Excursiones del último
fláneur
Caminando por Palermo Hollywood
Esta tarde es soleada y
salgo a caminar por Palermo Hollywood. Mucho
se habla sobre este barrio en nuestros días,
como si fuera una meca, un nuevo chiche
o caramelo para las clases acomodadas. Intuyo,
sin embargo, que me encontraré con
un barrio de cartón, reflejo de un
país que nunca alcanzó una
modernización verdadera.
Camino hasta la
avenida Córdoba para tomar el 140.
Una vez arriba viajo apretujado entre estudiantes
de medicina y de ciencias económicas,
percibo un leve olor rancio, en el cubículo
flota el mal humor. Paso a paso me voy deslizando
hasta atrás del coche, desde allí
se puede filosofar mejor. Una señora
perfumada y llena de polvos me roza y se
me echa encima, palpita su carne urgente,
su mirada revela una soledad sin fondo.
*
Salto a tierra y lustro
mis botas en el cordón. Como un caballo
brioso me sumerjo dentro del barrio, me
recibe una escenografía de pastiche,
amasada por diferentes capas geológicas.
Lo primero que distingo son las viejas casonas,
orgullosas de sus puertas cancel, de sus
zaguanes y de sus ventanales con rejas.
Estas mansiones parecen suspirar ante un
tiempo que no es el suyo, palpitan nerviosas
ante el inminente golpe de la picota. Estas
arquitecturas orgullosas y sólidas
vegetan en las esquinas como pidiendo perdón,
pero las más afortunadas fueron rediseñadas
para montar locales de moda. Pocos conocen,
entonces, los secretos que atesoran estos
solares; el suspiro de una antigua madre,
los rayones de un niño sobre la pared.
*
Este Palermo Hollywood,
como se lo llama ahora, se encuentra sembrado
de outlets, de casas de moda y diseño,
de librerías boutiques. La fiebre
de consumo lo recorre como un cable con
electricidad, se ven ojos abiertos y llenos
de culpa, también los arrebatos del
lujo y la vanidad. Muchas mujercitas caminan
por estas calles con paso ligero, esparciendo
un vaho a perfume, caminan arrastrando los
paquetes y las carteras, empotradas en botas
y en pantalones de cuero y haciendo sonar
la bijouterie. De noche las calles se vuelven
oscuras, debido a la sombra que proyectan
los árboles, hiriendo a las veredas
los fogonazos de las luces de los comercios.
También brillan los adoquines y suspiran
las casas antiguas ante un tiempo que ya
no es el suyo.
*
Me siento en una mesa que
da a la vereda y pido un café. Giro
la cabeza y distingo a un habitué
que viene caminando directo hacia mí.
Se trata de un gordito gourmet, viste una
camisa cara y dura, lleva puesto un saco
sport, jeans nuevos y zapatitos de punta.
Toc, toc. Su rostro ovalado revela lujuria,
es una masa de carne que rebosa buena vida,
ya que no se halla acosada por las muecas
que cincela la desventura sobre los menos
afortunados. Se acomoda los gruesos anteojos,
se sienta a una mesa y pide una ensalada
Caprese con agua mineral.
*
Me deleita observar este
barrio que no es el mío, algo ocurrió
que me divorció para siempre de este
lugar. Lo comprobé ni bien bajé
del colectivo, debí cruzar una especie
de frontera, tenue pero por eso mismo real.
Cloquea a mi alrededor
una burguesía ojerosa y cansada,
las mujeres pasean sus niños en cochecitos,
se pelean con sus maridos por el dinero.
Se trata, claramente, de matrimonios mal
avenidos y disimulados, que esgrimen sonrisas
lobunas y falsas, sin brillo y cargadas
de frustración. Otro gordito gourmet
se sienta a una mesa y pide una ensalada
Mediterránea. Con lo que cuesta yo
puedo comer una semana.
*
Desfilan los fifís
por este barrio de cartón y prendido
de alfileres. Su radio abarca unas pocas
cuadras, pero se respira aquí una
atmósfera superficial, como el que
resuella la clase media, permanentemente
burlada. Existe en estas calles, sin embargo,
un precario circuito de la felicidad, que
bordea esquinas de fantasía, recorta
parte de un mundo domesticado y simétrico.
¡Una cárcel!
*
Los habitantes de Palermo
Hollywood parecen presos dentro de una jaula,
como una calesita dan vueltas y vueltas.
Una joven madre va retando a su marido por
la vereda, le habla sobre los chicos y sobre
el colegio, lo va amenazando con un paquete
y con un dedo largo. El marido es joven
pero ya está calvo y obeso, camina
como desposeído y sin sueños,
sorprendido por lo que se convirtió.
El gordito gourmet que está sentado
al lado mío sorpresivamente se me
pone a hablar. Me dice que es el dueño
de la librería boutique de la otra
cuadra, se acomoda sus anteojos de intelectual
y me pregunta:
-¿Usted en qué barrio vive?
-En Balvanera -respondo.
-¿Dónde queda eso?
-Por el Abasto. Es el barrio de Carlos Gardel
-agrego.
-¿Y qué tal es vivir por ahí?
-pregunta curioso.
-Un poco diferente que acá. ¿Quiere
que le recite lo que una vez escribí
sobre mi barrio?
-Sí -responde.
...
-¡Mi barrio, Balvanera, está
enclavado en un paisaje de transición!
Viniendo desde el Norte se advierte el cambio
de fisonomía, hasta rematar en el
Sur, malevo y marginal. Balvanera evoca
la metáfora de nuestro país.
Es y no es y aspira a convertirse en otra
cosa. En esa región se funden las
clases sociales, las modas y los dialectos.
Es un paisaje traumático y mestizo,
como el mismo Once. No hay purismo en su
seno y se procesa una culpa remota, como
una secreta humillación.
Me aclaro la voz y pregunto:
-¿Qué le pareció?
-¡Horroroso! -respondió. Suena
anacrónico -sentencia. Mi mira de
soslayo y lanza la pregunta: ¿a qué
clase social pertenece usted?
De costado me sincero:
-Soy un monstruo sociológico, el
producto del desclasamiento de mi sociedad.
*
La magma social nos ha inundado
a todos, no termina de cristalizar, escasean
los puntos de apoyo, todos debemos cruzar
a tientas esta época cobarde y transitiva,
como náufragos en medio de un naufragio.
De manera inevitable escucho la conversación
mantenida entre dos jóvenes. Uno
dice ser de "La Cámpora",
fuma y mira constantemente el celular. Se
nota que nunca trabajó con las manos,
se lo ve hinchadito y ventajero, un petit
funcionario. Escucho que hablan sobre el
Tío y sobre Perón.
En otro sector de
la vereda distingo a dos viejos canallas.
Se los ve rollizos y resentidos, son dos
reventados por la vida, sin ideales. Hablan
sobre el kirchnerismo con una ignorancia
que hiela la sangre, destilan un egoísmo
brutal, no tienen sensibilidad ya que nunca
han estado en los zapatos del otro, como
se sabe; fuente de toda armonía social.
-Esa Kretina me
tiene harto -grazna uno de ellos. Ojalá
termine su gobierno y su capitalismo de
amigos. ¡No nos dejan vivir con libertad!
*
Desfilan los fifís
y como no me voy a entender con ellos mejor
me callo. Porque son tan ilusos que viven
trabajando para pagar consumos innecesarios,
el club que está de moda, las obligadas
vacaciones. Así viven como un efímero
tornasol de Otoño, salieron al mercado
de la vida, compraron y perdieron. El mismo
Palermo Hollywood tiembla como una hoja
cuando llueve, se indigna cuando se corta
la luz, es una isla asediada por el mar
de América.
Lo fifís
de Palermo Hollywood pasan ronroneando como
gatos indigestados, están domesticados
y olvidaron la juventud, el gusto por treparse
sobre tapiales cubiertos de musgo que conducen
a otros vecindarios. Por eso, viven bostezando
con disimulo y añorando la libertad
que no supieron defender. En cambio, yo
vivo en mi Patria sin apariencias ni cadenas,
cultivando la filosofía de mi tierra.
No estoy preso dentro de una jaula mirando
con tristeza al mundo.
* * *
Pablo
José Semadeni
[email protected]