Excursiones del último
fláneur: Abasto
Rodando por la avenida
Corrientes
Abro los ojos y me estrangula
la Oscuridad. Es una Oscuridad espesa como
un felino, si logra transitarla se convertirá
en Luz. Me amortaja la tumba de mi cama,
desde el fondo de la conciencia ascienden
los reproches. El silencio es estridente
y transmite una música de metal,
la soledad es una cima despiadada, un desierto
extremo. No hay otra alternativa que levantarme,
frente al espejo me acomodo mi máscara
humana.
*
Como un Caminante
de aguas congeladas, como un Cristo crucificado
el subte me escupe en el Abasto. Estiro
mis piernas para desentumecerlas, percibo
el frío cemento bajo mis pies. Doy
unos pasos y otra vez distingo a un Visteador,
viene radiografiando la vereda en procura
de evitar los peligros, el cuerpo elástico
y duro. Detrás de él aparece
un tipo todavía más degradado,
como una sucia mancha urbana se hamaca el
Bamboleador, una fiera lista para entrar
en acción. Al pasar me tiran un roce
pero sé que no son de mi especie,
yo no disputo el cuarto de baldosa.
*
Me envuelve
ahora la historia del Abasto, como una niebla
desciende sobre mi frente, me susurra con
su aliento ácido. Surgen en mi mente
los viejos caudillos y conventillos que
le dieron fama, las peñas y los payadores
populares, los esforzados inmigrantes. En
el “O´ Rondeman” paraba
el mismo Carlos Gardel, las orquestas afinaban
sus instrumentos y entonces la colmena del
Abasto se agitaba al ritmo del Tango.
Frente a mí veo la arquitectura del
viejo mercado mayorista, convertido a fines
de la década de 1990 en un shopping.
Se procuró así crear un nuevo
polo comercial, hotelero y gastronómico,
aunque se percibe detrás de esta
escenografía el verdadero corazón
del barrio, que bosteza y se ríe
de todo. Soy consciente de su linaje; en
el Abasto hay que pisar fuerte.
*
Cae la noche,
se encienden las luces de neón. Escucho
a mis espaldas:
-¡Conde!
Así me llaman a lo largo de la avenida
Corrientes. Me doy vuelta y veo a un hombre
aferrado a una botella.
-¡Conde, ya no se puede vivir! Esta
noche tendré que dormir en la calle,
arropado por el cartón.
El hombre que me habla parece una pila de
cartones, una montaña de caca de
paloma. Mi alma se conmueve. El aliento
del cielo le cayó como una pedrada,
la gran madre que es Argentina, su caricia
de abandono y de traición.
*
En nuestros
días el Abasto fue sometido a un
aggiornamiento, se ven sucursales de bancos,
hoteles, comercios de moda. La “Ciudad
Cultural Konex” y teatros como “El
Cubo” ofrecen una nutrida cartelera,
más o menos comercial, más
o menos experimental o independiente.
Dentro del shopping se observan los arrebatos
del consumo y de la culpa, lo recorre una
clase media baja, se perciben gestos de
afirmación o de vergüenza. Por
eso el Abasto es hoy un ecosistema abierto
a diversos nutrientes, se corporiza como
un barrio aromático, salpicado por
las marisquerías y por los restaurantes
peruanos. En esta parte la ciudad de Buenos
Aires pierde su tinte europeo, que se retira
confundido, triunfa en cambio una Latinoamérica
jubilosa. También se ven familias
jóvenes cociendo asados en medio
de la veredas, claramente se trata de provincianos
que escuchan con nostalgia una música
que sale desde el fondo de los patios y
casas.
*
A pesar de
los planes de modernización que se
emprendieron el Abasto aletea desde el fondo,
no pudo ser totalmente asimilado. Las viejas
verdulerías y cafés nos hablan
desde un doble pentagrama, también
los sabios y lentos vecinos vestidos para
la ocasión. Muchos conventillos todavía
resisten de pie, la ropa secándose
al sol, mientras las tanguerías y
las bailantas populares disparan un compás
que agita los edificios. En el Abasto hay
que meter bien el pie.
*
Continúa
por Corrientes en el número que viene.
Pablo José
Semadeni
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