La cultura de la prolijidad
y el sentido común
Sabemos cuan invivibles
debían resultar las ciudades de hace
algunos siglos, cuando desde cada vivienda
se tiraba cada mañana los orines
y excrementos a la calle (todavía
no había acera y calzada y por lo
tanto ni siquiera existía el cordón
de la vereda, como un desnivel). Son proverbiales
las protestas si justamente entonces pasaba
alguien en carro, a caballo o a pie y recibía
parte del “envío”…
Mucho hemos aprendido
desde entonces. Las ciudades de nuestro
tiempo han canalizado buena parte de tales
flujos y el olor ambiente se ha reducido
enormemente. Hoy, uno de los pocos olores
que subsisten es el de los combustibles
de todos los vehículos con motor,
que no es precisamente saludable. Algo mucho
más grave: si bien en los últimos
años, los combustibles ya no tienen
plomo, durante más de medio siglo,
el aire que respiramos estuvo permanentemente
cargado-y cada década más
que la anterior- con plomo (TEP, detonador
de naftas) que lesiona de modo crónico
(y por lo tanto artero) todos nuestros cerebros,
amén de otras afecciones (la tristemente
famosa plombemia).
Con el desarrollo de la
modernidad, hemos sin embargo, re-creado
los problemas. Uno, tal vez el más
grave, es el aumento de tamaño de
las ciudades. Y como multiplicando el problema,
que las ciudades que más aumentan,
son precisamente las megalópolis,
las que ya cuentan con varios millones de
habitantes, con decenas de millones.
El tamaño es generador
de problemas. De circulación, por
ejemplo. De abastecimiento. De desechos.
Este último es
uno de los aspectos que entiendo crucial
para nuestra calidad de vida. Entre los
factores a tener en cuenta, otra vez surge
insoslayable, la cuestión de su tamaño,
su volumen. Otro, de su destino.
Resulta clave definir
los destinos de los desechos.
Y antes todavía,
advertir acerca de su creación, su
producción.
Gran parte de los desechos
son residuos que en una etapa anterior fueron
empleados por las empresas para hacer circular
su producción.
En Alemania (cuyo sistema
de recuperación de residuos se denomina
DUALESS) le han asignado a cada productor
responsabilidad por sus envases y por todos
los accesorios que conllevan. Vale decir
que la misma empresa que, por ejemplo, deposita
un lavarropas en tu casa, es responsable
de llevarse al día siguiente el embalaje,
los flejes, la parrilla de apoyo del aparato,
los plásticos y cartones que envolvían
el producto, etcétera. Eso lleva
a la empresa, “automáticamente”
a cuidar el embalaje, a eventualmente reusarlo
y a definir su destino final. Desentenderse
de todos estos pasos, hace que el productor
sea “generoso” en el uso y que
el consumidor, a su vez, procure sacárselo
de encima “a como sea”.
También resulta
fundamental definir qué son desechos,
de qué tipo de desecho se trata.
Por ejemplo, es insensato
que sigamos “medievales” con
las cacas de perro. Ya no las dejamos en
la calle, como hace poco. ¡Ya no somos
medievales, entonces! Ni calvo ni con tres
pelucas. Las cacas de perro suelen ser depositadas,
eso sí, muy prolijamente envueltas,
en una bolsa de plástico, en los
tachos de residuos callejeros.


La ciudad, al menos todas
nuestras ciudades, tienen árboles.
Salvo los pobres árboles cercados
con cemento hasta su mismo tronco por vecinos
hiperurbanizados que no puede ver o sufrir
tierra o barro, salvo tales (afortunadamente
pocos), los árboles disponen de un
cuadro de tierra desde la que se nutren
con el agua de lluvia.
Allí, en esos cuadros
de tierra, la caca de perro puede recibir
su mejor destino, degradada y reabsorbida
finalmente por el árbol y/o el pasto
circundante.
Envolver caca en plástico es un retorcimiento
que procura ser prolijo pero que carece
de la simplicidad del sentido común.
Una vecina, con perro,
me decía que le parecía acertado
dejar la caca de perro en los cuadros de
tierra de los árboles -no en las
veredas, por supuesto- pero que ha advertido
que muchos vecinos pretenden que se retire
la caca tanto de las baldosas como de la
tierra; una penosa ilustración de
la pérdida de sentido común.
Otro ejemplo.
Hablemos de los árboles
urbanos. Los de hojas caducas pierden su
follaje en otoño. Riegan veredas
y parques de hojas multicolores. Que, estando
secas, suele ser un placer pisar (y que
estando mojadas suelen ser un peligro).
La laboriosa tarea de vecinos y vecinas,
embolsando tales hojas en bolsas de plástico,
a menudo cedidas “generosamente”
por las municipalidades, no es sino otro
desatino.
Porque el follaje, hojas
y ramas -pensemos, por ejemplo, en el volumen
de árboles de la CABA; medio millón-
es un volumen extraordinario de biomasa;
el mejor elemento para hacer combustible
de alto valor ecológico (por su renovabilidad).
Encerrado en bolsas de plástico,
una de dos: o se trabaja mucho para desembolsar
o “sencillamente” se lo convierte
en biomasa con bolsa incluido. En ese caso,
hemos generado, graciosa, estúpidamente,
un elemento altamente contaminante a la
combustión primigenia: los plásticos
quemados son altamente contaminantes.
He aquí apenas
un par de ejemplos en que nuestro comportamiento,
aparentemente ordenado y prolijo, no deja
de ser insensato si entendemos que preservar
la calidad del ambiente, del aire, en este
caso, es asunto fundamental.
Si nosotros, los humanos, los vecinos, no
hacemos las cosas bien, “las cosas”
se harán de todos modos.
Pero afectándonos
cada día más. Todos los índices
sobre pureza del aire, del agua, son más
que preocupantes.
Gran
parte de los desechos son residuos que en
una etapa anterior fueron empleados por
las empresas para hacer circular su producción.
Vivimos
todo eso como algo lejano. Pero es triste
que nuestro comportamiento sea peor que
el de cualquier animal. Porque el animal
tiene una intuición, que hemos perdido,
mediante la cual, por ejemplo, “siente”
la llegada de un tsunami. Hay increíbles
registros de lo acontecido durante el tsunami
con maremoto incluido en el océano
Índico en el 2004, en Indonesia,
Sri Lanka, Thailandia y otras sociedades
de la región: la gente miraba absorta
a búfaloso antílopes que empezaron
a correr, alejándose del mar, montaña
arriba. Varios minutos antes de que la sociedad
humana advirtiera un retiro llamativo de
las aguas y su retorno enfurecido…
Nuestro discernimiento,
único en el reino animal y entre
todos los seres vivos del planeta, tendría
que permitirnos prever el tsunami ambiental
que estamos provocando con la descarga de
gases a la atmósfera, con la descarga
de partículas plásticas a
los mares, con la intoxicación ambiental,
con el consumo desenfrenado de combustibles,
con este estilo de vida que consume en siglos
o décadas el petróleo, por
ejemplo, formado a lo largo de millones
de años… ¿conocemos
lo que es una hipoteca?
Tenemos hipotecado el
planeta.
Y seguimos sin darnos
cuenta. Parece más fácil seguir
plastificando nuestra vida cotidiana, seguir
envenenando el aire, seguir comiendo la
comida procesada que nos “facilitan”
las góndolas, que optar por opciones,
todas ellas complicadas, arduas, que requieren
tenacidad e independencia.
Seguramente es más
fácil seguir haciendo lo que las
grandes empresas, la propaganda cotidiana,
los gobiernos nos indican, pero ¿quién
te ha dicho que para solucionar tamaños
problemas las soluciones sean fáciles?
Cuando la situación es realmente
difícil, su superación es
todo menos fácil.
Luis E. Sabini Fernández
luigi14@gmail.com

Campaña para juntar el excremento
de los perros en Belgrado, Serbia.
Revista
El Abasto, n° 192, junio 2016