscar castings, buscar.
Cranear por dónde ir”, agrega
Marcelo, quien se define como un laburante
desde “la autogestión”.
Desde una nota de prensa, hasta los horarios
de casting.
Entonces participó
en cine, publicidad y teatro. Actuó
en el largometraje Muertos de carnaval,
presentado en Festival Rojo Sangre en el
año 2008 dirigida por Alejo Rebora
para Sarna Producciones. Estuvo en el Elenco
de Un guapo del 900, dirigida por Eva Halac,
teatro urbano y callejero representado en
Pompeya y Cabildo de Buenos Aires, también
en el mismo año. Filmó publicidades
para el exterior. Actuó en La Representación,
escrita y dirigida por Pablo Moretti, presentada
en la Manzana de las Luces. Al año
siguiente tuvo un protagónico en
la obra Igual que un tango.
En televisión
participó en Los Únicos (Canal
13, 2011). “Me llamaron para hacer
una participación breve, luego el
personaje creció, tuvo nombre. Me
quedé diez capítulos, fue
una experiencia de entre en el ambiente.
Fue positivo incorporarme a un elenco de
tira diaria, donde todos están integrados,
acoplados con un trabajo diario de ocho
horas”, resume sobre esta gran experiencia.
Al cierre de esta
edición, interpretaba al Mayor Renner
en el unitario Las Palomas y las bombas
de Maximiliano González, donde comparte
cartel con Roberto Carnaghi, Arturo Bonin,
Martin, además de Luis Machin, Violeta
Urtizberea, Slipak y Osvaldo Santoro. También
había terminado de filmar la miniserie
Inconsciente colectivo, dirigida por Mariano
Hueter, junto a Nicolás Pauls y Adrian
Navarro.
En
la piel de Pinochet
Al principio, fue cuestión de enviar
material a un casting más. Pero
el paso del tiempo convirtió esa
búsqueda en algo así como
un cuento de hadas, o más bien
una forma concreta de validar el espíritu
aventurero que mueve a Marcelo. Sin saber,
quienes recibieron su postulación,
a mediados del año pasado, habrían
de llevarlo directo a una gran producción
internacional.
Colonia, película
dirigida y escrita por Florian Gallenberger,
estrenada en el festival de Toronto, Canadá
2015, protagonizada por Daniel Brühl,
Emma Watson y el sueco Michael Nyqvist
(de Millenium), narra la historia de una
mujer alemana que busca a su marido, quien
es secuestrado por la Dirección
de Inteligencia Nacional durante la dictadura
de Augusto Pinochet en Chile. El título
de la película hace referencia
a la Colonia Dignidad, una localidad fundada
a principios de la década de 1960
por inmigrantes alemanes, que fue centro
de detención y tortura en tiempos
de Pinochet, según la versión
inglesa de Aljazeera.
Marcelo, tras
varias etapas de casting, se convirtió
en el actor encargado de interpretar a
Pinochet. “Es una producción
alemana que hizo búsquedas de actores
en acá en Argentina pero también
en Chile. Pensar en la cantidad de actores
que se habrán postulado es increíble”,
reflexiona.
La confirmación
de que iba a encarar al dictador chileno
llegó vía mail. Uno de los
pasos siguientes fue hacer la prueba de
vestuario. Ocurrió en Buenos Aires.
“Cuando me puse el uniforme de Pinochet
(en Chile una empresa alquila los originales
de las fuerzas militares de aquella época)
me di cuenta de todo lo que implicaba.
Estudié al personaje, sus gestos,
su teatralidad el énfasis que ponía
cuando se expresaba en público”,
menciona Vilaro, quien define: “Estar
en la película lo tomo como un
premio, por intentarlo, por cada búsqueda”.
En octubre de
2014 Marcelo partió rumbo a Europa
para filmar la película. Primero
recorrió varias ciudades como Ámsterdam
y París. Luego su viaje llegó
a Luxemburgo, donde se filmó Colonia.
Si bien Vilaro aclara más de una
vez que en el film las apariciones de
Pinochet son esporádicas, la experiencia
enriqueció toda su forma de ver
y vivir la actuación. “Hubo
escenas de exteriores donde Pinochet daba
sus discursos, era ante cientos de extras,
el desafío fue enorme, pero enriquecedor.
Cuando tenía que interactuar con
actores de talla internacional no me abataté,
sino que seguí el juego, fue un
fluir que me hizo dar cuenta que estaba
a la altura de las circunstancias”,
enfatiza con alegría.
Terminado el viaje
volvió a Buenos Aires, justo a
tiempo para estrenar una obra en el off
local. Con ello también volvieron
las búsquedas, los castings. Pero
Vilaro estaba con otras energías,
con otra potencia para cumplir con su
sueño y su vocación.
Tanto en su debut
actoral en la Manzana de las Luces, como
en el pico de su carrera en la película
Colonia, Marcelo refiere a actuar como
la idea de jugar. Ese
espíritu lúdico que lo lanzó
a la aventura temeraria de cumplir con
su vocación prevalece intacto.
Es el fuego que alimenta su voluntad.
Y ojalá que así continúe.
J.M.C.
Revista
El Abasto, n° 184, octubre 2015
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