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El terror tocó la puerta... de nuestros celulares

Crónica de un día de supuestas amenazas

“La gente no deja de venir”, dice en joda la flequilluda al de remera blanca y gorrita. Caminan de la mano y miran la escalera del shopping Abasto, llena de gente que sube y baja pancha, sin apuro. Sobre Agüero ven los tres móviles de tele, los vigilantes trajeados en negro, los custodios clase B que van de chaleco flúor y walkietalkie, los polis sub-25 de la Federal y la Metropolitana que completan el shock antiterrorismo. La parejita baja ligero a Corrientes. La noticia de un supuesto atentado pensado por extremistas de África del Norte parece un error, un nada que ver con aquel panorama de viernes a la tarde.

Frente al ex Mercado Proveedor está el Hipermercado Coto. Al pie de las escalinatas dos chicas de la Metropolitana murmuran. Una convence a la otra: “No te des manija, en un rato nos vamos”. En ese instante, un nene de guardapolvo blanco sale del shopping, cruza Agüero al trote. Se le acerca a la madre y la abuela. “El de seguridad me dijo que no clausuraron los juegos”. La mira a la madre, levanta la ceja, espera. La mujer refuta con la mirada, arranca una conversación de prepo y los tres se pierden por Humahuaca. Entra otra parejita al ruedo. Él remata el cruce de Agüero con un sincero: “Mirá si la bomba estalla ahora mismo”. Ella le desliza su optimismo con un silencio imperturbable.     Adentro, los trajeados de negro juegan al voyerismo en nombre de la seguridad ciudadana. De brazos cruzados, con los ojos a medio abrir siguen el ritmo de cada personita que ulula los pasillos. Con escepticismo escudriñan el paso, los gestos, el idioma de cada cuerpo suelto. Hay música, la gente charla, pero una cautela le da cámara lenta a la tarde de viernes. Y aún así las parejitas adolescentes caminan y se hacen chistes en las mesas de café, los grupos de amigos miran ropa de onda en vidrieras para comerse el fin de semana, un puñado de pibes anda en skate al pie de la escalera exterior. Qué importa si unos hombres rudos los miran de mala gana.
    Los movileros echan un vistazo al shopping como a una pampa: tan vasta que no pasa nada. Amagan reportear a quién sea que justifique la nafta y las horas al sol. Y ni así el clima de parsimonia vigilanteada parece dar para más. De hombros caídos, con el wassapeo a casa central de por medio, ponen cara de hacer las valijas. “Ahora veo que nos vamos y suena la bomba”, lanza uno adentro de la camioneta. Unos murmullos, un golpe a chapa y el motor jetonea sobre los ruidos vagos de viernes a la tarde.
    A la vuelta, sobre los canteros de Lavalle, en el lugar de siempre, duerme el pibe ciruja con remera a rayas azules. Tanta cana, tanta pompa, tanta cara de culo no es para él. Con eso, al menos, él sigue la siesta tranquilo.

J.M.C.

Una carta “secreta” dirigida al jefe de la Policía Federal, con nombre y sello del supuesto director general de Inteligencia Criminal circuló por las redes sociales. Ahí advertían de que el “Grupo Ansar Dine”, “vinculados a Al Qaeda y al Magreb” planeaban un atentado al Unicenter y al shopping Abasto.


Revista El Abasto, n° 185, noviembre 2015



 

 

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